lunes, 17 de septiembre de 2012

El camino de la babosa


GODOY CRUZ Y GUEMES y una escalera al paraíso. Subía de a dos escalones, veloz, entusiasmado, atraído por los primeros acordes de un tema de los Talking Head.
Iba a ser una gran fiesta, lo sabía. No estaba solo, un amigo lo acompañaba. Se había puesto un saco beige de un primo que ya no lo usaba y una chalina azul violeta en el cuello con la que envolvía una noche de locura desatada. Mientras se desataba los cordones de las botitas de gamuza para ir más rápido. Respiró profundo y se apuró un poco más.
Al llegar arriba, no eran los Talking Head sino Mama Pulpa. Era un grupo de covers el que estaba sonando, una burda imitación y encima mala, pero para él, el cantante era el mismísimo David Byrne. Nadie le iba a quitar eso de la cabeza. Como tampoco los rulos castaños claros que le estaban apareciendo junto con el pelo más largo, ni sus ojos verde marrones, mitad sirios mitad judíos.
Pero no pensaba practicar su judaísmo esa noche. Además en la sinagoga lo rechazaban por querer entrar con campera de cuero y por sucesivos faltazos y el pecado lo envolvía esa noche.
Cuando le preguntaban de qué procedencia era el apellido Esses: ¡Palestino!, decía a los gritos –siempre lo hacía-. Un poco para irritar a la tradición judeo-cristiana y otro poco para ayudar a desenredar el nudo del nudo del oriente medio y los orígenes de las religiones occidentales, que ha decir verdad, le importaban un pito, excepto ante los ojos de irish mame.
Pero esa noche no había nudo ni botón que no pudiera desabrocharse y como él para toda su familia era un paria, la manzana podrida del cajón de manzanas, se tiró de cabeza.
A la noche y sus encantos y a la mierda con todo.

-“Bienvenidos a mi fiesta, amigos”-
(Se oyó la voz de Beto Bota)

Era su casa. Tenía sillones color caoba, cortinas turcas transparentes, alfombras persas, de leopardo unas y de cuero de vaca las otras, azulejos azul claro, vitreaux en las ventanas del pasillo devenido en patio cerrado y gente…, mucha gente en los cuartos que fumaba marihuana y hablaban con monosílabos, pero así y todo parecían entenderse,  y bebían cerveza y algún que otro vinito. Tinto, claro, porque se bebe despacio.

-“Relax”, repetía una y otra vez Beto Bota mientras saludaba uno por uno a sus invitados-

Pero el estaba apurado. Por eso se metió en el baño primero para mojarse la cara y el pelo después y  fue entonces cuando compartió lavatorio con un tal Omar Chabán que no paraba de mirarlo como si lo conociera de algún otro lado. Era un baño chico, pero los que estaban en él no se disponían a salir a medida que otro entraba como debería haber sido. El baño era mixto y eso le partió la cabeza al pobre de Dany.
Un Dany todavía ingenuo, al menos por ahora.

Había imaginado esa fiesta.
Había imaginado esa noche.
Como le iba a hablar a las chicas y esas cosas.
Pensaba probar todo lo que le ofrecieran y más, estaba dispuesto.

Y más, quería ver más. Conocer más en la noche palermitana de las mil maravillas. Y se fue directo al comedor donde estaba la pista de baile. Había una grada de tres tablones color rojo y se lanzó a la multitud sin red ni miramientos. Cuando en realidad se trataba de siete u ocho, no más, que lo atajaron para que no se cayera y se rompiera la cabeza. Se lanzó a lo Juanse paranóico en el boliche Cemento, y su sucia estrella brilló en el firmamento dándole todo por igual. Se abrazo con todos, con Lali que lo había invitado y le contaba a menudo lo buenas que estaban estas fiestas. Y al grito de: “venite, JuanSSito” -en su voz rasgada la “c” de Juancito parecía una “S” mayúscula, prolongada-, se abrazó con dos chicas.
(Juancito se quedó abajo observándolo, sin siquiera festejar su osadía)

¡Sí, con dos chicas! (que encima le dijeron que su parecido con Federico Moura era asombroso). Y con ese abrazo las abrazó a todas, a las chicas que estaban en el lugar y a tantas otras que le negaron el beso de ocasión que todo adolescente hubiera merecido. El ya había cumplido los 18 y llevaba consigo el karma del rechazo: en los boliches de moda en la puerta de entrada: por mal vestido, por menor, por judío, por pesado, por raro, por feo.
Cuando se acercaba a una chica le decía: ¡Señoriita…!,  como dice la canción con acento italiano y todo, mientras le entonaba al oído los acordes de “Estrella”, que dejo de ser sucia esta vez y se volvía ragazza:

“Estrellaa...
Todas las chicas no quieren bailar.
Estrellaa…
Total a mí me da igual.
(…) Desde el aire”.

Y desde el aire vio el balcón que asomaba a la calle Godoy Cruz y soñó con tirarse desde esa tribuna que lo alentaba a ganar y a seguir. Pero no lo hizo.
¡Cómo iba a hacerlo, a ver si le pasaba algo malo, justo la noche en la que por fin estaba con dos chicas!
Gracias a Lali que le habló a Beto también de él y por eso lo dejaron entrar a la fiesta y a  JuanSSito que lo había acompañado, con cierto prejuicio y algún recelo, ¡claro!, pero de todos modos lo había hecho. Incluso se puso una campera de cuero negra con cuello mao que se olvidó un ex novio de su hermana en el placard de la casa de sus padres y nunca volvió a buscarla después que se peleó y él la tomo prestada por un tiempo y se la ponía cada vez que salía.
De pronto, Daniel se quedó solo bailando como un loco en las gradas del estadio las canciones de Mama Pulpa que únicamente a él le gustaban porque no las escuchaba entre tanto alboroto, de otro modo no hubiera podido, ya que sólo no escuchaba otra cosa que su voz interior y el deseo frenético de gustarle a todos.
Se fueron los covers de los Talking Heads y con ellos los amigos y las chicas. La fiesta siguió en alguna otra parte de la casa, pero no le avisaron y lo dejaron sólo una vez más, como antes, como siempre. ¡Pero estaba tan contento! Que recién se dio cuenta cuando la banda dejó de tocar. Y al grito de: ¡cambiame la música! y si no fuera por el ruido del portazo de la puerta de calle, no habría reaccionado sin antes tararear:

“Sólo quiero sacudirte para que llegues a la más baja pasión.
Solo quiero sacudirte para que dejes la vacilación…”
“…Es el rock, rock, rock, es mi forma de amar.
Es el rock, rock, rock, es mi forma de ser”.

Y seguía:

“Hay que salir del agujero interior
tirar la piña en otra dirección”.
(pero el no quería tirar piñas, sino besos y a las chicas y más si encima lo encaraban de a dos)

Y seguía:

“A  la vida hay que hacerle el amor.
Sin drama como por invasión.
Jugar con la imaginación.
Sin tener que pedir perdón”.
(en minúscula por ahora. Si esta era su primera fiesta)

Y a Juancito la madre le recomendó expresamente que lo cuidara. Juan tenía 17 pero para Elena, aunque más chico, tenía la sensación que iba a tardar un poco más en caer bajo los encantos brujos de la noche y por eso se lo había encomendado, con temor por supuesto, pero lo había hecho, presionada por su hijito querido y sus ganas de salir de noche a divertirse porque ya era grande y tenía que hacerlo.
Lo que no sabía Elena era que su Danielito había tomado nueve porrones de cerveza antes de salir de su casa y de su cuarto, y que llevaba una pepa en el bolsillo, regalo del bueno de Lali, que ni siquiera debía saber que era, si se olvidó incluso de tomarla en su día-noche-madrugada de iniciación.
Lo que no sabía Elena era que Juancito era incapaz de ponerle un límite a nadie y además que para eso tenía que poder salir primero de su asombro. Porque para él todo eso también era nuevo y lo disfrutaba a su modo, como podía.
En tanto y en cuanto, Dany salió al pasillo-patio cerrado donde había una barra con tragos y tuvo que tomarse tres cervecitas más, para entonarse un poquito, como si hiciera falta. Además ya había ido varias veces al baño y le estaba faltando un poco de nafta para poder seguir acelerando su marcha en la ruta del olvido.
Por lo que no tardó en preguntar: ¿Dónde están todos? ¿Dónde están todos? ¿Se fueron?
Antes que le llegara la respuesta, logró pasar de patito feo a cenicienta en el abrazo mágico y envolvente del gran Beto Bota que se despedía, vestido de marinerito, -parecía una nena- que andaba a tontas y a loca para nada tapada y que después de franelearlo todo lo que pudo, se fue en busca de su David Byrne vernáculo de una tal Mama Pulpa,  más atómico que hormiga, que acababa de irse con su banda de rock y de cerrar la puerta de calle con tremendo portazo y su corazón en esa noche: enojado, fastidioso por la poca recepción que encontró en el público y no iba a esperarlo. Esta vez no, porque no había dinero que pagara su arte. Beto saludo a todos -con Dany eran tres- , porque muchos ya se habían ido terminado el concierto, a Juan por supuesto que no, y se escapó a la conquista de su rey momo. Su fiesta gay de New Comunication estaba en otra parte y para eso se había puesto su disfraz de carnaval en otoño de marinero al abordaje de un barco sin timón y a la deriva.
Cerró la puerta de salida con llave y se fue y dejó a todos encerrados para que a ningún enamorado se le escapara su David Byrne y tuviera que salir en vano a buscarlo.
Pero antes le dijo que la fiesta seguía arriba en el altillo y colocó algo en el bolsillo del saco de Dany, le dijo que tenía que ir hasta el fondo y subir la escalera caracol que conducía a la terraza de la casa y deslizó su baba en un abrazo mágico y envolvente que continuara el hechizo.
Dany corrió hacia atrás y mientras subía la escalera una voz grave le susurró:

- ¿Querés milonga?
- Dany pareció no oírla o se hizo el que no oía para no revelar el truco.

La escalera  y su sueño conducían a la terraza definitivamente.
Por sus ojos se sucedieron imágenes de su infancia, de sus primeras lecturas concientes. Y se sintió por un momento Kimball o’Hara, a quien todos apodaban Kim. Porque él también conoció al lama tibetano que cambiaría para siempre el curso de su vida. El también encontró su río místico, y en vez de guiar al lama, el lama lo había guiado a él, por esa escalera caracol de baba danzante, de burbujas, de misión secreta, de viaje iniciático, de novela de aventuras de Emilio Salgari y se sintió deslumbrado por primera vez.
Y nadó de noche en su río místico de un Abelardo esta vez hindú, sin condenas, ni mandato, ni franja de gaza que frenara sus actos, liberado.

Era un payá en su reino:
De vinos y odaliscas, de uvas
de diamantes sin pulir, de monedas en la cintura
de diamantes pulidos, de rubí, de cachí, de frula
de golosinas para el niño le dijo Chabán.
y nunca lo olvidó:
“Te conozco, sos paisano, sos sirio, sos judío,
Bienvenido,
al Yemén del sur, al olvido”.

-¿Querés probar, Elías?-, le dijo.

Una mesa llena de merca, le mostró y recitó uno por uno los mil nombres de María Camarleón –a lo Pedro Lemebel- sin repetir y sin soplar de una vez y para siempre y sin miedo a equivocarse.
Coca Coquita Cocuchi Mandanga Camer Pala Blanquita Papelina, la que tomaba Sinatra, decían por ahí… -empiezan en mayúscula y sin comas-.
Son putas, finas y de las otras: flacas, altas, rubias, espigadas, algo pálidas.
Hermosas, te hacen gozar hasta el orgasmo para darte culpa y asco minutos después.
De blanca palidez a simplemente María, de escalofríos y narices frías,
de sudor en la frente, de ácido en el cuerpo, de lengua dormida.
Cuando en realidad había:

Un caballete que sostenía una tabla de madera con un mantel a cuadros,
un vaso de Fernet derramado, un par de vasos más, no muchos, vacíos,
un platito con maníes y otro de queso Mar del Plata o Fontina.
Lali y su novia Mirna aspirando cocaína
y sus dos chicas peleándose por una pepa -que encima le robaron a él-.
Un vino blanco destapado, caliente.

Contra la pared había unos cuantos más, todos varones también calientes como él, armando un faso en una seda de celofán transparente como su engaño.
Pero Dany era un payá en su reino y entonces las dos chicas lo tomaron de la mano y lo llevaron para abajo a un escondite de la casa, que sólo él y únicamente él, debía conocer.
Su cuerpo se contorneó con el de ellas en la escalera de caracol danzante donde sólo se podía subir o bajar de a uno por vez y ellos lo hicieron de a tres. Enroscados y encendidos en un amor francés que los consolaba.

Dany les daba besos en el cuello y ellas se tocaban entre ellas.
Dany les decía cosas al oído y ellas parecieron no oírlo.
O no les importaba.
Dany concretaba su fantasía voyeur, su menage a trois.
de una vez y para siempre en su cabecita loca.

Para ellas el roce de los cuerpos era algo habitual incluso el de un desconocido.
No le estaban tirando onda en absoluto, ni siquiera se sintieron intimadas por su perfil acosador.
El descenso en tobogán por la escalera duró unos pocos segundos, pero para Dany fue un descenso eterno a los infiernos de Dante y de manera tántrica, lenta sin poder hacerse más lento.
Llegaron a la cueva secreta por un pasillo que también era secreto. Una puerta interior corrediza cerrada bajo dieciocho llaves por fin se abrió
Si antes estuvo en el Yemen invitado por el mismísimo Omar Chabán, ahora esperaba entrar por lo menos al Saudi. Se sacó los zapatos como indicaba el protocolo y comenzó a rezar plegarias a un Dios pagano, erótico, en su templo que lo recibía con honores.
Porque esa noche no pensaba practicar su judaísmo, es más a partir de ese día lo había olvidado.
Tenía drogas, chicas y de a dos.
Por eso gritaba exaltado:

-¡Mirame, JuanSSito, mirame!-

Y como el mismísimo Moisés separó las aguas, y condujo al pueblo judío a la salvación, el solo. Egipto había quedado atrás liberado por el peregrinar cuando un tal Carlos se le acerca y le pregunta:

- ¿Fumás?

Traía puesto un bouquet de flores, zapatos y un pantalón verde brilloso.

-Por supuesto, contestó-

Y en una misma seca se tragó el humo, hizo el amor con las dos chicas en la escalera, se abrazó con todos y más, se tomó por lo menos diez cervezas y más, degustó un queso traído de Francia especialmente a su mesa, conoció a Omar, a Beto y a este Carlos que resultó ser de Inglaterra para los amigos que le convidó marihuana en su roce de labios aún mojados por el alcohol, a la novia de Lali que estaba buenísima, y encima de todo lo acompañó Juancito, su gran amigo.

Por un momento, se había quedado dormido, profundamente, con los ojos abiertos, mirando las estrellas de un cielo azul dormido, también profundamente. Las contaba de a una: dos, tres, dos, cuatro, cinco, seis, dos, dos. ¡Dos chiicas! ¡Dos chiicas!, repetía. Se acordó entonces y pegó un salto mortal…en giro acrobático a lo fuerza bruta y en capoeira.

¡Dos chicas! Eran todas las chicas que quedaban en la fiesta. ¡Ah! y la novia de Lali que estaba buenísima.

Cuando, de pronto, suena el timbre de la puerta de calle, era un delivery de tres medialunas y un café cortado para el bueno de Carlos, que era pareja de Beto y estaba un poco deprimido porque su chico se había ido atrás de su cantante bengalí, vestido de marinero enamorado al abordaje de un barco pirata encallado en la bahía de su rojo corazón.

Estaba amaneciendo y ya no quedaba ninguno de los invitados, excepto Dany y el pobre de Juan que a esa altura tenía más ganas de irse a dormir que de cuidar a su compañero de ruta.
Carlos les abrió la puerta, les preguntó sin estaban con auto o si querían que les pidiera un taxi. Le dijeron que preferían caminar, que vivían cerca. Daniel lo saludó agradecido. Juan no tanto.

Daniel no paraba de hablar y cantaba.
Yendo por la calle Guemes hacia Canning donde vivía.

-“Sólo quiero sacudirte…”
-(…)

A lo que Juan lo único que quería era que se quedara quieto y se callara aunque sea por un rato. Le dolía mucho la cabeza. Faltaban sólo cuatro cuadras, cuatro largas cuadras para que su promesa de devolverlo a su casa sano y salvo al fin se cumpliera. Pero no se callaba:

-¡Qué buena fiesta!-
-¡Qué buena fiesta!-, decía.
-Uuuhhh!
-¿Cuándo harán otra? ¿Cómo nos podemos enterar? ¿Decime, JuanSSito, decime?

Cuando descubrió en el bolsillo de arriba de su saco beige una tarjeta apenas perfumada que le había introducido sigilosamente el gran Beto Bota con una leyenda impresa que decía:
“Próximamente Cóndon Clú. Viernes y sábados por la noche, en la Av. Juan B.Justo,  cerca de las vías”.



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