¡ÉL
NO ERA ALEGRE! Ni siquiera demasiado demostrativo. Era un senegales de unos
veintidós años, no más, de sonrisa blanca y tímida y ojos color negro, que
miraban para abajo cuando se le apareció de nuevo la señora Basilia, y le
compro todos los relojes que llevaba en la valija, y como le pareció
insuficiente el dinero que le cobraba, le pidió que fuera a buscar más. Y
Handré salió corriendo hasta el quiosco de flores donde escondía la mercadería por
si de improviso caía la brigada y le levantaba el puesto (aunque éstas cosas se
avisan), y le vendió la mercadería de tres valijas no de una. ¡De tres! Poco
más que la abrazó, se persignó y se arrodilló ante ella, y como si se tratara
de un ángel salvador venido del cielo le besó las manos. Basilia le pidió que
por favor no lo hiciera, que no sea loco, que estaban en la calle, que los
estaban mirando, que no hacía falta, que ella no tenía nada que ver. Que la
mandó su patrona a comprarle los relojes. Que quería ayudarlo. Handré ahora sí
la abrazó agradecido, y sin contar el dinero lo guardó en la riñonera y se fue
de raje a rendirle cuentas a su jefe Lourenco, contento y cantando en perfecto
francés cuando de pronto se le escapó un: “Olé,
olé. Olé, olé. Todos los negros tomamos café” y se echaron a reír los otros
vendedores ambulantes de cuanta cosa se les ocurra ocupando las veredas de Av.
Pueyrredon y Av. Corrientes en la zona del Once.
Handré
era alto y flaco, tenía físico de deportista y de haber tenido chances hasta
podría haber sido modelo, pero no. Tampoco tenía un oficio del cual jactarse,
aunque sabía algo de plomería, un poco de electricidad y algo de albañilería
pero nada más (se las rebuscaba como quien dice). La suerte en cambio lo trajo
a la Argentina por un aviso de una ONG que buscaba jóvenes emprendedores con
ganas de trabajar en ventas en el país, y una vez en Buenos Aires, después de
un curso de español de casi tres meses que le dieron, se topó con Lourenco.
Lourenco
Balscez era paraguayo de nacimiento, pero se crió al sur de Brasil y era una
mezcla rara de Triple frontera. Macanudo sólo por las buenas. Chanta por donde
lo mires. Pícaro y entrador por demás. Supo hacer plata trayendo mercadería desde
Uruguayana en los años 80 de muy joven; y ahora ya grande hace lo propio desde
Ciudad del Este. Hace treinta y cinco años más o menos se estableció en la
Ciudad de Buenos Aires en la zona del Once, Almagro y Villa Crespo y no se fue
más. Esto desde que se casó con una argentina que conoció un verano trabajando
vendiendo remeras de Bob Marley y de Peter Tosh y escribiendo tu nombre en un
grano de arroz en Barra da Lagoa en
Floripa, y agarró sus cosas que no eran muchas y se vino para acá. Nunca fue
muy apegado a su familia natal y no era mucho de extrañar, y como siempre
estaba en busca de nuevas aventuras, qué más daba; aunque ahora no tanto.
Actualmente es un empresario que maneja locales en galerías cerradas que se
arman al estilo saladita, pero la plata grande la gana con la venta ambulante,
dando trabajo principalmente a inmigrantes peruanos y ahora africanos, desde
que se le ocurrió esta genialidad de poner una aviso en una ONG medio turbia
que trae gente de Senegal. Y por supuesto, arreglando con la cana y con
migraciones.
-¡Señor
Lourenco! ¡Mire! Toda esta plata la gané para usted.
-Ya
te dije, Handré, lo que ganes es para vos. No para mí. Para vos. ¡Vos trabajá
para vos! ¡Para vos! Yo ya estoy hecho. Yo te doy la oportunidad. Nada más que
eso. A mí no me debés nada.
-Vendí
las tres valijas que tenía con relojes. ¡Las tres! En una mañana.
-¿Pero
cómo hiciste? Si hace tres semanas que te puse en esa esquina y hasta ahora te
habían comprado nada más que 10 relojes. ¡Eso sí! Las minas te miran todas y
encima vos les ponés carita de tímido para conquistarlas. Pero comprar…, lo que
se dice comprar, no te compran un puto reloj las guachas. ¿Contame cómo fue?
-Hay
una mujer rubia, muy buena, de ojos muy claros, que se llama Basilia. Me parece
que es paraguaya, así como usted.
-¡Hermosa
mujer entonces!
-De
unos sesenta y pico de años, que trabaja se ve en la casa de alguna mujer de
plata y me dijo que me quería ayudar. Había venido otras veces, siempre por la
mañana, y yo le conté un poco acerca de mi país, la République du Senégal. Le conté que su nombre se debe al río
Senegal, que marca la frontera este y norte del país, que limita con el océano
Atlántico al oeste, con Mauritania al norte, con Malí al este, y con Guinea y
Guinea-Bisáu al sur. Gambia, en cambio, es otra cosa, forma un enclave virtual
dentro de Senegal, siguiendo el río Gambia durante más de 300 km tierra
adentro. Las islas de Cabo Verde se encuentran 560 km mar adentro, frente a la
costa senegalesa. La población del país se estima en aproximadamente 13
millones de personas. El clima es tropical con dos estaciones, una seca y otra
lluviosa. En cambio acá, el clima es más húmedo.
-¡Paraá…
Handré, que no te estoy escuchando! ¿…Qué me dijo señor? -Si venden jueguitos
de Play 2-. SI, claro, en el local 4. Igual recorra toda la galería que tenemos
también ropa deportiva Nike, Adidas, Columbia, The North Face,
lo que quiera. Todo para la dama y el caballero. Por si quiere hacer algún
regalito, o para usted le digo. ¡Entre, entre! Con confianza, sin miedo. No sea
tímido.
Perdoná,
Handré, ¿qué me estabas diciendo?
-…Que
el clima acá es más húmedo. Que Dakar es la capital de Senegal y que yo vengo
de allí y es la que le dio el nombre al Rally
que ahora se corre en la Argentina y Bolivia.
-¿De
qué estás hablando, Handré?
-Lo
que le contaba a la señora Basilia. La que me compró todos los relojes. De eso
estoy hablando.
-¿Eso
le contás a los clientes? Por eeso no vendés un joraca. ¡Los aburrís!
-¿Pero
a ésta le vendí?
-Eso
es verdad, ahí me cagaste. Dividamos la guita y a seguir vendiendo que parece
que hoy es tu día de suerte y hay que aprovecharlo. Quién te dice. Vamos,
llevate otras tres valijas, como te gusta decirle. Yo los llamo portafolios.
Todo primeras marcas, observá: Gucci,
Rolex, Tag Heuer, Bulgari, Breitling, Calvin Klein, Cartier, Chanel, Tomy Hilfiger, Michael Kors.
Nada de relojes cualunques: Omega, Adidas, Nike, Tressa, Casio, Seiko y Citizen, que esos los vende cualquiera.
¡Vamos,
Handré, andá! ¡Boas ventas!
-Muchas
gracias, Lourenco, nos vemos mañana. “Olé,
olé. Olé, olé. Todos los negros tomamos café”, se fue cantando. Y se paró otra
vez en la esquina de Pueyrredon y Corrientes, con la mirada menos baja ahora.
Pasó
una semana y el golpe de suerte que supo tener parecía no volver a repetirse,
no había vendido más que unos 15 o 16 relojes durante esos días (aunque fueran
todos de primeras marcas) y la ganancia que recibía a cambio no alcanzaba para
la comida, darle la viva que le correspondía a Lourenco y pagar la pieza que
regenteaba Jose, el Tiburón, un peruano de rulos parecido a Dieguito Maradona
cuando era joven, que andaba siempre vestido con buzo y pantalón de gimnasia
del equipo de Boca y que se dedicaba principalmente a la venta de cds y dvd truchos por el Bajo Flores, también amigo de Lourenco. El mismo
que le ofreció ponerle un puesto en la feria de Castañares a unas cuadras de
Carabobo saliendo de la villa. Pero Handré no mordía la mano al que le daba de
comer y era fiel a Lourenco, y a esa esquina de sol y gente que lo miraba más
por su aspecto parecido a Usain Bolt o a Michael Jordan que para comprarle un
reloj. Hasta que se acercó una mujer de no más de cuarenta y cinco años, rubia,
fina, muy mona, vestida con ropa de gimnasio, pelo planchado, zapatillas
originales, no como las que él usaba y se vendían en la calle o en las
saladitas, y le dijo:
-Acercándose
despacio a su oído le dijo: ¿Parlez-vous
francois?
-Bien. Trés bien, contestó.
Y
al ver que se ruborizaba temió incomodarlo y fue más directa: “Necesito los
mejores relojes que tengas. Todas primeras marcas. Son para regalar como souvenir en una fiesta que voy a dar el
sábado en mi casa”.
-¿Pero
cuántos?
-No
importa tanto eso. Los que te entren más o menos en tres ataches como éste que tenés acá. Andá a buscarlos que te los pago
ahora, que tengo 15 minutos antes de ir a mi clase de pilates a un departamento
a unas pocas cuadras de acá. Iba a enviar a mi empleada, Basilia, pero esta vez
preferí venir yo, hoy, personalmente, para conocerte.
A
Handré no le daban las piernas para ir a buscar los relojes. Y otra vez hasta
el quiosco de flores donde los guardaba. Y otra vez cantando el: “Olé, olé. Olé, olé. Todos los negros tomamos
café”. Y otra vez ganarse la confianza de su jefe Lourenco y el respeto de
todos. Y otra vez pagar las deudas. En portuñol otra vez: “Boas ventas”.
-Con
guiño de nariz le dijo: ¡Chauu, Handré! ¡Graciaas!
-¿Sabe
mi nombre?
-Y
que sos de Dakar también. Basilia, me contó. Nos estamos viendo. “Mercy… Au revoir”
-¿Su
nombre es?
-…Andrea.
Andrea es mi nombre.
¡Andrea, Andre…,
Handré!, quedo regulando. En el suspiro húmedo de un beso en la mejilla como
despedida que inflama, como la alergia que dejan los nogales. Pasaron los días
y no volvió a verla. Las mañanas lluviosas. Hasta que uno de esos días en los
que el cielo se te pone negro de pronto sobre la cabeza y te nubla, se le
apareció Basilia diciendo que su patrona estaba muy enojada con él, que muchos
de los relojes que le había vendido no andaban y que por tal motivo quedó
pésimamente con muchos de sus invitados que se llevaron como obsequio un reloj
de la fiesta que había dado el sábado pasado en su casa. Handré no sabía dónde
meterse. Decía que no podía ser. Que la mercadería era de primera. Que Lourenco
la entraba vía Paraguay, pero que la importaba directo de China y Sri Lanka.
Que eran los mismos fabricantes que confeccionan para las mejores marcas.
En ese momento lo
único que quería era disculparse con Andrea. Handré sintió un nudo en la
garganta que ató su sonrisa tímida al verla a Basilia. Entonces perdió toda
verguenza. Iba repitiendo a gritos que los relojes andaban, que tenía que
creerle. –No te preocupes, Handré. No te pongas mal. Mi patrona dice que vayas
esta tarde a la casa, que te va a estar esperando y que con una explicación
sincera se soluciona todo-. Por supuesto que iré, le dijo. –Acá tenés la
dirección-. Después, estando solo, y
cuando Basilia ya estaba lejos. Todavía lo repetía: “los relojes andaban”.
Jamás tuve una queja. ¡Jamás!
Caminando
derecho apurado por Av. Pueyrredon después de doblar por Av. Alvear, llegó
hasta Posadas casi esquina Schiaffino como le había indicado la señora Basilia,
a metros del Palais de Glace.
Creyendo que la distancia de Av. Corrientes hasta Recoleta era incluso más
cerca. Mientras el sol del otoño después de la lluvia intensa transpiró de
blanco su camisa violeta. Tocó el timbre con miedo, tuvo que pasar una cámara y
una garita de seguridad para recién después ingresar a la casa. En su vida
había estado en una casa tan grande, tan segura, tan fina, tan alta, tan linda.
Llevo una valija con relojes de repuesto por si tenía que cambiarlos y
herramientas para arreglarlos por si fuera necesario. Bajo ningún concepto
quería quedar mal con su mejor clienta. ¡Andrea, Andre…, Handré!, balbuceó su
boca ni bien le abrió la puerta. Ni siquiera se animó a saludarla. Bajó la
mirada como habitualmente hacía ante quien es blanco y le paga. Temía que
aquel: ¿Parlez-vous francois? tan
suave, que escuchó de su boca, no volviera a repetirse en su oído. Tomó los
relojes que no funcionaban y comenzó a revisarlos uno por uno cuidadosamente.
Lo tranquilizó saber que de los 600 apróximadamente que le había vendido, no
eran más que unos 30 los que no funcionaban.
-
Yo mientras hago mis ejercicios de pilates, le dijo. ¿No te molesta, no?
-No,
para nada, contestó Handré, sin sacarle por un segundo los ojos de encima a los
relojes.
-Me
quito la remera para estar más suelta. ¿Te incomoda?
-(…)
-¿Está
bien el aire acondicionado así en 24° o querés que lo baje?, murmuró.
-Así
está bien, respondió, sin siquiera saber lo que estaba diciendo.
-¿Hiciste
alguna vez pilates?, le dijo.
-No
-¿En
tu país no lo hacen?
-Ummm…
No sé.
-Tenés
miedo de mirarme ahora. Estás avergonzado por lo que pasó con los relojes.
-Un
poco.
-Pero
para mí andaban.
-Puede
ser… Jamás los probé. Quería que vinieras.
-Ayudame
con este ejercicio que no puedo sola. Acercá tu pecho a mi espalda. ¡Estás todo
sudado! Sacate la camisa si querés. ¡Qué calor, no! Pasá tus brazos por debajo
de los míos y sosteneme como si fuera una toma. Ahora incliná tu cuerpo hacia
atrás y llevame con vos hasta tocar con la punta de tu cabeza la colchoneta.
Ahora muy despacio balanceate hacia adelante. ¡Despacio, Handré! ¡Más despacio,
sabés! No te preocupes si me rozás los pechitos. Es normal exitarse con estos
ejercicios.
Mientras
la cara de Handré comenzó a ponerse cada vez más pálida por los nervios y el
roce. Y ella no pudo mirarlo porque estaba de espaldas.
Y
él comenzó a calentarse. Y ella que ya un poco lo estaba.
Y
le pidió que repitiera el ejercicio unas cuantas veces casi como una orden. Y
él insitió otra vez con el tema de los relojes.
Y
ella le dijo que no importaba. Que era mentira que no andaban. Que quería que
viniera. Que era por eso. Que se relajara.
Y
él no podía escucharla con la música tan fuerte y le pidió que la bajara.
-¿Qué?
¿No te gusta? Si es la canción de tu país: “Sene
Sene Sene Sene Senegal. Sene Sene Sene Sene Senegal. Diz pováo Senegal regiáo”,
le canturreó al oído. No sabés como
la bailaba cuando tenía más o menos tu edad en un pub de Belgrano. Es de Olodum, un grupo brasilero. ¡Bailemos!
–No
lo conozco-
-Pero
a mí sí me conocés. ¿O querés conocerme mejor?, preguntó.
Y
ella se dio vuelta de golpe y le clavó la mirada, y siguieron haciendo, el
mismo ejercicio, mirándose a la cara. Hasta que el calor fue más que sofocante
y él no aguantó no besarla. Y cerró sus ojos negros con miedo sumiso esperando
el sopapo.
Y
ella tardó unos segundos, lo miró otra vez fijo y le dio una cachetada. Y
cuando él: con vergüenza morena quiso separarse y bajó la mirada. Ella empezó a
besarle el cuello acaloradamente y después los pectorales y terminó en la
espalda. En la cintura ya estaba. Y sin dejar de hacer nunca el ejercicio, besándolo,
le quitó la ropa que para entonces sobraba.
Handré
se fue de la casa con los 600 relojes recuperados que le había vendido. Andrea,
se los devolvió. –Tomá. Son tuyos, le dijo. Yo no los necesito. Llevalos como
agradecimiento o algo así-. La historia se repitió por unas cuantas semanas. El
iba siempre con la excusa de realizar algún arreglo en la casa. La idea tenía
algo que lo perturbaba. No. Sí, se
preguntó varias veces.
Iba
Basilia al puesto por la mañana una vez por semana. Le compraba tres valijas
repletas de relojes. Después Handré visitaba a Andrea en los horarios que ella
le indicaba, generalmente de tarde, cuando no estaba el marido, y se volvía
luego con los mismos relojes. Lo hacía como agradecimiento o algo así. El
problema es que Lourenco creía que efectivamente los estaba vendiendo, y cada
vez más entusiasmado con esta situación, no paraba de darle más portafolios de
primeras marcas a su vendedor estrella. Y ya no sabía dónde mierda meterlos.
Los guardaba en la pensión debajo de la cama. Con lo que Handré tenía más
relojes de los que efectivamente podía vender. Y no sabía qué hacer. La idea
tenía algo que lo perturbaba. Decí que por suerte en el mundo de los negocios y
la venta ambulante, la lealtad se paga igual que se gasta, taca taca; y la
fidelidad que decía jurarle a su jefe Lourenco se fue como un polvo de tarde de
abril casi esquina Schiaffino por la Recoleta, cuando le ofreció el Tiburón un
localcito en la feria de Castañares los fines de semana en el Bajo Flores. -Nada
de estar en la vereda. Te hablo de una estructura armada; bien; adentro, en la
feria; con media sombra y todo. En el mismo lugar donde paran los puestos de
comida peruana, las peluquerías, las tiendas de zapatos, los electrodomésticos,
la bijou. Te va a ir muy bien. ¡Vas a
ver! Ahí no te jode la cana ni nadie. Está todo arreglado. Te movés como local.
Yo te cubro. ¿Me entendiste, no? En la feria oficial, no en la paralela que se
monta en la calle, te digo. ¿Qué me decís? ¿Aceptás o no? Si la mercadería ya
la tenés. Y este laburo no es con stock.
La merca que no se vende, quema. ¿Qué me decís? ¿Aceptás?-
Sí.
No, se preguntó varias veces. Hasta que aceptó. Si podía trabajar en los dos
lugares y ya no sabía qué hacer con tantos relojes.
-Hola Andrea. Soy
Handré. Pero no me están dejando pasar- La notó, rara, o a lo mejor: nerviosa.
Como queriendo que se fuera. Pensó que a lo mejor llegó de improviso su marido
y por eso la forma. A lo mejor le molestó que la última vez que estuvieron
juntos tenía más ganas de conversar que de hacer los ejercicios de pilates para
terminar en la alfombra. Que siempre se la cogía igual y se había aburrido. Que
ya no quería gastar tanta plata en relojes. Que efectivamente volvieron sus
hijos de las vacaciones.
Cuando el seguridad
de la casa le entrega una nota con un pedido celoso manuscrito por ella y debía
cumplirlo, indicándole que fuera de inmediato a una dirección a unas pocas
cuadras de allí.
Handré bajó la
mirada como habitualmente hacía ante quien es blanco y le paga. Sobre la calle
Quintana altura 223 entre Rodríguez Peña y Montevideo, con balcón terraza, en
el último piso.
-¡Aló, Adriana! Ahí te lo mandé, no sabés,
es un bombón Handré. A ver si se te va un poco esa angustia eterna que te tiene
penando. ¡Ponete linda, sabés! Al pedo, te lo digo. Porque vos más linda no
podés ser. Y no entiendo cómo con tus 27 años te las pasás llorando que todavía
no tuviste hijos y que tu marido no está casi nunca en tu casa. Si desde que se
metió en la política se la pasa de reunión en reunión, y ahora resulta que se
van con el mío que le maneja la seguridad a Humahuaca al cierre de campaña de Mauricio.
¿A vos te parece? Que tendría que decir yo. Si tampoco lo veo mucho. Salvo
cuando voy a buscarlo rara vez al trabajo y me saca de su oficina lo más rápido
que puede. Si siempre llega tarde a la noche y se va temprano a la mañana y
casi que tampoco lo veo. Y mis hijos peor: ya no me dan ni bola, excepto para
pedirme plata rara vez, porque para eso lo tienen al padre. Todavía viven en
casa pero es como si no lo hicieran. Delfi se la pasa con su exitosa carrera de
modelo, y Agustín entre la facultad y el rugby
está más en casa de amigos que en la mía. Vamos a ver hoy a la noche cuando
vuelvan de vacaciones de Cariló si se dignan a preguntarme como estoy.
Pero lo que importa
ahora sos vos, linda. El moreno es un sol. ¿No sabés? Es senegales. Te cuenta
un poco de su país, pero vos lo cortás y listo; medio de memoria lo cuenta,
porque se ve que todavía muy bien el castellano no lo habla. Es de pocas
palabras y parece tímido o se hace, pero cuando lo franeleas un poquito es un
fuego. ¡Qué querés! Tiene 22 años. Está más para vos que para mí. ¡Aah… y
cuando te coge, no sabés; aaah, te hace ver las estrellas! Te pinta el
cielorraso como dicen los grasas. ¡Je, je! ¡Qué rea me salió! Es que te pone
así. Tenés que probarlo. Cometelo por mí, que yo ya no puedo.
-A-dri-a-n-a! Soy
Handré. Me mandó Andrea. Me dijo que necesitaba algo. No sé.
-Hola! ¿Cómo estás,
Handré? Le digo al encargado que te haga pasar enseguida. Subí por favor por la
puerta de servicio. Por seguridad claro.
-Mercy.
-¿Hablás francés?-.
Fue lo primero que le dijo ni bien le abrió la puerta. Después lo saludo con un
abrazo y un beso en cada mejilla. Bien parisino. Y casi que le da otro al
costado de la boca. Es que nunca había podido dominar sus impulsos. Y hace
tanto que no lo hacía. Pero ya Handré no se ponía blanco de vergüenza cuando
una mujer hermosa y con plata lo avanzaba al mirarlo, apenas un poco colorado,
no más. Y se quedó mirándola, como si fuera mentira. Era preciosa y lo estaba
observando, de arriba abajo, con mirada perdida, y se dejo mirar sin bajar la
mirada. Y por eso bajó la cabeza para no tentarse.
Pero me parece que
este caso no se parecía en nada al anterior. Le gustó más a él conocerla que a
Adriana, o ella lo disimulaba mejor, concentrada en cumplir al pie de la letra
con el pedido de Andrea. Que por supuesto era mayor que ella y un poco la
aconsejaba y otro poco la manejaba, quizá.
-¿Hablás francés?
-Oui. Digo, sí. Pero ya me manejo
bastante bien con el español.
-Yo hablo bien el
inglés.
-¡Qué bueno! Yo no.
-Sos senegales, me
contó Andrea.
-Sí.
-¿Qué sabés hacer?
-Vendo relojes.
-¿Y algún oficio?
¿Plomería?, ¿algo?
-Sí, en la escuela
de oficios en mi ciudad aprendí un poco de plomería, otro poco de electricidad
y trabajé como albañil varias veces.
-De ahí el cuerpo
que tenés.
-No sé, puede ser.
Me contaron que mi papá era así también. Pero no lo conozco.
-¿Y tu mamá?
-Vive en las afueras
de Dakar con mis tres hermanos. Yo les envío dinero desde acá y me gustaría
traerlos, pero por ahora no puedo. Trabajo a la mañana en la venta de relojes
en una esquina del Once para un tal Lourenco. Es paraguayo como Basilia, la
mujer que ayuda en la casa de Andrea. Le pedí de traerlos pero me dijo que
todavía no se puede, porque son menores y mujeres ya grandes es más difícil
hacerlo. Aunque mi mamá no es tan grande, tendrá unos 50 años. Es muy famoso,
Lourenco. ¿No sé si lo conoce?
-Noo, no lo conozco.
-Y los fines de
semana trabajo para Jose, le dicen el Tiburón. Es uno petisito, anda siempre
vestido de Boca, en una feria del Bajo Flores sobre Castañares, me dio un
puesto muy lindo. Él es el que me alquila la pieza sobre la Av. Belgrano y la
calle Matheu donde vivo. Y por las tardes la ayudaba con la clase de pilates a
Andrea o algo así. Pero, no sé, hoy me dijo que viniera para acá. A verte a
vos. Me pidió eso. No me dijo porqué.
-Sí, me contó.
-¡Le contooó! ¿Qué
le contó?
-¡… Todo me contó…!
-¿Cómo que todo le
contó? ¡Se volvió loca!
-Tranquilo. No te
asustes. Todo no me contó. Igual hay absoluta confianza. Somos muy compinches.
Me dijo que hiciéramos así: Basilia va a seguir yendo por la mañana una vez por
semana a comprarte como siempre las tres valijas de relojes. La diferencia es
que en vez de llevárselas a Andrea me las va a traer a mí, y vos en vez de ir a
lo de Andrea por las tardes, te venís para acá, a mi departamento, en el mismo
horario que lo hacías con ella. Nada más que eso.
-¿Pero usted no hace
pilates? Ni parecen interesarle los relojes. ¿Quiere ver alguno, le muestro?
Hoy tengo: Chopard, Tissot, Gucci, Citizen, Rolex, Cartier, Chanel, Guess. Todas primeras marcas como dice Lourenco.
-¿Entonces no voy
más a lo de Andrea?
-Mejor no. Porque a
la noche vuelven sus hijos de las vacaciones y cuando están los chicos el
marido suele estar más tiempo en la casa y puede ser peligroso si se entera lo
de ustedes.
-¿Y usted no tiene
marido?
-Sí, pero no me da
bola. Yo todavía no pude tener hijos. Entonces tengo más tiempo libre. A lo
mejor por eso. Él ahora se está dedicando a pleno a la política y el esposo de
Andrea le maneja la seguridad. Son amigos. Y en eso las dos estamos igual, cada
vez los vemos menos.
-… Está bien…
-Ok, entonces, te espero mañana. Besito,
sos un sol, nos vemos mañana, ¡Chaucito!
Adriana hizo lo
imposible para cumplir con el pedido de Andrea y evitó en cada gesto, cada
ademán, cada insinuación, no poder tocarlo, cuando estaba claro que se hubiera
dejado. Que se diera cuenta que le había gustado. ¡Handré era un bombón: tímido
(aunque cada vez menos), comestible como una fruta silvestre a punto de caerse
al pasto o a la alfombra. Elástico, en palabras de Andrea para hacer los
ejercicios de pilates: un fuego. Pero ella no quería un amante de tarde ni de
cuarentena en otoño. Ella quería que alguien la quisiera deberas. Que le
calentara el oído no la concha. Que la respetara. Que la tuviera sobre todo en
cuenta. Que la escuchara, y si no lo hacía durante todo el tiempo al menos no
darse cuenta. Si hasta dejó su carrera de modelo en Córdoba para venirse a
vivir a Buenos Aires con Augusto, diez años más grande que ella, y mirá como le
fue. Está más aburrida que un hongo la pobre, y se deprime cada vez que su
marido le dice que le salió otro viaje para acompañar a Mauricio. “No puedo
negarme repite hasta al cansancio”. -¿Qué querés que haga? Si me prometió un
ministerio en la nación y va a ser seguro el próximo presidente. Y después sí.
Habrá más tiempo para disfrutar. Nos vamos a Miami o a Aruba. O a Punta Cana
como tanto te gusta. Si en política se trabaja más en la campaña que cuando sos
gobierno-.
La historia se repitió
por unas cuantas semanas, pero un tanto cambiada. Lo que es peor, que cada
tarde que se iba, cada lluvia secada, cada ventana baja, cada puerta cerrada, creía
dejarla con el corazón vacío en la garganta por contenerle el llanto. Por mirarla.
Por mimarla tanto. Entonces le dieron ganas de decirle lo que había estado
pensando toda la tarde.
Nada.
Un día ella se
encerró en la pieza como si fuera a llorar. Y él de un salto de atleta se
levantó del sillón del living a
buscarla. Y golpeó la puerta y la abrió de un golpe y también de golpe entró a
consolarla. Y ella no pudo mirarlo a la cara porque estaba de espaldas.
Y él tartamudeó y
comenzó a disculparse. Y ella que no lo miraba. Y le pidió por favor que no
repitiera lo que había dicho.
Apenas
el espejo le devolvía la imagen un tanto cambiada. Y él insitió que no le
importaba, ni la plata, ni Andrea, ni Basilia, ni los relojes, ni las tardes,
ni nada. ¡Mentira…! Qué… Las tardes sí.
Qué
sólo le importaba …. –No lo digas- …Qué… las tardes sí.
Y
ella le dijo que no le importaba. Que no sentía lo mismo. Que entre ellos no
había pasado ni iba a pasar nada. Que quería que se fuera ahora. Que era por
eso que esta vez lloraba. Que no la consolara más. Que se fuera. Que estaba cansada.
Y
él no podía escucharla con el corazón latiendo tan fuerte. Hubo un silencio muy
tenso, cargado de mimos que no estaban.
Nada...
Las tardes sí le importaban.
“Del
otro lado del mundo el amor es posible para crear nuevos silencios”, le dijo.
-¿Y
eso?
-No
sé, lo escuché.
-Vendrá o no vendrá pero siento que me está siguiendo.
-¡Quién? ¿Tu marido?
-No, Augusto no va a venir.
-¿Yo?
-Nooo. Vos sos lo mejor que me pasó en estos días.
-Entonces…
-El amor.
-Te dejo ir hoy para verte mañana.
Y
ella se dio vuelta de golpe y le clavó la mirada, y siguieron soñándose otra
vez cara a cara. Hasta que el calor sofocante los encontró en la cama. Y él no
aguantó no besarla. Pero ella sí y lo echó.
Estaba perdidamente
enamorado de Adriana, y aquel día sufrió de todos su mayor desengaño. Después hubo
otros, pero de otro tipo. Ni siquiera se acordó de llevarse los relojes. “¿Y
para qué cree usted que volví?”, le dijo enojado al encargado del edificio de
la Av. Quintana. -La señora Adriana ni su marido necesitan que le haga ningún
arreglo en la casa- “Ya lo sé”, contestó. Y se quedó regulando: ¡Handré,
Handré, Adriana! “Te amo… y vos también me buscabas”. -¿Por qué me echaste?
¿Por qué?-
Unos días más tarde
atardeció de golpe como en un derrumbe. De modo que su cuerpo parecía chocarse
contra un grito de: “Hay vienen, hay vienen. Levantemos”. Handré parecía
dormido y tardó en hacer caso. Las palabras que pronunciaron sus compañeros de
esquina las escuchó más tarde como si vinieran de lejos. Y ya no pudo hacer
nada cuando se vio rodeado por tres de la brigada. El sol del ocaso desoló la
acera de Pueyrredon y Corrientes como un día de lluvia en domingo, la vereda
desierta de ventas y su mar de gente que seguía paseando cada vez más lejos,
más lejos. Y ya no pudo hacer nada cuando se vio rodeado por los tres de la
brigada a los costados, después que vino Basilia a traerle las tres valijas con
relojes y la plata que le adeudaba Adriana (justo en ese momento), y cuando
quiso ponerlos en el quiosco de flores donde habitualmente los guardaba, no tuvo
tiempo ni nada, no pudo. Y la historia una vez más le volvía cambiada.
-No puede ser.
Lourenco no me dijo nada-. Además en el puesto de flores tenía toda la
mercadería, también la que guardaba debajo de la cama de la pieza, porque ya no
tenía pieza ni nada y el dinero que juntaba lo traía encima, con el riesgo que
eso significa. Si hasta el Tiburón le dijo que ya no lo necesitaba, que lo
apretaron para que lo hiciera, que se fuera a otro lado, que no volviera por
Castañares ni por la pensión por un tiempo, y que por favor no preguntara nada más.
“No sé, andate a Constitución, a Solano, a la Av. Avellaneda. A Liniers, o a la
Salada. Qué sé yo, le dijo”. -Donde quieras, que no sea Once. Con esa facha vas
a conseguir laburo enseguida. Vendiendo ropa en un shopping por ejemplo, algo más legal. En el de Haedo están pidiendo
gente y en el de Catán también. Acá no te quiero más. Disculpame, Handré, pero
no te puedo explicar más nada. ¡Perdoname! Ya vas a entender-.
Los policías bajaron
del móvil: bolsas grandes y precintos y le decomisaron toda la mercadería.
Tampoco le dieron tiempo a descartar el dinero, ni aceptaron una coima como
arreglo como habitualmente hacen. La orden de levantarlo era estricta. Y tuvo
que llevárselo con él a la comisaría, con el riesgo que eso significa. Sabiendo
que se lo iban a sacar. Era senegalés, y la documentación precaria que le
consiguió Lourenco quien sabe si se encontraba al día. –Qué se yo, estas cosas
pasan-.
-Para mí que se
enteró y me mandó a voltear por la cana, porque se dio cuenta que lo traicioné.
Qué se yo, estas cosas pasan, se saben.
-¿Quién?
-Lourenco. A lo
mejor Lourenco se enteró, o le contó el Tiburón que tenía más relojes de los
que podía vender y que los estaba ofreciendo en un puesto a todo culo en la
feria de Castañares los fines de semana.
-¿Pero no me dijiste
que esos dos eran amigos?
-Sí.
-Entonces… tenía que
saber.
-¿Y vos porque decís
eso?
-No sé, me lo
imagino. Así que te sacó toda la guita el rati, Betún; no te molesta que te
diga Betún; antes de meterte en este calabozo de mierda conmigo.
-(…)
-No te la dan más,
¿sabés? ¿Y era mucha la plata?
-40.000 pesos y 500
dólares. Y los relojes también. Todas primeras marcas como decía Lourenco. Que
deben valer otras 30 lucas más o menos, como dicen acá.
-¿Hablás bien
castellano, vos, che? Digo…, bastante bien.
-Me enseñaron en la
ONG que me trajo a la Argentina antes de presentarme a Lourenco. Y tres veces
por semana me siguen dando clases. Gente muy seria es.
-¿En serio? Tanta
mosca se mueve con la venta ambulante. ¿Y este Lourenco que nombras tanto se
llama, la debe tener toda junta?
-Él sí, Pero si sos
empleado no.
-¿Y el Tiburón?
-Supongo que menos.
-¿Y vos como hiciste
la que tenés?
-No te digo. Vendiendo
relojes en el Once y en la feria de Flores. Y también gracias a Basilia, una
mujer rubia, muy buena, de ojos muy claros, que venía al puesto de Corrientes y
Pueyrredon por la mañana una vez por semana a comprarme tres valijas de
relojes; y a cambio yo ayudaba a su patrona, Andrea, a hacer sus ejercicios de
pilates en su casa por las tardes y terminábamos en la cama o en el sillón o en
el piso o en la ducha o donde ella tuviera ganas ese día. Era un soldado del
amor o algo así. No sabés cómo se calentaba conmigo y lo buena que estaba para
su edad, ¡es una diosa!, y la casa que tiene, y encima me devolvía siempre los
relojes que me compraba y yo así los podía volver a vender. Pero un día se
cansó, de mí supongo, y con la excusa de que volvían sus hijos de las
vacaciones, me mandó a hacer lo mismo al departamento de una amiga de ella, Adriana
se llamaba, siempre por las tardes también, pero con Adri no hacíamos ni
pilates ni gimnasia.
-¡Así que… Adri!
-Era o había sido
modelo, ¡preciosa!, tenía unos pocos años más que yo nada más y me enamoré como
un loco. ¿No sabés? Sufría porque el marido no le daba ni pelota y porque no
podía tener hijos. Era político o algo así. Augusto, me dijo, se llama. Todavía
conservo su perfume en mi boca.
-¿No me digaas que
te las garchabas a las dos?
-(…)
-¡Naaaah…! ¡La cara
que poneees, chabón! ¡… Campeón mundial sos vos!, me parece. O me equivoco.
-Nooo… pará. Con
Adriana no pasó más de unos besos. ¡Ojala! No te digo que me enamoré y hasta me
le declaré y le regalé una cadenita de oro que era de mi abuela y todo, una
tarde. Y para mí que a ella le pasaba lo mismo, por eso me echó. Hacer el amor con
ella hubiera sido otra cosa, no hacer pilates.
-¿Pero a la
veterana, SÍ te la garchaste?
-Sií. Y no sabés
como le gustaba la pija.
-No te digo.
¡Campeón mundial sos vos, Betún! Cuando nos saquen de esta celda de mierda te
invito una cerveza y un churro. El mejor: ¡Flores te voy a dar! ¿Probaste
alguna vez?
-(…)
-El mejor para vos
entonces. ¡Vas a ver cómo te deja! De la cabeza, papá.
Lo mío claramente no
son las minas. Yo en cambio caigo siempre por falopa. Por gil. Porro vendo. ¡Pero
bueno, bueno! Nada del que venden en la villa 1.11.14, o el que van a buscar
los chetitos de Palermo o Belgrano a la Fraga ó a los edificios de Lugano. Pero
vos sabés que tengo la yeta que se me da por pedirle prestada la campera de cuero
a un amigo. Una bien piola, aviadora, color marrón. Alta facha. Y el pelotudo
tenía un pelpa en el bolsillo, y ahora a estos ratis se le metió en la cabeza
que ando vendiendo frula también. ¡Total, pégenle al negro! ¡De no creer! Aunque
vos sos más negro que yo. ¡Je, je!
-(…)
-No te enojés papá. Fue
un chiste, perdoná.
-(…)
-No te digo. Me
dieron vuelta como una zapatilla estos cobanis, y me apretaron para ver si
tenía más merca.
-Pobre. ¡Qué cagada!
-Ya pasó. Ya fue.
Hablemos de otra cosa.
-(…)
-No te digo: ¡mirá,
mirá, Betún! Lo buena que está esta guacha.
Vení…, deja de
hacerte el dormido, querés. ¡Esta es la jermu del comisario! Están todos
calientes acá con esta mina. Debe tener unos 45 pirulos o más, pero la rompe.
Lo viene a buscar una vez cada tanto, acá, a la taquería, siempre a la mañana
temprano y él ni pelota que le da. Yo la veo a veces porque más de una noche me
la paso acá. El chabón se ve que no va a dormir mucho a la casa, porque en este
negocio la guita se hace de noche. Debe
ser por eso. Yo sé porque caigo en naca cada dos por tres y me conozco todos
los movimientos de esta comisaría. Si no vendiendo en la calle mucho no podría
sobrevivir. Sé a qué hora vienen a pagar los transas, los que manejan las
putas, los travestis, todo. Cuando salen a hacer la recorrida por los
cabarulos, los quioscos de flores donde se vende falopa, las estaciones de
servicio, los drugstores 24 hs, todo.
La mayoría de los cyber son una
pantalla, ¿sabés? Todos.
Y a éste para mí le
gusta más la guita que el dulce de leche. Si no no se entiende. Por eso se
queda laburando. Porque acá, cocodrilo que se duerme lo hacen cartera y te caga
el negocio el milico de otra seccional. En cambio a mí, ¡cómo me gustaría
garcharme a esta mina mientras el gil éste hace que labura! Sueño con eso. Todas
las noches. ¡No sabés las pajas que le dedique a esta yegua! Los puñetes que me
hice en su nombre. ¡Cayos me van a salir si sigo así! Porque vos me decís: ¿alguien
se tiene que coger a esta puta? ¡Mirá las tetas que tiene! Está mina no está
sola.
-(…)
-¡Vení, te digo.
Dejate de dormir y mirá el lomo que tiene, Betún! Si hasta desde estas rejas de
mierda se le vé el totó. ¡Mirale la boca! ¡Mamaaá…! Se nota a la legua que le
gusta la pija.
¡Lo pienso y me
vuelvo loco, Betún! No puedo dormir.
-(…)
-Vení…, dejá de
hacerte el dormido. Mirá lo buena que está.
-(…)
-No te digo: ¡Dejá
de dormir que te hacen cartera, papá! Decime que te parece: ¿está mejor o peor
que la que vos te garchabas para que te devolviera los relojes?
-(…)
-¡Muucho mejor capáz,
no te parece! ¡Mirala bien!
-(…)
-Me vuelvo looco.
Handré bajó la
mirada al verla, como habitualmente hacía ante quien es blanco y le paga. Hace
ya unos minutos que la había visto y prefirió hacerse el dormido. De todos
modos, ella, de ninguna manera podía verlo a través de las rejas, ni miraría
para allá.
-¡Naaaah…! No me
digas que vos te garchabas a eesta. Me quiero mataar…
-(…)
-¡Mirá la cara que
ponés, Betún! ¡Sos un hijo de puta!
-Es Andrea.
-No te digo.
¡Campeón mundial sos vos, Betún!
-(…)
-¡De ooro la debés
tener! Al final es verdad lo que dicen de los negros. ¡Sacala ya que te la
chupo sin preservativo! ¡De no creer! Me vuelvo looco.
-(…)
¡Te cogías a la
mujer del comisario…!
-(…)
-Por eeso estás acá.
No
pasaron más de 15 minutos de lo sucedido, cuando del hall central de la comisaría se presenta en el pasillo el cabo
primero y grita: “Handré Etó Sissus: te podés ir”. –Dale, apurate chabón antes
que se arrepientan estos canas de mierda. ¡Andá! Te llamo al teléfono que me
dejaste. ¡Vos sos como yo: andás siempre con el celu prendido, por si las
moscas, ¿no? Por si llama un cliente ó ¡cli-en-taaa! ¿No? Te llamo: así me
seguís contando mientras nos tomamos una cervecita negra y nos fumamos un
churro. ¡Suerte Betún!–
-¡Y
mis cosas?- No preguntés negrito, ya te va a explicar el oficial que te tomó
los datos. -¿Pero el tipo se fue, yo lo vi, no está más?- ¡Bueeno…! El que esté
en su reemplazo entonces. Es lo mismo. ¡Caminá!
-Handré:
¿cómo estás?, ¿alguna queja?, ¿estás bien?, ¿te trataron bien?
-¿Usted
quién es? ¿Y mis cosas?
-Tus
cosas puede que no aparezcan. Mi nombre es Julián Aguirre y soy uno de los abogados
de la ONG que te trajo a la Argentina. Vine lo más rápido que pude, ni bien me
avisó Lourenco. El tema es así: acá hay que arreglar. La plata es muy difícil
que la recuperemos y la mercadería menos que menos, aunque en estos casos nunca
se sabe. Pero es difícil. Porque esta vez la orden vino de más arriba. En el
peor de los casos, nos dan tu documentación y nos vamos calladitos. ¡Vos tranquilo!
El trámite no debería demorar más de unos 10 o 12 minutos. Sentate y esperame
acá por favor. Tomá este vaso de agua mientras tanto y comete estas galletitas.
-¿Y
mi plata…?
-…Acá
estaá tu plata…
-Acercándose
despacio a su oído le dijo: ¿Parlez-vous
francois?
-¡Andre…Andrea!
-¡…Handré!.
Hablame en francés mejor para no levantar sospecha. Es todo lo que te conseguí:
500 dólares. ¿Tenías más…? El resto no sé. ¿Conment
ca va?
-Bien.
Trés bien, contestó.
-Seguí,
seguí hablándome en francés. No pares.
-
Je m´ appelle Handré Etó Sissus…
-Pensé
que nunca más te iba a ver.
-Yo
también.
-Seguí,
seguí hablándome en francés.
-…
Je suis du Senegal… Je suis né á Dakkar…
-
Me tengo que ir. No me puedo quedar más.
-(…)
-Au revoir.
-(…)
-¡Te extraaño!
Cuando pueda nos vemos.
-(…)
“Sene Sene Sene Sene Senegal.
Sene Sene Sene Sene Senegal. Diz pováo Senegal regiáo”
-¿Y
Adriana?- Me lo preguntó como necesitándola. Era al mismo tiempo una mirada
imperiosa y una apagada súplica cuando me lo dijo. Pensé entonces que la mejor
manera de terminar la conversación era como la empecé: “Acá está tu plata”.
Además ya eran muchos los que nos estaban mirando.
-¿Qué
te decía esa mujer, Handré?
-Nada.
-Es
la mujer del comisario, ¿sabés? ¿Por qué se pondría a hablar con vos?
-No
sé. Se dio cuenta que era senegalés y quería practicar el francés supongo.
-Raro,
¿no?
-¿Qué
te decía ese muchacho?
-Nada.
-Te
dije mil veces que no quiero que hables con los detenidos, que cada vez que se
te ocurre venir a buscarme al trabajo, armás algún lío y me alborotás la
seccional.
-¡Ay…
Fran…cosita, no te pongás así! Era senegalés el chico y me parecía una buena
oportunidad para practicar mi francés.
-¡Para
eso te pago la Alianza!
--¿Y
mi plata…?
-¿Qué?
Lo que te decía. No te explicó Lourenco. En este negocio como en todos, pero en
éste más, a veces se gana y otras veces se pierde. Y esta vez nos tocó perder. Pero
no tanto. Aunque no te parezca el arreglo fue bueno. Conseguimos que no te abrieran
una causa y eso es vital para continuar tu estadía en la Argentina. Además te
querían dejar algunos días adentro y darte un escarmiento parece por alguna
cosa que hiciste. Y si estás manchado después es muy difícil conseguir tu
radicación definitiva.
-(…)
-Y
vos te querés quedar en el país, ¿no? Además, Lourenco, me pidió que te
tramitara lo más rápido posible un registro de conducir. ¿Sabés manejar, no?
-Sí,
se manejar. ¿Por qué?
-Buenísimo.
Porque lo de la venta ambulante en tu caso lo vamos a parar por un tiempo. El
comisario no te quiere ver por Once ni aledaños ni en figuritas. Te quiere bien
lejos de acá. Lo apretaron al Tiburón y te tuvo que entregar. Eso pasó. Y no te
apretaron a vos, porque nos movimos rápido, si no te comías unos cuantos días
adentro y la ibas a pasar mal. Por eso no te tocaron. ¡Te salvo ser inmigrante
del África!
La
idea de Lourenco ahora es que hagas algo más legal. Parece ser que reflotó
algunos contactos en Brasil, y piensa importar la gaseosa Guaraná. Pero la original. Porque dice que la que comercializa Antártica acá parece Amargo SerranoTerma. La están haciendo
muy aguada o con poco gas y para él así no va a pegar en la Argentina.
Vas
a andar en una camioneta de reparto, por eso lo del registro, y te vas a mover en
principio por la zona de Ramos, Castelar, Parque Leloir. Zona oeste. La mayoría
de las personas a las que le vas a tener que vender son mujeres adultas que
están en la casa. Por ahora va a ser a particulares no a negocios. ¡Y con la
facha que vos tenés te va a ir muy bien! ¡Vas a ver! Y a lo mejor, quién te
dice, hasta podemos traer a tus hermanos y a tu vieja con este negocio.
-(…)
-Vamos
que nos está esperando Lourenco en el Bar
Imperio de Corrientes y Canning.
-¿Dónde
voy a vivir?
-Lourenco
te consiguió un lugar.
-Raro,
¿no? Este abogado que vino.
-(…)
-Vamos
mi amor…, que a media cuadra tengo el auto.
-(…)
-Al
final con estos negros tenés que andar con pie de plomo. No los podés tocar.
Decí que ahora cuando gane Mauricio se van a meter en el culo este versito de
los derechos humanos. Los detenés por vender mercadería en forma ilegal en la
vía pública y te cae: migraciones, la embajada de su país, alguna asociación en
defensa de no sé qué poronga y se los lleva. Y poco más que después tenés que
pedirle disculpas.
-(…)
-Igual
la idea era que saltara más su jefe y se lo llevara de la zona que otra cosa. Queríamos
pegarle un buen susto. Si lo hubiéramos podido tener detenido unos días, se lo
dejaba a Sánchez y no sabés como lo hacía bailar. “Sene Sene Sene Sene Senegal. Sene Sene Sene Sene Senegal”, como
dice esa canción brasilera que tanto te gustaba a vos.
-(…)
-¿Te
acordás?
-(…)
-Me
tienen podrido estos senegaleses vendiendo en el Once. Encima hasta parece que
se hicieran los lindos. Con esas remeras y esos jeans ajustados y esos relojes de fantasía.
-(…)
-La
gente y los comerciantes nos piden a gritos que los saquemos. Y cuando lo hacés
haciendo cumplir la ley. ¡Zas! Te aparecen éstos bogas.
-(…)
-Yo
te quiero mucho, Andreíta. Pero sabés que no me gusta que me vengas a buscar a
la seccional y menos sin avisarme. Cada vez que venís me revolucionás la tropa
y me armás un alboroto bárbaro. Encima con esas calzas que te ponés fucsia, se
te marca todo el culo. ¡Tapate mi amor! Me hacés el favor.
-(…)
-Mejor
te cubro yo con mi saco.
-(…)
-¡No
te des vuelta que te están mirando todos.
-(…)
-¡Sabés
como son de babosos los poli! Y los reclusos ni te digo.
De
repente, en la mañana húmeda, pasó su brazo derecho por arriba de sus hombros. Aún
podía escucharse la respiración de cuando recibió el llamado en su oficina de
que un senegalés de unos 22 años estaba frecuentándola. Le soltó el pelo para
que cayera como flecha, rubio y planchado por la espalda. El golpeteo de un cenicero
en un espejo que no estaba bien sujetado a la pared, se oyó. En vez de bajarle
más el saco, prefirió levantárselo, para que los canas babosos que estaban
amontonados en la puerta de la comisaría la vieran mejor de atrás y se
calentaran un poco. Con carpa milica comenzó a apretarle el cuello con la mano
cada vez más fuerte. Claro qué, tal como se presentaban las cosas esa mañana,
lo mejor era ir considerando la posibilidad de tomarlo en serio. “Me estás
lastimando, Fran”, le dijo. Francisco le levantó el saco una vez más para que
le vieran el culo mientras acercaba su boca a la oreja de Andrea, y su boca de
ahogada ingresaba al auto apretándole el cuello con la cabeza baja para que se
lo vieran de nuevo. -No quiero que hagas más esas cosas, Andreíta- “… Queé…”, casi
ahogada lo dijo. -De presentarle morochos de Senegal a Adriana. A lo mejor vos no
lo entendés, porque sos mujer y son otros los códigos. Estos son favores que
nos hacemos entre los hombres. Más en la política. “Ah sí”, exclamó con más
aire. -SI… Sabés que pasa. No quiero que piensen que Augusto es cornudo-.
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