Bajo las matas
En los pajonales
Sobre los puentes
En los canales
Hay cadáveres
En la trilla de un tren que nunca
se detiene
En la estela de un barco que
naufraga
En una olilla, que se desvanece
En los muelles los apeaderos los
trampolines los malecones
Hay cadáveres
En las redes de los pescadores
En el tropiezo de los cangrejales
En la del pelo que se toma
Con un prendedorcito descolgado
Hay cadáveres
En lo preciso de esta ausencia
En lo que raya esa palabra
En su divina presencia
Comandante, en su raya
Hay cadáveres
Era: “No le digas que lo viste
conmigo porque capaz que se dan cuenta”
O: “No le vayas a contar que lo
vimos porque a ver si se lo toma a pecho”
Acaso: “No te conviene que lo
sepa porque te amputan un teta”
Aún: “Hoy asaltaron a una vaca”
“Cuando lo veas hace de cuenta
que no te diste cuenta de nada…
y listo”
Hay cadáveres
en “Cadáveres” de Néstor Perlongher
(Cadáveres: ¿Por qué? Porque en realidad
todo poeta es un autor de cadáveres, el poema es letra muerta, cadáveres, hasta
que el lector los revive –para que su lectura, cerrado el libro, el poema
vuelva a ser cadáver, a la espera de otro lector que emprenda la resucitación-)
No hay nadie?, pregunta la mujer del Paraguay
Respuesta: No hay cadáveres