lunes, 19 de octubre de 2015

Leones de Escalada


I

A MI ME DIJERON que no puede ser. Que no debe ser ella. Que tiene que ser otra la persona que pone los carteles en el alambrado de la casa. Esos que dicen: “Cuidado con el árbol. Peligro de caída”. Para que nadie camine la vereda. Ni se acerque demasiado a la vivienda. Ni se atreva a tocar el timbre a ver si todavía está allí (si no anda el timbre). Ni pase por la esquina de Alajarín y Del Valle Iberlucea y la vea. ¡Más con este calor! ¡Qué ganas!

-¡Vos sabés que la tengo que llamar a Martita!

“Porque hay que ser viejo para saber lo que le pasa a un viejo”. Hablar es fácil. Decir que Muñecote está muerta o tendría que estarlo, también. ¡Qué vivos! Por la edad lo dicen. ¡Cómo le gusta a la gente hablar macanas de los otros sin saber, eh!
¿Cómo?
Yo muy bien no me acuerdo, pero algunos hasta le cuentan más de cien. Yo le cuento noventa y nueve. Y por ahí más o menos tiene que tener. No sabés como manejaba el frío / calor la última vez que la vi.
¿Cómo?
Ese que le compró el Jeremías.
Yo bien no me acuerdo. Pero si todas sus amigas: la que no está en un geriátrico, está en la flor de última, o ya pasaron a mejor vida las pobres. Que la diálisis, que el cáncer, que no las iban a ver, que las dejaron morir. ¡Qué sé yo!

-Ustedes me llegan a meter en un geriátrico sin mi consentimiento y las mato a las dos. ¡Las corto en pedacitos!

Si yo estoy bien. ¡Bueno…, me duele un poco el ciático! Pero eso me pasa desde que tengo cuarenta años ¿A quién no? Y más si una tuvo hijos. Lo que no puedo mucho es moverme desde la última vez que me caí, cuando me rompí la cadera y después nunca me recuperé del todo. Pero eso fue más por culpa de los médicos, que mía.
¡Porque antes a mií no me dolía paara nada la cintura! ¡Y la espalda menos!
¡Bueno…, los días de humedad un poco sí! ¿Pero a quién no? Si tengo la plata guardada para hacerme los dientes y nada, y por h o por b nunca me pueden llevar. Si les llego a pedir que necesito hacerme una resonancia en la cadera y les digo que me lleven, ponen el grito en el cielo. -¡Mamaá! Nunca querés ir y justo hoy que yo no puedo acompañarte se te ocurre, me dicen-. ¿Y cuando se me va a ocurrir?
¡Ma sí, me hago llevar con un auto y listo! Al final siempre me dicen lo mismo, que me tome un remís. Y yo me lo tomaría. Lo que pasa es que el muchacho de la agencia que conocía no está más y yo ahora con el quilombo que me arman ustedes dos, cada vez que vienen a mi casa, no encuentro por ningún lado la tarjeta que me dejó ese chico.
Siempre lo mismo: que porque les pasó algo a mis nietas, que los maridos o lo que mierda sea, nunca me pueden llevar. Cualquier excusa meten con tal de no hacerme un favor a mí. ¡Pero bien que me cobran la nafta cada vez que vienen! Y me critican cómo como la pizza, si me quedo dormida en la mesa mientras miro la televisión, si ando toda meada, si me lavé la cabeza o tomé la pastilla de la presión.
¡Si la presión me la suben ustedes cada vez que vienen!
Si yo estoy bien. Qué tanto. ¡Bueno…, tengo una úlcera en la pierna que no me termina nunca de cerrar! Pero nada más. Si Ofelia me la cura todos los días con soda y bicarbonato.

-¡Ahora estoy mejor! Fijate. Mirá. ¿Ves lo que te digo? ¡Mirame cuando te hablo! En vez de mirar todo el día ese celular. ¿Qué es lo que pasa tan importante en ese teléfono de morondanga que no podés escuchar una vez que te lo pide a tu madre?
A decir verdad, estoy un poco encorvada también. ¿Pero quién no está un poco torcida a mi edad? ¿A quién no le duelen las articulaciones a los ochenta y dos años, me querés decir? ¡Las quiero ver a ustedes cómo llegan a mi edad!
¿Cómo?

-¿Ochenta y dos, u ochenta y cuatro años tengo yo? Nunca me acuerdo bien. ¿Vos te acordás, Clarita? Si soy del 32 yo, ¿qué edad tengo?
-¡Mamá soy Marcela! Clarita no vino hoy. ¡Ochenta y tres tenés! ¡Y hace una hora que te estoy escuchando! No te acordás que me tocaba a mí venir los sábados para ayudarte, que arreglamos así. Y cuando vos quieras te llevamos a hacerte los dientes o a verte la cadera. ¡Sos vos la que pone excusas y nunca quiere ir!
-¡Excusas, excusas…! Mirá si me voy estar acordando que día viene cada una. Con las cosas que yo tengo en la cabeza. ¿Ochenta y tres tengo? ¡Además vos y tu hermana me vuelven looca! Me la cambian todo el tiempo. Que un día viene una, que otro día la otra. Al final nunca sé cuando viene ninguna.
¡Ma sí!, estás acá y listo. Si vos siempre querés venir pero nunca querés estar. Si se la pasan mandoneándome todo el día. ¡Vos y tu hermana! Que me quieren lavar la cabeza, que me mandan a bañar, que quieren que me cambie la ropa y que me saque el camisón porque son las doce del mediodía y estoy en veremos... Que ahora encima se les dio por darme de comer a las ocho de la noche porque se tienen que ir volando para su casa. Cuando yo lo único que quiero es que me dejen ver el noticiero tranquila, o a Markic que tanto me gusta.

-¡Que me dejen de joder! Eso quiero.

Que me comí todas las galletitas, que me acuerdo que me faltan los remedios justo cuando ustedes se tienen que ir. Y ni que hablar cuando me olvido los pañales. ¡Se ponen como locas! Como si se los hiciera a propósito. ¡Me olvido! ¡Qué sé yo!
¡Pero si no la escuchan a una cuando habla!
¡Ma sí! Fangulo. Estás acá y listo.

-No ves que siempre querés pelear, mamá.
-¿Quién quiere pelear? ¿Quién quiere pelear…?

No te diigo que Muñecote era la más grande del grupo de todas nosotras. Así que la edad que dicen que tiene, tranquilameente la puede tener. Yo también, desde que ustedes me mudaron acá a Lomas nunca más pude pasar por la casa. Si no me llevan. Y decí que de la turca y de la Charo perdí los teléfonos. Si no las llamaba y me sacaba esta duda que tengo que no me deja dormir.

-¿Clarita, vos tenés el teléfono de la turca?
-¡Marcela soy mamá! Mira si voy a tener yo el teléfono de la turca yo.
-¡Bueno! El de la Charo entonces o de alguna otra de mis amigas de la calle Rauch.
-La Charo se murió mamá.
-¡En serio me decís! ¿Hace cuánto? Yo no sabía naada. Recieén me acabo de anoticiar. ¡Me desayuno con esto! Al final yo siempre soy la última en enterarme de las cosas. ¡Decí que te pregunté! Si no iba a seguir pensando que estaba viva.
-¡Ay, mamá! Si que sabías. Te habrás olvidado. Qué sé yo. ¿Ves que tenés ganas de pelear?
-¿Quién tiene ganas de pelear? ¡Vos tenés ganas de pelear hoy!

Si te estaba contando que a Martita no la llamo para preguntarle qué pasó con lo de Muñecote porque está sorda como una tapia la pobre y no te oye bien cuando vos le hablás . ¡Si no la llamaba! Si le preguntas por los nietos y te contesta otra cosa. O lo que es peor, nunca sabe nada y te dice: “Yo no sé, yo no me meto, a mi no me cuentan, vaya una a saber”. ¿Y quién le va a contar? Si no escucha una mierda la pobre y te dice: “Yo no les pregunto porque si no te tildan de metida y no los quiero molestar”. Eso te dice.

-¿A vos te parece Marcela?

En cambio sí: parece importarle más lo que dicen en la televisión que las cosas que le pasan a su propia hija. Repite como un loro toodo lo que dicen en la tele. Se la pasa todo el día mirando lo que hablan del programa de Tinelli. Y cuando le preguntas, te dice que lo deja prendido pero que no le presta atención. ¡Y claro, si no escucha la pobre!
Le interesa más lo que opina Mirta Legrand que lo que puedo contarle yo. Porque al fin y al cabo por más que esa señora trabaje en la televisión desde hace una punta de años y se lea todos los diarios como dice, no es más ni menos que otra vieja atrasada, que dice las mismas pavadas que decimos nosotras. ¡A lo mejor por eso la ven!
Porque decime vos realmente: ¿Qué formación tiene esa señora? Si era actriz y del montón y su marido siempre la gritoneaba y la cagaba bien a trompadas y ella bien que se hizo la osa con ese tema. Y encima si le prestás atención: pregunta siempre lo mismo. Y dice que tiene miedo, que tiene miedo ¿Miedo de qué? ¡De morirse tendría que tener miedo esa vieja gorila! Como todas nosotras.
Y para mí que los invitados no la mandan a cagar porque queda mal mandar a la mierda a una señora mayor que te dio de comer. Por eso no lo hacen. Si no, estoy segura que la mandarían bien a la mierda. Por eso es que no la llamo a Martita.
Yo no me acuerdo bien. Pero para mí que Muñecote está viva. Aunque me escucho lo que digo y me hace dudar. Porque era la más grande del grupo de las amigas que tenía que se reunían por las tardes en el Club de los italianos, donde ahora hay un restaurant y supo haber un cine alguna vez.

-¿Te acordás Marcela? Sobre Rosales.

¡Qué años, no! Pero eso fue hace mucho tiempo. Tanto que ya mucho no me acuerdo. Si yo era la más chica de todas. Si cruzábamos Uriarte de Melo a Azara para ir a las reuniones danzantes del Orillas del Plata y el salón era tan chico que había que esperar sentadas en las sillas que había contra la pared hasta que te tocara el turno de bailar. Algunas iban con sus novios o ya maridos. Y las que no, bailábamos entre nosotras. ¿Qué bien que la pasábamos, no?

-¿Te acordás Marcela? Que te vas a acordar, si vos ni habías nacido.

¿Cheé, te estás quedando dormida? Y yo meta a hablar sola.
-¡Noo, mamá! Estoy cansada, pero no me estoy quedando dormida. Hace más de un hora que te estoy escuchando, si estoy hablando con vos, que otro remedio me queda. Si das vueltas y vueltas con esto de Muñecote.

(Pero eso de los bailes fue hace mucho tiempo)

Para mí que es Isabel.
-¿Quién?
- Isabel.
¡La que pone los carteles!

¿Cómo? ¿No sabés quien es Isabel?
-Noó, mamá. No sé quien es Isabel
-¡Isabeel! Si te conté. ¡Para mí que es esa hija de mil putas la que está poniendo los carteles!
-Ya te dije que no sé quien es Isabel.
-¿Qué no te conté?

Siií….  Isabel, la que le pusieron el pasacalle sobre Escultor Cafferata. Ese que dice: “Isa: paragua puta, roba marido”. La que viene a hacer ahora algo así como la nuera de Muñecote y se las da de señora desde que se le arrimó al hijo. Para sacarle la guita, supongo. Porque por amor no creo que sea. Porque es una chica mucho más joven que él. ¡Fulera, pero joven! El está gordo y pelado y tiene que haber pasado hace rato los cincuenta.

-¿Y vos como sabés si no la viste nunca?
-¡Ahora no la veo! Y como la voy a ver si ustedes me trajeron a vivir al centro de Lomas a este departamento de morondanga sin luz que parece una ratonera y me alquilaron mi casa de Lafinur y Rauch. Y encima la plata del alquiler se la quedan casi toda ustedes. ¡Y la de la jubilación yo ni la veo! ¡Así que mejor no me hagas acordar de eso, querés! ¡Cómo me cagaron a mí desde que pusieron el sistema este nuevo de la tarjeta!

Pero esto que te digo me lo contó Chicha, la del perrito, y yo a Chicha le creo. Y a Jeremías no me vas a decir que no lo conozco bien. ¿Mirá, que se volvió chitrulo ese tipo con los años, eh? Venir a engancharse con esa trola y dejar de clavo a su mujer de toda la vida. ¡Una mina báarbara! La que le dio dos hermosos hijos, buenos, trabajadores, y le aguanto la vela cuando los dos corrían la coneja con la hiperinflación en los 80. ¡Bueno! Como todos. Pero por lo que me contaron ellos la pasaron peor. Si la Vicky tuvo que salir a laburar de cualquier cosa para poder pagar la olla.
Porque le calculo cerca de sesenta el hijo de Muñecote. Si empezaron juntos el taller mecánico de la calle Melo en la época de Alfonsín, y justo ahora cuando empezaba a irle bien la viene a largar.

-¿A vos te parece Marcela?

¡No ves que no termina nunca una de conocer a los maridos! Ta casás con uno feo bien feo con cara de boludo y te caga igual. ¡Porque mirá que es feo el Jeremías!
¡Ya te dije! Para mí que es Isabel la que pone los carteles de: “Cuidado con el árbol. Peligro de caída” Si está deseando que el árbol gigante que tiene en el jardín que está cada vez más inclinado, en vez de caerse para el lado de la calle y mate a alguien, se caiga para adentro encima del techo de chapas vencido de la casa y si es posible la mate a la pobre vieja.
¡Si es que ya no la mató ella! Porque andan diciendo eso también.
Porque el rumor que corre es que si Muñecote no está muerta, un día esa casa se le va a caer encima y la va a matar. ¡Si está toda deteriorada!
Porque ya nadie la va a visitar y ni siquiera le dan una mano con los arreglos. ¿Porque cuánto hace que a esa casa no va un gasista, un plomero, un techista, un electricista, algo? Si no viste como tiene las paredes, húmedas por el rocío de los años. Si en cualquier momento se le caen encima como dicen. A pedazos, por la humedad del barrio cada vez que se inunda.

-¿Qué sabés vos mamá? ¿De dónde sacás todas estas cosas?
-¿Saber… saber? Que no voy a saber yo.

¡Bueno…! No sé, pero me lo imagino. No hay que ser muy inteligente. Si no va nadie a ayudarla a la pobre de Muñecote. Al final de que te sirve haber sido una buena mujer, si te cagan igual y te dejan tirada como un trapo de piso. Y hasta están esperando que te mueras para venderte la casa.
Yo si atendiera el teléfono la llamaría. Pero para mí que le cortaron la línea de la compañía por falta de pago. O algún mal intencionado, pasó y le cortó el teléfono, o le robaron el cable. ¿Qué sé yo! Si la casa parece abandonada, y yo te estoy hablando ya de hace un par de años. Antes andaba con un celular que le regaló la Vicky. Que mucho no sabía usarlo. ¡Pero ahora mismo no sé!

-Ay, mamá. Eso fue hace mucho tiempo.
-¡No te digo que no sé! Que fue hace mucho tiempo.
-Mucho tiempo, no. Tres o cuatro años a lo sumo.
-¿Cuánto hace que vos no hablás con Vicky, mamá?
-¿Y cómo voy a hablar yo? Si desde que se separó se mudó a Guernica a lo de la mamá y no tengo el teléfono. Y no supe más nada de ella. Y no te dije que de la turca y de la Charo también perdí los números.
-¡Mamá, Charo se murió!
-Cierto que me dijiste eso. ¡Pobre Charo! ¿Por qué no me conseguís su teléfono? En lugar de sacarme de mentira a verdad y tratarme como si fuera una mentirosa.
-No te digo que se murió.
-¿De qué se murió, sabés?
-No, no sé, mamá.
-Bueno, el de la turca al menos. ¡Alguno!
-¿No ves que querés pelear?
-¡Yo no quiero pelear! Pero tampoco quiero que me tomen de chitrula. Todo tiene un límite.
¡El tema es así como yo te lo cuento!

Para mí, Isabel, la paraguaya, la metió en un geriátrico de mala muerte a Muñecote en Lanús para quedarse con la casa y el boludo del hijo se quedó de brazos cruzados y no hizo nada de nada y bien que se cayó la boca ese sin vergüenza. Si a mí me contaron que hasta tenía un cartel de venta y todo, la casa, y que alguien de buenas a primeras lo sacó. Si lo tiene agarrado de las pelotas. ¡Loco de amor que le dicen! ¿O de quien sabe qué cosa? Porque estas paraguayas tienen fama de ser bastante rapiditas, por decirlo de alguna manera -al sexo digo- y se hacen las modositas: “Que necesitas. Que mi maridito de acá. Que mi maridito de allá. Que quieres que te haga mi amor”.
¡Ma qué maridito! Ni maridito. Si está arrimada la turra esta. Si no es la mujer legal. Si la vieras cuando se cruza con el Jeremías para el lado de Bánfield y se pasea por los locales pitucos nuevos que pusieron sobre la calle Alvear gastando la plata que le saca a él. O el boludo se la da. Eso no sé bien.

-¿Y vos como sabés? Si no vas hace años por allá.
-¡No te digo que no sé bien! A mí me lo contó la reflexóloga que se puso un local de zapatos por ahí y le va muy bien parece. Por eso te lo digo.
-¿Quién?
-Alicia, la reflexóloga. Con la que íbamos con la alemana a las clases de yoga. ¡Al final vos resulta que no conocés a nadie!
-¡Pero eso fue hace mil años, Mamá!
-Tantos años no.

¡Es así como yo te lo cuento! Esto de Muñecote es un misterio. Le tendría que decir a Chicha que se dé una vuelta por allá para revelarlo de una vez por todas y terminar con este asunto. ¡Porque hablar con vos del tema es como hablarle a la pared! O no te interesa, o está visto que no lo entendés. Si ella anda por todos lados. ¡Le digo que se vaya con el perrito y listo!

-Mamá andá a dormir y dejate de joder. ¡Me hacés ese favor! Mañana la seguimos.
-Ahora resulta que soy yo la que jodo, pero bien que de Muñecote no sabés un pito la vela y está a las claras que entendés menos.
-¡Me dormí, mamá! Estoy dormida. Ya no te escucho. Me dormí.
-¿Y quién quiere que me escuches? Yo lo que quiero saber es que pasó con Muñecote. Si en realidad es ella, Sí o No, la que pone los carteles.


II

-Leona, ¿cómo se siente hoy? Le traje las galletitas de hojaldre del Día que tanto le gustan, Monferrato no hay más, ahora se llama Tres Torres, espero que le guste. Y unos bifecitos tiernitos de lomo de Morrone compré también con la plata que me dio. Tuve que ir al frigorífico porque al Coto nuevo que pusieron frente a la plaza de Escalada no me dejaron entrar.

El rati que está en la puerta se ortibó y discutimos un poco y casi que nos vamos a las piñas. Y eso que me conocía de la estación cuando jorobaba a la gente diciendo: “Al mundo lo inventó el león, después… nacieron todos muertos” A lo mejor de ahí me agarró bronca, se ve que no le gustaba que hiciera eso. Pero eso fue hace un tiempo y ya no hago más ese tipo de boludeces ayudándome con el culo de botella de una gaseosa para que retumbe el mensaje en los oídos cansados de los que bajan del tren. Me dijo que afeaba el lugar, que yo era un ciruja, que estaba barbudo, pelilargo y sucio y que tenía olor a vino. Mucho olor, y a vino. ¡Y usted vio como es esto del vino: uno empieza porque no puede dormir por las noches y después sigue!
-Así que me parece que si no se ofende hoy le voy a usar un poco el baño. Limpio todo después. Lo dejo como lo encontré. No se preocupe por eso.
-Usá León, usá. Pero no me llames más Leona, Muñecote decime como me llaman todos.
-Ya se Leona, pero si yo soy el León para la gente, usted es una Leona.

Si hace un par de noches le festejé los cien años y todavía la sigue peleando. Y yo con todas las que pasé en mi vida y en la calle, con mis sesenta y dos años estoy hecho un León. Si así me siguen llamando cuando voy por las tardes a la parada del 51 a Pavón, al lado del quiosco de diarios, en frente del Vea y del tipo que se puso con un cajoncito a lustrar los zapatos. ¡Los arregla también creo! Y cuando noto que la fila del colectivo se pone larga bien larga, les grito al oído mi rugido de rabia de león contenida y entonces los asusto para que sientan el mismo miedo a la vida que sentimos nosotros. Y cuando me miran con mala cara les digo: “Al mundo lo inventó el león, después… nacieron todos muertos” y no sabe cómo se ponen pensando que estoy loco. Y después para aflojar un poco la cosa exclamo con vehemencia: “Que Tinelli, ni Tinelli. Al mundo lo inventó el león”.

-Si soy un León, el León de Escalada, sabe.
-¡Ya sé León…! Pero te dije que no me gusta que hagas eso. Que te la pases asustando a la gente sin motivos.
-Bueno… mi Leona. ¡Perdón, Muñecote, digo!

Por eso le hice caso, y ahora a la mañana ya no lo hago más y en cambio pido limosna en la Iglesia de Rosales y a la hora de la siesta me quedo merodeando la zona para no despertar sospechas. Si incluso lo mandé al loco de la Coca Cola, ese que se la pasa tomando y pidiendo Coca Cola todo el tiempo por el lado de Melo y Roca cerca de la placita de Rauch, que ahora le cambiaron el nombre a Alajarín en memoria de Oscar, héroe y mártir ferroviario muerto por la dictadura militar en los ´70 y está bien, porque tengo miedo que nos delate y diga que fuimos nosotros los que sacamos el cartel de venta de la casa y lo cambiamos por el de: “Cuidado con el árbol. Peligro de caída
Igual quien le va a creer. Si está más loco que un chivo loco. Quién le va a creer que amenacé a la Isa en contarle a su hijo Jeremías que estaba casada en su país y que una vez vino a buscarla el marido hecho una tromba, y la tuve que defender con mi cuchillo para que no la cagara bien a trompadas y se la llevara de los pelos arrastrándola al Paraguay. Si le pegaba siempre parece el muy hijo de puta. Por eso lo debe haber dejado y se vino escapando para Buenos Aires. Que tengo fotos besándolo, paseando con los dos hijos chiquitos del matrimonio por la peatonal de Lanús, y entrando al hotel alojamiento de la avenida, y le saqué las fotos con la cámara que usted me regaló para que la siguiera. ¿Se acuerda, no? Así que por un buen tiempo no va a venir por acá. Ni va a insistir con eso de la venta de la casa.
En cambio, la Vicky, su nuera,  pobre está tan mal con esto de la separación, aunque ya pasaron más de tres años que ni pinta por el barrio y sus hijos tampoco. ¿Y usted tiene ganas de ver a sus nietos, no? De todos modos ellos ya son grandes y se fueron a vivir con sus novias: uno se fue a Cañuelas y el otro a la Capital. En cambio, Jeremías -su hijo me refiero- podría venir, pero es tan pollerudo que hace todo lo que le dice la Isa. Si engualichado parece que lo tuviera.

-¡Muñecote!, me baño y me tiró en el sofá un ratito. Cualquier cosa que necesite me avisa. Hacemos así, como todas las noches desde hace casi un año.
-Me regaste las madreselvas.
-Sí, Muñe, ya se la regué. Quédese tranquila por eso. Cualquier cosa que necesite me avisa.


III

Pero al León no hubo rugido ni aspecto de calle que lo pudiera defender esta vez, y de anticipar ese encuentro hubiera podido evitar aquella humillación acaso. Porque un desafío a pelear o un duelo, por lo desparejo no fue. Cuando de las sombras se le apareció el marido de la Isa con sed de venganza. El tipo se había venido otra vez del Paraguay, o de quien sabe donde, con un revólver y tres amigos a buscarlo. Se lo llevaron a la rastra primero por Ramón Franco, luego por Beltrán, cruzaron la plaza de Escalada. Después la estación de tren, hasta llegar a las vías muertas del ferrocarril por los talleres; cuando lo interceptaron por Marco Avellaneda, y a empujones lo amarraron del cuello hasta la Colonia ferroviaria, que ha decir verdad está cada vez más abandonada y sola. ¡Qué pena! Con lo que cuesta dar identidad a un barrio como es Las Colonias, asentado en los años veinte y de apogeo más o menos por los cincuenta, y terminado de venir a menos por la debacle neoliberal de los 90. Cuando el ferrocarril dejó de ser el mismo. Pero en los 70 no estaba tan mal. Si el propio Simón (o León como se hace llamar ahora) se vino de Corrientes para probar suerte en el fútbol en el club Talleres, y hasta llegó a jugar de delantero en la primera división de la segunda categoría del fútbol argentino. Era un nueve aguerrido y picante con gol, un poco petiso para el puesto, pero muy ligero. Y justo cuando su tío materno le consiguió un trabajo de ferroviario en el Roca, lo ficharon como profesional en el club, y aunque cobrara poco y nada al principio, decidió optar por la pelota, hasta que tuvo la mala suerte que el arquero Germán Burgos de Témperley le rompiera los ligamentos cruzados de un planchazo, y después de la lesión dejó el fútbol profesional para siempre y se ganó la vida de mozo, de pizzería en pizzería, primero por Gerli y Avellaneda y después por el este de Lanús, pero nunca formó familia Simón, tuvo alguna que otra novia pero nada más, y la plata que ganó, el pobre, se la gastó toda en joda y amigos, hasta llegar a este presente transhumante de croto borracho, ayudando más por compañía que por un baño caliente y un techo para dormir, a la buena de Muñecote. Tratando de conservar lo que para muchos nunca murió.

-¡Saltá, pelotudo! Antes de que te pongas a llorar como un viejo borracho que sos. O te meto un cuetazo en el medio de la frente; o mejor en los pies, así no podés caminar más por la calle como tanto te gusta, espiando a todos y a todo por todos lados. ¡Vieja chusma! O estás caliente con la Isa que tanto te la pasás siguiéndola. ¡ Nde añaRa’y!
A ver cómo te las arreglás ahora para sacar el cuchillo con los brazos atados, como hiciste la vez pasada  en la puerta de esa casa hecha concha donde solía ir la Isa a cuidar a esa señora. Y sacaron el cartel de venta con ese loquito de la Coca Cola. ¡Te pensás que no sé! ¡Al pedo! ¿Quién carajo va a comprar esa casa en el estado en que está? Sólo a la Isa se le puede ocurrir eso. Salvo por el valor del terreno, pero nada más.
¡Manejás bien el cuchillo,che, vos! Se nota a la legua que sos correntino. ¡A tu Corrientes porá! ¡Bailá chamamé, pelotudo, como dicen acá!  O te gusta la pendeja. ¿Te gusta la pendeja? Nde Tavy piko! O Nde tavyetéma voi! Porque la Isa es mía. Está acá para sacarle la guita a ese viejo de mierda, pero le está llevando demasiado tiempo. ¡Así que se acabó! ¡Nos volvemos para Asunción! Pero antes te hago cagar a vos. ¡Añamengui…! ¡Nde Aña memby! Así aprenden y se le van las ganas de una vez a todos de llamar puta a mi Isa.

A partir de ese día la Isa desapareció de Escalada, ni una carta le dejó al pobre de Jeremías, que se quedó mirando la ventana esperando que volviera un par de días hasta que el tiempo se cansó de llover. ¡Si hasta pensó en llamar a la Vicky para pedirle perdón! Y ya no tenía fuerzas para abrir el taller, ni siquiera mandó al mudo, como le decían a un ayudante que tenía, a cobrar los últimos trabajos que había hecho. Y si seguía así se lo iban a comer los piojos, o mejor dicho los proveedores. Porque hasta los ahorros que acababa de sacar del banco Credicoop se los llevó la Isa, y alguna que otra joya que guardaba de su madre, que conservaba él, por miedo a que alguien pudiera robársela. Y se fue cabizbajo con el caballo cansado a lo de su mamá, Muñecote. Tuvo que forzar la puerta de entrada, cosa que no fue muy difícil, porque a la cerradura la habían cambiado entre el León y el loco de la Coca Cola y mucho de eso no sabían. Además, al juego anterior de llaves tampoco lo encontraba, porque lo había escondido para que Isabel no pudiera ir más a visitar a su madre. ¿Para qué? Si últimamente decía que era una vieja turra, que tenía que morirse sola: de enferma o de hambre. ¡Pero la vieja parecía no morirse nunca! “Si nunca nos apoyó en nuestro amor”, decía la Isa. Si está plagada de prejuicios como esa Mirta Legrand que mira siempre en la televisión Led o LCD que tiene ahora, esa que vos le compraste, y, nosotros en cambio con un televisor de tubo de 20 pulgadas, Noblex, viejo, todo destartalado. Si le parece mal que un hombre de cincuenta largos se enamore de una chica de veintiséis como yo, que te mostró el calor humano de un beso a escondidas. ¡Si se te paró más conmigo que en toda tu vida! Y las chusmas del barrio se murieron de celos por eso. Si al final éste, resultó un barrio plagado de familias infelices y chato de amor –y me vienen a decir puta a mí- que se muere de celos cuando escuchan los gritos de goce de un hombre feliz por las noches. Si para mí que fue ella la que puso el cartel sobre Cafferata y seguro le paga a uno de esos linyeras que merodean la casa, para que cada vez que lo saco lo ponga de nuevo. ¡Te parece que es lindo saber que todo el barrio se burla cuando leen el pasacalle: “Isa, paraguaputa, roba marido”, para que no se olviden de lo que le hicimos a la Vicky. ¿Te parece que es lindo? Por eso me fui.

Así que Jeremías, su único hijo, concebido con tanto amor luego de varios tratamientos, ya de grande, después de tanto tiempo, volvió a entrar solo y temblando a la casa materna, traspirando, con las manos sudadas de olvido y la garganta seca de tragar disgustos, donde lo único que quedaba en flor: eran las madreselvas del jardín de la esquina de Rauch (ahora Alajarín) y Del Valle Iberlucea, regadas por la lluvia del día anterior y por tantos olvidos.

-¡Mamí, Mamá! ¡Mamaaá! ¿Dónde te metiste? ¿Estás bien?

Hasta que la pregunta de nuevo se cayó contra el piso -¡Mamí, Mamá! ¡Mamaaá! ¿Dónde te metiste?- con la espalda a cuestas. Y tuvo que llamar de urgencia a la ambulancia de guardia cuando la encontró sin aire desplomada en el suelo. Si estaba todo cerrado. Si todo hacía suponer que hace días nadie ventilaba la casa. Si al León le quitaron la vida a los golpes y terminó internado en el Evita para ser atendido por algunas fracturas y cuando volvió a la casa, Muñecote ya no estaba y lloraban de pena las madreselvas sin flor. Se habían rajado del todo las tejas del techo, y el árbol gigante ahora sí, corría inminente peligro de caída. La puerta estaba forzada, debe haber sido el Jeremías que lo vio sacando el cuerpo de la casa; o mejor dicho, se lo contó Coca Cola. Los vidrios de las ventanas estaban rotos a piedrazos por el loco que arrojó de bronca todas las botellas de vidrio a las personas que pasaban por la esquina incluso las llenas. Al llegar el León, sin aliento, regó las madreselvas y sin cambiar el cartel movieron el árbol con el loco con fuerza hasta que se cayera. Para culparse en el pecho que Muñecote muriera.


IV

-¡Hable…!
-¡Hola señora Tita, cómo le va! Usted no me conoce, ¿sabe? A lo mejor oyó hablar de mí, pero nada más. Me llaman el León…, pero mi nombre real es Simón. Me pidió Muñecote encarecidamente que la llamara cuando pasara lo que le tengo que contar.
-Decime… querido por favor: ¿Qué pasó? Hace tiempo que estoy esperando noticias de ella.
-Muñecote murió.
-¿Cómo me decís…?
- Ayer a la noche murió. Y me parece que yo la maté. Sin quererlo, ¡claro!
-¿Coómo me decís…?
-Yo tenía que cuidarla y la dejé sola, ¿sabe? Eso pasó.
Así como se lo cuento.

Me pidió que le dijera que tenía un gran recuerdo suyo, que últimamente se pasaba las noches recordando las historias de los bailes en el Orillas del plata, cuando eran tan jóvenes, las tardes de mate y cremona y facturas de hojaldre y de charlas con usted. Me pidió que le dijera que no hiciera como ella y qué no deje nunca de ver a sus hijas. Que aunque le parezca mentira: es mejor siempre discutir con los hijos que dejar de verlos. -Yo de eso mucho no sé porque no tuve la suerte de tener hijos, ¿sabe?-
Me pidió encarecidamente que la llamara. Que usted era la única amiga que debía estar preocupada realmente por ella. De las que quedaron del grupo, ¡claro! Porque ya se fueron unas cuantas, me dijo.
-Y sí… claro. ¡Cómo no iba a estar preocupada! Si como te decía: hace rato que no tenía noticias de ella. Si casualmente hablaba anoche con mi hija la mayor de esto.
Y no pegué un ojo en toda la noche pensando. Porque este asunto de la muerte de Muñecote me estaba dando vueltas en la cabeza sobre todo desde ayer. Vos viste como somos los viejos, que nos vemos poco y nos llenamos de excusas por eso, y por una cosa u otra no nos llamamos nunca ni nos vemos, pero estas cosas las presentimos. Y yo tenía un mal presentimiento ayer. Se lo dije a Marcela.

¡No llores, querido! Es la vida…, no fue culpa tuya.

-Es que yo tenía que cuidarla, y, ¿sabe?, la dejé sola. Se lo había prometido y esta vez no pude. Iba para su casa cuando me interceptaron por Rosales el marido de la Isa con tres tipos más. Me agarraron por la espalda, ¿sabe?, y empezaron a golpearme de lo lindo. Tanto que todavía me duele. Y cuando saque el cuchillo como normalmente hago para defenderme y corte a uno; Ramón, el marido de la Isa, se ensañó más conmigo y me puso un revolver en la cabeza, y otro de los que estaba con él me encapuchó con una bolsa de arpillera para que no viera más nada. Y siguieron pegándome.

-¿Qué…?  ¿La Isa tenía marido entonces? ¡Mirá ahora lo que me vengo a enterar!

-Resultó que estaba casada en el Paraguay. No sabe las cosas que hicimos para evitar que vendieran la casa y que todos creyeran que era peligroso vivir allí. Si hasta pusimos un cartel de: “Cuidado con el árbol. Peligro de caída”. Para que nadie camine la vereda. Ni se acerque demasiado a la vivienda. Pero el marido de la Isa se me apareció de repente cuando iba a visitarla, y me llevó a punta de pistola a un descampado cerca de las vías del tren, y después los otros tres siguieron pegándome. Me quebraron las costillas. A uno le decían el Taku o algo así, y al otro Celso creo, y a ese me parece que fue al que le corte el brazo cuando quiso amarrarme, entonces le sacó de prepo el revólver al Ramón y me disparó en el pie cuando intenté escaparme, hasta que me tropecé y al caer para atrás me golpeé con una piedra en la cabeza y fui a parar al Hospital Evita, y de ahí en más no me acuerdo nada. No me puedo acordar. Me dijeron que me encontró el de seguridad del Coto que siempre me boludeaba por mi facha de croto y borracho, pero esta vez me ayudó.
Es por eso que no puede ir a ver a mi leona estos días.

-¿Cómo la llamaste, querido?

-Leona. Así le decía yo. Ella decía que yo era el mejor hombre de todos, y eso me halagaba, porque entendía las cosas. Hablábamos por las noches. Y yo le contaba las novedades del barrio, porque ella ya no salía. Y le gustaba dormirse oyendo mis relatos. Le contaba que donde era el Club de los Italianos ahora pusieron un restaurant. Bastante lindo.

-Pero eso desde que yo vivía por allá.

-Que el de la pollería El Trebol cada vez trae los pollos más chiquitos y para mí que hace trampa con el peso con esa balanza alemana que tiene. Que la pizzería Mi cuñado continúa con el mismo nombre pero cambió de dueños y bajó la calidad de la muzzarela. Que el Bocha de la ferretería Los hijos de López no cambia más, tarda casi 1 hora con cada cliente, se toma su tiempo como dice, es capaz de limar un clavo que le llevás de muestra para hacerlo tornillo, y después te dice: “andá, andá pibe, a mí no me debés nada”. Que el chapista Alex, el que se mudó sobre Rauch para el lado de Lafinur, se dejó el pelo largo de nuevo y ahora sale con una pendeja. Que pusieron un Supermercado Chino nuevo sobre Rosales y tienen una bebita chinita con los pelos parados que si la ves te la comés a besos. Que el Club de los Pescadores ahora vende pizzas y empanadas y hasta hace delivery también. Que La Triestina II sigue siendo atendida por Omar, su dueño, o eso te hace creer, y que ya cumplió un año en el barrio, y no aumenta los precios para conservar la clientela. Que Rauch ahora se llama Alajarín,  en memoria de Oscar, héroe y mártir ferroviario muerto por la dictadura militar en los ´70 y está bien. Porque tiene más que ver con la identidad del barrio. Si nosotros siempre fuimos uno manga de obreros perdedores. Y a la casas estilo inglés que nos construyeron hace años las están haciendo dúplex o edificios de departamentos. Si hasta el club Lanús le roba la plata que le corresponde por ley a Talleres por las regalías del Bingo. Si siempre nos cagan. Si siempre fue así. Y los pibes de ahora se consuelan en la plaza fumando marihuana y escuchando al Indio. Y a la Biblioteca Alberdi y al Club de ajedrez, salvo un par de viejos, nadie quiere ir.
Ella me escuchaba, sabe Tita, entonces era fácil hablar.

-¡No llores, querido!

Yo no los vi venir a esos tipos, ¿se da cuenta?, entonces ella se murió. Esperando. Por mi culpa. Seguro le llegó el cuento a la pobre que a mí me había pasado algo. Nos necesitábamos el uno al otro, ¿sabe? La dejé sola y ella se murió.

-¡No llores más, querido!

-La entierran hoy en el cementerio de Uriarte, pero yo no voy a ir. No quiero que me vea así, tan débil y temeroso, ¿sabe?  Porque yo para ella era un león.
Disculpe Tita, al final me la pasé hablándole de mí en vez de contarle de Muñecote, estoy muy mal por esto, ¿sabe?, la tengo que dejar. Pero quería cumplir con el pedido de mi leona. Muñecote para usted, claro.

-Tenés que ser fuerte, Simón, aunque no seas un León a veces. ¡Muchas gracias, querido,  por haberme llamado! ¡No sabés cómo se va a poner Marcela cuando se lo cuente! Seguro va a decir que yo invento las cosas.


viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 15va. La crónica fue inventada por los modernistas


15va. La crónica fue inventada por los modernistas.

La crónica fue inventada por los modernistas, que como explica Susana Rotker (2005), siguiendo a Julio Ramos (2003) podría decirse que sí. Sin embargo, para referirme a ella utilizaremos la definición de crónica sin separarla de su adjetivo “modernista” en vez de denominarla crónica a secas:

Por lo que la crónica modernista constituye un producto híbrido, un producto marginado y marginal, que no suele ser tomado en serio ni por la institución literaria ni por la periodística, en ambos casos por la misma razón: el hecho de no estar encasillada definitivamente dentro de ninguna de ellas. Paradójicamente, la crónica modernista surge en la misma época en que comienzan a definirse  –y separarse- los espacios propios del discurso periodístico y del discurso literario. La literatura cobra autonomía en la esfera estética, mientras que el periodismo recurre a la premisa de ser el testimonio objetivo de hechos fundamentales del presente. La estrategia de la escritura periodística establece, desde ese entonces, un pacto de lectura, que garantiza la veracidad de los hechos narrados, al que se le opone la verosimilitud de la ficción literaria. Lo que se cuenta puede o no parecer real, pero jamás ocurrió como tal fuera de la imaginación del autor. En la literatura, en cambio, es irrelevante si lo que se cuenta ocurrió en la realidad, importa menos lo que se cuenta que el modo como se lo cuenta, el peso poético de las palabras, el valor autónomo de lo escrito. Y la crónica esta allí, desde el principio, amenazando la claridad de esas fronteras. La crónica se concentra en detalles menores de la vida cotidiana, y en el modo de narrar. Se permite originalidades que violentan las reglas del juego del periodismo, como la irrupción de lo subjetivo [a mayor subjetivación más se confunde el género]. Las crónicas no respetan el orden cronológico, la credibilidad, la estructura narrativa característica de las noticias (2005:225-226).

Los textos de Martí intentaron aclarar el género:

En sus crónicas, retrata los acontecimientos a través de mecanismos –como la analogía, el simbolismo, el impresionismo, el expresionismo, la musicalidad- y de imágenes que son construcciones de su pensamiento y que no existen como tales sino dentro del espacio textual. El resultado es una crónica que no saca al lector de la dimensión de la realidad de los hechos sino que introduce en ese plano un modo de percepción que lo mitologiza y le confiere trascendencia sin perder el equilibrio referencial (Rotker, 2005:226).

Boquita de canela lunar

TE LLEVO A MI CASA, hay un vino y te hago comida. No puedo niño, en Santiago tengo mucho que hacer. Pero… (haciendo un puchero infantil). No puedo, no insistas. Entonces soltó mi mano. Escribiré la historia de nuestro amor, dije con dulzura. No me importa, escupió con desdén. A todos le dice lo mismo usted, don Pedro (ahora ya no me tuteaba). A todos les cuenta el mismo cuento. ¿Cree que no leo el Clinic? Yo soy uno más para usted don Pedro (el don lo mascaba con frío sarcasmo). Yo aposté todo, me jugué las cartas, perdí polola, trabajo, reputación; no ve que Calama es chico y todos lo van a saber. Total, usted se va y yo me quedo. ¿Qué le cuesta, quédese un día más? La gravedad del silencio era un zumbido que flotaba en la colcha del lejano tierral. Lo miré con toda la ternura que cabía en mis ojos miopes. Amor… empecé a decir. No me diga amor, quiere. Sabes que no puedo quedarme. ¿No puede o no quiere? Es inútil que insistas, concluí con acerada frialdad, y me asombre de haber tomado esa decisión. Para decir que no, a veces se necesita mucho valor, dije a modo de disculpa. No, me interrumpió agresivo. Usted es un cobarde… Sabe, usted es pura literatura.

enBésame de nuevo forastero” de Pedro Lemebel.
No me pidas más, estoy roto por dentro. Todo lo que más quiero en la vida me llega tarde… y tú no eres la excepción. Sigo pensando que es un cobarde… pura literatura, fue lo último que escuché de su boca antes de que Parrita saliera con él rumbo al ascensor. Después en Santiago, al llamar al Hotel Sahara me enteré de que ya no trabajaba allí. Pura literatura, me queda campaneando como el eco certero de ese adiós. Y es posible que el chico del Hotel Sahara tenga razón, cuando esa mañana puso en jaque el arrojo de la vida por la cobardía de escribir lo que la letra borró
(2010:59-60).

El mimo de la nariz verde

POR TODA RESPUESTA el mimo alza los hombros inocente. ¿Eres mujer, entonces? Tampoco responde, y sólo me tira un beso rojo, sacando de sus enormes pantalones de clown un ramo de flores de papel que ofrece como toda respuesta. Y allí me deja en la encrucijada, mirando su figura chaplinesca que se va pisando hojas, brincando por el oro viejo del sendero. Al cruzar la calle da vuelta su carita empolvada y hace girar su nariz verde, que cambia de color. Antes de seguir el vagabundeo callejero pienso alegremente en la moda asexuada que colorea el circo santiaguino de estos tiempos. Me atrevo a pensar optimista que la primavera ya está cerca y viene a contagiar los cuerpos con sus arreboles mágicos. A mi lado pasan de la mano dos figuras pendejas comiéndose a besos. Al saludarme caigo en cuenta que son dos chicas góticas arrullando su lesbo en la misma vereda donde se aproxima una pareja de ancianos paseando un perro. Enfrente, una loca de pelo verde va desafiante batiendo sus mechas vegetales.
Dos tipos de terno discuten sobre fútbol, pero en un mínimo instante cruzan un mirar de velado deseo. En la esquina, el pequeño mimo verde hace sus maromas, agradece con aparatosas reverencias y recoge en un sombrero las monedas que dejan caer los automovilistas. Desde lejos, mirando como vieja intrusa, trato de descubrir algún gesto que delate su género: cuando se agacha, cuando se empina en puntas de pie, cuando ladea su cabeza con finura, cuando se percata que observo desde el frente. Y ni siquiera allí abandona su pose ambigua.

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel
           (2008:202-203).

Por eso resultó necesario para este ensayo la mención de las crónicas de José Martí, porque obligan a tomar conciencia de lo que conviene dentro de la escritura y de cómo lo continuaron Perlongher primero hasta llegar a Lemebel.
En su “impureza” dentro de las divisiones de los discursos, en su marginalidad con respecto a las categorías establecidas, está lo que ellos aspiraban en la literatura: romper con los clisés, permitir nuevas formas de percepción y de decir, explorando e incorporando al máximo las técnicas de la escritura, en un laboratorio de ensayo permanente como el espacio de difusión y contagio de una sensibilidad y de una forma de entender lo literario que tienen que ver con la belleza, con una política de la lengua literaria, con una territorialidad (latinoamericana), con la búsqueda de un nuevo modo de dar cuenta de una nueva y cambiante realidad. Cuando el recuerdo adjetivo vocea la crónica tatuada en los pies.

Salgo a caminar por….Ahora que se apagó el latido de su voz rescato estos apuntes para evocar la primera vez que la conocí a comienzo de los ochenta… por la cintura cósmica del sur… Entonces, yo era un mochilero buscavidas que cruzaba la cordillera para respirar un poco la recién resucitada democracia en el vecino país… piso en la región… Por acá apestaba la represión y por allá se podía ver y escuchar a Milanés, a Serrat y a Mercedes Sosa, que eran músicas sospechosas para la jauría milica del Chile de entonces… más vegetal del tiempo y de la luz… A ella solamente la escuchábamos en peñas y carreteados casetes que se guardaban como joyas junto a los afiches y panfletos libertarios. Por eso, al enterarme de que Mercedes había regresado de su exilio, me propuse conocerla y partí a Buenos Aires subiendo al bus hasta Mendoza, para luego tomar el tren nocturno que cruza la inmensa pampa… siento al caminar toda la piel de América en mi piel…  Cuando llegué al teatro transpirado y acezando, los porteros me miraron la facha hippona exclamando que no podía ingresar al concierto con esa enorme mochila. Así que, che, correte de aquí. Vamos, andando para otro lado.
Después de tanto incidente quería llorar y con decepción me senté en la mochila a la salida del lugar. Por fortuna, un músico de la cantante había sido testigo de la escena con los guardias y se acercó ofreciéndome guardar la mochila en el camarín. Y cuando venga a buscar la mochila, ¿podré saludar a Mercedes?, me atreví a preguntarle. Yo creo que sí, sobre todo si vienes de Chile y te ha costado tanto llegar… y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal… La sencillez del espectáculo conmovía, solamente dos guitarras, algo de percusión y el metal incomparable de su voz lo llenaba todo. Su voz lo perfumaba todo, como si aquella respiración cantora fuera un escalofrío vertebral que, en un susurro, recorría la historia latinoamericana del desgarro... sol de alto perú, rostro bolivia, estaño y soledad, un verde brasil besa a mi chile cobre y mineral, subo desde el sur hacia la entraña américa y total, pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar… A ratos era la rabia, que entonaba zambera desenterrando raíces de injusticia. La sala repleta respiraba el silencio ritual donde se podía escuchar hasta el ahogo afinado de nuestra Mercedes. Y al llegar a la última estrofa me lo aplaudí todo, y me lo lloré todo, y me lo canté todo, eternamente agradecido de aquella acogida… todas las voces, todas
Terminó el recital que en dos horas había estrujado el corazón del público que no la dejaba irse… todas las manos, todas… Luego de esto me dirigí a los camarines a recoger mi mochila, y allí me recibió ella en persona con una ternura infinita, tan grande como un mundo de cariño, que me hizo tambalear ante su imponente y cálida presencia… toda la sangre puede, ser canción en el viento… ¿Vienes de Chile?, me preguntó con los ojos empañados… ¡canta conmigo canta, hermano americano… Y no te canté la canción dedicada a Víctor. “No puede borrarse el canto con sangre del buen cantar”, murmuró abrazándome, mientras un grueso lagrimón le vidriaba su mejilla. [Pero te canté, Canción con todos de Armando Tejada Gómez y César Isella], la marca llagada en la voz memorial del continente… libera tu esperanza… La poética del canto político que nos dejó un verso trunco, una canción sin cantar, una canción a medio trino en el pentagrama indio de su mochila de pájaros…con un grito en la voz!... Y ahora, ¿a dónde vas?, me preguntó maternal mirando mi mochila. Por acá cerca [en alguna crónica] (Lemebel, 2013:91-94).






Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 14va. La crónica es calidad de estilo propio


14va. La crónica es calidad de estilo propio.

La crónica es calidad de estilo, en busca de un estilo propio, diría: de su propio lenguaje, de su propia voz, de su propia experiencia, de su mismo ritmo. La crónica se apoya, como ya dijimos, más en la calidad de estilo y de exposición y en el peso de la escritura que en el hecho de que el referente fuera real o ficticio.
En ese marco y siguiendo a Caparrós (2007) en planteos de Idez (2011): podemos mencionar el estilo, como las inflexiones y modulaciones que cada autor hace sobre el lenguaje. Podemos entender el estilo desde un doble reenvío: por un lado, hacia las normas de estilo de la crónica que permite un reconocimiento (más o menos) genérico “esto es una crónica, por ejemplo”, porque fue publicada como tal y porque el autor dice que es una crónica; y por otro lado, el trabajo sobre el lenguaje que habilita el reconocimiento de un autor “es un crónica escrita por…Lemebel por ejemplo”.
En tanto que la crónica es un género que permite una gran libertad sobre el uso del lenguaje (y no solo que permite, sino que solicita y recompensa en términos de capital simbólico un uso creativo y artístico del lenguaje) porque son esos giros e inflexiones los que permiten reconocer –si es posible- al género, con lo que se invertiría el orden del reconocimiento mencionado “porque sé que es una crónica de Lemebel se que es una crónica por ejemplo”; o también pensar en un reconocimiento simultáneo.
Como explica Roland Barthes: “el estilo, al mismo tiempo, remite al autor como persona “real” (como figura de autor), y sigue: “el estilo no es sino metáfora, es decir ecuación entre la intención literaria y la estructura carnal del autor… su secreto es un recuerdo encerrado en el cuerpo del escritor” (2003:20).
Pedro Lemebel, continuador de la trayectoria barroca de los escritores modernistas (especialmente de Martí), después de Perlongher, del melodrama, más del bolero que de la cueca o de la cumbia o el rock, reivindica el cuerpo frente al cuerpo y el de sí mismo frente a las cosas, ya desde las portadas de sus libros Loco afán y De Perlas y cicatrices, Lemebel  desafía a sus lectores, aún antes que estos comiencen su lectura, con fotos del mismo en una especie de travestismo creativo, como vimos en la primera parte del Capítulo 1
Para Roberto Bolaño (1996) nadie le saca más emociones al español que Lemebel, Lemebel no necesita escribir poesía para ser el mejor poeta de su generación, porque sabe abrir los ojos en la oscuridad, en esos territorios en los que nadie se atreve a entrar.
Escritor singular, dueño de una manera eslabonada, de una prosa que hace gala de un oído literario excepcional, del don de la metáfora que prodiga sin deshacerse de la cursilería y sin red de protección, de la metonimia exagerada (donde el último de los adjetivos termina muchas veces contradiciendo al primero y así, hasta decir en el sumar de distintas maneras lo mismo y lo contrario a la vez, en una actitud de torsión al modo que Martí entendía al barroco y Lemebel al travestismo por la desmesura de su escritura), en solidaridad narrativa con los seres marginales, (que reconoce como sus semejantes), a los que no exime de burlas ni de crueldades (para humanizarlos “dice”), de “barroquismo desclosetado” en palabras de Carlos Monsivais (2001), atravesando las fronteras del vestuario asignado para su género (como la crónica y el barroco, por eso se llevan tan bien).

Corpus Christi

TAL VEZ como espectáculo noticioso en la pasada dictadura, el sucedo Corpus Christi, también llamado Operación Albania por la CNI, fue uno de los más repugnantes hechos que conmocionaron al país con su doble estándar noticioso. Por una parte, el periodismo cómplice de El Mercurio y Canal Trece donde aparecía el reportero estrella junto a los cadáveres aún tibios, dando a entender que ese era el saldo de enfrentamientos entre la subversión armada y los aparatos de seguridad que protegían al país del extremismo. Por otro lado, el relato clandestino, en el chorreo achocolatado de la masacre, la parapléjica contorsión de los doce cuerpos, sorprendidos a mansalva, quemados de improviso por el crepitar de las ráfagas ardiendo la piel, en la toma por asalto del batallón que entró en las casas como una llamarada tumbando la puerta, quebrando las ventanas, en tropel de perros rabiosos, en jauría de hienas babeantes, en manada de coyotes ciegos por la orden de matar, descuartizar a balazos cualquier sombra, cualquier figura de hombre, niño o mujer herida buscando a tientas la puerta trasera.

en De perlas y cicatrices” de Pedro Lemebel.
Quizás, después de aquello, el centenar de hombres chilenos, miembros de las Fuerzas Armadas y la CNI, un poco cansados volvieron a sus hogares, saludaron a su mujer y besaron a sus niños, y se sentaron a comer viendo las noticias. Si pudieron comer relajadamente y fueron capaces de eructar mirando la fila de bultos crispados desfilando en la pantalla. Si esa noche durmieron profundamente y sin pastillas, e incluso fornicaron con su mujer y en el minuto de acabar volvieron a matar eyaculando helado sobre los cuerpos yertos. Si esa noche de alacranes alguno de ellos engendró un hijo que ronda los once años. Si el chico va de la mano de ese ex CNI cerca de la calle Pedro Donoso, Varas Mena o Villa Frei, y no sabe por qué su padre evita pasar por las esquinas. Si hoy, nuevamente, abierto el caso Operación Albania, alguno de ellos fue llamado a declarar, y antes de salir siente temor de mirar los ojos ciervos de ese niño preguntando. Si tiene temor, si por fin siente miedo. Que sea eso el comienzo del  juicio en la inocencia interrogante como castigo interminable (2010:118-120).

“Para mi tristeza violeta azul”

EL DÍA DE LOS MUERTOS en el Metropolitano es un carnaval donde los pobres adornan la pena hasta la aglomeración del fetiche barroco. Parecieran consolarse al acumular cachureos navideños en un altar para el deudo. Mariposas hongkonesas y palomitas taiwanesas relumbran en los patios. Y hasta las lágrimas refulgen como lucecitas pascueras en las mejillas dolientes. Mi mami Violeta quería estar aquí, y quedar cerca de una colonia de gitanos. Ella amaba a los gitanos, sufren tanto pero bailan y cantan en su aporreada expatriación. Y fue casi por milagro que la tumba de los Nicolich rodearan su sepulcro. Ellos llegan en sus vehículos con sus toldos y sombrillas tirando las alfombras donde se sientan las señoras gitanas con sus velos dorados y turquesas. Y ahí están todo el día, tomando mate, gritando en romaní a los niños zíngaros que juegan entre las tumbas. A veces los gitanos cantan. A veces un lagrimón espeso recorre la mejilla rugosa de una matriarca. A veces los gitanos, vecinos de mi mami,  cantan, y una joven cimbrea las caderas en el cañaveral de la tarde. A veces los gitanos cantan, y me alegran el ocaso cuando me voy del cementerio, dejando en el regazo de mi mami muerta un ramito de violetas.

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel

           (2008:237).

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 13va. La crónica es un género baldío


13va. La crónica es un género baldío.

La crónica, como ya vimos en los Trazados teóricos, es un género baldío en términos de contaminación de material, como variante derivada de la idea de género fronterizo, ambos a la intemperie. Con el propósito de darle una vuelta más a un territorio donde todavía falta mucho por construir, una vuelta que ofrece elementos nuevos en la comprensión del espacio y los conflictos culturales en que se mueven, además de una revalorización de sus modos propios de percibir y de narrar su experiencia. En un entramado de géneros extraídos de sus fronteras corridas, donde cada texto remite su sentido al cruce de los géneros y los tiempos travestido para la ocasión.
Porque en cuanto género pertenece a una familia de textos que se replican  y reenvían unos a otros desde diferentes lugares permitiendo al lector hacer el tránsito de la anécdota a la noticia “sin perderse”.
Siguiendo a Jesús Martín Barbero (2009), como dijimos, la noción de género que trabajamos tiene entonces poco que ver con la vieja noción literaria del género como “propiedad” de un texto. En el sentido en que un género no es algo que le pase al texto sino algo que pasa por el texto. Algunos investigadores italianos entienden al género como una estrategia de comunicabilidad y es como marcas de esa comunicabilidad que un género se hace presente y analizable en el texto (Casetti, Lumbrelli, Wolf, 1980).
La consideración de los géneros como hecho puramente “literario” –no cultural- impide comprender su verdadera función en el proceso y su pertinencia metodológica: clave para el análisis de textos como la crónica.
En cuanto a estrategias de interacción, esto es “modos en que se hacen reconocibles y organizan la competencia comunicativa los destinadores y destinatarios” (Wolf, 1983), el estudio de los géneros no puede llevarse a cabo sin replantearse la concepción misma que se ha tenido de la comunicación. Pues su funcionamiento nos coloca ante el hecho de que la competencia textual, narrativa, no se halla solo presente, no es condición únicamente de la emisión sino también de la recepción. Cualquier lector sabe cuando un texto ha sido interrumpido, conoce las formas posibles de completarlo, es capaz de resumirlo, de ponerle un título, de comparar, de clasificar esos relatos, de diferenciar  lo literario de lo periodístico, lo ficcional del referente. Procesos de apropiación de la crónica en su diversidad, esto es en la pluralidad de condiciones sociales y de matrices y competencias culturales, de hábitos de clase, modos de comunicar y gramáticas narrativas, y el excedente de ese recorrido, los desperdicios marginales son retomados por la crónica en un género sin límites propios, excepto los que le da la noticia, la novela o el ensayo de investigación.
En primer lugar, la crónica, como género, de otros géneros literarios, de aquello que hace referencia al mundo de la gente. Se podría afirmar que el género es justamente la unidad mínima de contenido de la comunicación y que cada vez es menor la demanda del público a nivel de género. Y en segundo lugar, ello implica que la referencia de la crónica al mundo y a la vida de la gente no se produce a través de indicadores inmediatos de realidad trasplantada o trasplantable (para hacer cultura sobre el prefijo trans), pues no es la representación de los datos concretos y particulares lo que produce en la ficción el sentido de realidad sino una cierta generalidad que mira para ambos lados y le da consistencia tantos a los datos particulares de lo real como al mundo ficticio (Barbero, 2009).

La leva

AL MIRAR la leva de perros babosos encaramándose una y otra vez sobre la perra cansada, la quiltra flaca y acezante, que ya no puede más, que se acurruca en un rincón para que la deje tranquila la jauría de hocicos y patas que la montan sin respiro. Al captar esta escena, me acuerdo vagamente de aquella chica fresca que pasaba cada tarde con su cimbreado caminar. Era la más bella flor del barrio pobretón, que la veía pasar con su minifalda a lunares fucsia y calipso […] Ella era la única que se aventuraba con los escotes atrevidos y las espaldas piluchas y esos vestidos cortísimos, como de muñeca, que le alargaban sus piernas del tobillo con zuecos hasta el mini calzón.
En aquellas tardes de calor, las viejas sentadas en la puerta se escandalizaban con su paseo, con su ingenua provocación a la patota de la esquina, siempre donde mismo, siempre hilando sus babas de machos burlescos. La patota del club deportivo, siempre dispuesta al chiflido, al mijita rica, al rosario de piropos grosero que la hacían sonrojar, tropezar o apurar el paso, temerosa de esa calentura violenta que se protegía en el grupo. Por eso la chica de la moda no los miraba.

enDe perlas y cicatrices” de Pedro Lemebel.
Y curiosamente no se veía un alma cuando llegó a la esquina. Cuando extrañada esperó que la barra malandra le gritara algo, pero no escuchó ningún ruido. Y caminó como siempre bordeando el tierral de la cancha, cuando no alcanzó a gritar y unos brazos como tentáculos la agarraron desde la sombras. Y ahí mismo el golpe en la cabeza, ahí mismo el peso de varios cuerpos revoleándola en el suelo, rajándole la blusa, desnudándola entre todos, querían despedazarla con manoseos y agarrones desesperados. Ahí mismo se turnaban para amordazarla y sujetarle los brazos, abriéndole las piernas, montándola epilépticos en el apuro del capote poblacional. Ahí mismo los tirones de pelo, los arañazos de las piedras en su espalda, en su vientre toda esa leche sucia inundándola a mansalva. Y en un momento gritó, pidió auxilio mordiendo las manos que le tapaban la boca. Pero eran tantos, y era tanta la violencia sobre su cuerpo tiritando. Eran tantas fauces que la mordían, la chupaban, como hienas de fiesta la noche sin luna fue compinche de su vejación en el eriazo. Y ella sabe que aulló pidiendo auxilio, está segura de que los vecinos escucharon mirando detrás de las cortinas, cobardes, cómplices, silenciosos. Ella sabe que toda la cuadra apagó las luces para no comprometerse. Más bien, para ser anónimos espectadores de un juicio colectivo. Y ella supo también, cuando el último violador se marchó subiéndose el cierre, que tenía que levantarse como pudiera, y juntar los pedazos de ropa y taparse la carne desnuda, violácea de moretones. La chica de la moda supo que tenía que llegar arrastrándose hasta su casa y entrar sin hacer ruido para no decir nada. Supo que debía lavarse en el baño, esconder los trapos humillados de su moda preferida, y fingir que dormía despierta crispada por la pesadilla. La chica de la moda estaba segura de que nadie serviría de testigo si denunciaba a los culpables. Sabía que toda la cuadra iba a decir que no habían escuchado nada. Y que si a la creída de la pobla le habían dado capote los chiquillos del club, bien merecido se lo tenía, porque pasaba todas las tardes provocándolos con sus pedazos de falda. Que quería, si insolentaba a los hombres con su coqueteo de maraca putiflor (2010:51-53).

El Zanjón de la Aguada

Y TAL VEZ alguien nos dijo que existía el Zanjón y para no quedarnos a la intemperie, llegamos a esas playas inmundas donde los niños corrían junto a los perros persiguiendo guarenes […] Pareciera que en la evocación de aquel ayer, la tiritona mañana infantil hubiera tatuado con hielo seco la piel de mis recuerdos. Aún así, bajo ese paraguas del alma proleta, me envolvió el arrullo tibio de la templanza materna. En ese revoltijo de olores podridos y humos de aserrín, “aprendí de todo lo bueno y supe todo lo malo”, conocí la nobleza de la mano humilde y pinté mi primera crónica con los colores del barro que arremolinaba la leche turbia de aquel Zanjón.

                                     en Zanjón de la Aguada de Pedro Lemebel

           (2003:14-15).

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 12da. La crónica es un género fronterizo: una escritura a la intemperie de los "otros"


12da. La crónica es un género fronterizo: una escritura a la intemperie de los “otros”.

La crónica, como ya vimos en los Trazados teóricos, es un género fronterizo: una escritura a la intemperie de los “otros. Y es muy probable que así sea, y es Rossana Reguillo (2011) la que oportunamente se hace esta pregunta: ¿Cómo mantener las fronteras de un relato que (por algún motivo) le tocó (o prefirió tal vez, si es que estas cosas se eligen) vivir a la intemperie de los “otros”?
Una crónica como relato fronterizo, a la intemperie, que se expresa “en femenino como la relación ordenada de los hechos”; y en masculino, “como lo crónico, como enfermedad larga y habitual”, que se vuelve a instaurar en estos días (donde “no sale el sol si no tu rostro”, como dice la canción) “como forma de relato, para contar aquello que no se deja encerrar en los marcos asépticos de un género” (2011:61). De ningún género, (por precioso y puro que éste sea), porque no lo conforma, porque no lo abarca, (porque no lo sostiene, porque no lo contiene, y acaso, ¿quién quería eso?), porque no aprieta con sus pliegues, o en los que en su gruesa forma, patinosa, se le escapa. Y entonces reformula la pregunta: ¿O será, más bien que es el propio acontecimiento el que instaura sus propias reglas y sus propias formas de dejarse contar?” Y la crónica, “de alma antigua, errante, [viajada, vivida, trajinada], irrumpe una vez más en el concierto armónico de los relatos gobernables y asimilables a unos límites precisos” (2011:61) -como prosa bastarda que no debió nacer y que tuvo que cambiarse el nombre y adjetivarse para auto-percibirse y que la percibieran-.

Su ritmo sincopado transgrede la métrica de una linealidad desimplicada; la crónica está ahí, rasgando el velo de lo real lejano, en el cuarto, en una calle abandonada, [en alguna esquina, en un parque, atrás de un árbol, detrás de poste, escondida, esperando] en la voz que narra el desconsuelo, es incómoda, como incómodo testigo de aquello que no debería verse, por doloroso o por ridículo, que a veces es lo mismo. Pero la crónica ve (escucha, observa, siente), se sorprende a sí misma en el acto de comprender (2011 61).

A la intemperie de otros géneros y buscando “a otros” que se dejen contar, para cobijarlos, para cubrirlos con mantas: muerta de frío en invierno, para refrescarlos con agua, porque fue el calor en el verano, esperando que el cronista/autor/narrador le arranque el velo de un tirón aunque le duela y la lastime y sale sus heridas, o simplemente lo corra y lo devele despacio, lento, cada vez más lento, (“alto, cada vez más alto”, como dice la canción), hasta su devenir. Y se envuelva abrazada en un masculino/femenino donde el género no está dado per se, sino que se auto-percibe como tal a cielo (y corazón) abiertos a medida que transcurre el relato y te lo cuenta a los ojos y al oído.

“Son quince, son veinte, son treinta”

DE ADOLESCENTE INGENUA ya hacía la calle olfateando algún paquetón a punto de reventar el jeans del aguinaldo obrero. En eso iba, trotona y locuela con mi almita en fuga, mi almita ahogada, mi almita proletona, divisando a lo lejos el vapor de un joven desaguando la parranda nochera. En eso iba, sin darme cuenta que un auto oscuro con las luces apagadas me seguía despacito. Y en brusco acelerar, la violencia de un agarrón me echa arriba, al asiento trasero, de bruces sobre las rodillas de varios muchachotes. En el asiento delantero del vehículo iban otros riendo y cantando: “Son quince, son veinte, son treinta” Te vamos a dar duro. ¿No andás buscando eso? Tómate un trago, maricón, me obligaban a beber, chorreándome la cara de pisco que corría por mi cuello ardiendo. “Son quince, son veinte, son treinta”, súbele el volumen, pónela más fuerte, por si este maraco se pone a gritar cuando le reventemos la botella en el culito. Casi ni respiraba, muerto de terror con los ojos fijos, sintiendo esas garras estrujándome la piel de naranja, la piel de gallina erizada, en el pavor de encontrarme con la pandilla de La naranja mecánica en su noche de rumba. “Son quince, son veinte, son treinta”, los escuchaba cumbiar, y yo no sabía si eran cinco, siete o quince apretujados en el furgón. No podía saberlo, no me atrevía a levantar la cara enterrada en la entrepierna del que cantaba “son quince, son veinte, son treinta”. Parámelo, pos, hueco, ni siquiera se me pone duro, me retaba, hundiendo mi cabeza en su bulto. Te vamos a romper el orto con esta botella.

en Serenata cafiola” de Pedro Lemebel.
Rájale la cara si eres tan hombre. El tipo seguía con la botella rota en alto. El chico lo provocó una vez más, y después, riéndose, subió el volumen de la radio y miró para afuera. No te atreviste, te la ganó el maricón. Hácelo vos, pos, conchetumadre. Y a quién le sacái la madre, hijo de puta. A vos, que te hacís el valiente con este pobre gallo. Parece que le gusta el maricón, bromeaban los otros. Para el auto; bájate, pos, huevón. Las ruedas rechinaron con el frenazo. En la pelea discutían tan fieros que en un minuto casi se olvidaron de mí. Y todo fue por este maricón. Échalo de aquí y sigamos tomando. Ya, te fuiste, desaparece, me dijeron, empujándome abajo. Y sin esperar que me lo repitieran, salté a la calle y eché a correr, viendo desaparecer la negra carroza por la carretera. Sólo ahí logré sacar el aire. Ufff de la que me salvé. Y caminando, caminé sonámbulo como levantándome de un sueño pesado (2008:42-45).

Las amapolas también tienen espinas

EL TEMA rezuma muchas lecturas y causas que siguen girando fatídicas en torno al deambular de las locas por ciertos lugares. Sitios baldíos que la urbe va desmantelando para instalar nuevas construcciones en los rescoldos del crimen. Teatros lúgubres donde la violencia contra homosexuales excede la simple riña, la venganza o el robo. Carnicerías del resentimiento social que se cobran en el pellejo más débil, el más expuesto. El corazón gitano de las locas que buscan una gota de placer en las espinas de un rosal prohibido.

                                     en La esquina es mi corazón de Pedro Lemebel
           (2001:168-169).


Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 11va. La crónica es colectiva


11va. La crónica es colectiva.

La crónica es colectiva. Y siguiendo a Deleuze / Guattari (1975) y toda la cadena significante de Kafka a este ensayo, acordamos entonces que en la crónica, como literatura menor, todo adquiere un valor colectivo. Y esto es precisamente porque en una literatura menor no abunda el talento (¿O justamente es ahí donde radica?), por eso no se dan las condiciones para una enunciación individualizada, que sería la enunciación de tal o cual “maestro”, y que por lo tanto podría estar separada de la enunciación colectiva. Y así esta situación de escasez de talento resulta de hecho benéfica; y permite la creación de algo diferente a una literatura de maestros: lo que el escritor dice totalmente solo se vuelve una acción colectiva (dejando de lado la pose de maestra, civilizadora, educadora, moralizante del modernismo), y lo que dice o hace es necesariamente político, incluso si los otros no están de acuerdo.
El campo político ha contaminado cualquier enunciado. Pero aún más, precisamente porque la conciencia colectiva o nacional (y sumamos: regional, local, de género, de minoría, y agrego al “indio”, al “gaucho”, al “negro”, a las “prostitutas”, a las “locas”, a los “putos”, a los “pobres”, a los “travestis”, a los “solos”, a los “abandonados” , a los “cadáveres”) se encuentra “a menudo inactiva en la vida pública y siempre en dispersión”´(1975:30). Y siguen:

Sucede que la literatura es la encargada de este papel y de esta función de enunciación colectiva e incluso revolucionaria: si es la literatura la que produce una solidaridad activa, a pesar del escepticismo; y si el escritor está al margen o separado de su frágil comunidad, esta misma situación la coloca aún más en la posibilidad de expresar otra comunidad potencial, de forjar los medios de otra conciencia y de otra sensibilidad, como el perro kafkiano de las “investigaciones”, que recurre, en su soledad –o en la compañía del recuerdo-, a otra ciencia (1975:30).

De esta manera, la máquina literaria releva a una futura máquina revolucionaria, no por razones ideológicas, sino porque solo ella está determinada para llenar las condiciones de una enunciación colectiva, condiciones de las que carece el medio ambiente en todos los demás aspectos: “la literatura no es tanto un asunto de la historia literaria como un asunto del pueblo (…)” (Kafka, 1911:184).

La Regine de Aluminios El Mono

A SABIENDAS que la plaga es una luciérnaga errante por los arrabales de Santiago, una luminaria peligrosa que reemplaza el entumido de alumbrado de sus callejones. La mortecina penumbra que apenas deja ver la miseria de trapos, cartones y rastrojos de fruta donde patina el taco aguja de la Regine. La loca que da un tropezón medio borracha, medio mareada por el AZT que tanto cuesta conseguir. Y sin embargo llega de contrabando, o se consigue a mitad de precio con movidas brujas. El sagrado AZT, la bencina para prolongar un poco más la farra en vida del cuarto piso. El palacio de la Regine que siempre está en plena función, iluminado al rojo vivo por el neón de Aluminios El Mono. Así fuera un película del cincuenta, donde siempre hay una ventana y un luminoso que relampaguea entrecortando los besos, pintando las caricias con su fluorescente. Más bien, poniéndole precio a cada toqueteo con su propaganda mercantil. Y aunque el conventillo tambalea con los temblores, y las murallas rociadas de meado apechugan con el deterioro, la Regine se vive la resta de su estigma “Como si fuera esta noche la última vez”. Como si en cualquier momento la película del cincuenta fuera a terminar con un adiós de la niña en la ventana. Y sólo quedara el neón de Aluminios El Mono tiritando en la pantalla para contar su historia.

enLoco afán” de Pedro Lemebel.
Mucho después que pasó la dictadura, el teniente y la tropa iban a entender el amor platónico del Sergio y la Regine. Cuando los calambres y sudores fríos de la colitis le dieran el visto positivo de la epidemia. Para entonces Madame Regine ya estaba bajo tierra, plantada como una fruta que recibió todos los homenajes del barrio La Vega el día plateado de su funeral. Esa tarde se despoblaron los puestos y una nevada de pétalos cayó desde el cuarto piso cuando los cargadores bajaron el ataúd. La Regine estaba tan pesada, se hinchó la pobrecita y tuvimos que soldar el cajón para que no goteara, decían las viejas. Pero igual iba goteando lágrimas sucias, que quedaron en la escala y la calle por mucho tiempo. Unas manchas moradas que la gente rodeó de velas como si fueran sombras milagrosas. Del Sergio nunca más se supo, la acompañó hasta el último día, en que la Regine pidió que los dejaran solos una hora. Desde afuera, las locas, pegadas a la puerta, trataban de escuchar pero nada. Ningún suspiro, ni un ruido. Ni siquiera el crujido del catre. Hasta que pasaron meses después del entierro, cuando una loca limpiando encontró el condón seco con los mocos del Sergio, y lo fue a enterrar en la tumba de la Regine (1996:29-36).

La ciudad sin ti

QUIEN PODRÍA haber pensado entonces que me ibas a penar el resto de la vida, como una música tonta, como la más vulgar canción, de esas que escuchan las tías solas o las mujeres cursis. Canciones de folletín que a veces aúllan en algún programa radial. Y era tan raro que te gustara esa melodía romanticona a ti, un muchacho de la Jota, en ese liceo público donde cursábamos la educación media en plena Unidad Popular. Más extraño era que, siendo yo un mariposuelo evidente, fueras el único que me daba pelota en mi rincón del patio, arriesgándote a las burlas. “Pues la ciudad sin ti… está solitaria”, no dejabas de canturrear con esa risa tristona que yo evitaba compartir para no complicarte.  Hace poco, después de tantos años, volví a escuchar esa canción y supe que entonces admiraba tu candor revolucionario, amaba tu alegre compromiso que se enfureció tanto cuando supiste que los fachos iban a destruir el mural de la Ramona Parra en el frontis del liceo. Hay que hacer guardia toda la noche, dijiste, y nadie te hizo caso porque al otro día había una prueba. Qué importa la prueba, me da una hueva, yo me quedo cuidando el mural del pueblo. Y a mí tampoco me importó la prueba cuando escapé de mi casa a medianoche y me fui al liceo, y te encontré acurrucado empuñando un palo, haciendo guardia bajo el mural de pájaros, puños alzados y bocas hambrientas. “Pues la ciudad sin ti…”, reíste sorprendido al verme haciendo un espacio para que me sentara a tu lado […] Entonces no fumaba, ni piteaba, ni tomaba, ni jalaba, sólo amaba con la furia apasionada de los dieciséis años. Pueden venir los fachos. ¿No tienes miedo? Te contesté que no, temblando […] “De noche salgo con alguien a bailar, nos abrazamos, llenos de felicidad… más la ciudad sin ti”. Era extraño que cantaras esa canción y no las de Quilapayún o Victor Jara, que guitarreaban tus compañeros de partido. La cantabas despacito, a media voz, como si temieras que alguien pudiera escucharte.

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel

           (2008:37-38).