PASARON DIEZ AÑOS, pero para Dany el tiempo no había pasado.
O eso nos quiso a hacer creer a todos aquella noche. Y a decir verdad, un poco
le creímos.
Mantenía el mismo espíritu de fiesta intacto y sus ganas eternas
de reventar la noche todavía joven cuando ya muchos habíamos pasado los
veinticinco y nos acercábamos inmaduramente a los treinta.
Y así fue como Dany se salió con la suya y nos reunió a
todos en su palacete alquilado de la calle Nicaragua en el barrio porteño de Palermo
viejo.
A Maxi Araujo, músico profesional -tan obsesivamente músico
como langa- que compartía domicilio por entonces con Dany, pero vivía justo en
la pieza de abajo, que era bastante más grande y mucho mejor que la de su
concubino Daniel. Maxi le marcaba el ritmo a Dany: un, dos, tres, va… Primero,
con los dedos y después, con los palos de su batería y él, por supuesto, lo
seguía. Le mostraba cual era el “point”
de las cosas, y él le creía. Le decía andá para allá, y él iba. Le hacía caso
en todo. Lo manejaba a su antojo, y muchos por Dany y no por Maxi, le seguimos
la corriente esa vez. No sea cosa que no hiciéramos “la movida” como él quería,
en una noche de rockandroll y de gatos
persas aullando para la foto sin flash de su concierto de rock.
A Facundito, que era el hermano menor de Maxi. También
músico, pero no profesional, aunque haya tenido algún paso fugaz como
sesionista de algún que otro grupo de cumbia paseándose en camioneta por el
conurbano bonaerense de baile en baile y sin demasiado éxito con las chicas, y que
a diferencia de su hermano mayor no daba para nada canchero. Es más, no hacía
falta más que mirarlo un poquito para darte cuenta que era absolutamente lo que
se dice un Ners. Y que vivía por
suerte o por desgracia a dos PHs de distancia de ellos -porque tampoco se podía
separar del todo de Maxi- siguiendo por el pasillo a la derecha hacia el fondo,
doblando hacia la izquierda y entrando por la puerta color gris a la sombra de
su hermano.
A Nieves –que para colmo de males había sido novia de los
dos hermanos- y que cada tanto picoteaba en vuelo de pájaros con alguno de los
dos, solo para hacerlos enfadar, y eso a menudo traía aparejada alguna que otra
pelea cada vez qué, por algún motivo, se juntaban los tres. Y esta fue toda una
mojada de oreja que Araujo grande nunca le perdonó a Araujo chico, y se tomaba
revancha por eso cada vez que podía y lo boludeaba en público, en lo posible, delante
de todos los que conocíamos la historia, para que no quedaran dudas de quién
mandaba en la familia, que él era el jefe, y que él a Nieves se la había cogido
primero y le dejo las sobras.
A Gabriel Varela, canuto si los había, pero tan simpático
que te hacía olvidar de lo miserable que era. Sacaba plata solamente para pagar
el colectivo y no mucho más. Para todo lo demás era: “No, gracias”, “No tengo,
gracias”, “No quiero, gracias”, “Por favor, no insistan”, “Gracias, no”,
“Gracias, no”. Pero en su avaricia era absolutamente sincero –tampoco le
sobraba la guita-. Si andaba siempre con las monedas prestadas que le juntaba
su tía materna, porque había perdido a sus padres de chico en un accidente
automovilístico y desde entonces vivía con ella, y lo decía orgulloso a los
cuatro vientos. Eso sí, si encontraba alguno dispuesto a pagarle las salidas e
insistía mucho pero mucho con eso, no se negaba. Le costaba, pero aceptaba. Pero
decía que lo tomaba como un préstamo, y nada más que eso. Sólo por el tiempo
hasta que se recibiera de abogado, para lo que le faltaban no más de dos o tres
materias y era ahí cuando te decía que cuando él se matriculara iba a
defenderte gratis de cualquier juicio o caso judicial que pudieras llegar a
tener en el futuro como forma de devolverte el favor. ¡Divorcios, no! Porque
decía que si te casabas, era porque eras un pelotudo, y que él no defendía a pelotudos.
Te daba la mano y se cerraba el acuerdo. Pero mientras tanto, a veces algunos y
otras veces otros, teniendo ganas de hacerlo y no tanto, un poco financiábamos
sus salidas y por supuesto su carrera universitaria.
A Cristian, al que todos apodábamos “El Rey” que nos hizo el
honor de dejar por un tiempo su trono de oro y rubíes y a sus gordos gatos
persas para permitirse pasar una velada paqueta en compañía de amigos. Cristian
era un intelectual a la francesa porteña, concheto, fino y vago por donde lo
mires, refinado e hijo de un embajador de regreso de Bélgica que prefería
mantenerlo económicamente mientras terminaba sus estudios de letras a tener que
aguantárselo en su casa durante mucho más tiempo. Si hasta le compró un
departamento en la zona de Villa Crespo sobre la calle Julián Álvarez para que
se fuera de una vez por todas de su piso de la calle Ayacucho esquina Alvear en
pleno barrio de Recoleta y no tener que ver, todos los días, como engordaban él
y sus gatos persas, leyendo colecciones de libros, viejos de tapa dura,
haciendo que estudiaba, recostado en sillones de pana de color marrón.
A“Ringo” –que todos lo llamábamos así, por su asombroso parecido
con Ringo Bonavena- que se dio el lujo de no ir ese día al estudio de grabación
de “El Cielito Records”, donde habitualmente trabajaba en la recepción los
fines de semana, para darse el gusto de salir un sábado a la noche con
nosotros. Total, si justo ese día, había suspendido el alquiler de la sala de
grabación el “Señor Charly García” por quien sabe qué extraña palidez e
influencia -y digo, “Señor”, porque así lo llamaba Ringo-. Y como no iba a
poder volver a ver ese día a quien siempre admiró tanto, prefirió entonces faltar
y salir esa noche con amigos. De lo contrario, hubiera tenido que soportar absolutamente
mamados a cuanto músico integrante de grupo de cumbia había reservado la sala
para esa noche, y que encima lo trataban de che pibe y lo mandaban a comprar
más cervezas. Porque el negocio del rock se estaba terminando y la música que
más se consumía en los `90s viraba lamentablemente para las orillas calientes
de los ritmos tropicales. Y como él era un pecho frío con el corazón partido bajo
la herencia del rock inglés, prefirió ausentarse y que le descontaran el día
como forma de protesta y que las cervezas esta vez se la tomaran sin él.
Al turco Jaliff, que vivía como un homeless el pobre, en un balcón alquilado con vista a un río que no
se ve. -Así como oyen-. El dueño del departamento, ¡un hijo de puta!, lo dejaba pasar al baño, sí y solo sí, se
estaba haciendo encima para hacer sus necesidades fisiológicas o para bañarse tan
solo una vez por semana. –Así como oyen-. El turco vivía de ese modo, mientras
esperaba que le saliera un laburo copado de jefe de redacción en un diario de
Chubut o de Río Negro, por el cual había esperado mucho tiempo y que estaba a
punto de concretarse y se fuera a vivir definitivamente al sur patagónico antes
que el frío de la pampa húmeda fuera de la línea de edificación le aflojara los
huesos.
A Miguel Prieto, que era el encargado permanente de traer
los “Joins”, como llamaba Maxi al faso,
y como encima se acababa de pelear con la novia y estaba un poco bajoneado
decidió empezar a fumar marihuana justo esa noche y que mejor forma de empezar que
ir a comprarla él mismo a un conventillo de La Boca como bautismo cannabis. Ya había ido a
comprar macoña varias veces a los edificios de Lugano o a Chacarita, ahí nomás del
cementerio y de la Plaza Los
Andes, donde al grito de: “Loca, hay churro”, respondía la contraseña con un
silbido. Se acercaba, saludaba, le daba la plata envuelta en un puño y se iba.
Pero a él nunca hasta ahora se le había dado por fumar porro. Aunque en los
conventillos de La Boca
el procedimiento era distinto. Para poder entrar tenías que golpear las manos
en la puerta y entregarle primero, chupetines a cuanto pibito que andaba jugueteando
por ahí te pidiera y luego sí, accedías entonces al maldito transa en una flor
de azalea que florece dos veces.
A un par de impresentables, que no sabíamos de donde habían
salido, ni quien mierda los había invitado a la reunión, pero que por suerte no
molestaban a nadie y que se habían quedado hipnotizados con las imágenes que
disparaba un televisor blanco y negro instalado en el patio de la casa que
repetía en continuado la misma película de Luis Buñel mientras degustaban con
gusto un vino destapado por el calor de la noche.
Y a JuanSSito, eterno compañero de aventuras de los años
‘80s, pero que últimamente andaba un poco perdido y cada vez le pasaba menos
bola a Dany y lo veía cada tanto en los cumpleaños o para fin de año y no mucho
más. Porque se la pasaba de novio casi siempre con minitas caretas y ya no
frecuentaba tanto sus reuniones y sus fiestas, y prefería los boliches de moda
o algún restorán; y a decir verdad, un poco lo extrañaba, y es por eso que no
quiso dejar de estar en el día de su cumpleaños.
Y a Lali , que prefirió encontrarlos más tarde, a eso de las
tres de la mañana, directamente en la reinauguración del Cóndon Clù mudado con
los años al Club Palermo sobre la calle Humboldt a unas cuadras de Juan B.
Justo y Santa Fe.
Y aunque todos sabíamos, porque Dany nos lo dijo, que ya no
iba a estar el Gran Beto Bota, planeando en esos días traer a Buenos Aires una
discoteca internacional llamada Morocco
en sociedad con la cantante española Alaska y ponerla de ser posible en algún
local de la City porteña, igual íbamos a ir. Porque como les
dije al principio, Dany nos quería hacer creer a todos que no habían pasado los
años, tan solo porque otras personas armaron una fiesta paga con
características absolutamente diferentes, pero con el mismo nombre y nosotros
lo seguimos. ¿Por que quién mierda era para muchos de nosotros ese Beto Bota?
El que iba a estar seguro era Charly de Inglaterra, y
también lo sabíamos, únicamente porque Dany nos lo dijo. ¿Y quién mierda era
Charly de Inglaterra? Charly era el ex
novio de Beto, que con los años se hizo bastante amigo de Dany porque coincidían
en ciertos gustos culturales y solían cruzarse en el multiespacio teatral denominado Timbre 4 colgado
en la calle Thames- o era Uriarte-, montado para obras de teatro, intervenciones,
unipersonales, muestras de fotografía, pintura y escultura, collage, perfomances e instalaciones varias que él
mismo regenteaba y que Daniel frecuentaba a menudo los domingos por la tarde
hacia entrada la noche noche.
Pero antes de llegar al Cóndon Clù debíamos hacer una parada
obligada en el Cátulo Castillo y eso a Dany lo tenía fastidioso, lo demoraba y
por supuesto, le hinchaba un poco bastante las pelotas. -A nosotros no tanto-.
El Cátulo era un bar cultural ubicado sobre la
Av. Canning rebautizada Scalabrini Ortiz, que se volvió pub, un poco más modernoso de lo que
era, para el lanzamiento oficial de “El Mono”: una banda de acid jazz
o algo así, liderada por su gran amigo y concubino Maxi Araujo y por el mismísimo
Manu, saxofonista de La Renga que saltó a
la fama por ser el que tocaba la armónica cada vez que repiten el video en los
canales de música de la televisión, en los dvds truchos y oficiales del grupo y
ahora en youtube en la exquisita
canción de “La balada del hombre y la
muerte” -lo cuento así simplemente para
que sepan de quien les hablo- y que quién sabe, porque extraña razón lo siguió
a Maxi en esta aventura disfrazada de proyecto musical destinado al fracaso y
ofreció su voz cantante a un menos que discreto recital.
Maxi Araujo era un eximio baterista de jazz. Solía tocar con
la Creole Jazz
Band , pero su fama se volvió visible y comenzó a ganar dinero cuando tocó la
percusión para La Renga en los dos míticos
recitales de Atlanta y grabó la batería de varios de los discos de los grupos
que producía por entonces el ex Sumo,
Ricardo Mollo. Entre ellos, el de su ex novia Erika García, hasta que se peleó
por unos míseros 200 pesos cuando le pagó 1000 pesos en vez de 1200 pesos como
había acordado, por tocar la batería en la grabación, y juraba a quien le preguntara
que tal era el líder de Divididos. ¡Un
garca!, decía. ¡No la podía creer,
chabón! Terrible explotador con los
músicos que contrata. El forro las
quiere todas para él, incluso las minitas. ¡Te la da vuelta como una media! Y también,
que podías esperar de un tipo que mientras los fans lloraban la muerte de Luca, ya tenía otra banda armada con el
forro de Arnedo y salió a tocar como si nada hubiera pasado dividido por la
felicidad sin derramar una lágrima.
Maxi había viajado recientemente a los Estados Unidos, y
había quedado maravillado por una banda, en formación todavía, mezcla de funk y acid jazz con matices de música afro y disco y cierto jump de electrónica que escuchó en un
bar neoyorkino liderada por un cantante inglés que se presentaba con sombreros
y gorros de lana, a modo de adornos en la cabeza. La banda se llamaba “Jamiroquai” y por entonces “El Mono” intentaba
sonar parecido, pero sin tanto sombrero ni jump,
ni inglés que los salve. Sin embargo, para Dany –que los había escuchado en
los ensayos- mucho distaban de esa anhelada y pomposa pretensión musical.
No sabemos si lo decía por la bronca de tener que ir
obligado a ese bar, aquella noche, justo el día de su cumpleaños, o porque este
evento le demoraba su llegada al otro gran evento y su recuerdo de las salidas
con JuanSSito, o por que realmente lo creía así. Decía: que a lo único que sonaban
parecido estos hijos de puta era a Diego Torres y que para él eran sin duda espantosos
y cuando decía espantosos, era espantosos, pero a Maxi no podía decirle que no
y mucho menos contradecirlo.
Eso sí, una vez entrados en el Cátulo Castillo, una de las
primeras cosas que lo puso contento a Dany -por qué después hubo más- fue el
hecho de ver entrar al bar a Carina Zampini, con un aro de luz que la acompañaba
en sus pasos con dirección a sus ojos. Carina era una joven actriz que interpretaba
siempre papeles de mala en las novelas de Canal 9 y a quien corrió a su
encuentro ni bien la vio, desempolvando un pañuelo rojo con la única intención
de llamar su atención y acercarle una enclenque silla de mimbre como si fuera un
sillón , y que encima era una de las pocas que quedaban vacías en el lugar, a una
mesa lindera a la nuestra e invitarla orgullosamente a su muestra de teatro de
fin de año en el Centro Cultural Rojas donde estudiaba actuación e
improvisación con la directora y actriz Andrea Garrote y con los chicos de
Sucesos Argentinos, pero en la que Daniel no se destacaba demasiado. Pero ella
no podía saberlo y aceptó con gusto conmovida por tanto agasajo.
Hasta ahora Dany era el único de nosotros que había
escuchado tocar a “El Mono”. Porque, como les dije, compartía vivienda con Maxi
Araujo; y Maxi daba clases de batería en su casa en la pieza que hacía las
veces de sala de ensayo y últimamente venían todos los miembros de la banda
para preparar este bendito show, y ya lo tenían un poco podrido con tanto maldito
preparativo.
Encima a menudo en los ensayos se prendía Alberto a zapar
con ellos. Y cuando no era uno era el otro, el que hacía un batifondo terrible
con la bata en la casa. Alberto era el percusionista de la cantante melódica Marcela
Morelo y el otro compañero de alquiler que faltaba de Dany y de Maxi. Porque el
PH de la calle Nicaragua lo alquilaban entre los tres. La diferencia es que
Alberto daba clases de percusión allí, en la otra habitación durante el día,
pero no vivía en la casa. Pero ahora se le ocurrió participar de los ensayos de
la banda y se quedaba también por las noches a tocar y últimamente no lo
dejaban dormir al maltratado de Dany y creemos nosotros que por eso también, es
que odiaba un poco a “El Mono” que se le volvió tremendo de la noche a la
mañana.
De todos modos, Alberto, al final no participo del recital
como músico invitado tal cual estaba previsto, porque estaba casado y tuvo
tanta mala leche, que justo esa noche, la nena más chica se le enfermó de
anginas y no había forma de bajarle la fiebre, y tuvieron que arreglárselas sin
él.
Así que el PH en cuestión contaba con dos piezas, un patio
cerrado, una cocina, un baño y una especie de altillo en el que para entrar
había que agacharse primero, bajar dos o tres escalones después y recién ahí encontrar
altura suficiente como para permanecer parado y conservar al menos por un rato la
vertical. Puede que esté exagerando, pero mejor era que la persona que quisiera
ingresar allí, no fuera muy alta, porque cualquiera que se lo propusiera, con
solo estirar los brazos, podía tocar el techo de la pieza de Dany con las manos.
Pero que íbamos a hacer nosotros, si todos se lo dijimos y él
no hizo caso. Si cuando nos contó que se iba a mudar y nos explicó las
dimensiones de la pieza, y el lugar que le tocaba en la casa, le dijimos que lo
estaban cagando. Pero que íbamos a hacer, si Maxi era el ídolo de Dany. Y parece
que a los ídolos no se los discute y es por eso que no le pudo decir que no cuando
el gran Maxi le propuso dividir el alquiler por tres, y compartir los gastos, y
aceptar ese cuchitril de cuarto como vivienda propia, porque era la única forma
que él tenía de vivir solo y animarse a irse de una vez por todas de la casa de
sus padres.
No tienen idea el salto que pegó Dany cuando un flacucho de
traje negro, que hacía se ve de presentador en el Cátulo Castillo dio comienzo
por fin al primer show de la noche y entre bambalinas anunció la llegada de la
poesía de Enrique Symns, porque lo admiraba desde la revista “Cerdos y Peces” y no se imaginaba en lo
más mínimo que iba a estar esa noche allí, cuando escuchó la voz de Maxi Araujo
a lo lejos que le dijo: “que sorpresa de cumpleaños te traje, Dany. No la
esperabas, no. Es para vos, papu, disfrutala. Lo mismo que a la actriz”.
Y de saberlo antes, Dany, no hubiera rezongado tanto por
haber tenido que venir a este encuentro y encima tan temprano, y por tanta
amabilidad por parte de Maxi y tener que pagar las cervezas más caras del mundo
en un bar careta cuando tenía cinco rubias sin abrir cagándose de risa en la
heladera de su casa, si es que alguno de los vagos que se quedaron viendo en el
PH la película de Buñel por enésima vez, a esta altura no se las habían tomado
y decidieron irse. Y a partir de ese momento sintió que esa noche podía ser también
perfecta en ese otro lugar.
La poesía de Enrique Symns llegó, esta vez del Brasil con
una canción de fondo: “Sos el as del
“Club París”, as, lo tuyo no es el rock. Cierran los bares por donde van tu
breto y tus ojos grises. Yo no soy de aconsejar, pero estás jodiendo al
personal, debiste poner en Río ese restorán, que te quitó el sueño –¡el sueño!-
Pero…¿cabe todo lo tuyo en una maldita valija? ¿De lider dealer sin fresnos?
Sos el as del “Club París”,(sos la joya del lugar), el acento del barrio te
sale mal y te quita el sueño -¡el sueño!- Vas como un ciego en la bodega ¿cuál
es tu charter?, ¿cuál es?, sos un aristócrata de cotillón. Sos el as del “Club París”, as, lo tuyo no es
el rock. Cierran los bares por dónde van, y te quita el sueño -¡el sueño!- Pero…
¿cabe todo lo tuyo en una maldita valija? ¿De líder dealer sin fresnos. Si tu
moneda hablará, si esa moneda hablará más de la cuenta….”
Y ni bien terminó la canción que lo presentaba, la moneda
cayó esta vez por el lado de la soledad, pero ya sin el Indio Solari cantándonos
al oído, que algunos sostienen –y es muy probable que así sea- le dedicó al
propio Enrique. Ni con ninguno de Los Redonditos
de Ricota: ni Skay ni la Negra Poli
que nunca se lo bancaron demasiado, pero con el vuelo rasante del fantasma de
Patricio Rey tocándonos las espaldas a todos sin que lo viéramos y la espléndida
Mirna, que posaba como modelo y pasaba mesa por mesa con su sonrisa de puta
eterna y sus ojos azul cielo con la intención de vendernos un libro de poemas
de bolsillo de muy mala edición, ni cartonera ni Eloísa, escrito por su actual
novio, Enrique Symns y que por supuesto ya se había olvidado definitivamente de
nuestro amigo en común Lali, y más aún de cualquiera de nosotros y por eso el
insulto.
Pero en cambio Lali, sabía perfectamente que su ex novia de
amor desde la adolescencia ya no lo
quería más, que lo cambió sin ton ni son por este viejo decrépito y que iba a
estar esa noche ahí, haciéndole de dama de compañía al facineroso con tal de
aspirar de la buena, más blanca que nunca; y es por eso que no quiso ir y
prefirió encontrarnos a todos directamente en el Cóndon Clú y que no le
contáramos la anécdota cuando alguno de nosotros lo intentó.
¡Está Mirna! ¡Está Mirna!, gritaba un eufórico Gabriel
Varela que recién se había percatado del asunto. ¡Lo que hace la guita y la
coca!, decía. Sino no es posible que semejante bestia le de bola a este viejo pelotudo
con cara de pajero. ¡Mirá la caara que tiene! ¡Viejo puto! ¡La puta que te
parió! Y seguía: ¡Mirnaa… soy Gabriel! Te acordás, ehh, amigo de Lali, ¿no te
acordás, no? ¡Porque no me das bola a mí, perra, que traje joggings nuevo y se me nota más que al viejo choto ese cuando se me
para la pija!, le gritaba.
¡Para boludo, paraá!, le decía Miguel. ¡Te volviste loco!
Pero a Dany no le daban las manos para aplaudir cuando el
presentador anunció la llegada de la poesía de Enrique Symms y sus “Conchas de
la noche”.
-Buenas nooches. ¿Cómo estaán? (Saludó a los presentes con
voz muy grave, cada vez más ronca por el whisky escocés importado del Paraguay).
Gracias por haber venido a escuchar el recitado de algunos de mis poemas más
recientes que dicen con voz más grave todavía:
Las conchas de la
noche, ya son mi entraña.
-se lo robé a Borges-
No las pálidas conchas
ni las santas.
Me perturban,
me envuelven, me
enloquecen, me gustan,
me dilatan,
me desean.
No me dejan dormir,
¿saben?
Por las noches, de
madrugada.
De soles oscuros que
se apagan en sus besos.
Sus caricias de seda
recorren mi decir.
-Y lo digo-.
Aunque como la
dichondra que se enraiza
rápidamente en los
nudos de las hojas
se mueran con los
primeros soles del verano.
Y marcan la huella de
lo que ya no es.
Pero que está mirando
a nuestros ojos.
Ellas sonríen una a la
otra, hablan, salen juntas,
Ríen,
me miran por encima de
sus hombros,
me seducen, me
rechazan,
me niegan, me
atormentan
y las sigo y las busco
y me pierdo
en su laberinto de
orquídeas
que me indican…
-como ustedes saben-
el camino de regreso.
Fuera de los brazos
del amor
cuando en primavera
también mueren los
cisnes
y le dejo mi cisne por
si acaso.
Por si quieren volver.
Por si quieren volver.
¡Es un genio! ¡Es un genio! ¡Es el Bukowski argentino!,
gritaba como loco Dany. ¡Es el mismísimo Charles, escribiéndonos cartas desde quien
sabe dónde y encarnado en su cuerpo y en su sombra! ¡Es el Borges foraño
cronicando las calles de esquina y de amor!
Dany, no será mucho, le advirtió un sorprendido Juancito. ¡Nooo,
JuanSSito! Mucho es lo que hay que pedir. ¡Perdoname, pero vos porque no te
animás! Mucho es lo que hay que pedirle a la vida, ¿sabés?, de lo contrario te
deja pagando. ¡Sabés, JuanSSito! Te deja pagando.
Juan prefirió no contestarle. Además no tuvo ni tiempo,
porque al rato nomás, sonaron los primeros acordes del “Amor es más fuerte” en
guitarrón acústico para la ocasión en la púa afilada de Ulises Butrón y el que
se levantó de la silla esta vez para aplaudir a rabiar fue Miguel Prieto, que
después de un par de temas no se aguantó más y le pidió subir al escenario para
tocar una versión un tanto deforme de “Con
mi sombra en la pared” de Miguel Mateos que, por supuesto, conocía de
memoria. Miguel era músico aficionado, ¡pero muy pero muy bueno! Tocaba de
oído. El hermano que era profesor de música le enseñó, un poco a componer
música flamenca primero y un poco los acordes de los temas de Sui y de Charly
después y no mucho más, y con eso adquirió cierta técnica –el resto lo aprendió
solo-, la necesaria que le permitió componer algunas pocas canciones, pero
nunca llegó a nada en la música o al menos eso dice él. Un poco porque no tuvo
disciplina y otro poco porque no fue lo suficientemente perseverante y los dos
o tres temas buenos que hizo se los terminó finalmente vendiendo, unas de las
tantas veces en que necesitó plata -y fueron muchas- al ex líder de Zas, que las puso de relleno en el disco
“Obsesión” y en agradecimiento lo
invitó a participar de los recitales del Gran Rex y del Opera y por eso se
sabía tan bien la parte de la canción que dice: “Bailo… bailo hasta caer, bailo con mi sombra en la pared. Nada que
perder, con mi sombra en la pared”. Por que él nunca ganó y se cayó varias
veces, pero en esta ocasión, dejó boquiabiertos a todos los presentes y lo
aplaudieron más a Miguel que al ex líder de La
guardia de fuego.
Hasta que por fin tocó “El Mono” donde los solos marcados de
batería se adueñaron del show, al ritmo de un, dos, tres, va... Porque Maxi que
de más chico se cansó de levantar minitas mintiendo que era el hermano menor de
Charly Alberti, el baterista del exitoso Soda
Stéreo, por su gran parecido, como iba a dejar que el feo de Manu se
llevara los aplausos por el solo hecho de ser el cantante de la banda y de ser
parte de un grupo conocido como La Renga y el no,
porque Mollo, productor por entonces del grupo, lo contrató tan rápido como lo echó.
Si “El Mono” fue una aventura trunca, pero suya, que duró no más que este único
recital de culto y alguna que otra copia guardada en cd por Ringo o por Miguel,
aunque en dicha oportunidad hayan sido el plato principal del evento, por
encima de los señores Enrique Symms y Ulises Butrón, la bellísima Mirna y la
exquisita Carina Zampini.
Pero entre una cosa y otra se habían hecho las tres de la
mañana y poco antes de enterrarse en el océano esmeralda de la selva nocturna de
la esquina del sol que dejó de ser cosmética para convertirse en sobrina de un
tal Fontova, se iluminaron a los lejos, los faroles de la entrada del Palermo
Club o al revés.
Y hay que embarcar antes que aclare por el calor. Decía con
ímpetu Dany, como si de tanto decirlo las cosas pasaran un poco también. Y en
la esquina del sol como en los años ´80, se iluminó de nuevo el Condón Clú, y a
unos pocos metros nos esperaban Lali y la novia de JuanSSito, que me parece que
por entonces se llamaba Raquel y que encima estaba buenísima. Juan tuvo la
suerte de salir siempre con mujeres muy lindas y muy inteligentes, pero este no
era el caso, simplemente estaba buena, o buenísima como decía Gabriel Varela,
pero nada más. Cuando se baboceó todo al verla por primera vez y al fin de cuentas,
de una vez por todas, se dispuso a sacarse las manos de los bolsillos de su jogging nuevo para saludarla. ¡Hola
Raquel! ¿Cómo estás? Pero Dany y Miguel, en cambio, no se mostraron
sorprendidos por su belleza. Una, porque no les parecía tan linda, y la otra
porque ya la conocían. Raquel había sido novia de Juan de más chico y quien
sabe porque extraño motivo decidieron repetir la experiencia destinada al
fracaso.
Los demás simplemente no la vieron porque no nos acompañaron
a la reinauguración del Condón Clú con excusas varias, aunque todas distintas. Maxi se fue a tomar algo con una minita que se
levantó en el bar y le hizo el melancólico lo más que pudo, un poco porque la perfomance de la banda no había sido lo
que él esperaba y ese tipo de cosas, y otro poco, porque como ustedes bien
saben, hacerse el triste un tanto por acá y el conflictuado otro tanto por allá,
siempre garpa con cierto tipo de minas. Más si sos músico, te acaban de ver
desde abajo del escenario, y encima tu parecido con Charly Alberti cuando era más
joven es asombroso, y tenés ojos celestes y te la pasás marcando tubos con una
batería vestido en jardinero de tela de jean.
Ringo se acomodó con una amiga de Nieves pero sin suerte, que sólo por esa
noche decidió volver con Facundito y se fueron juntos a la casa de éste a
hablar más mal de Maxi y de su recital, que a coger y a fumar marihuana. Y el
Rey Cristian, que a determinada hora de la noche regresa siempre a su reinado
antes de convertirse en zapallo y terminar tomando una ginebra con gente
despierta en el Abasto cuando a él únicamente a esa hora le interesa dormir, y prefirió
acostarse leyendo al verdadero Bukowski. Del turco Jaliff ni noticias, porque
se fue caminando hacia placita Serrano con una cerveza y un cigarrillo en la
mano y hace tiempo que nadie sabe más nada de él. A lo mejor, lo llamaron del
diario y se fue finalmente para Chubut o Río Negro.
El Cóndon Club no era ni parecido al que conocimos en los
años ´80, por aquello de que no hay que volver a los lugares donde fuiste feliz.
Pero quién convencía de eso al nostálgico Dany. Si nos arrastró a todos, a los
que lo acompañamos hasta allí, en busca de un recuerdo que se deshace en la
nostalgia de un ayer que cumplía diez años con las primeras arrugas.
La música soñaba madrugadas en las voces de Siouxsie and the Banshees, de The Cure, de Bowie, de Lou Red, de The Smith y de Sumo. Sobretodo de Sumo.
Y Dany soñaba madrugadas con una rubia platino de pelo corto al estilo Brigitte
Nielsen que no paraba de mirarlo recostada sobre una columna con ganas de qué.
De bailar no, porque Dany la sacó a bailar y no quiso. De charlar menos, porque
Dany se acercó para hablarle y tampoco quiso. Hasta que antes de irse de su
lado, le preguntó su nombre a modo de despedida y ella le contestó: “A vos que
te importa”. Y el recordó entonces la frase que alguna vez le sugirió Juan utilizar
para esos casos. “De ahora en más, de vos, me importa todo. Por eso me
acerqué”. Y aunque esta vez no le contestó, le devolvió una sonrisa. Y entonces
Daniel redobló la apuesta y continuó: “Cualquier cosa estoy por acá, del otro
lado de la columna, esperándote”. Y cuando había dado toda esperanza por
perdida, se le acercó y le escuchó decir
por lo bajo, casi como un susurro: “Marcela me llamo. Marcela” y entendió que
la respuesta era para él. “Marcela, le repitió, cualquier cosa estoy por acá,
buscame si querés” y se retiró a un costado de su campo visual con más ganas de
qué. Las ganas de ambos de fumarse un porro primero -por eso lo miraba- porque pensó
que Dany tenía, porque le pareció ver que maniobraba una seda entre los dedos y
adivinó la intención; y de irse a la casa de Daniel después, cuando éste la
invitó con la estúpida excusa de darle unos apuntes de Semiótica II. Porque la
chica también estudiaba Comunicación, salvo que a él le faltaba la tesina de
grado para recibirse y planeaba luego ir a vivirse a España con sus padres, una
vez obtenido el maldito título, pero en casas separadas, y ella recién iba por
el segundo año.
Llegaron entonces en taxi al altillo donde vivía Daniel.
Gambeteando los restos de lo que quedaba de la reunión anterior. Él tuvo que
agacharse y ella no. porque era un poco más petisa cuando entraron al cuarto y
pasaba justo. Para terminar acostados envueltos entre apuntes en la cama de su
pieza y caer dormidos más por el alcohol que habían consumido y por alguna
seca, que por la cocaína.
Ella se quedó dormida, él no.
Él se hizo el dormido, ella no. ¿Para qué?
Él se acercó para hacerle cucharita, ella se dejó.
Él empezó a bajarle los pantalones, y ella también se dejó.
Él siguió apoyándola un poquito más, y ella no se movió.
Él se bajó los pantalones y ella no lo paró. No lo detuvo a
tiempo.
Él empezó a penetrarla y ella no se despertó. No sé si se
daba cuenta.
Él la agarró del cuello…
Ella sintió miedo y a él no le importó.
Ella comenzó a llorar y tampoco le importó.
Ella le pidió que no lo hiciera y él no la escuchó.
Ella le suplicó que la soltara y él no la soltó.
Y la obligó a hacerlo con una línea de coca en la boca.
A la media hora agarró sus cosas y se fue, ni siquiera se
llevo los apuntes que le había pedido. Se olvidó un aro, pero no le importó. Se
olvidó una pulsera, y tampoco le importó. Agarró sus cosas y se fue
avergonzada, temerosa, sucia, dolida por lo que permitió que le hicieran cuando
ella no quería, por culpa de esa mirada que siempre tenía con ganas de qué...
Daniel no le contó a nadie lo que había hecho por unos dos o
tres días. Y cuando le preguntaban como la había pasado. Decía que se fue con
la chica, que llegaron a su casa, que le dio los apuntes que le había pedido,
que charlaron un rato y que nada más. Hasta que se le escapó justo en el
cumpleaños de Cristián, que para colmo de males lo festejaron unos pocos días
después en un cabaret de la zona de Recoleta frente al cementerio, que por lo
visto “El Rey” conocía bastante bien porque había sido vecino del lugar y
frecuentaba el sitio. Cuando la confesión prefirió hacérsela a un extraño en
lugar de a sus amigos. A un gringo que hablaba el castellano perfectamente porque
era español y había venido a Buenos Aires a festejar el éxito de un nuevo
negocio de quien sabe qué cosa con ejecutivos de una compañía de la industria
automotriz, porque le sería más fácil
admitirlo así.
-“Sabés, gallego, me parece que me
mandé un macanón, que hace unos días obligué a una chica a tomar cocaína a
cambio de sexo. Y ella lo que quería era tomar cocaína. No quería estar conmigo.
Y me siento para el culo por eso”. Estoy con unos amigos, ¿sabés? Y se los quiero
contar, pero no me animo y mucho menos a JuanSSito.
-Perdona que te interrumpa, ¿pero
quién es JuanSSito?
-El de camisa de jean, lo vés. Ese que está por allá. No
se lo cuento a él porque se va a poner mal, y tengo mucho miedo que me mire con
desprecio por eso.
-¿Por eso qué?
-Por lo que te conté, gallego. De
la minita que me levanté en el Cóndon Clú y me la lleve a mi casa con la excusa
de prestarle unos apuntes de la facultad, y la agarré del cuello para que
tomara una raya y empecé a lastimarla, y nos tiramos en la cama después del
virulo. O la tiré. ¡No sé! No nos quedamos dormidos. ¡Eso, lo que te conté!
-¡Espera, espera! ¡Mira el culo
de aquella, José!
-Que Maxi no había llegado a la
casa, sino no me hubiera animado. Que la agarre del cuello, que la obligué a
tomar un papel. ¡Eso! No me hagás contártelo de nuevo.
-¡Pero qué tetas tienes! ¡Santo
Dios!
-Que estaba borracho. Que mucho
no me acuerdo. Que le bajé los pantalones, que ella no quería. Que cuando me
bajé los pantalones, casi que ni se me para.
-¡Joder…! ¡Mírale el culo a esa
guacha de allá, José! ¡Flor de orto tiene la muy perra!
-¿Pero me estás escuchando o no?
Además, no me llamó José. ¡Me llamo Daniel!
-¡Bueno, Daniel! ¡Y qué piensas
que estoy haciendo desde que comenzaste a hablar!
Cuando se acercó Miguel con el
Rey con dos trolas que le tomaron todo el champagne a los españoles –porque el
gallego no estaba solo- y cuando apareció Juan con una morocha que no paraba de
apretárselo y el juraba que no le había pagado ni un mísero trago y que encima
la puta le había propuesto ir juntos a ver a Spinetta, el sábado a la noche en
las escalinatas de la facultad de Derecho, y que estaba pensando en ir, porque
total con Raquel se había peleado de nuevo y no tenía planes para ese día.
Dany mientras le contaba estas
cosas, empezó a transpirar un aroma de castigo sin juicio, porque estaba seguro
que JuanSSito había escuchado parte de lo que le contó al español mientras hacía
que transaba con la minita y que se vino acercando de a poco, haciéndose el
distraído para poder escuchar un poco más y que no iba a poder mirarlo a los
ojos de aquí en más sin explicarle como fueron las cosas, si así había sido.
Cuando el gallego, como él lo
llamaba, le ofreció un vodka con naranja a Dany, a la vez que le decía que estas
putas por un dólar entregan el lucero negro de su entrepierna y sus tetas
calientes por un gramo de más. ¡Así que no te preocupes tanto por lo que has
hecho! Y que por unos pocos dólares los europeos gordos y grasientos como yo,
nos sacamos el hambre de sexo con carne sudaca o centroamericana, y cuando se nos
acaba la tela, y por lo general no es mi caso, excepto que me la patine toda en
algún casino y me quede temporalmente sin sencillo, ofrecemos a cambio pastillas.
¡Es muy común eso! Ofrecer pastas a cambio de sexo, te digo.
-¡Pero yo no se lo hice a una
puta! Se lo hice a una minita normal, que si no la obligaba a tomar merca, no
hubiera querido coger conmigo, como me pasa con todas las otras-.
-Porque eso de la merca en España
ya no va más. Ahora se toma Éxtasis, ¿sabes? Hasta que lo miró fijo y alzó la
voz: Pero yo soy un enfermo. ¡En cambio vos no, pibe! Y todavía estás a tiempo.
-¿A tiempo de qué?-, le preguntó
Dany. Cuando ya Miguel, Cristian y Juan se habían ido para la pista de baile y
a Varela no lo veía por ningún lado desde hace rato, hasta que lo visualizó a
lo lejos mirando a una bailarina haciendo un streep tease en el caño lo más campante sentado en una silla, solo,
con una copa en la mano, muerto de risa.
-A tiempo de hacer terapia-, le
dijo el español. Que recién ahí se presentó y resultó llamarse Jacinto. Jacinto Rivera Indarte, catalán,
empresario automotriz decía la tarjeta que le dio. -Tú, me dijiste, que
planeabas ir a probar suerte con tus padres a España cuando te recibieras. ¡Ahí
tienes! Llámame si de casualidad te hospedas en las cercanías de Barcelona y te
ayudo a conseguir empleo-.
-¿Hacés terapia, tú?, le preguntó de nuevo con la intención
de ayudarlo.
-No, respondió Dany.
-Y porque no vas, le propuso. A mí me hizo muy bien. A lo
mejor te das cuenta de una vez por todas que te anda pasando. Por qué causa te
comportas como te comportas y esas cosas. Yo por ejemplo, no puedo estar con una mujer si no es pagando,
soy un hombre de negocios y mírame lo que estoy haciendo acá. Ahora no puedo dejar
de mirar a esa rubia platino que está por allá. ¿La vés? Sí, esa. La de las
tetas grandes que parece un limonero. ¡Ve, anda, llámala! Y vamos a un hotel y
la cogemos entre los dos. Yo pago. ¡Qué te parece la propuesta! Porque con todo
lo que tomé, quien sabe si se me para esta noche. Y hago estas cosas, no
precisamente porque me gusten las putas. Porque nunca me enamoré de ninguna. En
cambio sí de una mujer casada que tengo de secretaria en mi compañía en España,
y soy padrino de uno de sus niños, y la voy de amigo, de jefe comprensivo, de
todo. La escucho. La contengo. Tan solo para sentir que estoy más no sea un
poco más cerca de ella. Si hasta le pago horas extras para que se quede conmigo,
incluso cuando no hay más nada que hacer, porque necesita la plata y yo me
aprovecho de esa necesidad que ella tiene. Pero es la forma que encontré cuando
no acepta mis regalos.
Esto, en cambio, de salir con prostitutas y drogarlas a
veces, lo hago de fiestero nomás. ¿Qué se yo…? A lo mejor, si vas tú a
analizarte te ayuda. Tú eres muy joven todavía y estás a tiempo de saber lo que
te pasa.
Vos todavía estás a tiempo.
Aquella pregunta fue la primera de una serie de preguntas, abierta,
interrogante, inicial, prohibida; silenciada a lo largo de los últimos diez
años, que debía terminar alguna vez, aunque sea en terapia.
-Yo le pedí, por favor, que no se lo vaya a contar a los
otros. Quién sabe. Tal vez JuanSSito se enteró cuando me escuchó contárselo al
gallego en el cabarulo. Pero no me llamó. Aunque últimamente no me estaba
llamando. A lo mejor, porque estaba tan enojado conmigo que no pudo hacerlo,
porque ahora lo sabe y me odia. O porque a lo mejor, ya se arregló con su novia
Raquel. O está saliendo con la trola que se levantó la otra noche en el
puterío. A la minita no la llamé porque por más que intenté hacerlo no conseguí
su teléfono. Tampoco creo que me quiera atender. Tengo culpa por eso. Y ya no
puedo dormir tranquilo por las noches. Las sábanas de la cama todavía están
manchadas y las tuve que tirar. El colchón en cambio lo cambié por otro que
tenía mi vieja en la baulera del departamento de Canning y lo tapé con una
frazada vieja. Si no veo la hora de presentar la tesina en la facu e irme con
mis viejos a vivir a España, porque ya no quiero vivir en esa pieza. Y Maxi me
dijo que no me vaya, cuando se lo conté y me preguntó si era por él que me
quería ir.
Es que la idea tenía algo que me perturbaba. Cierta cosa
inconfesable, perversa. Seductora, sobre todo seductora, que hace tiempo me
daba vueltas en la cabeza.
Por eso mis amigos, los buenos amigos como Varela, Ringo,
Lali, Facundito, Miguel o Cristian, si tuvieran la paciencia de escucharme,
supongo, que me entenderían, y ya no ignorarían el motivo de mis repentinos
sobresaltos cuando les digo, que él se olvidó definitivamente de mí. Y lo que
es peor, que me dejó el corazón vacío.
-¿Quién?-
Por eso el turco Jaliff
se fue, después de ver tocar a “El Mono”, solo, y prefirió comprarse una
birra en un quiosco y fumarse un cigarrillo caminando hacia Placita Serrano, en
lugar de acompañarme a la reinauguración del Cóndon Clú en el día de mi
cumpleaños como le había pedido. Porque no se bancó lo que le conté. Porque yo
le pedí que no se lo fuera a contar a los otros.
-¿Qué?-
Que yo no voy a esas fiestas para levantarme minitas. Como
vengo diciendo en todas las sesiones. Si a mí nunca me dieron bola las minas.
Yo voy para caer reventado por todo lo que tomé.
-¿Y para qué querés caer reventado?-
Para qué…, para qué…
Para qué va a hacer.
Para que JuanSSito me pregunte como estoy, y aunque esté con
su novia de turno, pare un taxi y me lleve a mi casa. Y cuando me despida en la
puerta me deje arrinconado frente a sus ojos. Para que lo mirara. Siempre lo
mirara.
Lo dijo.
Sonriendo y mirándola a la psicóloga a los ojos, lo dijo.
Con brillo en la mirada, como quien cuenta un secreto.
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