viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 8va. La crónica es un macro-género


8va. La crónica es un macro-género.

La crónica es un macro-género, seguramente; pero en este caso, Maximiliano Tomas (2007) se está refiriendo solo a la “crónica periodística” y llama “crónica periodística” a todo texto que utiliza y mezcla en su beneficio a “los demás géneros periodísticos: el reportaje, la entrevista, el perfil, la investigación y pretende construir [por su intermedio] y a través de ellos un relato total”. La “crónica periodística” para los siguientes autores es: para Martín Sivak: “contar una historia”, para Esteban Scmidt: “ir, mirar, volver y contar”, para Pablo Plotkin: “relatar un suceso o una experiencia o un territorio con la mayor precisión e intensidad posibles”, para Guido Bilbao: “una narración que intenta contarle a la gente … que fue lo que pasó, cómo pasó, a quienes les pasó, cuándo, dónde y por qué”, para Julián Gorodischer: “un relato narrativo no ficcional que, en sus versiones más logradas, debería habilitar en el lector una sensación de traslado al lugar en el que se desarrolla la acción, para Hernán Brienza: ”una historia que condensa y resume una historia y un lugar”. (Puede ser). Pero, sin embargo, hay un espacio no periodístico de la crónica que se emparenta más (y mucho), como vimos, al discurso literario: al barroco, al neo-barroco, al neo-barroso y el neo-barrocho.[1]
Por lo que la crónica (Baigorria, 2010) bien puede tomarse como un punto de intersección entre el discurso literario y el discurso del periodismo de autor. Es decir, que si efectivamente reconocemos que existe un llamado “periodismo de autor”, éste debería tener en la crónica su equivalente de autor: la “crónica de autor” (periodística o no). La etiqueta de “crónica”, entonces, se le asigna a variadas operaciones de escritura que pueden ser publicadas habitualmente en periódicos (la “crónica periodística”) como sucedía a fines del siglo XIX, como ya vimos, cuando los escritores modernistas se insertaban en el mercado mediante la publicación de crónicas en periódicos, o terminaban siendo publicadas en libros como efectivamente con posterioridad ocurrió y como sucede en la actualidad donde el principal soporte material y económico sobre el que se despliega la crónica contemporánea no es ya la publicación periódica sino el libro. “Pero lo que se juega sobre todo en el adjetivo “periodístico” es también la naturalización de un proceso vivido a lo largo del siglo XX, en el cual el discurso periodístico ha colonizado el espacio de la crónica”. Pero a diferencia de la “crónica periodística” que puede tener o no una fuerte voz autoral, la “crónica  literaria” siempre posee una marcada voz autoral o (de narrador) y está en permanente transformación y apila géneros hasta volverse macro.

Loco afán

VADEANDO LOS GÉNEROS binarios, escurriéndose de la postal sepia de la familia y sobre todo escamoteando la vigilancia del discurso; más bien aprovechando sus intervalos y silencios; entremedio y a medias, reciclando una oralidad del detritus como alquimia excretora que demarca en el goce esfinteral su crónica rosa. Me atengo a la perturbación de este aroma para comparecer con mi diferencia. Digo minoritariamente que un me-ollo o ranura se grafía en su micropolítica costreñida. Estítica por estética, desmontable en su mariconaje strip-teasero, remontable en su desmariconaje oblicuo, politizante para maricomprenderse.

                                     en Loco afán de Pedro Lemebel.
Tal vez lo único que decir como pretensión escritural desde un cuerpo políticamente no inaugurado en nuestro continente sea el balbuceo de signos y cicatrices comunes. Quizás el zapato de cristal perdido esté fermentado en la vastedad de este campo en ruinas, de estrellas y martillos semienterrados en el cuero indoamericano. Quizás este deseo político pueda zigzaguear rasante estos escampados. Quizás éste sea el momento en que el punto corrido de la modernidad sea la falla o el flanco que dejan los grandes discursos para avizorar a través de su tejido roto una vigencia suramericana en la condición homosexual revertida del vasallaje [2]  (1996:127-128).

Hacer como que nada, soñar como que nunca

ESTO OCURRIÓ bajo este cielo que pinta de cochino azul su monserga de hermanos. Esto ocurrió a los pies de la cordillera tan blanca, tan orgullosamente blanca y pálida como un muerto. Esto ocurrió, y pareciera que con decirlo no se dice nada. Pareciera que en este aire renovado, estos testimonios desmembrados por la evocación se adosaran a un deletreo ficticio que amortigua, blanquea y despolitiza la costra húmeda de su memoria. Esto ocurrió, fue tan cierto como lo gritan empañados estos ojos femeninos en el video. Fue cierto, y a quién le interesa si medio país aún no cree. Medio país prefiere no saber, no recordar alguna noche que en la casa vecina una garganta de mujer trinaba a parrillazos los estertores de su desespero. Medio país se resiste a creerlo, y quiere dar vuelta la página, mirar al futuro, hacer como que nada, soñar como que nunca. Medio país sabe porque no quiere saber, porque se hace el leso. Y aunque duela decirlo, la cercanía compinche llamada compatriotas, la complicidad familiar de una esposa, hermana o madre que oculta a su hijo torturador, la complicidad cultural extasiada por el arte esos días de trapo negro, la farra incestuosa de la televisión y la prensa miliquera brindando con la borra fascista; todo eso tejió la venda de individualismo que le dio visa de ciudadano legal al monstruo torturador.

en Zanjón de la Aguada de Pedro Lemebel
    Acerca del video La venda, de Gloria Camiroaga (2003:150).




[1] Neo barrocho: que vincula a Lemebel con la impronta lezamiana desarrollada por Sarduy y retomada por Néstor Perlongher, el neologismo “neo-barrocho” haciendo eco desde el santiaguino río Mapocho a la variante propuesta por Perlongher de “neo-barroco” en alusión al Río de la Plata. El juego es justo: tiene por término común el barro, que está en el origen derogativo de “barroco-travesti” (Blanco / Gelpí, 1997).

[2] Texto leído como intervención en el encuentro de Félix Guattari con alumnos de la Universidad Arcis, el 22 de mayo de 1991.

No hay comentarios:

Publicar un comentario