I
A MI ME DIJERON que
no puede ser. Que no debe ser ella. Que tiene que ser otra la persona que pone
los carteles en el alambrado de la casa. Esos que dicen: “Cuidado con el árbol. Peligro de caída”. Para que nadie camine la
vereda. Ni se acerque demasiado a la vivienda. Ni se atreva a tocar el timbre a
ver si todavía está allí (si no anda el timbre). Ni pase por la esquina de Alajarín
y Del Valle Iberlucea y la vea. ¡Más con este calor! ¡Qué ganas!
-¡Vos sabés que la
tengo que llamar a Martita!
“Porque hay que ser
viejo para saber lo que le pasa a un viejo”. Hablar es fácil. Decir que
Muñecote está muerta o tendría que estarlo, también. ¡Qué vivos! Por la edad lo
dicen. ¡Cómo le gusta a la gente hablar macanas de los otros sin saber, eh!
¿Cómo?
Yo muy bien no me
acuerdo, pero algunos hasta le cuentan más de cien. Yo le cuento noventa y
nueve. Y por ahí más o menos tiene que tener. No sabés como manejaba el frío /
calor la última vez que la vi.
¿Cómo?
Ese que le compró el
Jeremías.
Yo bien no me
acuerdo. Pero si todas sus amigas: la que no está en un geriátrico, está en la
flor de última, o ya pasaron a mejor vida las pobres. Que la diálisis, que el
cáncer, que no las iban a ver, que las dejaron morir. ¡Qué sé yo!
-Ustedes me llegan a
meter en un geriátrico sin mi consentimiento y las mato a las dos. ¡Las corto
en pedacitos!
Si yo estoy bien.
¡Bueno…, me duele un poco el ciático! Pero eso me pasa desde que tengo cuarenta
años ¿A quién no? Y más si una tuvo hijos. Lo que no puedo mucho es moverme
desde la última vez que me caí, cuando me rompí la cadera y después nunca me
recuperé del todo. Pero eso fue más por culpa de los médicos, que mía.
¡Porque antes a mií
no me dolía paara nada la cintura! ¡Y la espalda menos!
¡Bueno…, los días de
humedad un poco sí! ¿Pero a quién no? Si tengo la plata guardada para hacerme
los dientes y nada, y por h o por b nunca me pueden llevar. Si les llego a
pedir que necesito hacerme una resonancia en la cadera y les digo que me
lleven, ponen el grito en el cielo. -¡Mamaá! Nunca querés ir y justo hoy que yo
no puedo acompañarte se te ocurre, me dicen-. ¿Y cuando se me va a ocurrir?
¡Ma sí, me hago
llevar con un auto y listo! Al final siempre me dicen lo mismo, que me tome un
remís. Y yo me lo tomaría. Lo que pasa es que el muchacho de la agencia que
conocía no está más y yo ahora con el quilombo que me arman ustedes dos, cada
vez que vienen a mi casa, no encuentro por ningún lado la tarjeta que me dejó
ese chico.
Siempre lo mismo:
que porque les pasó algo a mis nietas, que los maridos o lo que mierda sea,
nunca me pueden llevar. Cualquier excusa meten con tal de no hacerme un favor a
mí. ¡Pero bien que me cobran la nafta cada vez que vienen! Y me critican cómo
como la pizza, si me quedo dormida en la mesa mientras miro la televisión, si
ando toda meada, si me lavé la cabeza o tomé la pastilla de la presión.
¡Si la presión me la
suben ustedes cada vez que vienen!
Si yo estoy bien.
Qué tanto. ¡Bueno…, tengo una úlcera en la pierna que no me termina nunca de
cerrar! Pero nada más. Si Ofelia me la cura todos los días con soda y
bicarbonato.
-¡Ahora estoy mejor!
Fijate. Mirá. ¿Ves lo que te digo? ¡Mirame cuando te hablo! En vez de mirar
todo el día ese celular. ¿Qué es lo que pasa tan importante en ese teléfono de
morondanga que no podés escuchar una vez que te lo pide a tu madre?
A decir verdad,
estoy un poco encorvada también. ¿Pero quién no está un poco torcida a mi edad?
¿A quién no le duelen las articulaciones a los ochenta y dos años, me querés
decir? ¡Las quiero ver a ustedes cómo llegan a mi edad!
¿Cómo?
-¿Ochenta y dos, u
ochenta y cuatro años tengo yo? Nunca me acuerdo bien. ¿Vos te acordás, Clarita?
Si soy del 32 yo, ¿qué edad tengo?
-¡Mamá soy Marcela!
Clarita no vino hoy. ¡Ochenta y tres tenés! ¡Y hace una hora que te estoy
escuchando! No te acordás que me tocaba a mí venir los sábados para ayudarte,
que arreglamos así. Y cuando vos quieras te llevamos a hacerte los dientes o a
verte la cadera. ¡Sos vos la que pone excusas y nunca quiere ir!
-¡Excusas, excusas…!
Mirá si me voy estar acordando que día viene cada una. Con las cosas que yo
tengo en la cabeza. ¿Ochenta y tres tengo? ¡Además vos y tu hermana me vuelven
looca! Me la cambian todo el tiempo. Que un día viene una, que otro día la
otra. Al final nunca sé cuando viene ninguna.
¡Ma sí!, estás acá y
listo. Si vos siempre querés venir pero nunca querés estar. Si se la pasan
mandoneándome todo el día. ¡Vos y tu hermana! Que me quieren lavar la cabeza,
que me mandan a bañar, que quieren que me cambie la ropa y que me saque el
camisón porque son las doce del mediodía y estoy en veremos... Que ahora encima
se les dio por darme de comer a las ocho de la noche porque se tienen que ir
volando para su casa. Cuando yo lo único que quiero es que me dejen ver el
noticiero tranquila, o a Markic que tanto me gusta.
-¡Que me dejen de
joder! Eso quiero.
Que me comí todas
las galletitas, que me acuerdo que me faltan los remedios justo cuando ustedes
se tienen que ir. Y ni que hablar cuando me olvido los pañales. ¡Se ponen como
locas! Como si se los hiciera a propósito. ¡Me olvido! ¡Qué sé yo!
¡Pero si no la
escuchan a una cuando habla!
¡Ma sí! Fangulo. Estás
acá y listo.
-No ves que siempre
querés pelear, mamá.
-¿Quién quiere
pelear? ¿Quién quiere pelear…?
No te diigo que
Muñecote era la más grande del grupo de todas nosotras. Así que la edad que
dicen que tiene, tranquilameente la puede tener. Yo también, desde que ustedes
me mudaron acá a Lomas nunca más pude pasar por la casa. Si no me llevan. Y
decí que de la turca y de la Charo perdí los teléfonos. Si no las llamaba y me
sacaba esta duda que tengo que no me deja dormir.
-¿Clarita, vos tenés
el teléfono de la turca?
-¡Marcela soy mamá!
Mira si voy a tener yo el teléfono de la turca yo.
-¡Bueno! El de la
Charo entonces o de alguna otra de mis amigas de la calle Rauch.
-La Charo se murió
mamá.
-¡En serio me decís!
¿Hace cuánto? Yo no sabía naada. Recieén me acabo de anoticiar. ¡Me desayuno
con esto! Al final yo siempre soy la última en enterarme de las cosas. ¡Decí
que te pregunté! Si no iba a seguir pensando que estaba viva.
-¡Ay, mamá! Si que
sabías. Te habrás olvidado. Qué sé yo. ¿Ves que tenés ganas de pelear?
-¿Quién tiene ganas
de pelear? ¡Vos tenés ganas de pelear hoy!
Si te estaba
contando que a Martita no la llamo para preguntarle qué pasó con lo de Muñecote
porque está sorda como una tapia la pobre y no te oye bien cuando vos le hablás
. ¡Si no la llamaba! Si le preguntas por los nietos y te contesta otra cosa. O
lo que es peor, nunca sabe nada y te dice: “Yo no sé, yo no me meto, a mi no me
cuentan, vaya una a saber”. ¿Y quién le va a contar? Si no escucha una mierda
la pobre y te dice: “Yo no les pregunto porque si no te tildan de metida y no
los quiero molestar”. Eso te dice.
-¿A vos te parece
Marcela?
En cambio sí: parece
importarle más lo que dicen en la televisión que las cosas que le pasan a su
propia hija. Repite como un loro toodo lo que dicen en la tele. Se la pasa todo
el día mirando lo que hablan del programa de Tinelli. Y cuando le preguntas, te
dice que lo deja prendido pero que no le presta atención. ¡Y claro, si no
escucha la pobre!
Le interesa más lo
que opina Mirta Legrand que lo que puedo contarle yo. Porque al fin y al cabo
por más que esa señora trabaje en la televisión desde hace una punta de años y
se lea todos los diarios como dice, no es más ni menos que otra vieja atrasada,
que dice las mismas pavadas que decimos nosotras. ¡A lo mejor por eso la ven!
Porque decime vos
realmente: ¿Qué formación tiene esa señora? Si era actriz y del montón y su
marido siempre la gritoneaba y la cagaba bien a trompadas y ella bien que se
hizo la osa con ese tema. Y encima si le prestás atención: pregunta siempre lo
mismo. Y dice que tiene miedo, que tiene miedo ¿Miedo de qué? ¡De morirse
tendría que tener miedo esa vieja gorila! Como todas nosotras.
Y para mí que los
invitados no la mandan a cagar porque queda mal mandar a la mierda a una señora
mayor que te dio de comer. Por eso no lo hacen. Si no, estoy segura que la
mandarían bien a la mierda. Por eso es que no la llamo a Martita.
Yo no me acuerdo
bien. Pero para mí que Muñecote está viva. Aunque me escucho lo que digo y me
hace dudar. Porque era la más grande del grupo de las amigas que tenía que se
reunían por las tardes en el Club de los
italianos, donde ahora hay un restaurant
y supo haber un cine alguna vez.
-¿Te acordás
Marcela? Sobre Rosales.
¡Qué años, no! Pero
eso fue hace mucho tiempo. Tanto que ya mucho no me acuerdo. Si yo era la más
chica de todas. Si cruzábamos Uriarte de Melo a Azara para ir a las reuniones
danzantes del Orillas del Plata y el
salón era tan chico que había que esperar sentadas en las sillas que había contra
la pared hasta que te tocara el turno de bailar. Algunas iban con sus novios o
ya maridos. Y las que no, bailábamos entre nosotras. ¿Qué bien que la
pasábamos, no?
-¿Te acordás
Marcela? Que te vas a acordar, si vos ni habías nacido.
¿Cheé, te estás
quedando dormida? Y yo meta a hablar sola.
-¡Noo, mamá! Estoy
cansada, pero no me estoy quedando dormida. Hace más de un hora que te estoy
escuchando, si estoy hablando con vos, que otro remedio me queda. Si das
vueltas y vueltas con esto de Muñecote.
(Pero eso de los
bailes fue hace mucho tiempo)
Para mí que es
Isabel.
-¿Quién?
- Isabel.
¡La que pone los
carteles!
¿Cómo? ¿No sabés
quien es Isabel?
-Noó, mamá. No sé
quien es Isabel
-¡Isabeel! Si te
conté. ¡Para mí que es esa hija de mil putas la que está poniendo los carteles!
-Ya te dije que no
sé quien es Isabel.
-¿Qué no te conté?
Siií…. Isabel, la que le pusieron el pasacalle sobre
Escultor Cafferata. Ese que dice: “Isa:
paragua puta, roba marido”. La que viene a hacer ahora algo así como la
nuera de Muñecote y se las da de señora desde que se le arrimó al hijo. Para
sacarle la guita, supongo. Porque por amor no creo que sea. Porque es una chica
mucho más joven que él. ¡Fulera, pero joven! El está gordo y pelado y tiene que
haber pasado hace rato los cincuenta.
-¿Y vos como sabés
si no la viste nunca?
-¡Ahora no la veo! Y
como la voy a ver si ustedes me trajeron a vivir al centro de Lomas a este
departamento de morondanga sin luz que parece una ratonera y me alquilaron mi
casa de Lafinur y Rauch. Y encima la plata del alquiler se la quedan casi toda
ustedes. ¡Y la de la jubilación yo ni la veo! ¡Así que mejor no me hagas
acordar de eso, querés! ¡Cómo me cagaron a mí desde que pusieron el sistema
este nuevo de la tarjeta!
Pero esto que te
digo me lo contó Chicha, la del perrito, y yo a Chicha le creo. Y a Jeremías no
me vas a decir que no lo conozco bien. ¿Mirá, que se volvió chitrulo ese tipo
con los años, eh? Venir a engancharse con esa trola y dejar de clavo a su mujer
de toda la vida. ¡Una mina báarbara! La que le dio dos hermosos hijos, buenos,
trabajadores, y le aguanto la vela cuando los dos corrían la coneja con la
hiperinflación en los 80. ¡Bueno! Como todos. Pero por lo que me contaron ellos
la pasaron peor. Si la Vicky tuvo que salir a laburar de cualquier cosa para
poder pagar la olla.
Porque le calculo cerca
de sesenta el hijo de Muñecote. Si empezaron juntos el taller mecánico de la
calle Melo en la época de Alfonsín, y justo ahora cuando empezaba a irle bien
la viene a largar.
-¿A vos te parece
Marcela?
¡No ves que no
termina nunca una de conocer a los maridos! Ta casás con uno feo bien feo con
cara de boludo y te caga igual. ¡Porque mirá que es feo el Jeremías!
¡Ya te dije! Para mí
que es Isabel la que pone los carteles de: “Cuidado
con el árbol. Peligro de caída” Si está deseando que el árbol gigante que
tiene en el jardín que está cada vez más inclinado, en vez de caerse para el
lado de la calle y mate a alguien, se caiga para adentro encima del techo de
chapas vencido de la casa y si es posible la mate a la pobre vieja.
¡Si es que ya no la
mató ella! Porque andan diciendo eso también.
Porque el rumor que
corre es que si Muñecote no está muerta, un día esa casa se le va a caer encima
y la va a matar. ¡Si está toda deteriorada!
Porque ya nadie la
va a visitar y ni siquiera le dan una mano con los arreglos. ¿Porque cuánto
hace que a esa casa no va un gasista, un plomero, un techista, un electricista,
algo? Si no viste como tiene las paredes, húmedas por el rocío de los años. Si
en cualquier momento se le caen encima como dicen. A pedazos, por la humedad
del barrio cada vez que se inunda.
-¿Qué sabés vos
mamá? ¿De dónde sacás todas estas cosas?
-¿Saber… saber? Que
no voy a saber yo.
¡Bueno…! No sé, pero
me lo imagino. No hay que ser muy inteligente. Si no va nadie a ayudarla a la
pobre de Muñecote. Al final de que te sirve haber sido una buena mujer, si te
cagan igual y te dejan tirada como un trapo de piso. Y hasta están esperando
que te mueras para venderte la casa.
Yo si atendiera el
teléfono la llamaría. Pero para mí que le cortaron la línea de la compañía por
falta de pago. O algún mal intencionado, pasó y le cortó el teléfono, o le
robaron el cable. ¿Qué sé yo! Si la casa parece abandonada, y yo te estoy
hablando ya de hace un par de años. Antes andaba con un celular que le regaló
la Vicky. Que mucho no sabía usarlo. ¡Pero ahora mismo no sé!
-Ay, mamá. Eso fue
hace mucho tiempo.
-¡No te digo que no
sé! Que fue hace mucho tiempo.
-Mucho tiempo, no.
Tres o cuatro años a lo sumo.
-¿Cuánto hace que
vos no hablás con Vicky, mamá?
-¿Y cómo voy a
hablar yo? Si desde que se separó se mudó a Guernica a lo de la mamá y no tengo
el teléfono. Y no supe más nada de ella. Y no te dije que de la turca y de la
Charo también perdí los números.
-¡Mamá, Charo se
murió!
-Cierto que me
dijiste eso. ¡Pobre Charo! ¿Por qué no me conseguís su teléfono? En lugar de
sacarme de mentira a verdad y tratarme como si fuera una mentirosa.
-No te digo que se
murió.
-¿De qué se murió,
sabés?
-No, no sé, mamá.
-Bueno, el de la
turca al menos. ¡Alguno!
-¿No ves que querés
pelear?
-¡Yo no quiero
pelear! Pero tampoco quiero que me tomen de chitrula. Todo tiene un límite.
¡El tema es así como
yo te lo cuento!
Para mí, Isabel, la
paraguaya, la metió en un geriátrico de mala muerte a Muñecote en Lanús para
quedarse con la casa y el boludo del hijo se quedó de brazos cruzados y no hizo
nada de nada y bien que se cayó la boca ese sin vergüenza. Si a mí me contaron
que hasta tenía un cartel de venta y todo, la casa, y que alguien de buenas a
primeras lo sacó. Si lo tiene agarrado de las pelotas. ¡Loco de amor que le
dicen! ¿O de quien sabe qué cosa? Porque estas paraguayas tienen fama de ser
bastante rapiditas, por decirlo de alguna manera -al sexo digo- y se hacen las
modositas: “Que necesitas. Que mi maridito de acá. Que mi maridito de allá. Que
quieres que te haga mi amor”.
¡Ma qué maridito! Ni
maridito. Si está arrimada la turra esta. Si no es la mujer legal. Si la vieras
cuando se cruza con el Jeremías para el lado de Bánfield y se pasea por los
locales pitucos nuevos que pusieron sobre la calle Alvear gastando la plata que
le saca a él. O el boludo se la da. Eso no sé bien.
-¿Y vos como sabés?
Si no vas hace años por allá.
-¡No te digo que no
sé bien! A mí me lo contó la reflexóloga que se puso un local de zapatos por
ahí y le va muy bien parece. Por eso te lo digo.
-¿Quién?
-Alicia, la
reflexóloga. Con la que íbamos con la alemana a las clases de yoga. ¡Al final
vos resulta que no conocés a nadie!
-¡Pero eso fue hace
mil años, Mamá!
-Tantos años no.
¡Es así como yo te
lo cuento! Esto de Muñecote es un misterio. Le tendría que decir a Chicha que
se dé una vuelta por allá para revelarlo de una vez por todas y terminar con
este asunto. ¡Porque hablar con vos del tema es como hablarle a la pared! O no
te interesa, o está visto que no lo entendés. Si ella anda por todos lados. ¡Le
digo que se vaya con el perrito y listo!
-Mamá andá a dormir
y dejate de joder. ¡Me hacés ese favor! Mañana la seguimos.
-Ahora resulta que
soy yo la que jodo, pero bien que de Muñecote no sabés un pito la vela y está a
las claras que entendés menos.
-¡Me dormí, mamá!
Estoy dormida. Ya no te escucho. Me dormí.
-¿Y quién quiere que
me escuches? Yo lo que quiero saber es que pasó con Muñecote. Si en realidad es
ella, Sí o No, la que pone los carteles.
II
-Leona, ¿cómo se
siente hoy? Le traje las galletitas de hojaldre del Día que tanto le gustan, Monferrato
no hay más, ahora se llama Tres Torres,
espero que le guste. Y unos bifecitos tiernitos de lomo de Morrone compré también con la plata que me dio. Tuve que ir al
frigorífico porque al Coto nuevo que
pusieron frente a la plaza de Escalada no me dejaron entrar.
El rati que está en
la puerta se ortibó y discutimos un poco y casi que nos vamos a las piñas. Y
eso que me conocía de la estación cuando jorobaba a la gente diciendo: “Al mundo lo inventó el león, después…
nacieron todos muertos” A lo mejor de ahí me agarró bronca, se ve que no le
gustaba que hiciera eso. Pero eso fue hace un tiempo y ya no hago más ese tipo
de boludeces ayudándome con el culo de botella de una gaseosa para que retumbe
el mensaje en los oídos cansados de los que bajan del tren. Me dijo que afeaba
el lugar, que yo era un ciruja, que estaba barbudo, pelilargo y sucio y que tenía
olor a vino. Mucho olor, y a vino. ¡Y usted vio como es esto del vino: uno
empieza porque no puede dormir por las noches y después sigue!
-Así que me parece
que si no se ofende hoy le voy a usar un poco el baño. Limpio todo después. Lo
dejo como lo encontré. No se preocupe por eso.
-Usá León, usá. Pero
no me llames más Leona, Muñecote decime como me llaman todos.
-Ya se Leona, pero
si yo soy el León para la gente, usted es una Leona.
Si hace un par de
noches le festejé los cien años y todavía la sigue peleando. Y yo con todas las
que pasé en mi vida y en la calle, con mis sesenta y dos años estoy hecho un
León. Si así me siguen llamando cuando voy por las tardes a la parada del 51 a
Pavón, al lado del quiosco de diarios, en frente del Vea y del tipo que se puso con
un cajoncito a lustrar los zapatos. ¡Los arregla también creo! Y cuando
noto que la fila del colectivo se pone larga bien larga, les grito al oído mi
rugido de rabia de león contenida y entonces los asusto para que sientan el
mismo miedo a la vida que sentimos nosotros. Y cuando me miran con mala cara
les digo: “Al mundo lo inventó el león,
después… nacieron todos muertos” y no sabe cómo se ponen pensando que estoy
loco. Y después para aflojar un poco la cosa exclamo con vehemencia: “Que Tinelli, ni Tinelli. Al mundo lo inventó
el león”.
-Si soy un León, el
León de Escalada, sabe.
-¡Ya sé León…! Pero
te dije que no me gusta que hagas eso. Que te la pases asustando a la gente sin
motivos.
-Bueno… mi Leona.
¡Perdón, Muñecote, digo!
Por eso le hice
caso, y ahora a la mañana ya no lo hago más y en cambio pido limosna en la
Iglesia de Rosales y a la hora de la siesta me quedo merodeando la zona para no
despertar sospechas. Si incluso lo mandé al loco de la Coca Cola, ese que se la pasa tomando y pidiendo Coca Cola todo el tiempo por el lado de
Melo y Roca cerca de la placita de Rauch, que ahora le cambiaron el nombre a
Alajarín en memoria de Oscar, héroe y mártir ferroviario muerto por la
dictadura militar en los ´70 y está bien, porque tengo miedo que nos delate y
diga que fuimos nosotros los que sacamos el cartel de venta de la casa y lo
cambiamos por el de: “Cuidado con el
árbol. Peligro de caída”
Igual quien le va a
creer. Si está más loco que un chivo loco. Quién le va a creer que amenacé a la
Isa en contarle a su hijo Jeremías que estaba casada en su país y que una vez
vino a buscarla el marido hecho una tromba, y la tuve que defender con mi
cuchillo para que no la cagara bien a trompadas y se la llevara de los pelos
arrastrándola al Paraguay. Si le pegaba siempre parece el muy hijo de puta. Por
eso lo debe haber dejado y se vino escapando para Buenos Aires. Que tengo fotos
besándolo, paseando con los dos hijos chiquitos del matrimonio por la peatonal
de Lanús, y entrando al hotel alojamiento de la avenida, y le saqué las fotos
con la cámara que usted me regaló para que la siguiera. ¿Se acuerda, no? Así
que por un buen tiempo no va a venir por acá. Ni va a insistir con eso de la
venta de la casa.
En cambio, la Vicky,
su nuera, pobre está tan mal con esto de
la separación, aunque ya pasaron más de tres años que ni pinta por el barrio y
sus hijos tampoco. ¿Y usted tiene ganas de ver a sus nietos, no? De todos modos
ellos ya son grandes y se fueron a vivir con sus novias: uno se fue a Cañuelas y
el otro a la Capital. En cambio, Jeremías -su hijo me refiero- podría venir,
pero es tan pollerudo que hace todo lo que le dice la Isa. Si engualichado
parece que lo tuviera.
-¡Muñecote!, me baño
y me tiró en el sofá un ratito. Cualquier cosa que necesite me avisa. Hacemos
así, como todas las noches desde hace casi un año.
-Me regaste las
madreselvas.
-Sí, Muñe, ya se la
regué. Quédese tranquila por eso. Cualquier cosa que necesite me avisa.
III
Pero al León no hubo
rugido ni aspecto de calle que lo pudiera defender esta vez, y de anticipar ese
encuentro hubiera podido evitar aquella humillación acaso. Porque un desafío a
pelear o un duelo, por lo desparejo no fue. Cuando de las sombras se le
apareció el marido de la Isa con sed de venganza. El tipo se había venido otra
vez del Paraguay, o de quien sabe donde, con un revólver y tres amigos a
buscarlo. Se lo llevaron a la rastra primero por Ramón Franco, luego por
Beltrán, cruzaron la plaza de Escalada. Después la estación de tren, hasta
llegar a las vías muertas del ferrocarril por los talleres; cuando lo
interceptaron por Marco Avellaneda, y a empujones lo amarraron del cuello hasta
la Colonia ferroviaria, que ha decir verdad está cada vez más abandonada y
sola. ¡Qué pena! Con lo que cuesta dar identidad a un barrio como es Las Colonias, asentado en los años
veinte y de apogeo más o menos por los cincuenta, y terminado de venir a menos
por la debacle neoliberal de los 90. Cuando el ferrocarril dejó de ser el
mismo. Pero en los 70 no estaba tan mal. Si el propio Simón (o León como se
hace llamar ahora) se vino de Corrientes para probar suerte en el fútbol en el
club Talleres, y hasta llegó a jugar de delantero en la primera división de la
segunda categoría del fútbol argentino. Era un nueve aguerrido y picante con
gol, un poco petiso para el puesto, pero muy ligero. Y justo cuando su tío
materno le consiguió un trabajo de ferroviario en el Roca, lo ficharon como
profesional en el club, y aunque cobrara poco y nada al principio, decidió
optar por la pelota, hasta que tuvo la mala suerte que el arquero Germán Burgos
de Témperley le rompiera los ligamentos cruzados de un planchazo, y después de
la lesión dejó el fútbol profesional para siempre y se ganó la vida de mozo, de
pizzería en pizzería, primero por Gerli y Avellaneda y después por el este de
Lanús, pero nunca formó familia Simón, tuvo alguna que otra novia pero nada
más, y la plata que ganó, el pobre, se la gastó toda en joda y amigos, hasta
llegar a este presente transhumante de croto borracho, ayudando más por
compañía que por un baño caliente y un techo para dormir, a la buena de
Muñecote. Tratando de conservar lo que para muchos nunca murió.
-¡Saltá, pelotudo!
Antes de que te pongas a llorar como un viejo borracho que sos. O te meto un
cuetazo en el medio de la frente; o mejor en los pies, así no podés caminar más
por la calle como tanto te gusta, espiando a todos y a todo por todos lados.
¡Vieja chusma! O estás caliente con la Isa que tanto te la pasás siguiéndola. ¡
Nde añaRa’y!
A ver cómo te las
arreglás ahora para sacar el cuchillo con los brazos atados, como hiciste la
vez pasada en la puerta de esa casa
hecha concha donde solía ir la Isa a cuidar a esa señora. Y sacaron el cartel
de venta con ese loquito de la Coca Cola.
¡Te pensás que no sé! ¡Al pedo! ¿Quién carajo va a comprar esa casa en el
estado en que está? Sólo a la Isa se le puede ocurrir eso. Salvo por el valor
del terreno, pero nada más.
¡Manejás bien el
cuchillo,che, vos! Se nota a la legua que sos correntino. ¡A tu Corrientes
porá! ¡Bailá chamamé, pelotudo, como dicen acá!
O te gusta la pendeja. ¿Te gusta la pendeja? Nde Tavy piko! O Nde
tavyetéma voi! Porque la Isa es mía. Está acá para sacarle la guita a ese
viejo de mierda, pero le está llevando demasiado tiempo. ¡Así que se acabó! ¡Nos
volvemos para Asunción! Pero antes te hago cagar a vos. ¡Añamengui…! ¡Nde Aña memby! Así aprenden y se le van las ganas de
una vez a todos de llamar puta a mi Isa.
A partir de ese día
la Isa desapareció de Escalada, ni una carta le dejó al pobre de Jeremías, que
se quedó mirando la ventana esperando que volviera un par de días hasta que el
tiempo se cansó de llover. ¡Si hasta pensó en llamar a la Vicky para pedirle
perdón! Y ya no tenía fuerzas para abrir el taller, ni siquiera mandó al mudo,
como le decían a un ayudante que tenía, a cobrar los últimos trabajos que había
hecho. Y si seguía así se lo iban a comer los piojos, o mejor dicho los
proveedores. Porque hasta los ahorros que acababa de sacar del banco Credicoop se los llevó la Isa, y alguna
que otra joya que guardaba de su madre, que conservaba él, por miedo a que
alguien pudiera robársela. Y se fue cabizbajo con el caballo cansado a lo de su
mamá, Muñecote. Tuvo que forzar la puerta de entrada, cosa que no fue muy
difícil, porque a la cerradura la habían cambiado entre el León y el loco de la
Coca Cola y mucho de eso no sabían.
Además, al juego anterior de llaves tampoco lo encontraba, porque lo había
escondido para que Isabel no pudiera ir más a visitar a su madre. ¿Para qué? Si
últimamente decía que era una vieja turra, que tenía que morirse sola: de
enferma o de hambre. ¡Pero la vieja parecía no morirse nunca! “Si nunca nos
apoyó en nuestro amor”, decía la Isa. Si está plagada de prejuicios como esa
Mirta Legrand que mira siempre en la televisión Led o LCD que tiene ahora, esa
que vos le compraste, y, nosotros en cambio con un televisor de tubo de 20
pulgadas, Noblex, viejo, todo
destartalado. Si le parece mal que un hombre de cincuenta largos se enamore de
una chica de veintiséis como yo, que te mostró el calor humano de un beso a
escondidas. ¡Si se te paró más conmigo que en toda tu vida! Y las chusmas del
barrio se murieron de celos por eso. Si al final éste, resultó un barrio
plagado de familias infelices y chato de amor –y me vienen a decir puta a mí-
que se muere de celos cuando escuchan los gritos de goce de un hombre feliz por
las noches. Si para mí que fue ella la que puso el cartel sobre Cafferata y
seguro le paga a uno de esos linyeras que merodean la casa, para que cada vez
que lo saco lo ponga de nuevo. ¡Te parece que es lindo saber que todo el barrio
se burla cuando leen el pasacalle: “Isa,
paraguaputa, roba marido”, para que no se olviden de lo que le hicimos a la
Vicky. ¿Te parece que es lindo? Por eso me fui.
Así que Jeremías, su
único hijo, concebido con tanto amor luego de varios tratamientos, ya de
grande, después de tanto tiempo, volvió a entrar solo y temblando a la casa
materna, traspirando, con las manos sudadas de olvido y la garganta seca de
tragar disgustos, donde lo único que quedaba en flor: eran las madreselvas del
jardín de la esquina de Rauch (ahora Alajarín) y Del Valle Iberlucea, regadas
por la lluvia del día anterior y por tantos olvidos.
-¡Mamí, Mamá!
¡Mamaaá! ¿Dónde te metiste? ¿Estás bien?
Hasta que la pregunta
de nuevo se cayó contra el piso -¡Mamí, Mamá! ¡Mamaaá! ¿Dónde te metiste?- con
la espalda a cuestas. Y tuvo que llamar de urgencia a la ambulancia de guardia cuando
la encontró sin aire desplomada en el suelo. Si estaba todo cerrado. Si todo
hacía suponer que hace días nadie ventilaba la casa. Si al León le quitaron la
vida a los golpes y terminó internado en el Evita para ser atendido por algunas
fracturas y cuando volvió a la casa, Muñecote ya no estaba y lloraban de pena
las madreselvas sin flor. Se habían rajado del todo las tejas del techo, y el
árbol gigante ahora sí, corría inminente peligro de caída. La puerta estaba
forzada, debe haber sido el Jeremías que lo vio sacando el cuerpo de la casa; o
mejor dicho, se lo contó Coca Cola.
Los vidrios de las ventanas estaban rotos a piedrazos por el loco que arrojó de
bronca todas las botellas de vidrio a las personas que pasaban por la esquina
incluso las llenas. Al llegar el León, sin aliento, regó las madreselvas y sin
cambiar el cartel movieron el árbol con el loco con fuerza hasta que se cayera.
Para culparse en el pecho que Muñecote muriera.
IV
-¡Hable…!
-¡Hola señora Tita,
cómo le va! Usted no me conoce, ¿sabe? A lo mejor oyó hablar de mí, pero nada
más. Me llaman el León…, pero mi nombre real es Simón. Me pidió Muñecote encarecidamente
que la llamara cuando pasara lo que le tengo que contar.
-Decime… querido por
favor: ¿Qué pasó? Hace tiempo que estoy esperando noticias de ella.
-Muñecote murió.
-¿Cómo me decís…?
- Ayer a la noche
murió. Y me parece que yo la maté. Sin quererlo, ¡claro!
-¿Coómo me decís…?
-Yo tenía que
cuidarla y la dejé sola, ¿sabe? Eso pasó.
Así como se lo
cuento.
Me pidió que le dijera
que tenía un gran recuerdo suyo, que últimamente se pasaba las noches
recordando las historias de los bailes en el Orillas del plata, cuando eran tan jóvenes, las tardes de mate y
cremona y facturas de hojaldre y de charlas con usted. Me pidió que le dijera
que no hiciera como ella y qué no deje nunca de ver a sus hijas. Que aunque le
parezca mentira: es mejor siempre discutir con los hijos que dejar de verlos. -Yo
de eso mucho no sé porque no tuve la suerte de tener hijos, ¿sabe?-
Me pidió encarecidamente
que la llamara. Que usted era la única amiga que debía estar preocupada realmente
por ella. De las que quedaron del grupo, ¡claro! Porque ya se fueron unas
cuantas, me dijo.
-Y sí… claro. ¡Cómo
no iba a estar preocupada! Si como te decía: hace rato que no tenía noticias de
ella. Si casualmente hablaba anoche con mi hija la mayor de esto.
Y no pegué un ojo en
toda la noche pensando. Porque este asunto de la muerte de Muñecote me estaba dando
vueltas en la cabeza sobre todo desde ayer. Vos viste como somos los viejos,
que nos vemos poco y nos llenamos de excusas por eso, y por una cosa u otra no nos
llamamos nunca ni nos vemos, pero estas cosas las presentimos. Y yo tenía un
mal presentimiento ayer. Se lo dije a Marcela.
¡No llores, querido!
Es la vida…, no fue culpa tuya.
-Es que yo tenía que
cuidarla, y, ¿sabe?, la dejé sola. Se lo había prometido y esta vez no pude. Iba
para su casa cuando me interceptaron por Rosales el marido de la Isa con tres
tipos más. Me agarraron por la espalda, ¿sabe?, y empezaron a golpearme de lo
lindo. Tanto que todavía me duele. Y cuando saque el cuchillo como normalmente
hago para defenderme y corte a uno; Ramón, el marido de la Isa, se ensañó más conmigo
y me puso un revolver en la cabeza, y otro de los que estaba con él me encapuchó
con una bolsa de arpillera para que no viera más nada. Y siguieron pegándome.
-¿Qué…? ¿La Isa tenía marido entonces? ¡Mirá ahora lo
que me vengo a enterar!
-Resultó que estaba
casada en el Paraguay. No sabe las cosas que hicimos para evitar que vendieran
la casa y que todos creyeran que era peligroso vivir allí. Si hasta pusimos un
cartel de: “Cuidado con el árbol. Peligro
de caída”. Para que nadie camine la vereda. Ni se acerque demasiado a la
vivienda. Pero el marido de la Isa se me apareció de repente cuando iba a
visitarla, y me llevó a punta de pistola a un descampado cerca de las vías del
tren, y después los otros tres siguieron pegándome. Me quebraron las costillas.
A uno le decían el Taku o algo así, y al otro Celso creo, y a ese me parece que
fue al que le corte el brazo cuando quiso amarrarme, entonces le sacó de prepo
el revólver al Ramón y me disparó en el pie cuando intenté escaparme, hasta que
me tropecé y al caer para atrás me golpeé con una piedra en la cabeza y fui a
parar al Hospital Evita, y de ahí en más no me acuerdo nada. No me puedo
acordar. Me dijeron que me encontró el de seguridad del Coto que siempre me boludeaba por mi facha de croto y borracho,
pero esta vez me ayudó.
Es por eso que no
puede ir a ver a mi leona estos días.
-¿Cómo la llamaste,
querido?
-Leona. Así le decía
yo. Ella decía que yo era el mejor hombre de todos, y eso me halagaba, porque
entendía las cosas. Hablábamos por las noches. Y yo le contaba las novedades
del barrio, porque ella ya no salía. Y le gustaba dormirse oyendo mis relatos. Le
contaba que donde era el Club de los
Italianos ahora pusieron un restaurant.
Bastante lindo.
-Pero eso desde que
yo vivía por allá.
-Que el de la
pollería El Trebol cada vez trae los
pollos más chiquitos y para mí que hace trampa con el peso con esa balanza
alemana que tiene. Que la pizzería Mi
cuñado continúa con el mismo nombre pero cambió de dueños y bajó la calidad
de la muzzarela. Que el Bocha de la ferretería Los hijos de López no cambia más, tarda casi 1 hora con cada
cliente, se toma su tiempo como dice, es capaz de limar un clavo que le llevás
de muestra para hacerlo tornillo, y después te dice: “andá, andá pibe, a mí no
me debés nada”. Que el chapista Alex, el que se mudó sobre Rauch para el lado
de Lafinur, se dejó el pelo largo de nuevo y ahora sale con una pendeja. Que
pusieron un Supermercado Chino nuevo sobre Rosales y tienen una bebita chinita
con los pelos parados que si la ves te la comés a besos. Que el Club de los Pescadores ahora vende
pizzas y empanadas y hasta hace delivery
también. Que La Triestina II sigue
siendo atendida por Omar, su dueño, o eso te hace creer, y que ya cumplió un
año en el barrio, y no aumenta los precios para conservar la clientela. Que
Rauch ahora se llama Alajarín, en
memoria de Oscar, héroe y mártir ferroviario muerto por la dictadura militar en
los ´70 y está bien. Porque tiene más que ver con la identidad del barrio. Si
nosotros siempre fuimos uno manga de obreros perdedores. Y a la casas estilo
inglés que nos construyeron hace años las están haciendo dúplex o edificios de
departamentos. Si hasta el club Lanús le roba la plata que le corresponde por
ley a Talleres por las regalías del Bingo. Si siempre nos cagan. Si siempre fue
así. Y los pibes de ahora se consuelan en la plaza fumando marihuana y
escuchando al Indio. Y a la Biblioteca
Alberdi y al Club de ajedrez,
salvo un par de viejos, nadie quiere ir.
Ella me escuchaba, sabe
Tita, entonces era fácil hablar.
-¡No llores,
querido!
Yo no los vi venir a
esos tipos, ¿se da cuenta?, entonces ella se murió. Esperando. Por mi culpa. Seguro
le llegó el cuento a la pobre que a mí me había pasado algo. Nos necesitábamos
el uno al otro, ¿sabe? La dejé sola y ella se murió.
-¡No llores más,
querido!
-La entierran hoy en
el cementerio de Uriarte, pero yo no voy a ir. No quiero que me vea así, tan
débil y temeroso, ¿sabe? Porque yo para
ella era un león.
Disculpe Tita, al
final me la pasé hablándole de mí en vez de contarle de Muñecote, estoy muy mal
por esto, ¿sabe?, la tengo que dejar. Pero quería cumplir con el pedido de mi
leona. Muñecote para usted, claro.
-Tenés que ser
fuerte, Simón, aunque no seas un León a veces. ¡Muchas gracias, querido, por haberme llamado! ¡No sabés cómo se va a
poner Marcela cuando se lo cuente! Seguro va a decir que yo invento las cosas.
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