martes, 18 de septiembre de 2012

Cae la tarde


La ví tan linda recostada sobre el pasto.

  

Cae la tarde otoña
en mi mirada
con sus hojas
de un amor dormido que se aleja
de glicinas, moradas, casi rojas
entre sábanas mojadas
que la acuestan.

Cae la tarde otoña
en mi mirada
sobre mi alma
con su sombra.

La deje ir…

tras el brillo de sus pasos
de luciérnaga.

Me deja.

Como hilo de nube en el crepúsculo,
como vuelo de blancas mariposas,
como pájaros detrás de los laurales
que se esconden y la hamacan con su canto.

Como prosa,

como rocío que roza las ramas
con su brisa
y la acaricia.

Despacio…

para no molestarla.

La miré.

Como si encontrara un pétalo de rosa
entre las hojas de un libro:

secas, mustias, ya borrosas
y las hojeara.

Allí estaba…
más linda que nunca.

Sonriendo…

con los ojos cerrados,
húmedos de lágrimas,
nublados.

Y pensé:

“A esa linda sonrisa
le falta una flor”.

La tarde ya se había ido.
Por suerte sin ella.

Suspiró.

Cerró el libro, llorando
y el pétalo de rosa ya no estaba.

Entre cortinados bordados
en la tarde triste
sobre Villa Elisa.

La dejó, como a mí.

De a poco.

De a poco
las viejas heridas convirtió en diamantes.

Me reflejé en ellos sobre el lago.
Por eso la seguí…

con el sol que quedaba
posado sobre el agua
todavía tibia de las termas
en el ocaso.

No sé porqué lloraba
y lloré por lo mismo.

Por melancolía,
por tristeza,
por qué sí.

Un llanto sin voz.

No le hice preguntas
y me fui acercando.

La tapé mirándola
con ojos de amor.

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