viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 7ma. La crónica es mirada


7ma. La crónica es mirada.

La crónica no es (solo) una mirada, aunque el calificativo de extrema que le propició Caparrós (2007) mejora al primer intento de describirla. La crónica es más que nada una escucha extrema. Y sigue en el prólogo a la compilación de Maximiliano Tomás La Argentina crónica (2007): “La crónica es una mezcla, (un híbrido), en proporciones tornadizas, de mirada y escritura”, donde la documentación y el trabajo sobre el referente puede cambiar (y cambia) el punto de mira (del autor / narrador), e incorpora una nueva u otra perspectiva y modifica la mirada por la artesanía del lenguaje y por lo que se encuentra en el acto mismo de mirar algo desde distintos ángulos y en diagonal y por el tiempo que le sea suficiente.
Para Sergio Chefjec (2010), esa mirada es también: “documental, espiritual, empática, repone cierta fábula que gana presencia en el relato y ese relato que incorpora esa mirada de alguna manera concierne al yo. Pero ese “yo” como primera persona literaria es más “mí, que yo”, como vimos en la segunda parte del Capítulo 2 de este ensayo, en el sentido de un “a mí”, “a mí me pasó esto con eso que miré”. O debería mejor dejar claro, siguiendo a Caparrós, lo que podría ser evidente: “que un señor mirando es un señor mirando” (2009:162-163) y así estoy –así quedé para contarlo- para contarlo desde mi punto de vista tal como fui atravesado por esa experiencia, en una especie de “efecto de narración”.

Karin Eitel

Y TAL VEZ, esa sensación de estar frente a un rostro electrificado, pudiera ser el argumento para recordar a Karin Eitel, para ver de nuevo con el mismo escalofrío, su cara tiritando en la pantalla de Canal 7 en el noticiario familiar para todo espectador. Su rostro joven, erizado en el vidrio luminoso del video. Su rostro elegido como escarmiento, absolutamente dopado por las drogas que le inyectó la CNI para que leyera públicamente la carta de su arrepentimiento. Un mentiroso papel escrito por ellos, donde Karin renegaba de su pasado en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Confusamente ebria por los barbitúricos, ella iba desmintiendo las flagelaciones y atropellos en las cárceles secretas de la dictadura. Esos cuarteles del horror en las calles Londres o Borgoño. Esas casas de techos altos donde el eco de los gritos reemplazaba la visión tapada por la venda.

                                     en De perlas y cicatrices de Pedro Lemebel.
Quizás, son pocos los que tienen en la memoria esta imagen de la crueldad de alto rating en el pasado reciente. Somos escasos los que desde ese día aprendimos a ver la televisión chilena con los ojos cerrados, como si escucháramos incansables la declaración de Karin arrepintiéndose a latigazos de su roja militancia, de su copihua y estropeada militancia que temblaba coagulada en el rouge de su boca, en el garabato de payaso que le pusieron por boca, en la costra de corazón dibujada en sus labios por el maquillaje del miedo (2010:114-116).

Lucero de mimbre en la noche campanal

ASÍ TAMBIÉN OTROS fulgores recorren la urbe en noche de reyes. Otros pasos bailan por calles oscuras la danza ramera del oficio prostibular. Un ritmo travesti que se vive la pascua como laburo permanente. Una loca que se confunde con los faroles púrpura del pino pascual. Una guirnalda humana de tacos y peluca que esta noche rumbea las aceras buscando un ángel perdido, que le cambie su perfume barato por una pluma de oro en el escote. Un travesti que de niño le pusieron Jacinto y como Jacinta le gritaban los otros niños, se pasó las pascuas esperando la muñeca que nunca llegó. Pero él nunca quiso una muñeca, más bien él quería ser la muñeca Jacinta y tener el pelo platinado y largas pestañas de seda para mirarse en el espejo roto del baño. Contemplarse a escondidas con el vestido de la mamá y chancletear sus tacoaltos, que le bailaban en sus “piecitos de niño” raro, de princesa de arrabal que la besó el príncipe y se convirtió en rana, araña peluda o cucaracha que nunca fue invitada al pesebre. Y tuvo que mirar de lejos el carnaval dorado del nacimiento.
Por eso las navidades de Jacinto no tuvieron noches buenas, a lo más patadas o escupos en el trasero maltrecho y una que otra caricia deslizada al azar, por la fetidez de algún ebrio solitario. Por eso a Jacinto la pascua no le interesa y evita las arterias de la ciudad congestionadas por el apuro y los juguetes. En realidad, los juguetes nunca le llegaron. Las cartas al polo rosa no tuvieron respuesta y tuvo que gatillar pistolas, golpear tambores y pelotas y esos soldados y tanque que le imponía el padre para amacharle las trenzas.

                                     en La esquina es mi corazón de Pedro Lemebel
           (2001:151-152).


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