domingo, 26 de abril de 2015

Lo que quiero decirles


NO SÉ PORQUE me hago caca encima. Nunca pude explicarlo. Uno no anda por la vida contando estas cosas. Supongo, que fue desde que falleció mi padre. El se desangró en una clínica por un cáncer terminal. Sin camino de vuelta, se fue, y no va a regresar. Los médicos pronosticaban que no pasaba el fin de semana, cuando fue internado por última vez, y aunque no me crean duró seis meses.
Cuantos más años pasen, estará más lejos, estará más cerca, más, más. De padre a hijo. Por las tardes frías, de verano a invierno. Mientras los árboles de la calle se deshojan en uno, temblando en cuclillas la herida no cierra. La cicatriz abierta de la panza que queda, cada vez más necia, más necia. Se va.
Esa fue la primera vez que fui a terapia. Las transfusiones no fueron suficientes. En cambio sí: “Porque sangra, usted sangra”, me preguntó una psicóloga. “Yo no sangro”, le dije, “yo me cago”, contesté. Como nube que escapa de alguna tormenta. Y a partir de ese día dejé de ir. ¿Para qué? Si mi papá había muerto.
Como las hojas secas –les dije- que arrastran después a las ramas más débiles. Si la promesa de que él iba a hacer el esfuerzo de vivir y yo de recibirme nunca fue cumplida.
Él casi que no hablaba en ese momento. Y la oportunidad calva cuando dura tan poco se pierde en el qué.
Tantas cosas me hubiera gustado decirle: Que lo quería, tal vez. Que el poema está oculto. Que no me gustaba como la trataba a mi madre, por supuesto. Que el poema está oculto. Que era un vago, todos lo sabían. Que el poema está oculto. Que se vestía de traje para hacer creer que venía de un trabajo que no tenía, era obvio. Que el poema está oculto. Que se hacía el loco para pasarla bien, también. Que el poema está oculto. Que siempre estaba enfermo, ¿qué culpa tenía de eso? Que el poema está oculto. Que me tratara mal a mí, sí. Que el poema está oculto. Que vivía enojado, que se yo. Que el poema está oculto. Que gritaba todo el tiempo, menos. Que el poema está oculto. Tantas cosas me hubiera gustado decirle. Y es triste ver como los ríos huyen. Pero no me animé, o a lo mejor no tenía nada para decirle y por eso que no lo hice. No sé. En las cosas importantes, es tan común no hablar…

No sé porque me hago caca encima. Nunca pude explicarlo. Ni siquiera pude llorar profundamente. Uno no anda por la vida contando estas cosas o sí. Hablando hasta tarde se acostó hasta el sol mientras me dormía. Me entristece no poder hacerlo. Mi hermana dice que siempre me hice caca encima, desde muy chiquito. Y no dejaba árbol de los bosques de Palermo sin cagar en la urgencia impotente de mis actos crónicos. Porque ni siquiera me pongo nervioso. “Pasa eso”, dice siempre mi madre. A ella también le pasa. En mi caso, te limpiás calladito o no, tirás el calzoncillo por ahí o lo guardás en una bolsita de plástico y listo. Y vas a donde tenías que ir como si nada hubiera pasado. Aclarando antes las interpretaciones dudosas. Si total… pasa, si total no hay recuerdo.
Y si por casualidad un olor nauseabundo te delata. Que rara vez ocurre. El sendero entre los surcos se perfuma estrecho, los pastos tan altos, que mi ropa sucia se humedece de a poco con el rocío terco que quedó de la noche. Porque nadie cree que a un tipo tan educado y amable en el trato le puedan pasar estas cosas. Y aunque sientan los efluvios en el aire, acaso tan cerca, no se atreverían a decírmelo. En el peor de los casos tengo que volver a mi casa a bañarme y cambiarme de ropa después de una explosión intestinal. Y lo único que aspiro es ser un ermitaño. La única explosión real que toleran mis nervios. Porque casi no grito yo cuando me enojo. Y casi que ni me enojo. Y cuando grito, lo hago como lo hacía mi padre. Pura imitación de algo que siempre odié. Quizás por eso. Quizás por eso evito el descontrol. No sé. Y lo único que aspiro es ser un ermitaño.

No sé porque me hago caca encima. Nunca pude explicarlo. Pero un huésped reside en mí. Uno no anda por la vida contando estas cosas, pero hoy quiero hacerlo. Incluso de adolescente me iba de raje al baño del colegio cuando me estaba haciendo encima y hasta guardé durante mucho tiempo una caricatura que me hizo un compañero de clase en la que se me veía sentado en el inodoro con la puerta abierta, envuelto en toneladas de rollos de papel higiénico cayendo sobre mí. Tapándome. Y cuando el día muere enciendo una vela.
Calculo, que fui a terapia varias veces en busca de una respuesta al asunto, aunque los motivos que me llevaron a iniciar un tratamiento siempre fueran otros. Triste es el murmullo del agua, lúgubre el balanceo de los juncos, si se cargan con años. La segunda vez que lo hice, fue porque me había enamorado como nunca antes lo había hecho y quería que ese amor funcionara para bien. Y al sur los combates, y al norte la muerte. Y si me sacaba algunos fantasmas de encima, eso podría ayudarnos, pensé. Además se habían presentado algunos problemas inesperados al principio de la relación, y por eso, también la consulta. Los que caigan en batalla si son privados de sepultura los huesos apestan. Y otra vez la cagadera. Pero ni bien se solucionaron los problemas, decidí dejar de ir. Nosotros combatimos heroicos sobre los fieles caballos y cuando caemos, cerrás los ojos y listo. Lo de la cagadera: bien, gracias.
De todos modos, volví a insistir con la apuesta y con el tiempo fui a una tercera psicóloga. ¡Macanuda esta! Tanto que hasta descubrí que tenía un complejo de inferioridad con respecto a mi mujer, que me avergonzaba haber nacido visco, por lo que me operé de estrabismo por segunda vez para que mis ojos se vieran más derechos por un tiempo, aunque el resultado del cambio fuera solo estético. De la cagadera hablaba, pero nada. Allí llené por un rato el vacío significante de la intranquilidad. Excepto, la memoria de algún deseo que le pedía a mi abuela paterna para que se cumpliera, como nudo desatado a tirones cuando me agarraba de nuevo la cagadera, y como suponía sufrir mucho en ese instante infinito, la vida debería compensarme por aquel sufrimiento. Un par de días me mantuve apartado de la gente. Limpié el baño de mi casa y lo preparé para la visita de mi abuela muerta. Vino bajando al llamado por los picos ocultos por las nubes menguantes. Sentados frente a frente compartimos de un sorbo la resina del pino, le prendimos un cigarrillo 43 70 al Ekeko y atamos con fuerza el nudo del pañuelo. Las campanas de la iglesia San Javier anunciaban de nuevo el comienzo del rito. Y al cabo de unos meses con cualquier excusa a la tercera psicóloga también deje de ir.
Hasta que pensé que los tratamientos fallaban porque me trataba con mujeres, en lugar de ir a un analista varón, y me dispuse entonces a buscar uno, ya que siempre tuve la fantasía qué, si el profesional en cuestión me dijera algo que no me gustara, o interviniera en la terapia de manera imprudente, lo cagaba a trompadas. Doradas nubes bañan la muralla de mi muro tan alto. Como hacía mi padre. Pura imitación. Y otra vez la cagadera. Mis ojos estaban fijos en el azul francés de los azulejos del baño. Azulejos que parecen separarme del mundo, como las cenizas del volcán Calbuco que oscurece el río. Pero el tipo era tan relajado que parecía una nena, tan suave en sus modales y medido al hablar y subrayar las cosas, que me daba la sensación que ni para sparring servía. La rabia de entonces me oprimía el corazón y sus lágrimas como fina lluvia, casi ni me mojan.
Me habían votado justo para delegado en el trabajo y hasta había conseguido que incorporaran a la planta transitoria a mis compañeros contratados del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y cuando un alto dirigente de la Agrupación ATE Capital me llamó para ofrecerme un cargo, un compañero a punto de jubilarse que estaba actualmente cumpliendo funciones de ese tipo y había salido tercero en las elecciones internas que hicimos en la repartición, me pidió que él quería seguir siendo el representante gremial del sector, y empezó a temblar tanto cuando me lo dijo: un poco por nervios y otro poco por cierta abstinencia a la bebida, que al final no acepté. Desde los sauces la brisa se desliza en mi cara. Los pájaros se pierden en la altura. Una nube solitaria se aleja despacio y me deja. Me quedé la noche pensando. Alcé la mano y alcancé las estrellas, pero no me atreví a levantar la voz. Temía despertar mi cielo dormido. Él psicólogo al que iba por ese entonces me dijo que había defraudado a quienes habían depositado su confianza en mí, y que había tomado una decisión a espaldas de mis compañeros. ¡Tenía razón! Y me fui. Un vaso de vino entre las flores; esta vez bebí solo, sin un amigo de los tantos que decían serlo me ofreció compañía. Levanté el vaso entonces e invité al poema. Total, como era: “El poema está oculto”. Pero el poema no acostumbra a beber conmigo  y yo ya no quería beber solo esta vez, y mi sombra vaga solo sabe seguirme.
También dije en aquel momento que quería terminar la facultad y cuando llegara la instancia de hacer la tesina se me presentaría un problema, porque yo no quería hacer un planteo como el de cualquier alumno de grado, yo quería competir con Foucault. En las palabras que entono vibran rayos de sombra; pero en las prácticas que ensayo todo es muy distinto: mi sombra me oscurece y me deshace. Y por supuesto no lo hice. Ni siquiera supe contestar porque elegí la Carrera de Ciencias de la Comunicación y mucho menos la orientación en Periodismo cuando me lo preguntó. Pero al menos entendí a Deleuze y a De Certeau para la tesis final sobre la obra cronística de Pedro Lemebel. Ahora los cinco juntos, antes de beber, sufrimos; sin llegar a estar ebrios, cada uno por su lado. Pero él nunca se va a enterar de que me recibí y mucho menos de que me sigo cagando encima, porque no fui más. Ni siquiera me acuerdo cual era su nombre.
La última vez que probé con la psicología aguanté bastante tiempo yendo y los logros esta vez fueron muchos y variados. Porque vivo en “mi montaña”, era la pregunta. Me sonreí callando con el corazón sereno. Ahora soy Licenciado en Ciencias de la Comunicación y tuve una hija con la mujer que me enamoré como nunca antes lo había hecho y con la que quería que ese amor eterno funcionara para bien. El poema está oculto, repetí. Y otra vez la cagadera fue motivo de consulta. Bajo otro cielo aún vivo. Siempre cuento eso en las admisiones previas a los tratamientos. ¿Cuánto puede durar esto? Cien años como mucho. ¿Cuánto? Pero ya había empezado a escribir algunas cosas feas de mi pasado. Como desahogo, supongo -no sé, me salió- que el papel higiénico esta vez no pudo limpiar ni tapar. Para vivir y sufrir luego. Y eso que de chico lo hacía con trozos de diarios viejos cortados en rectángulos por falta de recursos, y un mal hábito propiciado por mi abuela paterna, la misma que me enseñó a pedir a Pilato y yo en cambio lo hacía a ella a través de los nudos, salvo cuando nos visitaba rara vez mi otra abuela, la mamá de mi mamá, y esa vez sí, colocábamos en el baño un papel higiénico con hojas de marca Higienol, que cuando se iba regresábamos al armario para ser guardadas como un bien preciado casi sin usar.
Pero una golondrina no hace verano. Y aunque te laves las manos una y mil veces, el olor y la tinta te quedan impregnadas para siempre en los dedos. Bajo los rayos de sombra: en cuclillas y sólo llorando en la tumba. Como mancha indeleble. Por más que otros no lo huelan, ni crean del todo que a menudo te pasa. Ahí está. Ahora sí sírvame otro vino, ¿eehh, qué hace?, me está mojando, no se da cuenta que rebalsa el vaso, que la copa está llena. Tiene razón, cuando esté vacía vuelva. Se va.
Fui capacitador también de muchos de los empleados que ingresaban a la Secretaría de Atención Ciudadana del Gobierno de la Ciudad, a los cuales les trasmití en un curso que daba mi experiencia y conocimientos del área, y la tarea docente para el Instituto de la Carrera me resultó por entonces placentera. Pero la perfección que alcanzamos ebrios desaparece al despertar. Lo mismo que cuando tuve editorial de revistas y cuando me empezó a ir mal, como si al cielo no le gustase el vino que tomo, me enojé con el mundo, empecé a repartir cheques voladores y truchos y a la imprenta que no me financiaba, literalmente la cagaba. Firmaba pagares que nunca levantaba y esquive juicios comerciales mejor que a los golpes que recibí de chico. Y eso me hacía sentir bien. Los acreedores por mi cara de bueno habitualmente me creían y algunos pocos me financiaban igual, o lo hicieron simplemente para endeudarme hasta la coronilla. En cuanto a mí, denme otro vaso de vino y les escribiré cien historias, pero no me provoquen, porque soy más inteligente que ustedes y podrían pasarla mal. Por aquel entonces dormía para la mierda por las noches, por tanta deuda impaga contraída a destiempo, y me despertaba sobresaltado creyendo que el reclamo hacía sonar el teléfono sin hacerlo. Pero no me hacía caca encima. Bueno, alguna vez, pero no era por eso. Mis ojos hace tiempo se niegan a ver claro, siempre lo hacen, Por mucho tiempo mis oídos eligieron ser sordos. Terminados los gritos, concluido el silencio de pájaros de canto, cuando las hojas vuelven a caer cubriendo mi montaña. ¿Cuándo dejará de ocultarse el poema?, me pregunto.
Después fui coordinador en un área de atención al público del Gobierno de la Ciudad también, y ahí la cosa comenzó a complicarse, y este nuevo desafío fue también motivo de consulta en terapia. Siempre le tuve bronca a la autoridad, pero esta vez la autoridad venía a ser yo, y eso un poco desordenó mi estructura rebelde liberada en cuotas en unas cuantas estafas, alguna que otra trampa, un par de mentiras y cierto placer por encontrar los desvíos. La gente empezó a esperar de mí, más cosas de las que yo mismo esperaba. No eches a las moscas de la ventana, no les hagas caso a los mosquitos de la tarde. Si te rodean, es fácil abstraerse. ¡Los escuchas y listo! Y durante casi dos años no apareció la cagadera Ya no me agarraba un atracón de comida y bebida para provocarla en estado nervioso e irritar aún más mi colon, por demás irritable. Ya no iba a caminar o hacer deporte para despejarme, ni de vacaciones, ni dormir lo más que pudiera dos días seguidos. Ya no tenía conductas obsesivas, ni pedía un deseo cuando me pasaba para que no se cumpliera. Ni siquiera buscaba tener sexo para soltar en el semen la angustia contenida que estira un condón. Ni cagaba más a nadie. Y me encontré escribiendo historias guardadas a la vez compulsivas. Que tenga su parte de existencia; la sombra del viento y me deje su rastro.
Hasta que una tarde de sábado caminando tranquilo yendo a comprar facturas a una panadería nueva que me recomendó un amigo a unas diez cuadras de casa, al volver, no cortes el bambú para hacer una flauta que parezca una quena, sin previo aviso, no lo cortes para hacer una caña de pescar como te piden otros, como aparece un ladrón, cuando sus hojas y flores están marchitas, me hice caca encima otra vez.
Me estaban esperando a la hora del mate mi mujer y mi hija recién nacida. Entré sigiloso lo más despacio que pude. El calzoncillo con elástico nuevo que me regalaron para navidad mis sobrinas, contuvo, la explosión nodal de mí andar desconsuelo y me ensucié poco más que las piernas, un poco las medias y una, de las dos zapatillas. Y sequé con la caca las lágrimas del suelo en que me vi reflejado. Ellas se fueron dejando un espejo en mi cofre. Desde que ya no reflejan mi cara como es, parecen agua otoñal, agua sin sus fotos. ¡Todo bien!, me preguntó mi esposa. ¡Todo bien!, le dije. No acostumbraba a mirarme la cara en un espejo limpio. Y me fui directo al baño lo más rápido que pude. Me limpié calladito, tiré el calzoncillo en una bolsita de plástico como tantas veces, aunque esta vez podía haberlo lavado si quería. Pero no quise. Me lavé la cara para secar la transpiración. Esta vez al revés. Se invirtieron los roles. Cuantos más años pasen, estará más lejos, estará más cerca, más, más. De hija a padre. Por las tardes frías, de invierno a verano, y me senté en la mesa a comer las facturas como si nada hubiera pasado. Mientras los árboles de la calle se deshojan en uno, temblando en cuclillas la herida no cierra. La cicatriz abierta de la panza que queda, cada vez más necia, más necia. Se va. Si total… pasa, si total no hay recuerdo. En todo el año no abrí el cofre; la tierra acumulada cubrió el bronce del espejo. Y lo limpié con un trapo para mirar de nuevo mi cara cansada. Al dejar de mirarlo mi pena había crecido.
A mi hija la habían vacunado por primera vez entre otras cosas contra el rotavirus y andaba pobrecita con mucha diarrea, bastante fiebre y dolores de panza. ¡Lloraba! Mucho lloraba. ¡Gritaba! Mucho gritaba. Mientras se retorcía horrores al cagarse encima. Me dolía como sus ojos, aún grises, se ponían rojos cubiertos de sangre. Como aquella vez y ensucié el recuerdo.
En cambio sí: “Porque sangra, usted sangra”, me preguntó la primera psicóloga. A la última no fui más. Y ya no iré más a una próxima como hijo. El espejo en su dorso tiene dos afectos fuertes entrelazados. Por lo que voy a tener que seguir escribiendo, a ver si una tarde de invierno deja de salir en hojas de papel higiénico lo que quiero decirles ahora que soy padre.


El poema está oculto





jueves, 23 de abril de 2015

Los amores de Pau / El amor que soy


Los textos conservan las fechas en que fueron escritos


-¿DESDE CUANDO ESTÁS haciendo éstas cosas Paula…? Si la nena no está con vos. No está con vos.
-¿Cómo que no? La perdí entonces… la perdí. Como un manojo de rubíes coagulados por el sol la perdí.
-(…)
-¡Vamos a buscarla…!
-¿A dónde…?
-¡Vamos…!
-Paraaá, ¿a dónde vas? No la perdiste, Paula.
-¡Perdoname, Emilia, por favor, perdoname!
-No tengo nada que perdonarte. ¿Qué?
-(…)
-¡Mirame Paula! La nena no está con vos, nunca la trajiste a la plaza.
¿No te acordás?
-No, no me acuerdo. Es que estaba muy nerviosa cuando fui a la casa de tu mamá a buscarla para traerla a la plaza, que el rasguño del paisaje me corrió el maquillaje. Y vos me podés creer, que tengo tanta mala suerte, que tu vieja se la llevó a comprar al super, que no me acuerdo.
No sé porque me hizo esto tu mamá. ¡Qué guacha! Si le pedí especialmente que me esperara, que yo iba a ir hoy a buscarla a eso de las 3, que estaba demorada, que la necesitaba esta vez, porque se la quería presentar a alguien muy importante para mí.
-La perdí entonces… la perdí.
-No, no la perdiste, Pau. Sofía está con mi mamá lo más bien.
-¡La perdí!
-(…)
-Y veo pasar las nubes tratando de recordar su perfil dorado en esos algodones blancos que deshilacha el viento. Porque empezó a refrescar. ¿O soy yo que tengo chuchos de frío? No sé.
-¿Qué perdiste?
-La última oportunidad que tenía de encontrarme de nuevo con Federico. Si le mandé un mensaje con una carta recordándole nuestra historia para que viniera, y hasta me clavó un visto y todo. Y él nunca me hace eso.
Por eso, qué sé yo, pensé, que a diferencia de las otras, ésta vez iba a venir, si hasta lo imaginé llegando bajo la lluvia lila de jacarandás, estirando la tarde húmeda, otoña del parque, y me mandé corriendo a lo de tu vieja para buscar a Sofi, porque quería que me viera con la nena. Para que se retorciera pensando que teníamos una hija. Que sacara cuentas, que repasara las fechas, y que llegara a la conclusión que podía ser suya.
Si hace un rato ya largo que frente a mis ojos lo veo continuamente venir, aunque sea por reflejo.
-¡Pero, Pau, ponele! En el caso de que fuera así, que viniera a la plaza y se creyera esta historia. ¿Cuánto tiempo crees que podrías sostener una mentira como esta? Minutos, días, horas, segundos ¿Cuánto? Además, yo que él me enojaría muchísimo si fuera así realmente y no me lo dijiste.
-Puede ser, que sé yo, no sé, no importa, lo que sea. Lo que sea quería. Un instante al menos que prolongara la gota catarata de lo que quede pendiente de nuestro frágil amor. Si es que queda algo. Y yo creo que sí. Porque él nunca se volvió a enamorar.
-(…)
-No sé, quería verlo, con mis ojos grandes oscuros de sombra a punto de llorar.
-(…)
-Eso quería. No sé, aunque sea eso.
-(…)
-Pero a lo mejor no viene él, y lo que hace es mandar a un emisario. A alguien… A uno de sus tantos amigos. Qué sé yo. Y si me viera con Sofía iría corriendo a contárselo. Y ahí sí, la duda no lo dejaría dormir por las noches. Como a mí, desde que él me dejó, y éste cuento duraría un poco más. ¿Quién sabe?
¿O me llamaría? O a lo mejor lo haría después. Si le deje escrito mi teléfono nuevo en la carta con el deseo irrefrenable de gustarle intacto. Si hace un mes recién que me animé a mandarle mensajes por privado desde que lo encontré en el facebook, y si no hubiera querido saber nada de mí, ni que le escribiera, ni nada, no me habría aceptado. Si sabía muy bien que iba a hacerlo.
Aunque para mí, éste face al que le escribo es trucho, y seguro tiene otro, donde se lo ve tan contento con la novia y sin tantos amigos. ¿Si es que tiene novia? Qué sé yo. Porque para mí que él tampoco se volvió a enamorar.
-(…)
-Porque por más que quiera nunca va a sentir por otra lo que sintió conmigo. Lo decían sus ojos la última vez que estuvimos juntos. Y en eso siempre fue transparente.

¡Ufff!! ¿Cómo contarte todo lo que pasó? Bueno, más o menos todo surgió así. A decir verdad,  no estábamos bien. Era la verdad. Pero yo lo quería mucho así que estaba poniendo lo mejor de mí para remontar la situación.
Un mes antes de cortar me insistió para ir a comer a mi casa, y me pidió que mi viejo le hiciera el asado de “bienvenida a la familia” tal como le había prometido el día que los presenté y que lo saludó desafiante con la mano extendida sin bajarse del auto. Lo hicimos. Siempre hacíamos lo que él quería. Tal vez por la belleza de sus ojos verde mar, que durmieron mi playa, desde que lo conocí en San Bernardo.
Otro día, me llevó a un bar por Martínez con sus mejores amigos y sus novias,  para que las conociera, supongo, y no me soltó la mano en ningún momento. Era solo ojos y sonrisa cuando lo veía. Y pelo…, casi siempre suelto para que el me dijera lo linda que era. Nos reímos mucho…tanto, aquella noche, que mi sonrisa se quedó estampada en los vidrios de los vasos y en las servilletas a cuadros de las mesas redondas. Le contó a sus amigos que se quería ir un fin de semana largo de viaje conmigo, a no sé bien qué lugar. Aunque el lugar no importaba (cosa rara porque la propuesta se la había hecho yo, unas pocas semanas atrás, y él se hizo el desentendido cuando se lo dije, pero ahora con los amigos enfrente contaba otra historia). De paso, como yo recién arrancaba a manejar y quería practicar había puesto mi auto a disposición para ir a aquel bar. Así que cuando todo terminó lo llevé hasta su casa, me invitó a pasar y ya no me dio la mano como lo hacía antes, en ningún momento… al rato me fui porque sentí que no me necesita más ahí con él.
Pero todavía me quedaban ganas para soñar otras noches como ésta, en que me regaló el cielo celeste iluminado de sus ojos, y me dispuse a recuperar las flores ajadas como una foto que se vuelve eterna lavada por la lluvia triste de su despedida.

-¡Pauu, la historia ya la conozco! Y además me la contaste mil veces. Pero pasaron casi 4 años y hasta la lluvia de entonces dejó de ser poética. ¿No te parece?
-¡Y si te la conté mil veces que te cuesta escucharla una vez más! Si siempre le agrego algo. Si un poco cambio las cosas.
-(…)

Arrancaban las fechas de finales y los dos teníamos mucho para estudiar. Demasiado para mi gusto. Nunca me gustó estudiar tanto. ¡Pero con él todo era tan lindo! Así que aprovechábamos para hacerlo juntos y de paso cañazo matábamos dos pájaros de un tiro. Nos veíamos y estudiábamos. A veces lo hacíamos en su casa y otras veces en la mía.
Una tarde de esas, en las que el aire se endulza para limpiar el cielo, entre horas de estudio a Fede se le escapó un “te amo”, cosa rara porque él siempre me decía “te quiero”, pero conociéndolo y sabiendo que no te iba a decir algo que realmente no sintiera, ese “te amo” me lleno de amor.
Entrecerrando los ojos me parece verlo. Sentirlo. Casi por oler el perfume durazno de aquella propuesta. Y a veces hasta me cuesta un poco. Y en ese amor primavero dejamos volar los libros sudando el miedo previo a la desnudez temprana, contando despacio los eternos segundos hasta que suceda. Y entre horas y horas de quemarnos las pestañas por fin me lo dijo: que no podía estudiar más teniéndome a su lado. ¿A qué distancia?, le pregunté. A quince centímetros. Tan cerca, tan claro. Que le gustaba tanto que sólo pensaba en lo linda que era y me pedía de nuevo que me soltara el cabello, que no se podía concentrar. Y yo le hice caso, si me pasaba lo mismo.
Que mandemos al diablo tanto apunte gastado por el cansancio reojo de no me esperes ni un poco que no aguanto más. Que tenía ganas de abrazarme, de llenarme de besos, de comerme la boca, marchitando las rosas que acabarían en el jardín sobre la ventana de sueños que alfombraba la tarde, y que termináramos juntos en el vuelo relámpago de su habitación. Y otra vez los libros, no me preguntes, por dónde quedaron, entre tanto beso derramado, suspiro agitado que dio el corazón. Arrebatados, irrepetibles, únicos, soltados al aire dulce inolvidable de otro tiempo. Difíciles de recuperar, pero aún tibios fuego en la boca nostalgia de mi desconsuelo.

-¡¡¡Pauula!!! No llores.
-Eso ahora no importa.
-(…)
-Vos escuchame, Emilia.
-(…)
-Por favor…

Ese mismo día, su hermana me había invitado, nada más y nada menos que a su casamiento, porque quería sin falta que estuviera en su boda como parte de la familia. Y así pensaba entonces presentarme en la fiesta, cuando al pasar ese momento el esplendor de mis perlas se volvieran cultivadas en las alas barrocas de una nueva mujer, y me aclaró varias veces que aunque Fede se fuera de viaje por trabajo como anticipadamente tenía previsto, yo fuera igual (Federico trabajaba en una empresa multinacional y a menudo lo mandaban a hacer presentaciones al exterior y esa vez por ningún motivo podía negarse).

-Al final no fui, nos peleamos antes.
-Ya sé, Pau. Ya sé.

Un martes, no me olvido más, rendí Química General e Inorgánica (estudiaba Bioquímica) y no me fueron para nada fáciles los exámenes. Por lo que salí para la mierda de la clase. Así que no tenía ganas de darle explicaciones a nadie y mucho menos a Federico que estaba a punto de recibirse de Ingeniero Industrial y que ya trabajaba exitosamente en lo suyo, que a su novia siete años más chica, que recién arrancaba la carrera, le había ido mal. Pero como era lógico me llamo para preguntarme cómo me había ido y no me quedó otra que decirle la verdad, que no me había ido todo lo bien que hubiera querido. ¿Pero que importaba? Si yo ya estaba de vacaciones y Fede ya casi. Le faltaba rendir el viernes y lo tenía de nuevo todo para mí. Y podíamos entonces ir a pasear al Tigre como me había prometido.

-¡No llores más, Paula!
-No puedo evitarlo. Es que tengo la voz tomada, como si de un momento a otro, algo quisiera borrarme de un plumazo el recuerdo.

Llegó  el viernes a la noche y Federico se presentó a rendir, y para variar le fue re-que-te-bien… Para mí era el mejor, por lo que no dudé ni un segundo que le iría excelente. Era lindo, rubio, alto, inteligente, seguro de sus actos, sereno, tenía ojos claros y nariz respingada más bien grande como a mí me gusta.
Al finalizar de rendir me llama y me cuenta que estaba contento. Le dije que yo también mucho sobre todo por él. Y no terminé de soñar que nos íbamos a ver para festejar su 9,50, que ahí mismo me clavó el anzuelo. No empecé a cambiarme para ir a verlo, que me paró después, diciéndome que se iba a tomar algo con unos amigos de la facu supongo. Ni me dio tiempo a secarme el cabello ni a soltarme el pelo como hubiera querido, cuando con voz de novia copada atiné solo a un “bien merecido tenés el festejo” , “aprovechá ahora que estás libre y podés”, que ya habrá otras noches para vernos de nuevo.

-Dejándome abandonada, ahogándome en un mar de llanto y aromas de cristal soplados por una copa vacía antes de brindar, frotada por más de mil veces, que no tuvo festejo.
¿Hice mal Emilia, no?
-Qué sé yo.
- Hice mal…para vos.
-(…)
-Fue lo que me dijiste me parece ese día.
-Puede ser, Paula, puede ser.

Porque la realidad es que no estaba para nada contenta. Su fruta dulce fue amarga y me dejó por semanas esperando sola terminar con los finales para estar con él, sin más libros de por medio que demoraran los suspiros, los abrazos, las caricias, los besos. ¡Pero bueno!, a veces hay que ser comprensiva. Él prefirió más ir a festejar con sus amigos que encontrarse conmigo. ¿Qué podía hacer yo?

-¿Hice mal Emilia, no?
-(…)
-Hice mal…para vos.
-(…)

El sábado siguiente arreglamos para ir al teatro con su familia, pero otra vez la salida por un imprevisto quedó trunca y se canceló de nuevo, así que me propuso salir por acá, con una amiga mía y su novio. Y eso que a él no le gustaba demasiado venirse de Olivos a Adrogué y mucho menos por Camino negro, porque el puente estaba cortado. Pero al final resultó qué ellos tampoco pudieron, así que viendo y considerando que al día siguiente era el cumpleaños de mi abuela y que tenía muchas ganas de hacerle una torta, me dispuse a cocinar -a mí me gusta mucho cocinar- total una vez más no habíamos quedado en nada.
Al rato, vos podés creer, que me vuelve a llamar y me propone ir a tomar algo con un amigo suyo. Le cuento que estaba cocinando y se enojó mucho por eso, porque yo había organizado otra cosa. ¿Qué era lo que había organizado? ¿Cocinar? ¡Me quedé tan mal por eso que me dijo!  Como los días en que llueve mucho y la lluvia de hojas tristes te golpea la cara. Tenía muchas ganas de verlo, lo quería ver, lo extrañaba tanto, mucho, demasiado, un montón. Entonces lo llamo y le pido que se venga para casa, que a eso de la una o dos de la mañana terminaba la torta, que le estaba preparando a mi abuela, y que iba a estar lista, así nos íbamos a tomar algo juntos los dos solos en un bar de Adrogué. Me contestó que había cambiado de planes y que ya había arreglado hacer algo con un amigo, que no podía decirle que no, que otro día nos veíamos…. “No sé, hablamos”, me dijo.

-¿A vos te parece?
-¡No llores más, Paula! ¡No llores más! Te va a hacer mal.
-Es que lo pienso y no puedo evitarlo. Es que de a poco me obligó a soñarlo como quien dibuja el rostro amado en el aire nublado de un paisaje invisible.
-(…)
-Así.

Y entre idas y vueltas estuvimos dos o tres semanas sin vernos. Hasta que justo un domingo, de esos en que los gallos cantan a deshora, con indirectas directas nos peleamos mal. Nada concreto, pero por más que me esforzaba parecía en vano. El clima se enrarecía, se anunciaba espeso, por demás tensionado. El tema de que él no quisiera venir a los cumpleaños de mi familia fue la gota de lluvia que rebalsó el vaso y ponía las cosas peor de lo que ya estaban para ese momento.
Eso por mi parte. Y por la de él, que yo no quisiera ir a buscar mis notas de Química e Inorgánica a la facultad lo ponía loco. Y como siempre: daba vuelta las cosas, él siempre me criticó que yo no luchaba por nada y en este caso que no quisiera ir a buscar el resultado de los exámenes a la facu confirmaba su hipótesis.
Como siempre daba vuelta las cosas, a su favor, claro, y una discusión que empezó porque nos estábamos viendo poco, terminó en mi miedo a no saber si había aprobado o no las materias, y no sé cómo y cuándo terminó de pronto en que yo no luchaba por nada.

-¿Y no me vas a decir que no luché por él, Emilia? Sólo vos y Dios saben cómo luché.

Al lunes siguiente le mando un mensaje de texto con la intención certera de que hagamos las paces, más tarde otro, Fede los veía y no me contestaba. Para mí que me mando a cagar de una manera muy sutil, así que preferí decirle que lo quería mucho, que no quería pelear y que cuando él estuviera mejor conversábamos.

-Ayyyyyyy, la bronca que tenía.

Por lo qué mi comprensión duró poco y nada, así que cuando él me llamó, yo ya no tenía el mismo ánimo de que hagamos las paces.
Para hacerla un toque corta, nunca arreglamos de vernos, si no era porque él tenía sueño y quería dormir la siesta, era otra la excusa. Lo mismo hice yo de rencorosa que soy. Me cansé –alguna vez me tenía que cansar- solo por pasar tan seguido, cuando suena el teléfono y su voz por entonces no sonaba tan dulce, no sé para que me llamó, excepto que haya sido para cancelarme de nuevo y con esta iban tres de manera consecutiva y ese fuera el motivo. Respiré hondo y le pregunto qué le estaba pasando… me dice que estaba cansado. “Está bien, después hablamos”.

-¿Qué comprensiva que estaba otra vez, no?
-(…)

Bueno… pero tampoco me duró mucho la comprensión. No más de cinco minutos, seis a lo sumo. Mi sonrisa se desdibujó del papel coagulado del comienzo ya sin tanto calor. Agarré el celular y le escribí por mensaje: “ Qué mierda te pasa? ¿Tenés ganas de verme? ¿O me vas a seguir boludeando?”.  Su respuesta fue: “No me escribas Pauli, llamame”.
Lo llamé, buscando en la noche una perla lunera que el vuelo de tantas madrugadas ausentes la hicieron de pronto naufragar con el sol, y ya con una voz súper calmada y triste le pregunté al oído, que le pasaba otra vez… me dijo que nada, que no sabía bien en realidad. Le pregunte si tenía ganas de estar de novio conmigo, si se había replanteado estar en una relación,  si quería seguir… con voz firme le aclaré que prefería que me cortara en vez de continuar así, que no podía más escuchar sus ecos de un disparo nocturno. ¡Me dijo que No! Que no era eso, que me lo quería explicar, que se cambiaba y venía para Adrogué para que pudiéramos hablar mejor más tranquilos.
Parece que tanto sueño que tenía se le había pasado y resultó que ahora entonces sí podía venir a verme.
Cuando llegó, subí al auto, y cuando voy a darle un beso en la boca, dispuesta a suavizar rasmillones dolidos con el goteo entornado de la pena, como me habría gustado, me corre la cara, matando de un grito silencio mi beso en su boca. Me descolocó por completo. Después bajamos a caminar a la Plaza Brown en la rotonda que une a Leonardo Rosales con Drumond (justo donde estamos ahora), vueltas y más vueltas dimos, conocí calles que en mi memoria de chica ni siquiera con mi abuelos había recorrido.

-Esta plaza aún me entristece la mirada y sin embargo acá estoy, sin poder dejar de soñar el acuario turquesa de sus ojos verdes, que es lo único que chispea seguro en el descolorido paisaje del crepúsculo gris, esperando que venga, que me diga algo lindo, lo que sea, aunque después me deje igual que aquel día.

El resumen de toda la charla fue que no sabía del todo lo que le estaba pasando, que quería pedirme un tiempo o algo así. Le contesté que yo no creía en los tiempos. Así que me animé y le dije de una todo lo que pensaba, que entonces era mejor cortar en vez de estirar una situación que los dos sabíamos no daba para más, por más que me duela.
Para mi sorpresa aceptó y en ese preciso instante no supe más que decir, me tragué las palabras, se me cruzaron mil cosas, pero una vez más me salió de nuevo hacerme la superada y ya no sabía bien si debía rogarle para hacerlo cambiar de opinión o tenía que dejar que pasara el tiempo y todo se calmara y ya más tranquilo se replantee acaso lo que me había propuesto.

-¿Pero te lo propuso él o se lo propusiste vos?
-Ël, yo, da lo mismo, Emilia.

Pero no. Además, hace unas horas atrás  me había dicho por teléfono que no quería cortar… Tantas cosas me pasaron por la cabeza en ese momento que si te tengo que narrar exactamente como fue todo creo que muy bien no me acuerdo, por eso lo cuento así, todo junto, un tanto mezclado, confundido, disperso. Lo que sí te puedo decir es que desde ese día se me partió el alma en dos y que lo que me estaba pasando dolía sangrando, como una trompada en mitad de la boca.

-Y me arropé en mis deseos, y me dejé envolver otra vez como pájara herida suplicando ayuda.

Esa noche,  sólo quedamos en que nos debíamos otra charla para más adelante y a la vez más calmados; pero que si era por él quería dejar ahí la relación. No quería que me ilusionara con un cambio de parecer.

-Como bien sabés lloré, a moco tendido por días
-Sí, Paula, si estuviste en mi casa, y lloramos juntas, como ahora. Pero no quiero que llores más, como cuando te conté lo de mi embarazo.
-Siií,  si hasta pudimos haber quedado embarazadas juntas, y las dos pensábamos ponerle Sofía de nombre si teníamos nenas.

Dos o tres semanas después, mucho más calma le mande un mensaje para hablar de pavadas. Me preguntó si me podía llamar por teléfono porque tenía ganas de escuchar mi voz aunque sea un ratito y obviamente acepté. Ahí aprovechó para recordarme que nos debíamos una charla –como si no me acordara- y eso me sorprendió. Pensé que ni siquiera quería volver a encontrarse conmigo. Quedamos en vernos al día siguiente, tipo cuatro de la tarde, cinco; él me pasaba a buscar e iríamos a tomar el té a algún lugar por el centro de Lomas. Me vestí y me puse exactamente todo lo que sabía que a él le gustaba… calzas negras, camisa blanca, el sweater a rayas que me había elegido entre los tantos pulóveres seleccionados que tenía para llevar de viaje cuando nos fuimos a Nueva York y unos super mega tacos.
Cuando me asomo por la ventana de mi cuarto y lo veo radiante que llega en su auto, una de esas tardecitas nacaradas con el aire primaveral que contradice la nube temblorosa de mi recuerdo vano, y de pronto se me paró el corazón. Pensé que iba a estar más tranquila, pero de hecho no pude. Entré a su coche y no sabía muy bien cómo saludarlo… una tonta porque solo había una sola manera, con un beso en la mejilla, como saludas a un amigo, a un pariente… ¿a tu ex novio quizás?  Le propuse de ir a tomar el té al Perttutti y aceptó. Hasta llegar a la confitería extrañamente no me dirigió la palabra, digo extrañamente porque supuestamente nos juntábamos para hablar, mientras manejaba se la pasó mirando siempre hacia adelante y evitó girar la cabeza siquiera unos grados para verse conmigo. Al llegar me bajé y también extrañamente estábamos peor que al comienzo, no sabía si tenía que esperarlo para caminar uno al lado del otro o si debía entrar directo a Pertutti y esperarlo adentro. Además así evitaba lo incómodo que sería caminar juntos sin poder tomarnos por un instante de la mano. Al llegar pedí un té con leche y dos medialunas de manteca, al pedo porque con lo triste que estaba ya ni ganas de comer tenia. Ahora se presentó la duda de quién era el que empezaba a hablar. Como era obvio fue él, como todas las veces que tuvimos que decidir las cosas importantes de nuestra pareja. Con los ojos llorosos me dijo que lo ponía mal verme, pero que a pesar de todo él estaba firme en su decisión y que de hecho la mantenía. Y de nuevo se me partió el alma en dos, tenía la ilusión que me había citado porque había cambiado de parecer. Yo en cambio le dije que lo seguía queriendo, mucho, igual, que tenía razón en muchas de las cosas que fue describiendo de nuestro noviazgo y que no estaban buenas, pero que quería pelearla, que sentía desde lo más profundo de mi corazón que valía la pena. Me dijo que él en cambio consideraba que era muy difícil, que éramos muy distintos de “base”, me explico que se puso a salir conmigo porque yo le hacía sentir muchas cosas, que me quería mucho, pero que siempre supo que estaban esas cosas  de “base” que no nos hacían el uno para el otro. Le pregunte si me amaba y me respondió con un terminante No. Con un pétalo de ternura en sus ojazos emocionados que me hicieron de golpe escuchar un “no sé” como un “no”, sin él “sé”, hasta que reaccioné y le pregunté sin miramientos…
¿Pero que es amar para vos Federico? Me contestó que ya no sentía lo mismo, que no le agarraban más dolores de panza cuando me veía, que no estaba pensando todo el tiempo en mí. 
Me reí porque no podía creer que para él eso fuera el amor. Capaz ahí estaban las cosas de “base” que nos separaban. Le contesté que me pasaba lo mismo, que hubo meses que me plantee esas mismas cuestiones que él me comentaba acaso hoy, pero que a diferencia suya, con idéntico diagnóstico yo deduje otra cosa y era también que era obvio que ya no me pasaba lo mismo porque nuestro amor había madurado a otra etapa y que no se trataba más de enamoramiento, sino que se venía otra época en la que una empieza a ver las cosas malas del otro, y te das cuenta a las piñas que la otra persona no es tan perfecta como vos querés; pero qué, aún así, con defectos y todo, la seguís eligiendo, y que yo a él lo seguía eligiendo “a pesar de dudas y del qué dirán, el amor puede más”, como dice la canción.

-No lo pude hacer cambiar de parecer.
-(…)

Me dijo que no teníamos temas de conversación, que nos juntábamos y no hablábamos de nada o casi nada. Me reí otra vez, ¿realmente no teníamos nada de qué hablar o no queríamos avanzar más allá?
Y fue ahí cuando tiré al ocaso mi última piedra devuelta a mi ondera y lo arrinconé a preguntas. A ver Fede, sé que tuviste un perro hace unos años, me mostraste las fotos, me dijiste que se llamaba Bredy. También me contaste que se te desconectó la guitarra haciendo un solo en una obra del colegio cuando eras chico y te cargaron de por vida tus amigos por eso... ¿Y qué pasó con tú mamá? Porque sé que se murió ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿La tenés presente en tu vida? ¿Qué tipo de relación tenias con ella? ¿Cómo te afecto? ¿Cuánto? Por otra parte, ¿por qué tuviste que retomar terapia cuando quisiste ponerte de novio conmigo?, ¿cuál es ese miedo tan grande que tenés que vivís de psicólogo en psicólogo desde que tenés nueve años? ¿A qué se debe que las dos únicas relaciones amorosas que tuviste en tus veintisiete años no duraron más que uno o dos meses? ¿Qué es lo que esperás vos de la otra persona? O mejor dicho, ¿qué esperás de mí?

-Federico, ¿contestame?

Ahora te pregunto: ¿qué tan seguro estás de que no tenemos nada de qué hablar? 
Y ahí, a mitad, en el camino, al fin, recién me conto un poco acerca de su madre. Me dijo que cursaba el CBC, que su mamá siempre tuvo problemas en el corazón, que al quedar embarazada de él corrió tanto riego su vida que le dieron la opción de abortar, pero como ella deseaba mucho ser madre igual siguió adelante. Después del parto la tuvieron que operar  y al pasar los años tuvieron que intervenirla nuevamente. El tiempo pasó y el médico le recomendó operarse en ese momento que según los especialistas estaba óptima para hacerlo. Fueron a almorzar en familia como si fuera un día más. La saludó y se fue a la facu como todas las tardes. Al salir de la operación todo estaba bien, pero al pasar las horas se fue complicando rápidamente su estado. El papá de Fede jamás le comentó lo grave que se había puesto la situación, y mientras Fede estaba esperando en su casa a su mamá que en unos días volvía. Su madre nunca volvió. Y al final paso lo que nadie esperaba ni quería que pasara y al cabo de unas horas la pobre falleció. Él siempre me decía: ''mi mamá  estaba bien, si se habría operado unos años después hubiera estado más tiempo conmigo''.
Recién ahí entendí más cosas sobre su forma de ser. Pero ahora me tocaba a mí. Yo lo había hecho hablar de esto que tanto le dolía y ésta no me la iba a dejar pasar gratuitamente. Me pregunto sobre mí, por qué era tan reservada con mi vida, por qué nunca le planteé ningún tipo de problema, la facultad por ejemplo, y para esa altura, por lo pronto él ya se había dado cuenta que tenía algún trauma con mi cuerpo y mi peso.
Respire profundo y le conteste tan francamente como pude: "Fede, si supieras como te veo yo a vos, entenderías mi forma de ser. Sos hermoso, sos inteligente... me costó mucho aceptar que vos quisieras salir conmigo,  no sentía que estaba a tu altura. Ponete por favor en mi lugar, no quería que conocieras ninguna bajeza mía. Que no me iba bien en la facu. Que no sabía qué hacer con mi vida. Que nunca quise tocar el tema del peso con vos porque era mostrarte mis defectos y de ese modo, al menos sentía que vos no te dabas cuentas. Si supieras la cantidad de veces que hice dieta y fracasé... siempre fracasé. Si te estoy siendo tan sincera ahora es porque haciéndome la que no me pasaba nada nunca funcionó y ahora que siento que perdí lo que más me importa prefiero jugármela por completo. Si igual vamos a cortar. Aunque haya algo de luz dorada en el fracaso que anochece temprano cuando llega el otoño. Por lo menos quiero quedarme interiormente tranquila que te hable desde el corazón".
Ahí fue él entonces el que me confesó que físicamente le encantaba, pero que si bajaba cinco kilos no había chico que no se muriera por estar conmigo.

-Pero, pero… siempre pero, Emilia. Si yo lo que más quería era estar con él.

Me reconoció que cuando subí al auto no me quería ni mirar porque se quería cortar los huevos de tener que terminar la relación conmigo.

-¿Y para qué la terminaba entonces, Emilia?

Y que se había dado cuenta que me había vestido como a él le gustaba, que sabía que las mujeres usaban ese truco pero no pensó que daba tan buen resultado. También me dijo que necesitaba estar con alguien más madura. ¡Eso me ofendió! Por lo que me planté muy firme al escuchar esa frase: "Entiendo que lamentablemente arrancamos la relación jugándola de que yo cumplía el rol de nena chiquita, y lo sostuve porque pensé que a vos te gustaba; y obvio, para mí fue lo más fácil. Pero no soy así, es más, siento que estoy muy bien ubicada para la edad que tengo. ¿Que tengo cosas de pendeja?, claro, pero que me las permito porque sé que es pasajero.
Me parece tan injusto que vos me vengas a decir que soy inmadura, ¿cómo me gustaría saber cómo eras vos a mi edad? Si me vas a vivir comparando con chicas cinco años mayores que yo siempre voy a perder. ¿Es más, en vez de buscarte una mina madura por qué no buscas una mina que madure con vos y sea algo mutuo? ¿Acaso no te parece que crecí este año? Te propongo que te acuerdes de mí hace un año atrás y me mires hoy, a ver si soy la misma. ¿Acaso no crecí?
Y lo voy a seguir haciendo porque tengo personalmente ganas de crecer. En cambio vos seguís diciendo y haciendo las mismas cosas que al principio conmigo. Y esta charla en la que hacés alarde de lo maduro que sos: ¿con quién te pensás que la estas teniendo? Si fuera tan inmadura, por más maduro que seas vos no la podrías sostener, porque se hace de a dos. Me duele tanto todo lo que me decís, porque al final de cuentas siento que no me conoces, que todo lo que describiste hoy de mí, no siento que lo soy, y lamento mucho que vos decidas quedarte con esa imagen distorsionada mía.

-¿Por lo qué claramente vos a mí no me llegaste a conocer en lo más mínimo?

Me miró y me dijo que era verdad, que sentía que me estaba conociendo de nuevo y que no podía creer la forma en que le estaba hablando y las cosas que le decía. Que claramente no era inmadura y que estaba sorprendido, que lo hacía reeplantearse todo otra vez.
Para esto ya habían pasado un par de horas en Perttutti y como era invierno no otoño oscurecía temprano y no tuvo mejor idea que invitarme a cenar a Maria Bonita, aunque ya no había mucho de qué hablar. Para cualquiera que nos mirara desde afuera parecíamos novios. Después de una discusión, pero novios al fin. Pidiendo pizza como si nada me preguntó: ¿no pensás que fue positivo pelearnos para poder tener esta charla?
Por un lado, Sí, había sido positiva, pero mi intensión era luchar por la pareja. Solo me limite a decir que sí (sin mayúscula), y quedarme con la esperanza de que volviera a reveer el seguir saliendo conmigo.
De la pizza solo comimos dos porciones, pedimos para tomar unos tragos y a la hora incómoda nos despedimos. Fuimos al auto, y la pregunta que se caía de la boca era si quería ir a mi casa o dar una vuelta más. Yo tampoco tenía ganas de afrontar la despedida, así que opté por patearla para más adelante y elegí dar una vuelta más. Agarró Espora derecho y sin decir nada el derecho continúo sin rumbo fijo. Hasta que en un momento dejé escapar una pequeña sonrisa, él por supuesto me vio, si la hice porque quería que me viera, como si pudiera en esa mirada congelar el tiempo, con las mismas ganas mirándonos tomados de la mano, igual de hermosa, dejando caer mi pelo azabache por sobre mi hombro pintado de azul, para devolverle a sus ojos ese chispazo alegre que extrañaba tanto en su mirada y así fue que sin dudar me preguntó nervioso que estaba pensando. Medio tímida le dije: “nunca tuve tan buen sexo con alguien como lo tuve con vos, la pasábamos muy bien juntos. ¿No lo pensaste? ¡No te parece!
Me miró y me dijo que jamás ninguna chica lo hizo sentir tan cómodo desde la primera vez. Que le comía la cabeza pensarlo, porque no creo que cualquiera pueda ser conmigo tan dulce y comprensible y a la vez disfrutarlo tanto y por supuesto me pesa en los hombros a la hora de tomar la decisión de seguir o no con vos.

¿Pero no era que ya la habías tomado?

Llegamos a UNLA, después que la avenida Espora se hace Brown y luego Alsina; y ahí nomás me dice, hablamos tanto hoy que no quiero caretearla más. O te llevo a tu casa o terminamos en un telo. Lo que si te quiero dejar en claro es que si vamos a un hotel eso no significa que mi decisión cambie.
Me da bronca saber que hoy hice todo bien y que si acepto la estoy cagando, pero me muero de ganas de estar con vos una vez más. “Fede: soy la pendeja de esta relación y me guió por impulsos. Me muero por ir al telo con vos”. ¡Me muero! ¡Me muero! ¡No te das cuenta!
En eso frenó el auto y nos dimos esos besos apasionados de película maaal, pero no sabes lo bien que se sentía. Todavía recuerdo su cara en aquel momento, estaba tan feliz como yo. Fuimos a Sur, siempre íbamos a ahí.

En un mirar de palomas exaltadas por aquella presencia desnuda fugaz de Federico, no quería otra cosa que tirarle otro beso, una hasta siempre, no me dejes, no ves que me estoy muriendo. Ya era lunes a las 5am, y nos quedamos dormidos abrazados, por iniciativa mía, porque creo que él ya no quería ni abrazarme ni hacer nada tierno después del último suspiro, renegó un poco como siempre, pero terminó haciéndome mimos. A pedido, pero bueno…
Nos levantamos y me llevó a mi casa con la misma depresión de amor, la misma letra tonta de me dejó y por algo me pasa. Me preguntó si quería que me devolviera las cosas que yo había dejado en su casa y con cara triste de pétalo fino y lluvioso le dije que si íbamos a cortar sí, pero que si no estaba seguro se las quedara un tiempo. Se le transformó la cara al oírlo, y sabiendo que iba a ser así observé como en una milésima de segundos se le cayeron los ojos al verme y con ellos la sonrisa plateada de su cara. Se bajo del auto, abrió el baúl y me dio una bolsita con todas mis cosas.

-Las había llevado…Emilia. ¡La había traído!
-(…)

Nos miramos, nos dimos un abrazo súper fuerte y nos deseamos lo mejor. De regreso a su casa me avisó que había llegado lo más bien y nos mandamos unas caritas por celular con una sonrisa como despedida. Me quedé con la esperanza que le diera curiosidad intentarlo de nuevo.

Lo mismo que ahora. Saber si después de esa noche, tuvimos o no una hija, porque no nos cuidamos. Y no fue capaz de llamarme siquiera para ver como estaba. Ningún tipo lo hace. Pero yo quería que él lo hiciera, que me llamara al menos, que se preocupara en saber como estoy, aunque su preocupación no fuera sentida.
Por eso lo busqué en el facebook. Por eso hace tres sábados que le mando mensajes citándolo acá, en la Plaza Brown cerca de los juegos, donde veníamos a pasear de la mano cuando éramos novios juntos como tantas veces. Y te pedí a la nena para traerla a la plaza. Y justo tu mamá se la llevó al super. ¿A vos te parece?

-¡Ahí voy Sofi! ¡Ahí voy!
-(…)

Pero cuando me clavó el visto, cosa que nunca antes me había hecho, me trastornó la cabeza por demás trastocada por mi amor hoy ausente, y ahí mismo fue que le adjunte al mensaje una carta recordándole todas estas cosas que te estoy contando, que conté tantas veces. ¡Perdoname, Emilia! Que repito de memoria a cuanta persona quiera escuchar mi historia de amor. Pero a diferencia de otras veces, esta vez la escribí y se la mandé con copia a vos y a todos sus amigos, Emi. Porque sabía que Fede no iba a venir. En cambio vos sí. Y alguno de sus amigos curiosos quien sabe. Y todo lo madura que soy, o me volví, se me va a la mierda en escasos segundos, ni bien pienso que podemos volver a estar juntos. Y al venir a la plaza se me cruza su rostro, un perfume cercano, un olor conocido parecido al suyo. Quizás por el sabor de su aire que tienen las cuadras que van de un bar al telo, del telo a la plaza, o de la plaza a mi casa, como tantas veces, cuando, estando juntos, me acompañaban sus manos donde hubiera querido quedarme para siempre.

-¡Ahí voy Sofi! ¡Ahí voy!
-(…)

¡Pero eso ya no importa! Si pasaron casi cuatro años y todavía lloro cuando me acuerdo de Fede, y me sumerjo cada vez más abajo de mi historia de amor, cada vez más abajo en el recuerdo egoísta borrón de su olvido y me muerdo la lengua y hasta acá es que puedo escribir lo que cuento.

-¿Desde cuándo estás haciendo éstas cosas Paula…?
-Ya te dije, lo de venir a la plaza hace 2 o 3 semanas.
-(…)
-Lo de pensar en Federico, siempre.
-(…)
-Lo de traer a la nena a la plaza, hoy se me ocurrió. Por eso, sabiendo que Sofi estaba en lo de tu vieja la llamé para ir a buscarla. Pero no tuve suerte. Últimamente no tengo suerte en nada.
-¿Desde cuándo estás haciendo éstas cosas Paula…?  Si la nena no está con vos. No estás con vos.
-Aaaahhhh, vos te referís a esto que ando gritando mirando al patio de juegos: -¡Ahí voy Sofi! ¡Ahí voy!
-Sí.
-Hace un rato nomás que lo estoy haciendo, un poco antes de que vos vinieras. Pero en realidad lo hago por si viene Fede, ¿sabés?, ya qué, como no pude traer a la nena, por lo menos que sea para que él lo escuche. Aunque fuera un segundo el tiempo en que le durara la duda de que pudiéramos tener una hija, si siempre le dije que si teníamos una nena la llamaría Sofía, una cárcel sin salida, como la que tengo yo, igual de injusta y sin libertad para esta pájara herida que suspendió su vuelo una noche sureña por un ala lastimada por el zarpazo del amor y dejó como un chispazo la lírica errante de su alocado frenesí, la tristeza profunda que se amohosa en los parques.
Si hace un rato ya largo que frente a mis ojos lo veo venir, aunque sea un reflejo. Como si mágicamente se parara delante de mí, nuevamente tierno, salpicando de luces su marea ausente en oleaje dorado por la penumbra ya oscura de la tarde marchita, que sin retorno alguno lo devuelve al mar.
-¿Tanto querés que venga hoy Fede?
-Y SI. Me muero de ganas. No ves que me estoy volviendo loca al pensar. Si el amor que soy se lo debo a él. Yo no conozco otro amor y me parece que a esta altura ni quiero.
-Ya está Paula. ¡No te puedo ver así! ¡Vamosnos!
-¡Paraaá, no! Esperemos un poco más. Por favor, dale.

En el crespúsculo tornasol de la plaza, cuando al llegar las seis de la tarde se apagan sus colores y enmudecen los rubíes coagulados de los pájaros que ya no pintan de verde naranja las hojas caídas, todas juntas, todas cómplices con el otoño triste fingen amontonarse en un rincón perdido.

-¡Ahí está Emilia. Ahí está Federico!
-(…)
-Atrás tuyo.
-¿Dónde?
-Tapame, atrás tuyo, no te des vuelta, que no quiero que me vea todavía.
-¡Estoy bien! Decime, los ojos se me nota.
-¿Qué estuviste llorando mucho?
-¡El pelo, el pelo! Mirame, me lo pongo para adelante como a él le gusta. ¿Qué decís?
-(…)
-No mejor no. Tapame, tápame, que no me vea.
-¿Pero es él?
No sé, me parece que sí. Es que estoy tan nerviosa que no estoy segura.
-(…)
-¡Vamosnos! Vamosnos… tambaleando por los canteros del regreso recuerdo ahorcado por el ayer que produce el milagro. ¡Vamosnos, Emilia! A ver si en una de esas nos reconciliamos y me deja de nuevo.


18 de abril de 2015


(Historias contadas al oído silencio de un pudo haber sido.
Repetidas al calor agobiante de su pudo ser).

Los amores de Pau / Una noche salvaje


Los textos conservan las fechas en que fueron escritos


ME LA PASÉ TODA LA NOCHE mirándolo, ilusa pensando con ojos castaños lo lindo que era. Mientras tocaba despacio la cuerda afinada de mi corazón guitarro su pelo revuelto con una canción.
¡Si la escucharan, chicas! One wild night (cegada por la luz de la luna). On wild night (veinticuatro horas de noche). One wild night (y accedí sin tropiezos a su zona crepuscular como tonta deseada por tanta promesa).
Pero el nunca me habló de promesas. Ni a mí ni a las otras chicas que nos acompañaban en el circuito turístico conociendo bares: de San Telmo a Palermo y de Palermo a San Telmo, y así. Y dejó con vértigo desde ese momento mi corazón maltrecho mirándolo en sueños con ojos castaños de noche salvaje.

Con ojos de amor lo miré. Y él hizo de cuenta que no lo miraba. Como la canción de Bon Jovi que a mí me cantaba. A mí, entre tanta borrega por demás regalada que estaba esa noche en aquella visita. Porque íbamos con mis amigas a todas las salidas que él organizaba. A todas. Era canadiense y no saben cómo nos calentaba cuando hablaba en francés. En ese mon a mour esquivo a tanta promesa. Sweety. En su inglés americano que un poco entendía. O hacía que entendía. ¡Si daba lo mismo!  ¡Si igual me gustaba todo lo que él me decía! Todo.
Pero él nunca me habló de promesas. En español tampoco. ¡Como me calentaba cuando pronunciaba mi nombre de forma incorrecta! Y en ese Pauu más largo que los otros lo miré. Y él hizo de cuenta que no lo miraba. Incluso habiendo chicas más lindas que yo tirándole onda las desubicadas. En mis propios ojos, me miraba a mí. A mí. Todo el tiempo. No me sacó ni un minuto los ojos de encima mientras explicaba, y su mirada turquesa clavada en anzuelo en mi mar azulado recurrió mi cuerpo mil veces desnuda con ganas de qué. De todo tal vez. Y entonces de nuevo creí la promesa. Si mi “qué” era el mismo, y mi “todo” más…
Pero el nunca me habló de promesas y sé que a esta altura la canción de Bon Jovi corre por mi cuenta en un viejo cassette. ¡Si la escucharan, chicas! One wild night. One wild night. Como la escucho yo todavía. Quizás me entenderían esto que les cuento. De por qué me fui. ¿Saben?

Con ojos de amor lo miré. Y él hizo de cuenta que no lo miraba. Que estaba trabajando...  Que acá no….Que nos ven…. Que por favor… Que esperara un poco… Que en el próximo bar me invitaba un tequila y después un beso… Que nos acurrucaríamos luego en el azul damasco de un whisky on the rock derretido en su boca. En sus labios de fresa. En el devenir profundo de su primer beso que iba a ser el mío….
Entonces le creí. Jugada como estaba cómo no iba a hacerlo. Y de nuevo sonriendo a toda sonrisa entre tanto sueño… Con ojos de amor lo miré. Y él ya no hizo de cuenta que no lo miraba. Y quiso de pronto salir del apuro. Cuando ya era tarde. Y sin querer queriendo rozó mi cintura con su mano izquierda. Sus dedos canela encendieron la mecha de su fuego lento en mi ardor café. Las brasas que queman. Y me sujetó el hombro para que no lo besara. Con fuerza. Como si se hubiera arrepentido de encender mi chispa de fogón marrón. Y ahí me hice la tonta o no entendí el gesto y lo besé igual.  ¡Lo besé…!
Con ojos de amor lo besé. Y el estiro el brazo de su resistencia y nos prendimos fogosos en el calor de luna que a viva la llama de una noche salvaje. En el recital Bon Jovi de su One wild nigth. Y al entrar a escena nos encontramos besándonos con esa canción.  
¡Si la escucharan, chicas! ¿Cuánto rock and roll había en sus labios? ¿Cuánto rock and roll en los míos más? Y me devolvió de un sorbo hasta la última gota del rouge borravino que robó de mi boca. Y ahí sin pensarlo murmuré un “te-quiero”. Y el entendió “te espero” apurado en la barra y pidió otro trago, otro trago más.
Sin oírlo mi lengua a tontas y a locas derramó un “te-amo-o”. Cada vez más fuerte. Y él hizo de cuenta que no lo escuchaba. Y me dijo: “allá vamos”. ¡Apurate Paula! Que se nos va la mesera que prepara el pisco, “como tú no lo has antes, probado en tu vida”. En un castellano medio enrevesado. Y esa fue la primera vez que me llamó Paula
¡Ah no sabés!, siguió. Acá sirven el pisco sour mucho mejor qué, como lo hacen en Chile. ¡Cachaí, po! O en Perú, ¡papayita!
¿Fuiste alguna vez a Chile? No, pero me iría contigo si me lo pidieras, murmuré… con el mismo tono que le dije “te-quie-ro”.
¿Y a Perú…? Y antes que pudiera responder la pregunta disparó un “no importa”. ¡Apurate Paula! Que se nos va la mesera. ¡Apurate Paula! Y cuando pensaba repetirle con-tigo, con-tigo. La moza de verde que le daba las veces de tomar se nos fue entre las mesas. Y ahora fui yo la que dije “no importa”.
Y fue ahí mismo que me puse: un poco...  bastante celosa. ¿Por qué la buscaba tanto a esa chica? Si estaba conmigo, aunque no fuera con-tigo, tomando la noche abrazada a un tequila hasta que el día amanezca en su fondo negro que encendió mi sol. Porque al tiro de gracia se nos subió a la cabeza el gin tonic con vodka y naranja, cuando perdimos la chance de probar el pisco y cambiamos de trago. ¿Pero a quién le importa la anécdota ahora? ¡No te enojes por eso, mi amor! Olvidá a la mesera. ¡Relajá y bailemos! ¡Bailemos! Y prendidos fuego salimos del brazo a la pista de abajo a bailar los dos nuestra wild- canción:

One wild night (blinded by the moonlight. One wild night (24 hours of midnight). One wild night (I stepped into the twilight zone). And she left my heart with vertigo). One wild night (hey, c'est la vie). One wild night (welcome to the party). One wild night (life if for the living so. You gotta live it up, come on let's go). One wild, one wild, one wild, one... .zona crepuscular 
y ella dejo mi corazón con vértigo). Una noche salvaje (hey, es la vida). Una noche salvaje (Bienvenidos a la fiesta). Una noche salvaje (la vida es para vivirla. Así que vívela, vamos). Una salvaje, salvaje, salvaje, una... “

(…) Y ya no tuve que cambiar la letra para que no nos vean. Porque por suerte ya nadie nos había seguido hasta allí. Y dejé de responder por un rato los mensajes de whatsapp que me mandaban las chicas porque estaba ocupada entre tanto revuelo de pájara herida sanando mis alas con una canción.
Y ya a nadie parecía importarle nuestro amor rockero. Y por suerte de a poco él se sintió menos tenso y yo más segura con mi vestido blanco apretado a-su-lado. Y ya sin tanto moscardón avispa mirando los labios de mi canadiense, embrujado por mí. Se volvió todo mío. ¡Mío! Rendido a los pies de mi noche salvaje.
Entonces de pronto se acercó a mi boca. Como nunca antes lo había intentado. Y ahí estaba… por fin, a solo unos centímetros… Lo sentí tan cerca que agité mis alas y volé. En cámara lenta se acercó. Me tomó el mentón con su mano y me devolvió de un sorbo el rouge borravino que robó de mi boca otra vez de nuevo, ahora sin testigos, en especial mujeres del bar anterior.
Y no digo que me enamoré para siempre pero casi. Casi que le pido casamiento, que vivamos juntos, que tengamos hijos, que tengamos nietos, que sigo escuchando en sus labios de fresa mi One wild night.
Mareada revuelta en el ahogo agridulce de tanto turquesa en mí pelo suelto y por el revuelo incierto de pedirle norte a mi polo sur. ¡Tan lindo era, que se partía en la pista de baile de mi pelo negro! ¡Tan potro era, que me confundí por su parecido a Bon Jovi y al peltre del engaño hasta John lo llamé! ¡John, como “te am-o” tanto!, le dije, o escuché en su oído. ¡John, vámonos al hotel de una vez, le pedí después! Pero es que no tengo suficiente plata en este momento… porque no me pagaron y al bar anterior a buscar a mi jefe para pedirle adelantado ahorita mismo no podemos volver. Entonces no te preocupes, que yo tengo plata. ¡Quedate tranquilo! Y nos quedamos trenzados en los sillones oscuros de los reservados por unos segundos que de pronto son más. Media hora a lo sumo o cuarenta minutos. Igual de insinuantes en su boca dulce que pasó por mi lengua de fresa a cereza contando hasta tres.
A caricias y besos de sueño despierto acabamos la noche en un mientras “te am-o” que él nunca escuchó. Y les juro que un poco me quedé con las ganas. Y partimos de regreso en un taxi relámpago color amarillo a su hotel de San Telmo. Hostels que le dicen. Y mientras nos dirigíamos en dirección oblicua a la puerta de entrada, lo convencí que entre tanto él distraía a la recepcionista, yo me escabullía sigilosa sin hacer nada de ruido a una de las piezas. Que lo esperaba allí. Qué me dijera cual era y yo entraba despacio y me desvestía, al calor burbuja de una taza caliente de mi amor café. Y lo esperaba acostada, con las tetitas paradas de mi desnudez. Toda para él. Totalmente desnuda.
Cuando descubrí que él no tenía pieza ni cama prohibida. Por lo que no pude concretar mi propuesta. Y por desgracia lo que les cuento fue así. Y él no hizo su parte para que estuviéramos por más tiempo juntos que el que habíamos estado, y me dejó con el peso del esfuerzo, toda transpirada, y las ganas a mí.
¿Vaya a saber una por qué fue de ese modo en ese momento? Y sin obtener respuesta barajé supuestos.
Supongo qué, porque dormía en cuartos compartidos con otros turistas al estilo gitano. ¿Serían mixtos los cuartos?
O porque se curtió a más de la mitad de las minitas del hostels y se arrepintió de golpe que lo vieran conmigo.
O es que no daba para tanto este amor. Que me lo tuve que imaginar para que fuera completo. Además entiéndanme, chicas, él había acabado. ¡Si lo escucharan! Conmigo digo. Y para un segundo más no daba este amor.
Y volvió a hacer de cuenta que no lo miraba. Y su mirada turquesa se volvió después. Que acá no….Que nos ven…. Que por favor… Que esperara un poco… Ya sin tanto calor, ni tequila, ni beso. Y el One wild night antes prometido se fue adormeciendo sin abrir la puerta de su habitación, porque nunca la abrimos, porque no supe cuál es.

One wild night… y me fui despidiendo en el pasillo mosaico de tus labios fríos de un subte apretado, que azuleja mi apuro que separa a-tu-lado cuando me enteré que te ibas. One wild night… y corrí sin sandalias por las escaleras cenicienta de la línea E para enfriar mis pies en el mármol Toronto de la Plaza Dorrego donde estaba tu hostels. On wild night… y me encontré llorando en el “Ya se fue”. “Acá no estuvo”. “Yo no lo conozco señorita”. “¿Cómo dijo que se llamaba, Ken?” “Hello”. “Hey”. “Bon chia”. “Coman sa va”. “Prosit”, me saludó un suizo con una cerveza Perlenbacher en la mano derecha invitándome un trago. Y casi que le digo que sí.  
“Hola, hola, hola”, le dije a todos. ¿Conocen a Ken? ¿Es rubio? Mire señorita, hay tanto rubio que se hospeda unos días acá y se va, que ha decir verdad no me acuerdo. Espere que me fijo en la planilla de entrada a ver si lo registró la recepcionista, pero no estoy seguro porque a la mayoría ahora le cobramos en negro.
¿Ken dijo que se llamaba, no? Sí, Ken. Hágame el favor. A ver… Ken… Ken… Ken te dijo a vos… ¿Cómo sabés que es Ken su verdadero nombre? Puede que se llame Peter o Dimitri o John. ¡Nooo, capo…! John le decía yo por su parecido a Bon Jovi, pero se llama Ken. Él me lo dijo. A mí y a todas las chicas que participábamos de sus visitas guiadas a los bares temáticos de San Telmo a Palermo.
Así se llama, Ken, ¡creáme! y es canadiense.
Aaah… me parece que sé quien es entonces. Por esto que me decís ahora de su parecido a Bon Jovi. Además se quiere radicar en el país porque conoció a una chica. ¿A una chica…? Eso te dijo. ¿A qué chica conoció? A mí.
Y ni bien dije eso, una pendeja chilena con ojos más tristes que los míos saltó de una silla dejando su tablet apoyada en la mesa con el facebook abierto, como si le molestara mi sola presencia. Y un poco celosa me puse al escuchar su tono, parecido al de la moza que se perdió entre las mesas del bar para no prepararnos aquel pisco sour como lo hacían en Chile o en el Perú. ¡Un pisco suave que se volvió un infierno! Y hasta me pareció que tenía, en el bolso de mano, el vestido verde que usaba esa noche en el Bar Reñaca, porque así se llamaba el bar donde nos besamos con Ken hasta la última gota de mi rouge borravino cuando me devolvió el beso y venía a traérselo.
Y un poco celosa me puse, al escuchar su tono más triste que el mío, y eso ya era mucho. Me pidió que me fuera. Que corriera, que me apurara, que no iba a llegar a tiempo si no, que a lo mejor yo todavía podía pedirle que se quedara, retenido en el embarque de Air France con destino a Vancouver con traslado en Toronto.
Y entre tanta promesa quedé dando vueltas en el aeropuerto de tela araña de cuero que su terciopelo negro mi cuerpo atrapó. Y corrí como loca a su encuentro sin darle las gracias a la chica chilena. ¿Cómo te llamás?, le pregunté por cortesía.  Juliana, me dijo. ¡Yo me llamo Pau!
Y a un love de distancia estuve de hacerlo. Si no fuera por los ojos tristes de la chica chilena que me pasó adrede el dato equivocado y que a ella también la había dejado.
¡Si la escucharan, chicas!, su relato de cuento tan parecido al mío. Y clavé en la mochila mi mirada moracha a cuanto gringo había esa tarde en aquel aeropuerto. Que me dio vuelta la espalda. Que miré extraviada con los ojos castaños de mi amor café. Pero el hizo de cuenta que no lo miraba y se fue.
A trabajar al circuito de bares que va de Yrigoyen a bajo hasta Bar Isidro siempre por el río, a Chile como tanto quería, o a Perú, y me hubiera ido con él si me lo hubiera pedido, pero no lo hizo.
¿A su casa en Vancouver? Yo estaba pensando en la mía, aunque para eso tenía que hablar con mis viejos. Pero si me lo proponés, acepto. Claro que acepto en el viento tibio que sopla mi axila tu boca de encanto que envuelve cerezas. Claro que acepto en el viento frío que sopla a Vancouver veinticuatro horas de viaje después, pero el solo decirlo heló la propuesta.
Que si se entera mi mamá me mata. Que si lo sabe mi padre también. Que mi hermano no me lo creyó cuando se lo contaba. ¿A dónde vas a ir? Si ni siquiera sabés hablar francés. ¡Ahora, pero estoy aprendiendo! Pero inglés hablo bastante bien. ¿O cómo te pensás que me comunicaba con Ken? ¿Pero no fue una sola noche? ¡Sí… pero una noche salvaje! En francés, en inglés, en turco si hubiera sido necesario hablaba. ¿Pero no me dijiste que solo se besaron y que casi no hablaron? ¡Buenoo… qué querés!, pero nos decíamos cosas al oído. ¿Pero no era que vos sola dijiste te amo y que él hacía de cuenta que no te escuchaba? Puede ser… ¡Pero en una relación que importa quién lo dice primero! Pero no es que te apartó de las demás chicas para que no lo vieran cuando te besaba. ¡Nooo… entendiste mal! Eso fue para tener más intimidad, porque estaba trabajando, el pobre. Si se escapó del laburo y todo para estar conmigo. A lo mejor por eso lo echaron y tuvo que irse y no pudo despedir sus labios en mi rouge borravino como hubiera querido. ¿Quién? ¿Él o vos? ¡Qué pesado! Ya te dije: “en una relación que importa quién lo dice primero? ¡Encima como una boluda no le di mi teléfono! ¿Cómo va a ubicarme?
¿Pero este tipo no tenía una novia chilena? Novia, novia… Para mí que no era la novia. Seguro era un chape, pero nada más.
¿Pero no sería por ella que él no quiso terminar la noche con vos en el hostels porque tenía miedo que volviera antes desde su trabajo? ¿Porque compartían cuarto?
¡Eso yo no te lo dije! ¡Para mí que te lo inventaste vos! Está bien, estoy pensando en voz alta. Se me ocurrió ahora. ¿Pero puede ser, no?  No te parece… No me dijiste que la viste tan desilusionada cuando te vio en el hostels. ¿Eso me lo dijiste vos? No lo inventé yo.
A lo mejor. Pero no puedo culparla por eso. ¡Es que es tan lindo…! ¡Tan lindo!
Pero ella no fue al aeropuerto. Porque no lo amaba como lo amo yo. Porque seguro su noche no fue tan salvaje, como fue la mía.
¿Te parece, Paula? No se hospedaban en el mismo hostels.  Si a lo mejor hasta dormía en la cama pegada a la suya. ¡Eso no lo sé! ¿Pero vos sos mi hermano o el enemigo? Pero, pero… ¿Sabés como me tenés con el pero?
¡Tu hermano soy, Paula!  Pero lo que intento es abrirte los ojos, para que no sufras por una promesa. ¿Porque que vas a ir a hacer, vos Paulita, con un tipo que recién conocés al Canadá? No lo conozco recién. Hace dos meses que vamos con las chicas a todas las salidas que el organizaba. Además es igual a Bon Jovi y eso me hace pensar que lo conozco de antes. De mi cuarto, de los posters que todavía conservó en las paredes borradas por mi rouge borravino, mirándolo por las noches con ojos castaños de amor en mi cama. ¿Pero no es que no pudieron llegar a su cuarto?
¡En eso tenés razón! ¡Qué boluda que fuí! Tenía que haberlo de una, invitado al mío, y que viera sus fotos besadas por años parecidas a él. Pero no lo hice.
Tampoco estaba segura si un amor llegaría de Canadá / San Telmo en tren a Adrogué. Y me quedé con los ojos castaños cegados de sal por las olas que rompen te-quieros, escuchando los bises. Y me devolvió de un sorbo hasta la última gota del rouge borravino que robó de mi boca en el mar turbulento turquesa que a mis ojos dejó. Y me quedé con los ojos cerrados revoloteando un “te-amo”.

One wild night… y me fui despidiendo en el pasillo mosaico de tus labios fríos de un subte apretado, que azuleja mi apuro que separa a-tu-lado cuando me enteré que te ibas.
One wild night… y corrí sin sandalias por las escaleras cenicienta de la línea E para olvidar acaso que te había besado.
¿Por qué te vas? Si lo único que hice fue devolverte hasta la última gota de tu rouge borravino como me pediste. Y hace media hora o cuarenta minutos que estoy tocando la canción de Bon Jovi solo para vos.
¡Perdoname, sí! Ahora que te miro te pareces un poco. Mientras tocabas despacio la cuerda afinada de mi corazón guitarro tu pelo revuelto con una canción. ¿Pero tenés los ojos más verdes que su mar turquesa? ¿Y tu pelo no está tan revuelto? ¿Y no sos canadiense?
¿Cómo te llamás?, me preguntó nervioso. Juliana le dije, en lugar de Paula, como si ella hubiera tenido más suerte que yo. Yo me llamo Marcos y voy a estar acá durante unos meses, en el pasillo mosaico en la desembocadura de la línea E tocando Bon Jovi.
¡Qué loco! ¡Es la primera vez que te veo y ya nos besamos! ¡Te pareces un poco a Bon Jovi! ¿Pero todavía no se bien en qué? En la voz, me dijo.
Será por eso que escuché de nuevo mi cuento incompleto. ¡Si lo escucharan, chicas! Entenderían entonces porque me fui. En el recuerdo pisco de su beso canción.


23 de febrero de 2015


Los amores de Pau / ¨Por volverte a ver


Los textos conservan las fechas en que fueron escritos


¿CUANTO TIEMPO MÁS me vas a tener así? Que venís y no, que hoy tampoco pudiste, que se te hizo tarde. Que te cayó de improviso ese amigo del sur del que nunca me hablaste. -¿Qué querías que hiciera, que lo echara?- Y te cambió los planes.
¿Y yo qué? Acaso te importa un poco lo que me pasa. Si no me preguntaste nada la última vez que nos vimos y te la pasaste callado mirando de lejos a cualquier minita con más ganas que a mí. Justo la noche que me había puesto ese corpiño piel que me marca las lolas y creí te gustaba. Si ya casi ni hablamos. Si incluso estaba decidida a escaparme con vos después a tu casa como habíamos quedado, y nada. Si hasta tus amigos pegaron más onda con mis amigas que vos conmigo esa noche. Y eso que nos conocemos hace más de un año y recién ahora nos decidimos a esto.
¿Por qué no me vas a decir que lo nuestro es algo más que esto? Porque amor no es. Calentura ni llega, sino un fuego apagado con canciones gastadas en un campamento. –¡A los campings me dijo mi psicóloga que fuera! ¿Sabés como levantás?- Y yo en cambio me la paso en boliches caretas sanando mis penas en el frío mezquino de un vaso de alcohol.
¿Cuántos mensajes más tengo que mandarte para que te des cuenta que nos sos un chape? Que me interesás. O mejor dicho que me interesabas.
Ahora no. Ya no. Por suerte me di cuenta a tiempo. -¡Qué tonta, no!-. Que apagó tu sonrisa una nube de polvo en mis ojos de acaso. Que ni siquiera los viste. Que no quisiste mirar. Porque no te hubiera echado de mi corazón asustado mientras no lo sabía. Que no me querías, que lo hiciste sin ganas. Porque no fuiste capaz de invitarme a tu casa, y paraste tu auto en diagonal canchera con cara de vamos. ¿Con cara de qué? Como si hiciera falta la pregunta. Como si no te hubieras dado cuenta que mi boca cereza se quedó temblando de tibio a tu lado soñando tu amor. Porque ni siquiera tuviste el valor de invitarme a tu casa. Porque ni siquiera estoy muy segura de que tengas una casa donde decís la tenés.
¿Y quién sabe por qué mierda te escribo esta carta? Si vi más veces tus fotos del facebook que no estabas conmigo que mi cara al espejo por miedo al fracaso. Que fracasé otra vez. En enviarte esta carta sin saber por qué lo hago. Si le gusto a tanto boludo sin gustarte a vos. Si es con Pau con quien estás hablando, ¡tarado!, en la sombra ebria de mí andar hormigo por volverte a ver.


4 de febrero de 2015

Quémame


QUÉMAME los ojos
si miro a otro lado
y no veo el cansancio
de tu amor en mí.

Quémame los pies
si camino despacio
y no veo la senda
de encontrarte allí.

Si no te hago masajes,
si olvido tus labios,
si no busco en tus manos
abrazarte así.

Como extrañaré
tu retoño en mi pecho
aunque me queme,
tu boca cereza,
tu verde jardín,
tus ojos de cielo,
mi amor en tus brazos,
me fui por un rato
y ya quiero venir.




viernes, 10 de abril de 2015

Mochila de pájaros


Ahora en abril
se renuevan las flores
los flamencos vuelven
del mar…
                caracoles
hojas secas caen
escriben….
                   amores
en tus ojos pardos
volando canciones

Ahora en abril
es mi cumpleaños
de Malena la gesta
el sol…
             otoñado
hojas secas vuelan
dibujan…
                 dorados
en mi calendario
tachando maltratos

Ahora en abril
la calle dormida mordiendo el asfalto
mirar si venías
estar…
             a tu lado
hojas secas viven
lo mismo…
                    cada año
llené de ilusiones
mochila de pájaros