viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 10ma. La crónica es política


10ma. La crónica es política.

La crónica es política. Y si damos por cierto (también) esto y seguimos, como hicimos, las huellas de un texto en otro, encontraremos citas de Ramos en Rotker, hipertextualidad de Deleuze en Ramos, en Perlongher y en Baigorria, intertexualidad de Perlongher en Lemebel y planteos de Kafka en Deleuze / Guattari (1975) en una polifonía que esperamos se haya evidenciado a lo largo del ensayo, la segunda característica que estos autores le asignan a las literaturas menores, es que en ellas todo (o casi todo) es político:

A diferencia de las “grandes” literaturas donde el problema de tipo individual tiende a unirse con otros problemas no menos individuales, dejando el medio social como una especie de ambiente o de trasfondo; de tal manera que ninguno de estos problemas se convierta en indispensable, ni absolutamente necesario, sino que todos se unen “en bloque” dentro de un espacio más amplio. La literatura menor, en cambio, es completamente diferente: su espacio reducido juega en una baldosa y hace que cada problema individual se convierta en político. (Deleuze / Guattari, 1975:29).

Pero este carácter híbrido, flexible, contaminado, (sucio) y abierto a la polinización transgenérica, rizomático de la crónica, no necesariamente haría que esta fuese per se una forma heroica, resistente y políticamente contra hegemónica (Baigorria, 2010), aunque puede que a veces lo sea.
Porque la crónica para Martín Caparrós (2007) se para en los márgenes, (y hace equilibrio en la cima y observa para ver qué pasa), en las fronteras: para mirar, para escuchar -los más cerca posible- (por curiosidad, de metida nomás, para sentir lo que ellos sienten, “para sentir lo mismo, aunque distinto, pero así”), para correr los límites,  para recorrerlos, de lo que es “información pura” de lo que no lo es, para cambiar, para “descentrar el foco periodístico” y el modo en que suele dirigirse en dirección al poder, a los ricos y famosos, a los poderosos (Caparrós, 2007). Y sigue:

La crónica [como puede] se rebela contra eso cuando intenta mostrar, en sus historias, las vidas de todos, de cualquiera: lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores. La crónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decir [de pensar] que el mundo también puede ser otro. La crónica es política (Caparrós, 2007:10-11)

Pero como dice Rodrigo Fresán (1991) esto excluye que la crónica no pueda abordar un personaje vinculado al poder o la celebridad, pero sí (con la sospecha al menos) que lo hará con un enfoque completamente distinto al del periodismo convencional (porque lo que importa es el modo, no tanto lo que dice, sino cómo lo dice).
Y fue también, Amar Sánchez (2008), la que rescató entre otros el atributo político del género, ya que mientras el periodismo y el discurso histórico se pretenden “objetivos”, distanciados, “como reflejo de la realidad “ que se limita a “contar lo que pasa” (aunque la intención a veces se le vaya de las manos) y para eso a menudo recurra a operaciones como por ejemplo el ocultamiento del sujeto de la enunciación a través de un registro impersonal que omite el uso de la primera persona con el propósito de borrar toda marca de la posición del sujeto.
Pero ya desde la no ficción el género abandona todo intento de neutralidad y acepta a cara descubierta la “parcialidad” de los sujetos y en consecuencia denuncia la ilusión de verdad y objetividad de otros discursos. Señala, además, con vehemencia que no hay una verdad de los acontecimientos, sino que este es siempre el resultado de las posiciones de los sujetos, es decir, marca (intencionalmente) la distancia que hay entre los sucesos y la verdad de una versión (Rotker, 2005).
Porque como dice Roland Barthes (1973): “Si la escritura es verdaderamente neutra… entonces la literatura está vencida”. Y lo hace como ya dijimos para descentrar el foco periodístico (en coincidencia con Caparrós que por supuesto leyó a Barthes) en dirección al poder. Porque para Baigorria:

En la reivindicación de la crónica como género aparece, una y otra vez, el problema de la representación, del “mostrar lo que pasa”. La crónica no tanto como espejo, reflejo, sino como vitrina, superficie de exhibición de lo raro, de lo exótico, aunque también de aquello que en lo más nimio y trivial pasa desapercibido y sin embargo se volvería excepcional por la mirada del cronista y su uso propio del lenguaje (cuanto más instrumental, menos estilo o voz propia; cuanto más estetización, menos apego a “la verdad de los hechos”). Una vez más se plantea la disyuntiva: y uno podría fácilmente abonar la idea de que ser parte o testigo de los acontecimientos da un acceso privilegiado a los mismos. O, dicho de otra manera, que el que “estuvo allí” tiene mejores condiciones cognitivas respecto a los hechos que quienes sólo cuentan con lo que dicen otros. Hyden White (2003) y Arthur Danto (1951), entre los filósofos de la historia, trataron de disolver lo que llamaron el “prejuicio empirista” de que estar ahí es garantía o privilegio epistémico de la verdad de los hechos” (Baigorria, 2010).

Pero según Verónica Tozzi, investigadora en filosofía de la historia y traductora de White en diálogo con Baigorria:

El interés de todo relator es poder relacionar un acontecimiento o grupo de acontecimientos narrados en un contexto mayor. Para eso, debe poner en su relato (necesariamente) muchas cosas más que las que fueron contemporáneas del acontecimiento. Para el relator, si quiere hacer un buen relato, el haber estado allí no le sería suficiente. Construir un relato implica contar los acontecimientos de una manera que no ocurrieron (el subrayado es de Baigorria, 2010). Para construirlo, el cronista utilizará ciertos recursos y convenciones narrativas, lo cual se opone a los que plantean que meramente el estar o registrar es algo que pueda tener una función cognitiva superior. Nuestro lenguaje es temporalmente denso, y cualquier descripción que haga va a remitir a elementos que están antes o después del acontecimiento a abordar” (Tozzi, 2010).

Y sigue Baigorria, es decir:

El cronista nunca se encontrará ante una referencialidad en estado puro. El cronista no irá primero a los acontecimientos y luego a las representaciones de los acontecimientos. Tampoco accederá a los acontecimientos exactamente tal cual suceden; siempre accederá a las representaciones, a las descripciones. Incluso cuando es testigo presencial, o protagonista hasta cierto punto, tendrá un punto de vista sobre el acontecimiento que excluye otros [y otros] porque sería imposible ver algo en sí desde todos los ángulos posibles que lo suponen. Su mirada no es necesariamente privilegiada [ni mejor]: el cronista aborda el acontecimiento desde una mirada cruzada por sus lecturas, prejuicios, recuerdos, comparaciones (Baigorria, 2010) -y arriesgos-.

Carta a Liz Taylor

ASÍ, querida Liz, sin saber si esta carta irá a ser leída por el calipso de tus ojos. Y más aún, conociendo tu apretada agenda, me permito sumarme a la gran cantidad de sidosos que te escriben para solicitarte algo. Tal vez un rizo de tu pelo, un autógrafo, una blonda de tu enagua. No sé, cualquier cosa que permita morir sabiendo que tú recibiste el mensaje. El caso es que yo no quiero morir, ni recibir un autógrafo impreso, ni siquiera una foto tuya con Montgomery Cliff en El árbol de la vida. Nada de eso, solamente una esmeralda de tu corona de Cleopatra, que usaste en el film, que según supe eran verdaderas. Tan auténticas, que una sola podría alargarme la vida por unos años más, a puro AZT.
No quiero presionarte con lágrimas de maricocódrilo moribundo, tampoco despojarte de algo tan querido. Quizás, liberarte de esas gemas que cargan la maldición faraónica y a la larga traen mala suerte, incitan a los ladrones a saquear tu casa.

en “Loco afán” de Pedro Lemebel.
Yo creo Liz que es pura pica, nada más que envidia. Además los colas tenemos corazón de estrella y alma de platino, por eso la cercanía. Por eso la confianza que tengo contigo para pedirte este favor. Si es que tú quieres, si no te importa mucho. Te estaré eternamente agrade-sida. Acuérdate, una esmeralda chiquitita, de pocos kilates, que no se note mucho cuando la saquen de la corona. Total, tú tienes esas turquesas para mirar que opacan cualquier resplandor. Yo soy de Chile, mándamela a la dirección del remitente (1996: 60-61).

El regreso de la finada

“¡AY, querida prima!, peleaste brava por el retorno a la democracia, y la democracia nunca te devolvió la mano […] Ni siquiera cuando apareciste en el noticiario de la TV sangrando frente a los tribunales, herida por los pinochetistas. Nunca hubo reconocimiento para la escena callejera que en los ochenta animaba la protesta.”

                                     en Adiós mariquita linda de Pedro Lemebel
           (2005:198).

Y así concluyen las (10 primeras hipótesis sobre la crónica, pero hay más, acaso, menos “salvajes”; pero con más “arriesgos”). Porque para Baigorria (2010) son diversas las representaciones en disputa sobre un género que parece resistirse a ser encasillado como tal. (“Se dice de mí… Se dice que soy fea, que camino…”, como dice la canción) diría la crónica. Si pudiese hablar -y “entre nos” (desde Mansilla y mucho antes) la crónica habla-. ¿Para qué?, si como vimos tantos hablaron por ella, y seguiremos hablando aunque no quiera. Y cuando habla, la noticia o la novela o incluso el ensayo de investigación, le gritan: ¡Callate, che!, ¡callate!, y si le hiciera caso no tendríamos nada para decir. Pero, por suerte, no se calla.
Si para eso entre otras cosas es este ensayo, como si fuese algo más que una abstracción, una forma discursiva, un espacio de cruce y de experimentación en la inestable (lábil, indeleble, flexible, inclasificable) frontera que hay entre el periodismo y la literatura.

Odio las fronteras

SIN SER LINDA eres simpática, canturrié en el bus, que ya dejaba atrás esta ciudad asfixiada el tufo castrense. El ronronear del motor me fue cerrando los ojos y quedé raja durmiendo mientras el vehículo se perdía por los acantilados rumbo al límite argentino. Un grito me sobresaltó y abrí los ojos de pronto cuando llegamos a la aduana fronteriza. Abajo, bájese con todo el equipaje, me gritaba un poli de civil, mirándome con sus anfibios globos azules. Todos los hippies le tenían miedo a ese viejo cana que olía la macoña como galgo en veda. Pero yo estaba tranqui como pelo de estatua. Total, no llevaba nada. Más bien, con ese personaje en la aduana era suicida traficar algo, creí pensar mientras el abuelo me olfateaba, registrándome hasta las solapas. ¿Y esto? ¿Qué es esto?, preguntó, sujetando con sus uñas la insignificante corta olvidada en mi bolsillo. Allí reconozco el excedente de pito que había fumado antes de viajar. Malditamente, al cruzar fronteras, aunque uno se revisa mil veces, siempre quedan semillas, papelillos y residuos que nos delatan.

en Serenata cafiola de Pedro Lemebel

    (2008:222).

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