viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo, Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) Textos escogidos del Subcomandante Marcos: ¿Cuántos otros marcos posibles?


Textos escogidos del Subcomandante Marcos: ¿Cuántos otros marcos posibles?


A todo esto de que si Marcos es homosexual: Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en CU, judío en Alemania, ombudsman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la post guerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro en la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la CTM, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 P.M., jubilado en el plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el sureste mexicano. En fin, Marcos es un ser humano, cualquiera, en este mundo. Marcos es todas las minorías intoleradas, oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo "¡Ya basta!". Todas las minorías a la hora de hablar y mayorías a la hora de callar y aguantar. Todos los intolerados buscando una palabra, su palabra, lo que devuelva la mayoría a los eternos fragmentados, nosotros. Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos.

Para todos todo

Al pueblo de México: A los pueblos y gobiernos del mundo: Hermanos: No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder. Nosotros nacimos de la noche. En ella vivimos. Moriremos en ella. Pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día, para quienes es regalo la muerte, para quienes está prohibida la vida. Para todos la luz. Para todos todo.
Para nosotros el dolor y la angustia, para nosotros la alegre rebeldía, para nosotros el futuro negado, para nosotros la dignidad insurrecta. Para nosotros nada.
Nuestra lucha es por hacernos escuchar, y el mal gobierno grita soberbia y tapa con cañones sus oídos. Nuestra lucha es por el hambre, y el mal gobierno regala plomo y papel a los estómagos de nuestros hijos. Nuestra lucha es por un techo digno, y el mal gobierno destruye nuestra casa y nuestra historia. Nuestra lucha es por el saber, y el mal gobierno reparte ignorancia y desprecio. Nuestra lucha es por la tierra, y el mal gobierno ofrece cementerios. Nuestra lucha es por un trabajo justo y digno, y el mal gobierno compra y vende cuerpos y vergüenzas. Nuestra lucha es por la vida, y el mal gobierno oferta muerte como futuro. Nuestra lucha es por el respeto a nuestro derecho a gobernar y gobernarnos, y el mal gobierno impone a los más la ley de los menos. Nuestra lucha es por la libertad para el pensamiento y el caminar, y el mal gobierno pone cárceles y tumbas. Nuestra lucha es por la justicia, y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos. Nuestra lucha es por la historia, y el mal gobierno propone olvido. Nuestra lucha es por la Patria, y el mal gobierno sueña con la bandera y la lengua extranjeras. Nuestra lucha es por la paz, y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción.
Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Estas fueron nuestras banderas en la madrugada de 1994. Estas fueron nuestras demandas en la larga noche de los 500 años. Estas son, hoy, nuestras exigencias.

El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur,
Emiliano Zapata (Manifiesto zapatista en Náhuati).
Subcomandante Insurgente Marcos

Llegamos

Llegamos. Aquí estamos. Somos Congreso Nacional Indígena y Zapatistas. Los qué, juntos, te saludamos. Si el templete donde estamos está donde está, no es accidente, es porque de por sí, desde el principio, el gobierno está detrás de nosotros. A veces con helicópteros artillados, a veces con paramilitares, a veces con aviones bombarderos, a veces con tanques de guerra, a veces con soldados, a veces con policías, a veces con ofertas de compra-venta de conciencias, a veces con ofrecimientos de rendición, a veces con mentiras, a veces con estridentes declaraciones, a veces con olvidos, a veces con silencios expectantes. A veces, como hoy, con silencios imponentes.
Por eso no nos ve nunca el gobierno, por eso no nos escucha. Si apurara un poco el paso tal vez nos alcanzaría. Podría vernos entonces y escucharnos. Podría darse cuenta de la larga y firme horizontalidad de quien es perseguido y, sin embargo, no se angustia, porque sabe que es el paso que sigue el que requiere atención y empeño.
Hermano, hermana. Hermano, hermana del Congreso nacional indígena, arco iris ya de lo mejor de los pueblos indios de México. ¡Nosotros no deberíamos estar aquí! ¡Nosotros no deberíamos estar aquí! Quienes deberían estar aquí son las comunidades indígenas zapatistas, sus siete años de lucha y resistencia, su oído y su mirada. Los pueblos zapatistas, los hombres, niños, mujeres y ancianos, bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que son los pies que nos andan, la voz que nos habla, la mirada que nos hace visibles, el oído que oído nos hace. Quienes deberían estar aquí son las insurgentes y los insurgentes, su persistente sombra, su callada fortaleza, su memoria levantada. Las insurgentes e insurgentes, las mujeres y hombres que forman las tropas regulares del EZN y que son el guardián y corazón de nuestros pueblos. Son ellas y ellos quienes merecen verlos y escucharlos y hablarles.
¡Nosotros no deberíamos estar aquí! ¡Y sin embargo estamos! Y estamos juntos a ellas y ellos, los ellos y ellas que pueblan los pueblos indios de todo México. Los pueblos indios, nuestros más primeros, los más primeros pobladores, los primeros palabreadores, los primeros oidores. A los qué, siendo primeros, últimos parecen y perecen…
Hermano, hermana indígena, esto somos: El que florece entre cerros. El que canta. El que cuida y crece la palabra antigua. El que se habla. El que es maíz. El que habita en la montaña. El que anda la tierra. El que comparte la idea. El verdadero nosotros. El hombre verdadero. El ancestro. El señor de la red. El que respeta la historia. El que es gente de costumbre humilde. El que habla flores. El que es lluvia. El que tiene conocimiento para mandar. El cazador de flechas. El que es arena. El que es río. El que es desierto. El que es mar. El diferente. El que es persona. El rápido caminador. El que es gente. El que es montaña. El que está pintado de color. El que habla palabra legítima. El que tiene tres corazones. El que es padre y hermano mayor. El que camina la noche. El que trabaja. El hombre que es hombre. El que camina desde las nubes. El que tiene palabra. El que comparte la sangre y la idea. El hijo del sol. El que va de uno a otro lado. El que camina la niebla. El que es misterioso. El que trabaja la palabra. El que manda en la montaña. El que es hermano, hermana.
Hermano, hermana indígena. Hermano, hermana no indígena. Aquí estamos para decir aquí estamos. Y cuando decimos: “aquí estamos”, también al otro nombramos. ¡Hermano, hermana que eres mexicano y que no lo eres! Contigo decimos: “aquí estamos” y contigo estamos. Hermano, hermana indígena y no indígena: Un espejo somos.
Aquí estamos para vernos y mostrarnos, para que tú mires, para que tú mires, para que el otro se mire en la mirada de nosotros. Aquí estamos y un espejo somos. No la realidad, sino apenas un reflejo. No la luz, sino apenas un destello. No el camino, sino apenas unos pasos. No la guía, sino apenas uno de tantos rumbos que el mañana conducen. No somos quienes aspiran a hacerse del poder, y desde él, imponer el paso y la palabra. No somos quienes, ingenuos, esperamos que de arriba venga la justicia que sólo desde abajo se crece, la libertad que sólo con todos se logra, la democracia que es todos los pisos y todo el tiempo luchada. Somos y seremos uno más en la marcha. Podemos ser con o sin rostro, armados o no con fuego, pero zapatistas somos, somos y siempre seremos. Dicen allá arriba que nos dejarás solos. Que solos y vacíos volveremos a la tierra en la que somos. Una sola cosa habla nuestra palabra. Una sola cosa mira nuestra mirada: El reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas. Aquí estamos. Aquí estamos como rebelde color de la tierra que grita: ¡Democracia!, ¡Libertad!, ¡Justicia!, México: ¡Justicia!
México: No venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes. Que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros los que somos del color de la tierra.

Desde el Zócalo de la Ciudad de México, lunes 12 de marzo de 2001,
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Entre la luz y la sombra

Su mirada se había detenido en el único mestizo que vieron con pasamontañas, es decir, que no miraron. “Sólo lo ven lo pequeño que son, hagamos a alguien tan pequeño como ellos, que a él lo vean y por él nos vean”. Empezó entonces una compleja maniobra de distracción, un truco de magia terrible y maravillosa, una maliciosa jugada del corazón indígena que somos, la sabiduría indígena desafiaba a la modernidad en uno de sus bastiones: los medios de comunicación. Empezó entonces la construcción del personaje Marcos. Porque aunque no lo crean es más fácil morir que vivir. Necesitábamos tiempo para ser y para encontrar a quien supiera vernos como lo que somos. Necesitábamos tiempo para encontrar a quien nos viera no hacia arriba, no hacia abajo, que de frente nos viera, que nos viera con mirada compañera. Les decía que empezó entonces la construcción del personaje. Marcos un día tenía los ojos azules, otro día los tenía verdes, o cafés, o miel, o negros, todo dependiendo de quién hiciera la entrevista y tomara la foto. Había un Marcos para cada ocasión, es decir, para cada entrevista. Y no fue fácil, créanme. En la construcción y mantenimiento del personaje tuvimos algunos errores. Agotamos, como quien dice, el repertorio de “Marcos” posibles. En el entretanto seguíamos buscando, buscándolas, buscándolos a ustedes, a quienes ahora están aquí y a quienes no están aquí pero están. Lanzamos una y otra iniciativa para encontrar al otro, a la otra, a lo otro compañero. Diferentes iniciativas, tratando de encontrar la mirada y el oído que necesitamos y merecemos. En la búsqueda de lo otro, una y otra vez fracasamos. Pero faltaba ver si era posible que miraran y escucharan lo que siendo somos. En tres vueltas, nos dimos cuenta de que ya había una generación que podía mirarnos de frente, que podía escucharnos y hablarnos sin esperar guía o liderazgo, ni pretender sumisión ni seguimiento. Marcos, el personaje, ya no era necesario. Es nuestra convicción y nuestra práctica que para rebelarse y luchar no son necesarios ni líderes ni caudillos ni mesías ni salvadores. Para luchar sólo se necesitan un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización.  Lo demás, o sirve al colectivo o no sirve. Y no olvidar que, mientras alguien susurra, alguien grita. Y sólo el oído atento puede escuchar.

En Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Galeano. México, mayo del 2014.
(Tal vez al inicio, o en el transcurso de estas palabras vaya creciendo en su corazón la sensación de que algo está fuera de lugar, de que algo no cuadra, como si estuvieran faltando una o varias piezas para darle sentido al rompecabezas que se las va mostrando. Como que de por sí falta lo que falta.
La guerra de arriba, con la muerte y la destrucción, el despojo y la humillación, la explotación y el silencio impuestos al vencido, ya la veníamos padeciendo desde siglos antes. Lo que para los zapatistas inicia en 1994 es uno de los muchos momentos de la guerra de los de abajo contra los de arriba, contra su mundo. Esa guerra de resistencia que día a día se bate en las calles de cualquier rincón de los cinco continentes, en sus campos y en sus montañas. Era y es la nuestra, como la de muchos y muchas de abajo, una guerra por la humanidad y contra el neoliberalismo.
Contra la muerte, nosotros demandamos vida.
Contra el silencio, exigimos la palabra y el respeto.
Contra el olvido, la memoria.
Contra la humillación y el desprecio, la dignidad.
Contra la opresión, la rebeldía.
Contra la esclavitud, la libertad.
Contra la imposición, la democracia.
Contra el crimen, la justicia.
Falta lo que falta, pero conseguimos entonces la mirada del otro, su oído, su corazón.

El camino no solo de los pueblos originarios, también de trabajadores, estudiantes, maestros, jóvenes, campesinos, además de todas las diferencias que se celebran arriba, y abajo se persiguen y castigan).

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