miércoles, 16 de octubre de 2013

Ruido


CERCA, cada vez más cerca y sin tanto ruido que me impida decir. Antes que los pájaros se coman las flores cuando es primavera.

Al verla volver


MI VIDA ENTERA es de ella.
La que elegí.
La que me gusta.
Me contiene,
me asusta,
me ordena.
Para desordenarme luego.
Envuelto en sus brazos
después.

Mi vida entera es de ella.
La que elegí.
Aunque casi nunca
le pida lo que quiero.
Jamás.
Y me quede esperando,
avergonzado,
en un rincón de la casa
al verla volver.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Mi voz está alterada


LO QUE EL VIENTO SE LLEVÒ… Hola a todos ¿Qué dicen?  O lo que el sida me trajo, ¿no? O mejor dicho, lo que el cáncer me dejó, anunció Pedro mientras nos miraba fijamente a los ojos en el auditorio. ¿Pero? ¿Sidoso yo? ¡Qué ordinario! En cambio, ¡un cáncer de laringe me sienta regio!                                  Si hace unos minutos me gritaron “Reinaa”. Y yo me lo creí. Porque una quiere creer y nada más. Pero no fue a mí, sino a la foto de Liz Taylor que se presenta en la pantalla detrás mío cada vez que aparezco en escena. Con toda esa música  y mi teatro ambulante a cuestas y mis ropas, y mi colorido, entre el afecto y el espanto, de peregrino errante, de hiedra y camino y “musguito en la piedra y ay, si, si, si”. Por entonces más Parra que Violeta y cada vez más lejos de mis diecisiete.                                                                               ¿Qué suerte que se ríen? Porque yo ya no me puedo reir. Me quedó más la mueca que el gesto y unas ganas locas de seguir riendo con muchos más afanes que locura.                                 
¿Saben? Por esto de la operación que me hicieron en Cuba me pasó. Pero era obvio que soportar tantos años esta lengua salada iba a tener sus represalias y de algún modo se la iban a cobrar; y a lo mejor, fue ésta la manera que encontraron.                                                                                                
¿Saben? Hoy es la primera vez que me leo en vivo desde el momento de la intervención quirúrgica. ¡Me hubiera puesto cuatro tetas de haber sabido! Me fugué de La Habana, porque imagínense que “un colibrí no puede morir a la sombra del sidario”. No puede. Fue por eso. ¿Por qué otra cosa iba a ser?                         ¡Qué suerte que ustedes también hayan podido venir! Si hace minutos y hace tiempo mi boca buscona le robó un beso: inocente, tierno, dulce; guardado por años en terciopelo marrón, pálido y triste, que envejeció arrugándose con su cara y la mía al sol del Mediterráneo de mi Joan Manuel. Y me arañaron por eso las mujeres presentes en la Universidad ARCIS ese día, en Santiago de Chile una tarde cualquiera.
Y cada tarde de primavera que dura un segundo. Y cada primavera. Y cada vez que él cante la canción Lucía, mi beso cantará en su boca como una flor extraña que sentirá enredarse en sus palabras otra vez. “Mi beso será un recuerdo prohibido como una luna sodomita que arañó su mar”.                                               Si hace minutos y hace tiempo la Leva dejó de taconear las calles y al mirar el recuerdo de “perros babosos encaramándose una y otra vez sobre la perra cansada”, como si tuviera la obligación de atenderlos cuando ellos quisieran por el solo hecho de su condición sexual, me descompuse y casi que no puedo venir. ¿Pero ustedes no tienen la culpa? Agarré mis cosas y me vine.                                                                               Si al pobre de Gonzalo no le quedó otra, que travestir sus cicatrices para que la emergencia de los apagones no lo encandilaran esta vez y ocultaran su maquillaje por las noches y sobreviviera mientras pudo a la dictadura. Pero no al dolor y a mi amor colgado en sus manos ni a su rojo corazón.                                   
Si “la persona que amas puede desaparecer” y mi amor no está tranquilo.                                          
Si “donde pecas pagas al degollar un gorrión con la caricia de un filo” en una calle angosta.           
Si ayer nomás, estaba en el hotel donde me hospedo sobre la calle Bolívar: nostálgico, melancólico, aburrido, misterioso, melodramático, adjetivo, como el centro de Buenos Aires, ya casi sin casco histórico para admirar, como conservan todavía  la mayoría de las ciudades antiguas de Latinoamérica, creyendo mirar en la televisión como pasa la vida cuando un baño de agua dulce salpicó mi cara  por suerte una vez más. Y sus gotas acariciaron mi cuerpo dolido y salí como loca al encuentro de miles de estudiantes que habían tomado los colegios por quién sabe qué derecho. Primero justo y después vemos. Y baje para acompañarlos y poner el cuerpo –como siempre- ya más cansado que entonces y un tanto torcido por el trajín de los viajes.                                                                                                                                       Y mi voz alterada, esta vez más grave por la operación que por el cigarrillo, puso la mano aquí. Justo cuando la izquierda ahora nos incluye y dejó de reírse de nosotros y de nuestra voz amariconada y habla por la diferencia aunque le cueste. ¡Justo ahora a mí viene a tocarme este vozarrón!                                             ¿Qué dicen? No es justo, no. ¡Pero si nunca hubo justicia en este mundo!                                         
Tal vez porque mi voz fugitiva decidió dejarme de un día para otro y no se animó a decírmelo y me dio vuelta la cara. Porque ya no la necesito tanto y empezábamos a llevarnos mal. Y prefirió despedirse así. Envuelta en dolores que enmielan el té.                                                                                              
¿Y quién soy yo para decir cómo debe despedirse un amor?                                                                    
Si acaso hubiera que elegir entre los estudiantes y los hijos de puta, mi elección se inclinaría por los primeros. A mí siempre me gustaron los chicos y en una de esas. ¿Quién sabe? Entre tanto pintar consignas de Educación pública y gratuita -aunque en la Argentina por suerte, no es lo mismo que en Chile- entre besos y porros se nos escape un te quiero por quien merece amor.                                                               Si antes de irse, tragó saliva, dejó sus escritos, se paró de su asiento, se sacó los zapatos de taco aguja y los llevó despacio en su mano izquierda, acompañándonos. Se movió desgarbado, hizo un esfuerzo por mostrarse lo más erguido posible y nos abrazó a todos. A los que estábamos presentes en su perfomance de Malba al estilo Lemebel, apoyando sus manos aún tibias, por la escritura leída, en su pecho latiendo como si fuera el de tantos y  aleteando palomas grises equivocadas, que en lugar de ir al norte se fueron para el sur, creyendo que el trigo era agua, para que se las llevara el viento con el sida y el cáncer del amanecer que dejaron sus huellas.                                                                                                                               Palomas que ya fueron soltadas en esquinas cortadas por su corazón, envuelto en aplausos, con canciones de fondo, con letras sucias que recitan poesía donde ya no la hay; donde falta, donde nunca la hubo; donde sobra. En un estilo barroco sin fronteras ni derechos y con ganas de más. Pero insiste otra vez. Aunque la belleza borronee el intento para los que lo leyeron y para los que no y para los que lo tomaron a risa.

                                                                                               Perfomance Lemebel, Malba, Buenos Aires
                                                                                                                          26 de septiembre de 2013.



martes, 24 de septiembre de 2013

Viaje de vuelta


POCO ANTES de llegar a Pompeya, como todos los miércoles, había ido después del trabajo a la psicóloga en Almagro. Pero esta vez cambié el recorrido de vuelta. Y a diferencia de las otras veces no tomé el subte A como siempre para hacer combinación con la línea C y terminar en Plaza Constitución esperando que saliera el tren. Para luego tomar efectivamente el Roca con destino a Escalada y después el verde o el Cañuelas hasta la localidad de Bánfield, donde vivo. Si no qué por motivos de fuerza mayor tuve que cambiar el trayecto por completo y esta vez me subí a un 128 más lleno que nunca hasta Nueva Pompeya, para empalmar después con el 165 que sale vacío desde allí. Es un ramal muy buscado este, el de Pompeya digo, pero no tan conocido para muchos como el que sale vacío de la terminal de Once.
Pero fue Gabriel López, empleado de la boletería de la estación Castro Barros del subte A, quien me alertó del problema cuando me lo encontré por la Av. Rivadavia caminando lo más rápido que podía y con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo risueño. ¿Cómo estás? Y sin esperar que le contestará, se contestó apurado: “Yo bien”. Me estoy yendo a tomar un café aprovechando la interrupción momentánea del servicio de subtes, por una medida gremial para que nos pasen a todos los contratados a planta permanente y que por supuesto y lamentablemente, afecta al público usuario. Pero no queda otra. ¡Sino estos putos no entienden! Ahí donde los derechos de los trabajadores se cruzan con los de los demás ciudadanos y la única manera de obtener mejores condiciones laborales es golpeándonos en los pies a los que no nos queda otra que viajar en el transporte público a la hora pico, justo cuando necesitamos volver a nuestras casas. Pero tenemos que ser solidarios y tener paciencia. Por qué si nos ayudamos entre los pobres. ¿Quién? Me dijo tajante y se fue tan rápido como lo había visto sin esperar una respuesta de mi parte.
La interrupción momentánea del servicio de subtes se volvió “Servicio interrumpido hasta nuevo aviso. Disculpen las molestias ocasionadas” en el parlante de la estación Castro Barros que sonó como rulo de tambor en la cabeza de centenares de personas que nos amontonábamos en las paradas de los colectivos librados a nuestra mala suerte.
Había gente en todas las esquinas de las grandes avenidas en el recorrido de la línea 128 que va por Castro Barros y luego por Boedo de Rivadavia hasta la Av. Sáenz.
En la esquina de Rivadavia había gente, en la esquina de Independencia había gente, en la esquina de San Juan había gente, en la esquina de Garay había gente, en la esquina de Chiclana había gente, en la esquina de Cruz había gente, hasta que me tiré de cabeza hacia la puerta del medio de la salida del colectivo, desesperado, inquieto por la demora que había provocado la barrera del tren, cuando vi que el 165 tan deseado que salía de la parada de Luppi y Sáenz se iba raudo por paredón y después, sin chance que lo alcanzara yo y tantos más que los corrimos en vano.
Y nuestros ojos oscuros lo vieron irse sin miramientos cargado de gente hasta en las ventanas con destino sur. Y parecía una cargada escuchar al guarda del servicio de turno diciendo lo más pancho: “El próximo colectivo no sale hasta dentro de media hora”.  Porque con el accidente que hubo en Lomas no hay vehículos suficientes. Y encima con el paro sorpresivo de subtes que nos cayó como peludo de regalo muchos vinieron para acá y este ramal, que habitualmente es tranquilo se volvió un infierno y como comprenderán el servicio hoy no da abasto. ¡Este es un servicio adicional, nada más! ¡No me griten! ¿Qué quieren? Un brazo. ¿De qué quieren que nos disfracemos? ¡No me griten! En vez de agarrárselas con nosotros porque no se la agarran con el Jefe de gobierno de la Ciudad  o con la empresa de subtes. O con los dueños de la empresa de colectivos, en vez de putearme a mí que soy un pobre empleado. ¿Qué más creen que puedo hacer?
Oiga. ¿Cómo se llama usted?, le preguntó un urso que quedó adelante mío en la fila, una vez que nos acomodamos como pudimos en dirección oblicua a la parada del colectivo, lo bastante amable en el modo de preguntar para el hilo de baba de bronca que destilaba por entonces de su boca. Alfredo, contestó el guarda. Inspector Alfredo García de la línea 165, Ramal Pompeya-Monte Grande.  Escuchame, Alfredo, le dijo el urso. Vos no podés hablar con alguien de la empresa para apurar el servicio. Vamos, pá, que seguro vos tenés buenos contactos. Porque yo me vine hasta acá para tomar el colectivo vacío y viajar sentado. No para colgarme del pasamanos del bondi, en el mejor de los casos y con la mejor de la suertes, del servicio que viene de Plaza Once hasta las manos de gente. ¿Por qué para eso me iba a Once? ¿Por qué sabés bien que un día como hoy no te para? Ya sé, papi, pero ¿qué querés que haga yo?, le contestó molesto y se perdió entre la muchedumbre para que no lo molestaran más y a media cuadra de distancia se tomó tan tranquilo un riquísimo café que le sirvió desde un termo una chica más joven que bonita, con el pantalón ajustado, que vendía facturas por la calle con un carro por Abraham Luppi yendo hacia Centenera.
¡Forros, hijos de puta! Siempre hacen lo mismo, exclamó el urso. El se animó a decirlo, pero muchos pensamos lo mismo. Y uno no sale a correrlos y los caga bien a trompadas para no perder el lugar en la fila. Si no el logi éste me dura menos que un pancho. ¡Encima con el hambre que tengo!
¿Vos cómo te llamás, pibe? Mariano. Marianito, decime si no tengo razón, viajar hoy por hoy es una cosa de locos. Siempre la misma historia. Estos hijos de puta se cagan en todos nosotros. ¿No te parece?
Como no le contesté, el pobre se contestó solo, mirando hacia donde estaba el chancho, y repitiendo una y otra vez cada vez más enojado. ¡Forro, hijo de mil putas! Tan tranquilo. Miralo, está tomándose un café y haciéndole ojitos a la pobre minita que no le queda otra que aguantarlo y soportar a este baboso el tiempo que dura la esperanza que le compre otro café o quien sabe, a lo sumo una segunda factura. Y que pase el que sigue.
Cuidado, gritó un señor que nos chocó a todos con el afán de conseguir un mejor lugar en la fila golpeándose los puños entre sí, a modo de amenaza, como avisándonos lo que nos podía ocurrir si no lo dejábamos pasar de inmediato. A lo que una señora que estaba contra la pared recostada sobre la vidriera del local de Accavallo Deportes, le dijo con vos suave pero más firme que la nuestra. Oiga, muchacho, haga la cola, por favor. Todos estamos esperando. Si, señora, disculpe, lo que pasa es que me estaban empujando de atrás, sabe. Por eso el apuro. Esta es una batalla entre el frío y el calor, dijo, mostrándose más colifa que otra cosa. Según donde te ponés te da el sol y cuando lo tapan las nubes amarillas corre un chubasco transformado en viento gris que te mata de a poco y te humedece los huesos y yo ando un poco desabrigado, sabe, y otro tanto a la deriva.
Correte, le grito el urso que estaba delante mío relampagueando los dientes cuando se esgunfió de escuchar tanta sanata repetida del bobo éste convertida en murmullo. Y para colmo como se salía de la vaina por hablar con alguien, aprovecho para meter un bocadillo, y ese alguien por entonces era yo. Supongo porque era el que estaba más cerca de él. Y el tipo se corrió, pero yo seguí sin contestarle, aunque esta vez asenté con la cabeza para ser menos descortés que antes.
Al rato se acercó un ciego que con temor preguntó si sabíamos si el colectivo estaba por salir y si lo dejábamos ubicarse primero en la fila para asegurarse así, un asiento. Porque en estos días, ni a los discapacitados respetan. O mejor dicho, no nos ven. Van tan apurados que cualquiera que camina más despacio les ocasiona una molestia. Todavía no sale, don, le contestó el urso, que por suerte había encontrado alguien con quien hablar, aunque sea por un rato. Se presentó al ciego y le dijo que se llamaba Pablo y a esta altura entre una cosa y otra ya empezaba a caerme bien. No pasa nada, no se asuste, don, por el encontronazo de recién. Los que vemos somos así, un poco arrebatados. Y ayudó al no vidente a subir el cordón de la vereda y a ubicarlo en el primer lugar de la fila a salvo de los empujones de todos.
Ahora el orden venía así. Éramos: el ciego, la señora a la que le cuidábamos el lugar mientras aprovechaba el tiempo tejiendo un suéter para su nieta en lugar de rezongar como nosotros, recostada en la vereda y esperando ( )… el colectivo mientras la mirada inclinada de Homero Manzi nos relojeaba desde la plaza de enfrente aún sin luna. Pablo y yo, y una cola que nos condenaba como el bandoneón de Troilo daba vuelta la esquina por Sáenz hasta casi la mitad de cuadra en una Pompeya que ya no es nueva, ni debajo de la almohada un verso nos dejó.
Y de pronto la gente salió disparada para correr el único 165 que se dispuso a parar y que asomó como un rayo de luz por entonces después de cruzar la vía del tren que atraviesa la feria de pájaros, cerrada los miércoles, desde Plaza Once por la Av. Sáenz y subieron apretados como podían, los pocos que pudieron subir. Los que fracasaron en el intento, que no fuimos ni el ciego, ni la señora, ni el urso, ni yo, volvieron a la fila mascando más bronca que antes y lo que es peor con el orden cambiado. Y empezaron otra vez los empujones y los gritos, con excepción de “nosotros”, porque a esta altura ya éramos un “nosotros” que nos defendíamos espalda con espalda para mantenernos estoicamente a la cabeza de la fila. Calladitos, sin pronunciar palabra ni gesto que la sugiera más que mirarnos a los ojos y entender.
Solo un sol quedaba en la tarde que de a poco se iba haciendo noche porque ya eran cerca de las siete y era invierno y el frío oscurece los cuerpos más temprano. Sólo un sol quedaba en la mirada del urso que seguía delante mío y atrás de una vida cotidiana que se le repetía cada atardecer cuando suceden estas cosas. Porque se avecinaba una tormenta y aunque suave por ahora, la garúa mojaba la ropa de los que no teníamos paraguas, ni capucha o gorrita que nos cobije.
De pronto un relámpago nos encandila y recorta la calle y ya no supimos si el que salía era el 165 o se trataba de otra línea de colectivo que desvió su recorrido. Y eso que ya habían pasado cuarenta y cinco minutos largos de espera, otros decían que ya había pasado cerca de una hora, pero ni por las tapas la media hora que nos prometió el guarda.
El chancho que era el único que nos podía dar algún dato preciso respecto de a qué hora salía el bondi se había escapado persiguiendo un carrito con aroma a café que lo evadiera de sus más inmediatas responsabilidades y por supuesto, de nosotros, al menos por el mayor tiempo que le fuera posible. Ya que no lo veíamos ni siquiera de lejos saboreando su segundo, o tercer café a la distancia y que con el frío en la imaginación de muchos, seguramente,  parecía más rico.
Para mí que se escondió por la lluvia, dije convencido. Hay que subir al colectivo antes que llueva más fuerte, exclamó el urso. Por qué más tarde todo va a ser peor. Volver se va a poner más complicado, decía Pablo. Con desgano como si de tanto repetirlo se le hubiera aplacado la rabia por la espera. Porque de tanto estar uno al lado del otro pasando por lo mismo, un buen rato, empezábamos a caernos bien y a entendernos un poco más.
Vendedores de cuanta cosa se les ocurra por vender había, que habían copado las calles por la tarde, mientras enfriaba menos el sol, con cinturones, relojes, aros, pulseras y cds truchos en sus puestos, iban desapareciendo de a uno tras la caída de las segundas gotas de lluvia cada vez más intensas y volvían a aparecer casi milagrosamente otros vendedores con paraguas en mano, o los mismos, ofreciéndolos a los muchos, que por hacer oídos sordos al servicio meteorológico, nos abrazábamos mojados a la esquina de nuestro corazón que a la larga calma hasta el más guapo porque te gana por cansancio.
Después la lluvia paró y volvió a salir el sol para todos y un rayo azul-violeta iluminó la cara de Pablo más que la mía cuando vio venir al guarda con irritante parsimonia y lo encaró de una. ¿Y? ¿Sale? ¿Ya sale el colectivo?, le preguntó, corriéndose el pelo mojado que le caía negro y lacio sobre el rostro para mirarlo con furia a los ojos mientras le preguntaba. ¿Y? ¿Va a salir¿ ¿A qué hora va a venir? ¿Sale o no sale? Contestá, chabón, o te cago bien a trompadas. ¿Que querés? Con esto que pasó en Lomas más el paro de subtes, viene jodida la mano. Hacemos lo que podemos, papá. ¿Qué más querés que hagamos nosotros?
Y volvió a perderse entre la gente, creyendo habernos convencido más la situación que él. Sabiendo que lo mejor que nos podía pasar a todos era seguir esperando. Que el 165 que viene de Plaza Miserere o Plaza Once, como la llamen,  ya casi no estaba parando para subir pasajeros y que ya no era opción para ninguno de nosotros. Y que el 160 circulaba con las puertas cerradas hasta pasado el Puente Uriburu y a lo sumo si podíamos tomarlo nos llevaba únicamente hasta Lanús. Porque después sube el puente de Escalada y se va por atrás de Pavón, del otro lado. Por Alsina hasta Calzada y ya estábamos a minutos de cumplir todos la hora y media de espera. Y si hicimos veinte, hagamos veintiuna y sigamos esperando.
Pero ya viene. Ya viene. Ya viene el colectivo, nos decíamos los unos a los otros, aunque más no sea para convencernos. Porque obviamente no salía de ahí a la vuelta como fantaseábamos muchos, aunque supiéramos fehacientemente que para poder salir primero tenía que venir de Lomas de Zamora y que el tránsito, incluso el de dirección a Capital, aún siendo menos pesado, estaba muy congestionado y era lógico que tardara.
¿Y este forro se volvió a ir! Por enésima vez dijo Pablo. Mientras recordaba las palabras del guarda cuando haciendo que miraba para otro lado con perversa ironía nos dijo ya fastidiado. Si no quieren esperar, váyanse. ¿Quién los obliga a quedarse?
¡Ahh, lo queríamos matar! El urso tenía que contener las ganas que tenía de pegarle. Para colmo no le hubiera costado el más mínimo esfuerzo por la diferencia de tamaño que había entre ambos y la bronca acumulada. Y dijo tajante. Si vuelve lo mato, lo mato. De pronto, enfrío la mirada y me miró fijo y repitió la amenaza: “Te juro que lo mato”.
Todo su cuerpo era tensión, su pecho inflado por la bronca, sus ojos color vino tinto parecían derramados. Pero una cosa es decirlo y otra muy distinta es hacerlo y a medida que pasaban los minutos y la lluvia volvía a mojar nuestra ropa todavía húmeda, nos comíamos los mocos y fue ahí cuando dejé de hacer que lo escuchaba y comencé a prestarle atención.
¡El no entiende, él no entiende! Me lo dijo tragando saliva. ¿Qué es lo que no entiende?, le pregunté. Conociendo, por supuesto, la respuesta que me iba a dar de antemano. Porque a pesar de la rabia, sus ojos y sus hombros mentían menos que los míos.

Que estoy cansado. Que trabaje todo el día. Que cuando llegue a casa tengo que hacerle la comida a los pibes, porque mi jermu consiguió un laburo de noche y si no llego a tiempo casi no la veo. Que tengo que lavar la ropa, limpiar la casa y esas cosas. Lo que hacemos todos. Y que tengo que llegar antes que ella se vaya para darle un beso. Y que el único momento de tranquilidad que tengo en el día es cuando plancho el culo en este colectivo de mierda y pongo la cabeza en blanco la hora y pico que tardo en llegar de Pompeya a Monte Grande en el viaje de vuelta.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Te extraño


TE AMO
y mis manos extrañan tu cuerpo
por las noches.

Te amo
y mis labios extrañan tus besos
por las noches,
en la tarde,
durante el día.

Te amo,
a veces tan cerca
y a veces tan lejos.

sábado, 24 de agosto de 2013

Contratiempos


LO DEJARON SOLO, y no es bueno dejar solo a alguien que siempre se sintió solo, aunque no lo estuviera. Por eso se rodeaba de amigos. Por eso los invitaba a salir y si era necesario pagaba él las salidas para asegurarse de ese modo su compañía. Para que la plata no fuera una excusa y no le dijeran que no.
Fue por eso que llamó a Miguel, aquel jueves de verano por la noche, para invitarlo a salir…Fue por eso:

-Micky, Micky. ¿Qué hacés, loco? Mañana es feriado… ¿sabés, no?
-Claro, Gonzalo, ya sé que mañana es feriado. ¿Cómo no voy a saber?
-Bueno, mejor entonces. Así te dejás de joder y no empezás a dar vueltas como hacés siempre y me decís que sí a lo que te voy a proponer.
Prepará el bolso que mañana vamos todos a la pileta de IMOS.
-¿A la pileta de IMOS?
- Sí, a la pileta de IMOS.
-¿Quiénes son todos?
-¡Ves como sos, que ya empezás a mariconear y a dar vueltas!
-... ¡Todos!... ¡Todos son todos! ¿Quiénes vamos a ser?
Quique, el Enano, Juan, me parece que Galatto, Guillermo, el Negro Carlos y capaz que se prende alguno más que todavía no llamé. Pero te quería llamar a vos primero, princesa.
-(…)
¡Somos una banda!, ¿sabés? …
Venite ahora para acà. ¡Venite, dale!
-(…)
-¡Dale, pelotudo! Venite… ¡Apurate! …
Pero no vengas a casa… ¿sabés? …Y trae la guitarra también, además traete la malla, las ojotas y la remerita blanca ajustada que tanto te gusta, así parecés bien putito. ¡Pedazo de maricón!
¡Daale, chabón, venite! ¡Apurate, che, que te espero!
-(…)
Boludo paraá… ¡Estás más hincha pelotas que mi vieja! Preparo todo y voy, pero aguantá un cacho, ¿sabés? No llego enseguida.
(….)
¿Pero a dónde querés que vaya?
-Ah… no te dije todavía, Micky, perdona…
-(…)
-… Pero dale, forro, venite… ¡Metele!
-(…)
-Venite ahora, así salimos temprano.
Pero no vengas a casa. Venite para la casa de los viejos de Marina que se fueron de vacaciones y se la estoy cuidando. Tenemos videocassetera, microondas  y todo, ¿sabés? Todo.
-(…)
-Alquilé Rambo para mí y una porno de Tinto Brass para vos, ¡así nos cagamos un poco de risa!
Vos nunca viniste a este departamento, así que te paso la dirección, anotá: Paraguay 2699 esquina Jean Jaures. ¿Te ubicás, no?
-Noo, boludo, ¡que mierda me voy a ubicar!
-Es fácil, Micky, es enfrente de la Plaza Monseñor de Andrea. No te podés equivocar. Vas a ver que hay un Coto nuevo enfrente. ¡Te vas a ubicar!
-Está bien, Gonzalo, le pregunto a mi hermano, que el seguro sabe, como hago para llegar y voy.
-Esperá, Micky, antes que me olvide… ¡Te quería decir que no comás, pelotudo! , que hacemos unos patys a la plancha con queso y te compro una Pepsi como a vos te gusta, ¿o preferís una cerveza esta vez?
-… Lo que vos quieras, Gonzalo, pero aguantá…. Preparo todo y voy, pero voy a tardar por lo menos una hora en llegar hasta allá. A ver, esperá, no cortés, que le pregunto a mi hermano…
¿Danieell, con qué bondi voy hasta Paraguay y Jean Jaures?
- Con el 56 y caminá vago. Va a ser lo mejor.
-¿Gonzalo, ¿eso qué es Once o Barrio Norte?
-Barrio Norte, ¡grasa! ¡Mirá si va a ser Once!
-(…)
¡Acordate que yo vivo en Celina, boludo!
-Ya sé, boludo, que vivís en Celina, te conozco hace más de diez años y siempre viviste ahí. ¡Ah noó, perdona!, el señorito de chiquito vivía en Mataderos. ¡Que fashion! Ja, ja. ¡Apurate y no llorès!, que te espero…
Y no te olvidés la remerita blanca, eeh… ¡pedazo de puto!, que si te la llegás a olvidar después te tenemos que aguantar rezongando todo el día  y por lo menos yo, no tengo muchas ganas de oírte chillar…

(No le dijo que llevara un jeans porque estaba seguro que lo iba a llevar. A Miguel le gustaba andar siempre de jean azul gastado y remera blanca, así que descontaba que iba a ir vestido así. Tampoco le aclaro que llevara el gel para el pelo, porque también estaba seguro que lo iba a llevar, si no como hacía para parecerse en el peinado a los rockers ingleses que tanto admiraba, ni el Uvasal en el bolsillo del pantalón o en la billetera por si le caía mal la comida -sufría con frecuencia desajustes estomacales-.
Gonzalo tenía cierta habilidad para convencer a la gente, tenía 18 años recién cumplidos y ya se había convertido en  flamante vendedor estrella de la empresa Barugel & Azulay, lo metió a trabajar el viejo de Marina, el dueño del departamento que estaba cuidando. Marina era la novia, era hija de una familia progre, exiliada en Francia durante la dictadura que volvió a la Argentina con la democracia y nieta de una familia judío-alemana por parte de padre y polaca por parte de madre El padre era jefe de ventas de la empresa de fotocopiadoras Ricoh y por eso tenía buenos contactos y amigos en el mundo de las ventas y a uno de esos amigos le recomendó contratar a su actual yerno, Gonzalo, ni bien éste terminó el secundario. ¡No saben la emotiva carta que le envío a su amigo, Ernesto Benegas, gerente de ventas del local de la Av. Del Libertador de la empresa Barugel & Azulay para que lo sumara a su equipo de ventas. La carta hablaba de lo importante que era para un chico que buscaba trabajo y se quería llevar el mundo por delante su primer empleo, y así lo convenció! ¡Un capo!
Gonzalo hace poco más de un año que está de novio con la hija, pero como el padre lo abandonó entrada su adolescencia, Félix –porque así se llamaba el padre de Marina, el nombre completo era Félix Kaufmann- un poco lo adoptó como el hijo varón que nunca tuvo y Gonzalo por ese entonces se hubiera dejado adoptar por cualquiera que le dejara a su cuidado un departamento para hacer lo que él quisiera, durante el término de dos semanas y le prestara tan solo una videocassetera y un horno microondas.  Pero lo que quería esta vez no era solamente eso, sino rajarse a la costa atlántica, más precisamente a Villa Gesell para encontrarse con amigos, pero no quería hacerlo solo,  y por eso lo llamó a Miguel aquel jueves de verano por la noche. Y a la mañana siguiente lo llevó engañado)

-¡Abrime, Gonzalo, que soy Miguel! ¡Abrime!
-Ya sé, Miguel que sos Miguel, ¿quién carajo vas a ser? La Madre Teresa de Calcuta… Si te estaba esperando a vos, forro.
¿Qué mierda estuviste haciendo hasta esta hora que tardaste tanto? ¿Que te pasó, chabón? ¿Te querías poner linda para mí? ¡Mirá que hoy no te voy a coger…putita! A que te pusiste la bombachita rosa que tanto me gusta. A que te la pusiste.
-(…)
-¡Qué cara de culo! Es un chiste, pasá-
-(…)
Nooo boludo, no jodás con eso. Vos sabés que salir de mi barrio no es fácil. ¿Sabés lo difícil que es caminar hasta la Ricchieri y más con las zapatillas Nike que vos me regalaste. ¡Te rompen las pelotas, todos!  Caminás media cuadra y te dicen: “¡Qué lindas zapatillas que tenés, Miguel!, ¿me las dás? Dale, forro, no seas canuto, si vos te podés comprar otras. O si no le pedís que te regale otro par a alguno de tus amigos conchetos. ¿Por qué vos estoy seguro que tenés amigos conchetos en la capital? .Si no no irías tanto. Y cosas así.
A mí no me afanan porque me conocen, pero igual cada vez que pueden me rompen las pelotas y me bardean cada tanto mientras camino por el barrio y caminar una cuadra en Celina por lo general se convierte en dos y a veces en tres o quién sabe en cuantas más.
-¡Lo que pasa es que vos no sabés! ¡Vos no tenés idea, Gonzalo!-
-(…)
Estaá bieen… Dejate de llorar, maricón. ¡Tanto lío por esas zapatillas! ¡Si son una cagada esas zapatillas., boludo! Se las compré usadas a un pelotudo de Hindú, que el garca del padre se las trajo de afuera y que cada vez que íbamos a la casa con Maxi, Pancuca y con el gordo Fede nos decía: “no se afanen, naada”, “no se afanen, naada” y a menudo se jactaba de tirarle piedras a los gatos del botánico por la noche cuando los pobres estaban durmiendo y el muy forro lo hacía desde su inmenso balcón con vista a la Avenida Santa Fe y si por casualidad llegaba a saber que alguno de nosotros tenía una hermana que estaba buena te preguntaba: “es puta, tu hermana, no”, “es puta…tu hermana”  Y seguía: “¿Está buena?...” “¡Qué va a estar buena…!” “Seguro, que es fea como vos, pero si es puta me la cojo igual”, “es puta, tu hermana, no”
- Nooo.
A ese pelotudo se las compré, ¿sabés?  ¡Son brasileras…, no se usan más allá!, las trae de Río de Janeiro. Acá los pibes las usan porque todavía no entran muchos productos importados. Debe ser por eso. ¡Ahora se usan las New Balance, Micky! ¡Las New Balance!
-(…)
¡Para mí están buenísimas, igual!
-Ya sé que para vos están buenísimas por eso te las dí. Dejá de hacer puchero, maricón, como si fueras un pobrecito, que me vas a hacer llorar a mí también y no quiero.
¡Ahora se usan las New Balance, Micky!  Yo ya tengo unas. ¿Las querés ver? Subí que te las muestro. Se las compré a Santi, un pibe que iba conmigo al Saint Leonard, ¿sabés?
- ¡Qué voy a saber, si no conozco a ninguno de los pelotudos que iban con vos al Saint Leonard!
.-Ah no, nunca te los presenté…
Se las trae el viejo de Estados Unidos y el turro se las vende a los amigos en el colegio. Así se hace unos mangos, ¿sabés?
¡Estas sí que están buenísimas!
-¡Dejá de decir boludeces, Gonzalo y abrime la puerta de una vez, pelotudo, que tengo hambre!
-¿Qué no abrió el timbre? Que cagada, otra vez no anda.
-Ahí va, Micky, perdona. Seguro que es el pelotudo del cuarto que cierra la puerta con llave y dice que es por seguridad.
Ya bajo con la llave a abrirte.
-(…)
-¡Que haceés, queriido!
-¡Que hacés, cabezón!
¿Por qué tenías tanto apuro en que viniera?
-Porque te quería ver, así vamos mañana tempranito a la pileta. Así que a comer… y derechito a la camita. Nada de hablar hasta tarde como te gusta a vos de las minitas que decís te levantás en la ferretería y todo eso. Y que encima es mentira.
-¡Que va a ser mentira, boludo!
-…ni de poner la radio hasta tarde para escuchar la música pedorra que escuchás vos, porque ahora a la noche escuchamos a Dolina.
-¿Quién es Dolina?
-Después te cuento. Micky…
-(…)
Un conductor de radio que le gusta mucho a Marina y a sus amigas del Lenguitas y de tanto y tanto escucharlo ahora me gusta un poco a mí también. Se hace el progre pero me parece a mí que es más peronista que zurdo, hasta lo fuimos a ver con Marina en vivo a los estudios de la Radio Continental.
-Pero no me dijiste. Micky. ¿Te gusta el departamento, che?
-¡Está buenísimo, boludo! ¡Es enorme! Pensá que nosotros vivimos cinco con el perro en un dos ambientes chicos del Barrio Obrero en Celina.
-(…)
-¡Está buenísimo! Encima tiene una biblioteca gigante y tiene me parece…, a ver…todos los tomos de “El Capital” de Karl Marx. Yo lo único que leí de Marx fue el apunte sobre la teoría del valor, ese que habla de la plusvalía, el que me prestó Juan. A él se lo dieron para estudiar en el CBC para la Carrera de Comunicación.
-¿Vos leíste algo de Marx, Gonzalo?
-Noó, que carajo voy a leer, me importa un pito Marx. A mí no me interesa ni la sociología, ni la comunicación, ni la política como a ustedes, yo me quiero anotar en economía, pero para ser Administrador de Empresas. ¡Empresario, papá! Pero por ahora lo único que me interesa es ascender en la empresa que estoy y vender muchas juegos de baños y cocinas para ganar mucha plata y poder irme todas las veces que quiera de joda.
Bueno… pero para eso primero tengo que terminar las dos materias del secundario que me faltan.
-¿Qué? ¿Y Marina?
-Con Marina también quiero irme de joda, con Marina también… No hablaba de salir con otras minas, boludo, ¿qué pensaste?

(El departamento era precioso y era obvio que el suegro de Gonzalo, Félix Kaufmann, no lo compró vendiendo fotocopiadoras, ni traduciendo textos inéditos de Marx y Engels y de Rosa Luxemburgo del alemán al francés ni textos de Althusser del francés al castellano durante el exilio en Francia. La guita un poco la heredó de la madre de su mujer y otro poco de algún vuelto que se quedó de la política, antes que lo amenazarán de muerte y se tuviera que ir a vivir con la familia a las afuera de París. De hecho, la hermana más chica de Marina, Marguerite, es francesa. Dicen que Félix es, o mejor dicho, fue testaferro de un alto dirigente del Partido Comunista francés y que tenía fuertes vinculaciones en la Argentina con Rubens Iscaro y que ahora es testaferro de gente del PC en la Argentina.
 Gonzalo de progre no tenía nada. Más bien, era o fue, bastante careta, lo mandaron a estudiar de chico a  un colegio inglés bilingüe y a jugar al rugby al Hindú Club que quedaba y queda en Torcuato, pero cuando su abuelo “Bocha” se murió un poco que su castillo de naipes se le vino abajo y de a poco se le fue acabando todo y tuvo que reconstruir su vida y la de su familia como pudo. Su madre “Chiche” hace años que estaba o está enferma de una enfermedad que ataca a los nervios adentro de la cabeza y quedó al cuidado de su abuela “Memé” al igual que él hasta cumplir los 18.
Un tío por parte de la madre que estaba en mejor posición económica que ellos y que vivía en un piso alto con vista al río sobre la Av. del Libertador en Vicente López frente  a donde ahora hay un Carrefour los ayudó económicamente hasta que se cansó de hacerlo tiempo después de la muerte de su abuelo y un poco que se acabó todo para él. Se acabó el Saint Leonard, se acabó el Hindú y su tercer tiempo, se acabaron las chicas rubias de jockey y los viajes al exterior y la parafina en el pelo y vinieron las zapatillas importadas usadas, las remeras Sun Surf presadas, la secundaria nocturna en un colegio público de Once donde cursa las últimas dos materias que le faltan para poder terminarla –aunque el currículum que le armó el papá de Marina diga que es perito mercantil recibido- , los amigos pobres, el irse a vivir solo a un cuchitril sobre la calle Oro casi esquina Güemes cerca de Pacífico, que alquiló con la garantía del suegro. Tener que trabajar para pagar el alquiler y prácticamente dejar de ver a su mamá y a su abuela por recomendación de su suegra que era psicoanalista lacaniana y que jamás ejerció y que no tuvo mejor idea que decirle que tenía que romper con su familia porque si no nunca iba a poder progresar en la vida, en vez de recomendarle hacer terapia, a lo mejor porque sabía que no la iba a hacer y un poco que le hizo caso. Como le hizo caso Miguel a él, cuando le dijo: “Ya vimos la peli…, hemos comido, hemos bebido y ahora…)

-A dormir, Micky, que mañana nos tenemos que levantar temprano.
Pero antes escuchá el cassette que tengo: “Eyes without a face…” Escuchà, Micky, escuchá: “Eyes without a face…” ¿Qué es …? ¡Billy Idol, papá! Este tema seguro lo vas a poder sacar con la guitarra. ¡Vas a ver!
¡Que duermas bien, Micky! ¡Hasta mañana! ¡Qué descanses! No te puse la de Tinto Brass porque tenía miedo que te pusiera calentito y después te costara dormir y te anduvieras tocando.

A la mañana siguiente a la luz de un nuevo día, Gonzalo, no logra despertarlo:
-¡Despertate. Micky, despertate!
-Noo, pará, dejame dormir… un poco más.
Dale…, no seas canuto, cinco minutitos màs.
-Noo, boludo, que cinco minutitos más, despertate que es tarde. Ya te preparé el bolso y la leche calentita para el café.
Dale, levantate, boludo, que se enfría.
-(…)
-Seguro que te quedaste a la noche despierto fumando en el balcón y por eso ahora tenés tanto sueño.
¡Dale, Micky, despertate, toma la leche que nos vamos!

Gonzalo agarró con una mano los dos bolsos, pero antes que se fueran, manoteó con la mano que le quedaba libre un sobre con plata que estaba guardado en la vitrina del comedor y enseguida otro y los metió con carpa, lo más rápido que pudo en la mochila que tenía colgada en la espalda para que Micky no lo viera. Igual Miguel estaba tan dormido que aunque quisiera no podía ver nada.
Bajaron juntos por la escalera corriendo y sin dudar Gonzalo paró un taxi:
-¡Taxii, taxii!, ¡Acá, por favor!-, gritó.
El auto estacionó…
-¿Para qué vamos en taxi, Gonzalo?, preguntó sorprendido Miguel.
-¿Para qué va a ser, boludo? Para no llegar tarde. Si te la pasaste media hora lavándote la cara en el baño y peinándote el jopo frente al espejo como una quinceañera, además de calentar el café con leche cuatro veces en el microondas.
Por eso.
-(…)
-Maestro, cómo le va, llévenos a Aeroparque, por favor, y hágalo lo más rápido que pueda.
-(….)
-¿Para qué vamos a Aeroparque?, preguntó Miguel.
-Para ir a buscar a Juan.
-¿Pero Juan no está en Villa Gesell?
-(…)
-¿No está en Villa Gesell…?
-(…)
Ya vas a ver…, Micky. ¡Es una sorpresa…!

Al llegar a Aeroparque, por suerte el avión con destino a Mar del Plata estaba demorado y eso le dio tiempo a Gonzalo para contarle a Miguel que en realidad iban a ir a encontrarse con los chicos, pero a Villa Gesell, porque se habían ido todos a la costa hace un par de días, algunos en micro y otros en el auto de Quique, y que por supuesto no iban a ir a la pileta de IMOS, sino a la playa., que le había mentido y que por favor lo perdonara. Pero que sí se lo decía antes, seguramente no iba a aceptar, porque “vos sos un poco cagón y le tenés miedo a los aviones”. Y no entiendo bien por qué, porque nunca viajaste en uno. ¿O sí?
-Decime, Micky: ¿Por qué le tenès miedo a los aviones?
-¿Qué se yo, boludo? No me jodás con eso. Yo nunca salí mucho de Celina: al colegio en Mataderos, o a Caballito, o a Flores, o a Ramos, o a Belgrano cuando me encuentro con alguna minita, y ahora con ustedes que voy un poco más a Nuñez a la casa de mi primo Quique. Pero mucho más que el 28 que va por la Gral. Paz hasta Estación Rivadavia yo nunca me tomé. ¡A no, miento!, me tomé el tren eléctrico con ustedes, cuando fuimos de colados a Mar del Plata hace unos años. ¿Te acordás, no?
-¡Claro, cómo no me voy a acordar, boludo! ¡Si la pasamos genial! Si nos colamos todos y viajamos abajo de los asientos para que no nos viera el guarda: “Chancho, Chancho”, le gritaba el negro Carlos y se volvía a esconder y nosotros nos asustábamos todos por miedo a que nos descubriera. Me acuerdo que no nos querían alquilar una pieza en ningún hotel porque éramos menores. Decí que encontramos a ese pibe Jorge que iba a ver a la novia y como era mayor de edad firmó el libro de entradas en nombre de todos nosotros y nos dejaron pasar. ¡La pasamos genial!
-¿Te acordás cuando Juan se estaba cagando encima y como el Negro Carlos estaba ocupando el baño y tardaba mucho en salir, Juan no se aguantó más y antes de hacerse caca encima gritó: “la caja, la caja” y Quique le alcanzó la caja de zapatillas Nike vacía que se había comprado el Negro para que la usara de chata. ¡Qué hijo de puta este Juan! Tan fino que parece.
-¿Y te acordás cuando perdiste tu remera blanca porque le hiciste caso al pelotudo de Guillermo Binstock de lavarla en el mar? Decí que siempre llevás más de una.
-Y cuando estábamos en Playa Grande caminando por las rocas y el boludo de Horacio grita: “Vengan, vengan, que está lleno de minas tomando sol en pelotas” y vos corriste como buen pajero que sos y cuando se acercaron con Fernando y Robertito eran una manga de putos de pelo largo con la cola parada que les dijeron: “Hola, chicos”. “Seguro que vienen a debutar a Mar del Plata”. Y vos le gritabas desencajado: “Pero no con vos, puto de mierda”. “Pero no con vos”. Mientras Horacio le tiraba piedras ¿Pero bien que te gustaron de lejos, no? ¡Pedazo de puto! ¡Eso te pasó por pajero!
-(…)
¡No, jodás, boludo, claro que me acuerdo! No ves que estoy asustado. Yo nunca viajé en avión.
-Al final te entretuve con estas historias y ya casi llegamos. ¡Mirá lo buena que está la asafata! ¡Mirá que buena que está!
-(…)
¡Boludo, estabas tan nervioso que ni siquiera la viste!
Ya está maricón, ya pasó, ya llegamos.
-¿Y cómo pagaste todo esto, Gonzalo?
-Con plata, como lo voy a pagar.
-¿Y esto días con qué plata vamos a vivir? ¿Cómo vamos a ir hasta Villa Gesell?
-En remis…, pero quedate tranquilo que yo tengo suficiente guita para los dos, sino no te hubiera dicho que vinieras.
-¿Y cómo vamos a volver? ¡Mirá que yo tengo que estar el lunes a las ocho en la ferretería, eh!
-Yo también tengo que estar en la oficina a más tardar a las nueve. Así que por eso no te preocupés. ¡En micro vamos a volver, en micro!
-¿Pero tenemos pasajes?
-¡Que hincha pelotas que estás! Al menos llevá los bolsos que al final de cuentas hago todo yo.
Los sacamos allá. No te dije que yo tengo plata para los dos y si nos falta le pedimos a Juan o a Quique que seguro tienen. ¡No te preocupés!

A Miguel no se le fue el susto en todo el viaje en avión. No se movió del asiento en ningún momento, no hizo chistes ni le tiró tiros a las azafatas ni onda a ninguna otra mina y se bancó calladito que Gonzalo lo bardeara y le contará por enésima vez historias que ya son viejas, vividas en común y archiconocidas por ambos. Ni siquiera se preocupó por ir hasta el baño y acomodarse el pelo con gel cada tanto, como hace siempre.
A Miguel no se le fue el susto en todo el viaje en remis desde el aeropuerto de Camet hasta la 108 y 6 en Villa Gesell donde estaban sus nueve amigos hacinados en una pieza de alquiler que dejaba mucho que desear: Quique, el Enano, Gustavo Galatto, Diego Morera, Guillermo Binstock, el Negro Carlos,  Juan y dos amigos de Juan: Daniel Esses y Alejandrito Sztjen, los que al verlos dijeron:

-“¡GONZALO, GONZALO!”, viniste… ¡Vinieron, eeehhh…! ¡MIGUEL! ¿Cómo lo convenciste para que viniera al puto este?, exclamó Quique.
-Fue fácil, un poquito de vaselina y de a poquito fue abriendo los cantos. No saben lo asustado que estaba en el avión y como pide pija la guacha.
-¿Qué vinieron en avioónn? ¡Qué caapos!, gritó el Enano.
- Y sí, sino no llegábamos, contestó Gonzalo.

Miguel no podía decir palabra, se limitó a saludar a Daniel Esses y a Alejandrito que los acababa de conocer y fueron presentados en ese mismo momento por Juan, que de todos era el más educado y además parecían mucho menos desaforados que Quique, el Enano, el Negro Carlos y Gonzalo juntos, por lo que tuvo la sensación de que podían ser amigos o por lo menos llevarse bien mientras durara la convivencia.

Casi por la tarde fueron todos a la playa y a la noche a comer a un restaurant caretón que habían elegido entre Guillermo y Alejandro como para festejar el reencuentro y ahí Gonzalo no tardó en mandarse una de las suyas cuando Alejandrito a quién hace unas horas acababa de conocer le preguntó a la camarera:
-“Señorita, por favor, podría servirme unos mariscos”
-Si, claro, contestó la empleada.
-“Mirá que mariscos piden los putos”, le gritó desde la otra punta de la mesa un fervoroso Gonzalo.
-“Y a vos que te importa, boludo, si no los vas a comer vos”
-Noo, yo te digo por vos. Porque no sé si sabías que hay marea roja
-(…)
-¿No, señorita, que hay marea roja?, preguntó Gonzalo.
-(…)
¿Hay marea roja?, le preguntó por abajo Alejandro a una de las mozas.
¿Hay marea roja?, le volvió a preguntar a un señor que estaba en la mesa de al lado comiendo tranquilamente con su mujer y sus hijos.
Gonzalo, por supuesto, ya los había hecho cómplices a todos y todos fueron sus secuaces en la cargada a Alejandrito que por lo visto era un poco inocentón y llamó a la camarera y con vergüenza le dijo:
-“Señorita, discúlpeme, por favor, le puedo cambiar el pedido.
-Si, claro.
-No me traiga mariscos, traigame un bife a caballo con papas fritas, bien cargado, demostrando que el podía comer una comida mejor que los ñoquis con tuco que pidió todo el resto, incluso Gonzalo que teniendo un montón de plata encima prefirió guardársela porque tenía otros planes. Y otra bandeja con pan, y otra Coca, y una Cerveza también, y después postre.

Más tarde y después de jugar al pool en parejas de dos en un Bar llamado “Dinamita”, donde los que perdían tenían que pagar a cada uno de los ganadores un licuado de banana con dulce de leche, se dividieron en grupos: unos fueron a un boliche en la playa de nombre “Charlie’s”, ahí fueron: Miguel, Juan, Guillermo, Daniel y Alejandrito; y todos los demás fueron a un bar medio “rock and roll” que se llamaba “Petroleum”: el Enano, Galatto, Diego Morera que eran chupa medias de Quique y el Negro Carlos, con la promesa de que Quique y Gonzalo iban a ir después para allá, pero se demoraron un poco porque Gonzalo quería convencerlo de algo.
-¿Quique, me acompañas mañana al Casino de Pinamar? ¿Vamos con tu auto, dale? Yo tengo plata para la nafta y para todo. Para putas si querés también, cerramos la sala de Black Jack , todo. Nos las cogemos arriba de la mesa de ruleta. Si querés te compro merca, todo. ¡Lo que vos quieras, papu! ¡Llevame, dale! ¡Vamos!
Vamos mañana a la tardecita y con la excusa de irnos a bañar a la pieza nos rajamos de la playa mientras todos se quedan cantando y tocando la guitarra con Miguel cuando baja el sol  y se ponen seguro a tomar mate con facturas, que para eso son especialistas.
Gonzalo ya lo había convencido a Quique. Quique todo el tiempo quiso preguntarle de donde había sacado la plata que decía tener, pero no se animó, así que se fueron juntos para “Petroleum” a tomar una cervecitas-. “Una Quilmes negra para mi amigo, Quique”-, pidió en la barra y también para todos los que le gusta Rata Blanca, y a partir de ese momento empezó a sacar plata que traía escondida en un sobre que guardaba en la mochila y empezó a gastarla. “Acá a las ratas las matamos a todas”, gritó un borracho que se la daba de Jagger sentado frente a la ventana. “Aguante los Ratones”, gritó, entonces, Gonzalo.

Al otro día, Gonzalo y Quique hicieron lo que habían planeado: se fueron de la playa, le llenaron el tanque al Honda Civic, dos puertas, modelo 80 azul metalizado y encararon la ruta 11 para el lado de Ostende hasta el Casino de Pinamar con la ilusión y los nervios a cuestas; entraron, Gonzalo, jugó un par de plenos al número 22 que es el día de su cumpleaños y perdió, después al Punto y banca y también perdió, hasta que pidió dos whiskys en la barra para Quique y para él, se acercó al jefe de sala del casino y pidió cerrar la sala de Black Jack por el término de una hora, pero ahí entró solo. Quique se quedó afuera en los pasillos fumando y preguntándose como salía tanta plata de un sobre que traía encanutado en los calzoncillos Gonzalo y encima le parecía haber visto dólares, pero cada vez que Gonza sacaba plata y más plata de ahí le decía que mirara para otro lado y él le hacía caso. Lo que no pudo hacer Quique es mirar para otro lado cuando dos terribles morochas no le sacaban los ojos de encima, y él que todavía era un poco inexperto en la vida y el sexo, se dejó llevar por esas miradas hasta que supuso que lo que querían esas minas era merca, porque salvo que fueran putas jamás se fijarían en él, aunque estuviera acompañado por otro pendejo que se hacía el millonario y no paraba de adornar a cuenta persona se le acercaba: “esto es para vos” de acá y “esto es para vos” de allá. Y así las cosas.
A la hora y media aproximadamente salió Gonzalo con cara de pocos amigos, pero como un experto en disimular dijo:
-“Quique, dónde estabas, te estaba buscando”
-Estaba acá, Gonzalo, fumando.¿Dónde voy a estar?
-¿Y estas chicas que están allá son amigas tuyas?
-Noo, ojalá, que van a ser amigas mías. Pero no paran de mirarme…Para mí, que quieren merca.
-Chicas, ¿cómo están? , se acercó Gonzalo. El es mi amigo, Quique. ¿Quieren que vayamos a tomar algo? Una cerveza, frula, o algo así. ¿Quieren?
-Si quieren merca le conseguimos, pero acá no-, contestaron las chicas. Podemos ir a nuestro departamento si quieren ¿Están con auto?
-Sí, gritó Gonzalo: “Estamos con auto”.
-Eso si, les va a salir una platita y algún regalito para nosotras si quieren que la pasemos bien. ¡Muy bien!
-“Por la plata no hay problema”, dijo Gonzalo.
-“Vamos entonces”, dijeron ellas.
-“Que lindos que son” ¿Cómo se llaman?
-Yo Gonzalo y mi amigo, Quique.
-¿Ustedes?
-Yanina “mimosa”…dijo una de ellas y le acercó un beso al costado de la boca a Gonzalo como sabiendo quien manejaba la billetera.
.Cathy, dijo la otra y le estampó un beso en la mejilla a Quique que lo manchó con rouge, pero este fue más tímido.
A lo que Gonzalo le dijo: “Relaja, Quique, que son putas”
-¿Cómo te fue en el Black Jack?
-Para el orto, ni me hablés, me queda guita para estas trolas y no mucho más.
-¿De dónde la sacaste?
-Vamos a festejar mejor que la noche está en pañales y yo tengo unas ganas locas de coger, a ver si acabando se me va la mufa.
-¿De dónde la sacaste…?
-Me adelantaron todas las comisiones de las ventas de este mes en el laburo, va se las pedí. Estoy ganando mucho, pero también estoy gastando mucho, pero no quiero hablar de eso ahora. ¡Mejor vamos a festejar!

A la noche del día siguiente, Gonzalo tenía que volver con Miguel en micro a Buenos Aires, pero no tenía guita ni para los pasajes y su única salvación como siempre era Juan, pero esta vez no lo sumó a su joda porque tenía miedo que le preguntara de donde había sacado la guita y tuviera que decir la verdad y a Miguel no lo podía llevar por razones obvias y de los demás casi que no era amigo, un poco del Enano, pero tenía más ganas de ser amigo él de Gonzalo que Gonzalo de él. Ah, y del Negro Carlos pero era muy quilombero y le gustaba demasiado la joda y era incapaz de guardar un secreto.

-¿Juan me podés prestar plata para comprar mi pasaje y el de Miguel para volver a Buenos Aires? En Buenos Aires te la devuelvo.
-Sabès que pasa, Gonza, esta vez no tengo.
-¿Dale, mirá si vos no vas a tener plata?
-No, cambié de laburo y no tengo casi guita, encima esta vez lo estoy bancando a Daniel. ¡Perdoná! El que tiene un montón de plata es Alito.
-¿Quién es Alito?
-Alito es Alejandrito Sztjen.
-¿El de los mariscos?
Pero ni lo conozco, ¿no me va a prestar? Encima se recalentó cuando lo cargué.
-(….)
-¿Dónde la guarda? ¿Por saber nomás?
-La tiene en el bolsillo de la campera marrón de cuero. ¡Pero no se te ocurra afanársela!

A las horas Gonzalo tenía los pasajes para él y para Miguel. “Viste, Micky, que no te iba a fallar, que te dije que no te preocuparas” y al grito del Negro Carlos en pedo en la terminal de ómnibus de “un Ràpido para mi amigo Gonzalo y paaara Miguel” se fueron en el Rápido Argentino con destino a Retiro. Fueron todos a despedirlos, menos Daniel Esses y por supuesto, Alejandrito que ofendido sin saludar se fue un rato antes solo desde la misma estación de micros hacia Mar del Plata para encontrarse con unos amigos de Hebraica con los cuales igual tenía pensado encontrarse la semana que viene, pero adelanto el viaje cuando se dio cuenta que ya no podía confiar en los que dormían con él, porque le faltaba dinero de la billetera que guardaba en el bolsillo de la campera que estaba en el placard y al único que se lo dijo fue a Dany, dejo saludos para Juan y se fue.

(Como decía el papá de Juan: “Gonzalo no te quería cagar, pero tenía siempre una diarrea…”. Encima Juan, con esa cara de bueno que tiene, jamás nadie desconfía de él y se la pasa aconsejando a todos como hacer cualquier cosa: si le preguntan como hacer una monografía, él te dice como hacer una monografía; si le preguntan como encararse una mina, él te dice cómo encararte una mina; si le preguntan como armar un faso, él te dice como armar un faso, aunque nunca haya fumado un faso; y si le preguntan cómo afanar, él te dice como afanar; con esa lógica que sigue como si las cosas cayeran siempre de maduro para entender cualquier lógica y te la explica como en juego de ajedrez.
Gonzalo volvió a Buenos Aires con tiempo suficiente como para ir a trabajar y presentarse a la reunión que tenía en la oficina con un arquitecto que debía hacer una compra bastante grande de sanitarios y cocinas en Barujel & Azulay  para dos edificios de departamentos que estaba edificando por la zona de Saavedra, además el tipo venía recomendado por su suegro, Félix Kaufmann, el que se fue de vacaciones y dejó su departamento y el de su familia al cuidado de Gonzalo y un par de recados más para hacer. Pero Gonzalo estaba demasiado quemado por el sol y demasiado nervioso ese día como para presentarse a trabajar y no fue).

-¿Gonzalo, qué te pasó que no viniste a trabajar hoy?, le preguntó cuando lo llamó por teléfono su jefe Ernesto Benegas.
-(…)
-Te llamé al departamento de Félix, pero como no te encontré te llamé a tu casa porque supuse que estabas ahí.
-Lo que pasa es que estoy muy descompuesto y con fiebre, por eso no fui hoy a trabajar. Me parece que me insolé ayer en la pileta de IMOS.
-¿Pero si ayer estuvo nublado, Gonzalo?
-Noo, el rato que hubo sol digo. Lo que pasó es que me quedé dormido y me quemé mal o me insolé, que se yo, y por eso ahora me siento mal.
-¿Me parece que no hubo nunca sol ayer, Gonzalo?
-(…)
 -Bueno, no importa si hubo sol o no hubo sol. El tema es que me defraudaste. Félix y yo te confiamos este cliente que era muy importante para la empresa y vos no te presentaste a la reunión con él y el tipo se quedo esperándote, ni siquiera fuiste capaz de llamarlo ni a él ni a mí ni a ninguno de tus compañeros para que lo atendiera, así que le pasé la cuenta a Ramiro Pérez Vidal y el amablemente lo atendió y cerró la venta a su favor.
Si no vas a comprometerte con el trabajo, decímelo, así no pierdo tiempo con vos, ni en capacitarte, ni en pasarte buenos clientes, ni en nada. Pero es tu decisión, claro.
O le voy a tener que decir a Félix que nos equivocamos con vos, que no te interesa tanto este trabajo.
Chau, Gonzalo, que te mejores. Te espero mañana a primera hora en mi oficina. No faltes. Chau.
-Chau, Ernesto.

Y así pasó para Gonzalo la semana laboral: su jefe como castigo le quitó el saludo y lo miraba de reojo y con cara de culo todo el tiempo y no le pasaba más clientes -una técnica por lo visto bastante pelotuda-  porque Gonzalo no funcionaba así. Que su jefe no le hablara por unos días no constituía ningún castigo para él, sino todo lo contrario, así por un tiempo no le hinchaba las pelotas. Igual a Gonzalo le sobraba carisma y talento como para levantarse del escritorio sólo cuando tenía ganas de hacerlo, tomarse el trabajo de dar una vueltita por el salón y cerrar una venta tras otra con cualquiera de los potenciales clientes que entraban al local, incluso con los que solo ingresaban para averiguar los precios y las formas de pago y nada más, y él siempre terminaba vendiéndoles algo y más si los clientes eran mujeres a las cuales atendía con especial atención o tenían pinta de rugbiers o de jugar al golf en el golfito cercano al Tiro Federal, personajes a los que conocía muy bien tanto por su pasado de rugbier o porque era asiduo habitué del golfito de Udaondo.

Y así pasó Gonzalo la semana con los amigos todavía en Villa Gesell y con el llamado de Miguel que le hizo recordar que tenía que solucionar una cosa antes que volviera su novia con la familia de Córdoba y tuviera que devolver el departamento en condiciones el día sábado.

-Gonzalo, ¿cómo estás?
-¡Qué hacés Micky! ¡Bien, como voy a estar!
-No, te preguntaba porque a mí aunque quieras no me podés engañar. Yo vi la cara de preocupación que tenías a la noche en el micro cuando veníamos para acá. Si no te podías dormir, dabas vueltas de un lado y después para otro y nada. Si no pegaste un ojo en toda la noche.
No te llamé antes porque se que no te gusta que te esté diciendo lo que tenés que hacer, ni que me meta mucho en tu vida, pero te vi preocupado y por eso decidí llamarte ahora.
¿Fue por algo que paso el día que se fueron con Quique a Pinamar? ¿Fue por eso? Mirá que mi tía no sabe nada que Quique se está drogando de nuevo. ¿No le habrás prestado plata vos para que compre merca, no? Igual no te preocupés que yo no le voy a decir nada a Gregoria.
-No, Micky, no es eso, boludo, no es por Quique que estoy preocupado.
Me están rompiendo las bolas mucho en el laburo con que venda y venda y mi jefe se calentó porque falté el lunes y yo cuando volvíamos en el micro ya pensaba faltar, encima el pelotudo de mi jefe es muy amigo de Félix y le cuenta todo lo que yo hago. No sé, los pelotudos, se creeran que así me están cuidando, que lo hacen por mi bien. ¡Y que mierda saben lo que es el bien para mí! Además con Marina y con la familia las cosas no andan bien. ¡Estoy un poco hinchado las pelotas de todo!
-¿Y con tu vieja y tu abuela?
-Non con ellas no. ¡Pobres, si prácticamente no las veo! Por más que me haga el boludo mi mamá no está bien y no me gusta verla así y entonces prefiero no ir.
-(…)
Bueno, Gonzalo, te tengo que cortar porque tengo gente en la ferretería. Chau, loco, cuidate, que estés bien.
-Chau, Micky, hablamos después. Gracias por llamar.

Después de la hora de comer, Gonzalo, se armó de valor y encaró a su jefe:

-Ernesto, te quería hablar….
-Qué necesitás Gonzalo. Mirá que con vos no quiero hablar.
-(…)
Seguís siendo el mejor vendedor del salón, pero lo que hiciste el lunes no me cayó nada bien y vas a tener que hacer muy buena letra para que te devuelva el saludo.
-Ya sé. Lo que te quería pedir es si existe la posibilidad que me adelanten las comisiones de este mes y de los meses siguientes porque tengo unos gastos extraordinarios y voy a necesitar la plata.
-Eso lo maneja contaduría y para sacar adelanto de comisiones que todavía la empresa no cobró tendría que poner el gancho yo y por vos esta vez no lo voy a hacer, al menos hasta que te vuelvas a ganar mi confianza.
-(…)
-Aunque no lo creas te estoy ayudando. Si no hago esto no aprendés más.

¿Y quién mierda quería aprender algo y encima de este pelotudo? Así que Gonzalo se fue directo con los últimos tres y únicos recibos de sueldo a pedir un préstamo a una financiera que por supuesto no se lo dieron porque le exigían como mínimo tener seis meses de antigüedad en el puesto y él todavía no los tenía y cuando salió del local de la Av. Cabildo empezó a transpirar y a transpirar y lo mejor que se le ocurrió fue ir a ver a su tío materno que no veía hace tiempo, pero no lo atendió y después a su abuela que por supuesto si lo recibió con un abrazo y le preparó la salsa boloñesa con ravioles que al tanto le gustaba y le prestó toda la plata que tenía, pero no era mucha y solo alcanzaba para cubrir la plata de los impuestos de la casa de Marina y nada más.
Gonzalo abrazó a su abuela Memé y a su mamá Chiche con afecto y se fue, prometiéndole como hacía siempre que las iba a ir a visitar más seguido.
Al día siguiente, pagó los impuestos adeudados del departamento de la familia de Marina antes que cortaran algún que otro servicio, pero el problema aún no estaba resuelto.
Para colmó, el viernes por la mañana en la oficina no entraba un puto cliente, ni siquiera esos con pinta de garcas que sacan plata de todos los colores del bolsillo y pagan en efectivo y él ya había arreglado con la chica de contaduría que si entraba un pago grande en efectivo por cualquier venta de cualquiera de los vendedores del salón se lo daba y hacían figurar la venta para el mes que viene, porque todo el mundo estaba al tanto en la oficina que Gonzalo estaba atravesando un problema delicado de plata, pero no sabían bien cual y que el plazo se vencía más o menos el día sábado y lo querían ayudar.
Pero el tiempo se acabó y sonó con más insistencia que otras veces el teléfono de su escritorio.

-Gonzi, ¿cómo estás?
-Que hacés, Marina, volvieron.
-Si, volvimos un día antes.
-Ahh…
¿Qué tal la pasaron?
-Bien, muy bien.
-Ahh…
¿Qué tal La Cumbrecita?
- ¡Lindo, muy lindo, mi negro! Así dicen allá.
-Ahh…
-¿Estás bien, vos, Gonzi? Te noto raro.
-Raro, yo, ¿por qué? No, estoy bien. Un poco cansado nomás.
-Perdona, que te pregunte ahora: ¿pudiste pagar los impuestos de la casa?
-Si, Marina, claro, que los pagué. Unos días más tarde porque me colgué un poco pero los pagué.
-Ah, porque no estaban los recibos, quiero decir que no los encontramos.
-Porque los tengo yo guardados en la mochila. A la noche te los doy.
-¡Está bieen! No hay problema por eso.
-Chee, y el sobre que tenías que llevarle a Iscaro del PC, el que estaba herméticamente cerrado, que tenía los dólares ¿se lo llevaste? ¿O lo tenés vos todavía? Porque mi papá está como loco buscándolo, porque el tipo lo llamó hoy a la mañana diciéndole que no había recibido la plata y está convencido que vos te olvidaste de hacer lo que te pidió.
-Pará… Marina, que no te escucho bien. Haber… dejame que cambio de teléfono.
Ahora, te escucho mejor, ¿qué me decías?
-Qué….
-Pará…. pará de nuevo, que me llama mi jefe por un problema que hay acá en la oficina. Después te llamó, ¿sabés? Beso.

A la salida del trabajo, Marina lo estaba esperando en la esquina y verla para Gonzalo no fue en absoluto una sorpresa. Estaba seguro que tarde o temprano iba a aparecer y lo iba a encarar.
-¿Qué pasó que viniste a buscarme, Marina?
-A lo mejor porque no nos vemos hace dos semanas. A lo mejor porque si yo no te llamaba no eras capaz de llamarme vos, y bueno, porque quería verte también un poco. No te parece. ¡Te extrañé mucho, mi amor!
-(…)
Además, te escuché raro al mediodía cuando hablamos y pensé que te pasaba algo malo. Por eso vine.
-¿Qué te está pasando, Gonzalo, contame?
-¿Que me pasa de qué?
-¿Qué te pasa, Gonzalo? O mejor dicho, ¿qué te pasó?
-¿Que me pasó con qué?
-En estos días que te pasó, te noto raro, como tenso, preocupado, y vos no sos así, como si me quisieras evitar, como si no quisieras que te tocara.
- No, Marina, no es eso. ¿Cómo no voy a querer que me toques?
-Entonces, que te pasa Gonzalo, contame, soy tu novia.
-Nada.
-¿Qué te pasa, decime, dale? Me estás poniendo nerviosa.
-(….)
-Hablaá, ¿qué te pasó?, ¿qué tuviste?
-Nada.
-Hablaá:
-Lo que pasa es que tuve algunos contratiempos.
-¿Contratiempos? ¿Qué contratiempos?
-Algunos…
(…)
…Contratiempos.
-¿Cuáles?
-(…)
La plata que le tenía que llevar al fulano del Partido Comunista, ¿viste?, me la gasté, no la tengo.
-Ahh, era eso lo que te pasaba. Me lo suponía.
-¿Y qué te pasó tan importante que te gastaste 2000 dólares, Gonzalo?
-(…)
-¿Qué fue tan importante que te cagaste en la confianza de mi viejo, en la mía, en la de toda mi familia?
- Mi abuela.
-¿Tú abuela? ¡Esa que no joda! Ya te hizo bastante daño. A esa ya le dije que no te comprara más suéters ni pantalones pinzados de tela con la excusa de tu cumpleaños cuando vos lo que necesitás son trajes para trabajar y encima que te los compre con la plata que te pide todos los meses para gastársela quién sabe en qué, o mejor dicho, todos sabemos bien en qué: en el bingo o en esa quiniela trucha que levanta por el barrio o en los  juicios que le hacen por no pagar los alquileres de los departamentos que alquila siempre con garantías truchas y se ampara en que es una pobre jubilada y que cuida a tu mamá enferma que se volvió loca, la pobre, por culpa de ella.
Por eso mi mamá y yo te recomendamos que te fueras a vivir solo y lo hicimos para que salieras de una vez por todas de ese círculo vicioso en el que vivías y te salves. Pero vos te empecinas en seguir viéndolas y engancharte en sus quilombos.
-Que estás diciendo, ¿qué quilombos? ¿Qué me salve de qué, Marina? ¡Hablás igual que tu mamá!
Justamente fue una de esas cosas que vos decís lo que pasó. A mí abuela le salió el desalojo y para que no la echaran del departamento a ella y a mi mamá tenían que pagar lo que debían y yo le di la plata del sobre. ¿Qué iba a hacer? Es mi abuela y mi vieja, ¿no las podía dejar en banda?
-¿Pero, Gonzalo, era mucha plata esa? Y además no era tuya.
-Yo la voy a devolver.
El tema es que también le debían al abogado, que fue el que le consiguió la jubilación y se sumaron varias cosas. Mi idea era devolverla con las comisiones de las ventas de este mes y de los meses siguientes, pero el turro del amigo de tu viejo no me las quiso adelantar porque falté el lunes porque me sentía mal, y bueno, por eso todo esto.
-¿Pero, Gonzalo, estás loco? Esa plata es plata del partido no de mi viejo y con esas cosas no se jode. Se va a enojar mucho cuando se entere, el suponía que la tenías vos, pero no que te la habías gastado, noo y me pidió entonces a mí que te preguntara.
-Ahh, por eso viniste a buscarme y no porque me querías ver.
-Por las dos cosas, Gonzalo, pero que querés: con las cagadas que vos te mandás… Al final un reencuentro que debió haber sido lindo se transformó en una pelea.
Nosotros queremos ayudarte, pero si vos le mordés la mano a los que te dan de comer, no cuentes conmigo, ni con ninguno de mi familia.
-(…)
-Chau, Gonzalo, ¡no sé para que vine!
-(…)
Pará, Marina, no te vayas…
…Es que mi abuela está muy enferma.
-¡De la cabeza está enferma tu abuela y tu mamá también! Son tal para cual.
-No en serio, escuchá, mi abuela está muy enferma.
El otro día cuando fui a llevarle la plata a la casa la encontré llorando y me besó y me abrazó como si no me viera hace años y sentí que lo hizo con culpa, la pobre, y cuando le dí la plata la agarró con vergüenza y me juró que me la iba a devolver. Y después viste que yo siempre le hago el mismo chiste a Chiche, mi mamá, de golpear la mesa fuerte  y ella se asusta y empieza a marchar como un soldado como si un jefe militar le ordenara que lo hiciera y no deja de hacerlo hasta escuchar el próximo golpe.
-¿Y eso que tiene que ver, Gonzalo?
-Que cuando golpeé la mesa se cayó un sobre con un estudio oncológico...
Mi abuela tiene cáncer de páncreas y si a ella le pasará algo, ¿quién va a cuidar a mi mamá?
-No te preocupes que yerba mala nunca muere y además si tu abuela se muere nos haría un favor a todos, así deja de sacarte la plata que vos no tenés y que para dársela sos capaz de robar. Y a tu pobre madre, ya que ahora decís que la querés tanto, cuando la vivís cargando porque se asusta de todo, la metés de una vez por todas en un loquero y cobras vos la pensión que se traga tu abuela y que seguro alcanza para eso y para mucho más y se acabaron los problemas..
¿Pero en qué quedamos, Gonzalo? ¿Para qué te pidió la plata tu abuela?  Para pagarle a los abogados, para que no la desalojen y por el tema de la jubilación o para hacerse unos estudios.
-Para mí para hacerse unos estudios médicos que seguro PAMI no los cubre y tenía que hacerlos sí o sí en una clínica privada y me dijo lo del desalojo y lo del abogado porque son los quilombos que nosotros siempre tuvimos y que yo viví en carne propia y sabía que si me decía eso le iba a dar la plata. Igual ella no me la pidió, tampoco sabía que yo tenía esa cantidad de plata, simplemente me contó lo que le pasaba y yo se la ofrecí. Me contó lo que le pasaba el otro día que la llamé y bueno, se la ofrecí y después se la llevé. ¿Qué iba a hacer?
-¿Y para qué mierda tenés que estar vos llamándola? ¿Cuántas veces te dijimos que no lo hicieras? Que te hace mal, que siempre te mete en quilombos.
-(…)
-Además, ¿por qué va a mentir tu abuela con una cosa así? ¿Por qué va a decir que necesitaba la plata para parar un desalojo y para pagarle a un abogado chupa sangre o a dos, en vez de decir que tenía que hacerse los estudios por lo visto más caros del mundo en quien sabe que clínica privada por un cáncer de páncreas?
-(…)
¿Por qué va a ser?
-Por soledad.
-¿Por soledad?

-Sí, por soledad. Porque otra cosa va a ser.

sábado, 10 de agosto de 2013

Para todos todo

EL GENERAL EN JEFE del ejército libertador del sur Emiliano Zapata.
Manifiesto Zapatista en Nahuatí.
Al pueblo de México.
A los pueblos y gobiernos del mundo:

¡Hermanos!
Nosotros nacimos de la noche.
En ella vivimos, moriremos en ella.
Pero la luz será mañana para los más.
Para todos aquellos que hoy lloran la noche.
Para quienes se niega el día.
Para todos la luz.
Para todos todo.

Nuestra lucha es por hacernos escuchar.
Y el mal gobierno
grita soberbia y tapa con cañones sus oídos.
Nuestra lucha es por un trabajo justo y digno.
Y el mal gobierno
compra y vende cuerpos y vergüenza.
Nuestra lucha es por la justicia.
Y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos.
Nuestra lucha es por la paz.
Y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción.

Techo, tierra, trabajo, pan, salud.
Educación, independencia, democracia, libertad.

Estas fueron nuestras demandas en la larga noche
de los 500 años.

Estas son hoy, nuestras exigencias.

Llegamos

LLEGAMOS. Aquí estamos. Somos Congreso Nacional Indígena y Zapatistas. Los qué, juntos, te saludamos.
Si el templete donde estamos está donde está, no es accidente, es porque de por sí, desde el principio, el gobierno está detrás de nosotros.
A veces con helicópteros artillados, a veces con paramilitares, a veces con aviones bombarderos, a veces con tanques de guerra, a veces con soldados, a veces con policías, a veces con ofertas de compra-venta de conciencias, a veces con ofrecimientos de rendición, a veces con mentiras, a veces con estridentes declaraciones, a veces con olvidos, a veces con silencios expectantes. A veces, como hoy, con silencios impotentes.
Por eso no nos ve nunca el gobierno, por eso no nos escucha. Si apurara un poco el paso tal vez nos alcanzaría. Podría vernos entonces y escucharnos.
Podría darse cuenta de la larga y firme horizontalidad de quien es perseguido y, sin embargo, no se angustia, porque sabe que es el paso que sigue el que requiere atención y empeño.

Hermano, hermana:

Indígena, obrero, campesino, maestro, estudiante, colono, ama de casa, chofer, pescador, taxista, estibador, oficinista, empleado, vendedor ambulante, banda, desempleado, trabajador de los medios de comunicación, profesional, religioso, homosexual, lesbiana, transexual, artista, intelectual, militante, activista, marino, soldado, deportista, legislador, burócrata, hombre, mujer, niño, joven, anciano.

Hermano, hermana del Congreso nacional indígena, arco iris ya de lo mejor de los pueblos indios de México:

¡Nosotros no deberíamos estar aquí!

(Después de escuchar esto, estoy seguro qué, por primera vez, el que despacha detrás de mí está aplaudiendo a rabiar, así que lo voy a repetir…)

¡Nosotros no deberíamos estar aquí!

Quienes deberían estar aquí son las comunidades indígenas zapatistas, sus siete años de lucha y resistencia, su oído y su mirada.
Los pueblos zapatistas, los hombres, niños, mujeres y ancianos, bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que son los pies que nos andan, la voz que nos habla, la mirada que nos hace visibles, el oído que oído nos hace.
Quienes deberían estar aquí son las insurgentas y los insurgentes, su persistente sombra, su callada fortaleza, su memoria levantada.
Las insurgentas e insurgentes, las mujeres y hombres que forman las tropas regulares del EZN y que son el guardián y corazón de nuestros pueblos.
Son ellas y ellos quienes merecen verlos y escucharlos y hablarles.

¡Nosotros no deberíamos estar aquí! ¡Y sin embargo estamos!

Y estamos junto a ellas y ellos, los ellos y ellas que pueblan los pueblos indios de todo México.
Los pueblos indios, nuestros más primeros, los más primeros pobladores, los primeros palabreadotes, los primeros oidores.
A los qué, siendo primeros, últimos parecen y perecen…

Hermano, hermana indígena:

Tenek: de muy lejos venimos.
Tlahuica: caminamos tiempo.
Tlapaneco: la tierra andamos.
Tojolabal: arco y flecha somos.
Totonaco: viento caminado.
Triqui: el corazón y la sangre somos.
Tzeltal: el guerrero y el guardián.
Tzotzil: el abrazo compañero.
Wixaritari: derrotados nos suponen.
Yaqui: mudos.
Zapoteco: callados.
Zoque: mucho tiempo tenemos en las manos.
Maya: aquí venimos a nombrarlos.
Kumiai: aquí venimos a decir “somos”.
Mayo: aquí venimos para ser mirados.
Mazahua: aquí para mirar ser mirados.
Mazateco: aquí es dicho nuestro nombre por nuestro paso.

Mixe: esto somos:

El que florece entre cerros.
El que canta.
El que cuida y crece la palabra antigua.
El que se habla.
El que es de maíz.
El que habita en la montaña.
El que anda la tierra.
El que comparte la idea.
El verdadero nosotros.
El hombre verdadero.
El ancestro.
El señor de la red.
El que respeta la historia.
El que es gente de costumbre humilde.
El que habla flores.
El que es lluvia.
El que tiene conocimiento para mandar.
El cazador de flechas.
El que es arena.
El que es río.
El que es desierto.
El que es mar.
El diferente.
El que es persona.
El rápido caminador.
El que es gente.
El que es montaña.
El que está pintado de color.
El que habla palabra legítima.
El que tiene tres corazones.
El que es padre y hermano mayor.
El que camina la noche.
El que trabaja.
El hombre que es hombre.
El que camina desde las nubes.
El que tiene palabra.
El que comparte la sangre y la idea.
El hijo del sol.
El que va de uno a otro lado.
El que camina la niebla.
El que es misterioso.
El que trabaja la palabra.
El que manda en la montaña.
El que es hermano, hermana.

Amuzgo: todo esto dice nuestro nombre.
Cora: y más dice.
Cuicateco: pero apenas se escuchaba.
Chimanteco: otro nombre tapaba nuestro nombre.
Chocholteco: aquí venimos a sernos con los que somos.
Chol: somos el espejo para vernos y sernos.
Chontal: nosotros, los que somos el color del color de la tierra.
Guarijio: aquí ya no más la vergüenza por la piel.
Huasteco: la lengua.
Huave: el vestido.
Kikapu: la danza.
Kukapá: el canto.
Mame: el tamaño.
Matlatzinca: la historia.
Mixteco: aquí ya no más la pena.
Nahuatl: aquí el orgullo de sernos el color que somos del color de la tierra.
Nahñu: aquí la dignidad que es vernos ser vistos siendo el color que somos del color de la tierra.
O’osham: aquí la vos que nos hace y alienta.
Pame: aquí ya no el silencio.
Popoluca: aquí el grito.
Purepecha: aquí el lugar que estuvo escondido.
Raramuri: aquí la morena luz, el tiempo y el sentido.

Hermano, hermana indígena:
Hermano, hermana no indígena:

Aquí estamos para decir aquí estamos.
Y cuando decimos: “aquí estamos”, también al otro nombramos.

¡Hermano, hermana que eres mexicano y que no lo eres!

Contigo decimos: “aquí estamos” y contigo estamos.

Hermano, hermana indígena y no indígena:

Un espejo somos.

Aquí estamos para vernos y mostrarnos, para que tú mires, para que tú mires, para que el otro se mire en la mirada de nosotros..

Aquí estamos y un espejo somos.

No la realidad, sino apenas su reflejo.
No la luz, sino apenas su destello.
No el camino, sino apenas unos pasos.
No la guía, sino apenas uno de tantos rumbos que el mañana conducen.

Hermano, hermana Ciudad de Mèxico:

Cuando decimos: “somos”, también decimos: “no somos” y “no seremos”.

Por eso es bueno que, quienes allá arriba son el dinero y quien lo vocea, tome nota de la palabra, atento la escuche y atento vea lo que ver no quiere.
No somos quienes aspiran a hacerse del poder y, desde él, imponer el paso y la palabra.
No seremos.

No somos quienes ponen precio a la dignidad propia o a la ajena, y convierten a la lucha en mercado donde la política es quehacer de marchantes que disputan no proyectos sino clientes.
No seremos.

No seremos quienes esperan el perdón y la limosna de quien simula ayuda cuando en realidad compra y que no perdona, sino humilla a quien, siendo, es desafío y reclamo y demanda y exigencia.
No seremos.

No somos quienes, ingenuos, esperamos que de arriba venga la justicia que sólo desde abajo se crece, la libertad que sólo con todos se logra, la democracia que es todos los pisos y todo el tiempo luchada.
No seremos.
No somos la moda pasajera que, hecha tonada, se archiva en el calendario de derrotas que este país luce con nostalgia.
No seremos.

No somos el taimado cálculo que finge la palabra y en ella esconde un nuevo fingimiento, no somos la paz simulada que anhela guerra eterna, no somos quien dice “tres” y luego “dos” o “cuatro” o “todo” o “nada”.
No seremos.

No somos el arrepentido de mañana, el que se convierte en imagen aún màs grotesca del poder, el que simula “sensatez” y “prudencia” donde no hubo sino compra-venta.
No seremos.

Somos y seremos uno más en la marcha.
La de la dignidad indígena.
La del color de la tierra.
La que develó y desveló los muchos Méxicos que bajo México se esconden y duelen.
No somos su portavoz.
Somos una voz entre todas esas voces.
Un eco que dignidad repite entre las voces todas.
A ellas nos sumamos, nos multiplicamos con ellas.
Seguiremos siendo eco, voz somos y seremos.
Somos reflexión y grito.
Siempre lo seremos.
Podemos ser con o sin rostro, armados o no con fuego, pero zapatistas somos, somos y siempre seremos.
Hace 90 años, los poderosos preguntaban al de abajo que Zapata se llamaba:
- ¿Con qué permiso señores?
Y los de abajo respondimos y respondemos.
- “Con el nuestro”
Y con el permiso nuestro, desde hace exactamente 90 años nos hicimos grito, y “rebeldes” nos llamamos.
Y hoy repetimos: rebeldes somos.
Rebeldes seremos.
Pero serlo queremos con los todos que somos.
Sin la guerra como casa y camino.
Porque así habla el color de la tierra: tiene la lucha muchos caminos y un solo destino tiene: ser color con todos los colores que visten la tierra.

Hermano, hermana:

Dicen allá arriba que este es el final de un temblor, que todo pasa menos su ser ellos encima de nosotros.
Dicen allá arriba que tú estás aquí para con morbo ver, para oír sin escuchar siquiera.
Dicen que somos pocos, que débiles nos estamos. Que no somos más que una foto, una anécdota, un espectáculo, un producto perecedero con la fecha de caducidad cercana.
Dicen allá arriba que nos dejarás solos. Que solos y vacíos volveremos a la tierra en la que somos.
Dicen allá arriba que el olvido es derrota y se sientan a esperar a que olvides y derrotes y te derrotes.
Allá arriba saben pero no quieren decirlo: no habrá ya olvido y no será la derrota la corona para el color de la tierra.
Pero no quieren decirlo porque decirlo es reconocerlo y reconocerlo es ver que todo ha cambiado y ya no para que nada cambie sino para que todo cambie cambiando.
Este movimiento, el del color de la tierra, es tuyo y porque es tuyo es nuestro.
Ahora, y es lo que ellos temen, no hay y ya el “ustedes” y el “nosotros” porque todos somos ya el color que somos de la tierra.
Es la hora de que el Fox y a quien sirve escuche y nos escuche.
Es la hora de que el Fox y quien lo manda nos vea.
Una sola cosa habla nuestra palabra.
Una sola cosa mira nuestra mirada.
El reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas.
Un lugar digno para el color de la tierra.
Es la hora de que este país deje de ser una vergüenza vestida sólo del color del dinero.
Es la hora de los pueblos indios, del color de la tierra, de todos los colores que abajo somos y que colores somos a pesar del color del dinero.
Rebeldes somos porque es rebelde la tierra si hay quien la vende y compra como si la tierra no fuera y como si no existiera el color que somos de la tierra.

Ciudad de México:

Aquí estamos. Aquí estamos como rebelde color de la tierra que grita:

¡Democracia!
¡Libertad!
¡Justicia!

México:

¡Justicia!

México:

Nos venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes. Que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros los que somos el color de la tierra.

(Desde el Zócalo de la Ciudad de México, lunes 12 de marzo de 2001,
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del
 Ejército Zapatista de Liberación Nacional)