viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 9na. La crónica es literatura menor


9na. La crónica es literatura menor.

La crónica es literatura menor, como ya dijimos en los Trazados teóricos de este ensayo. Y si damos por cierto esto y entendimos a Deleuze / Guattari (1975), nos acercamos a la idea que las crónicas, más del lado del ensayo (y la poesía) en Perlongher y de la crónica (y el devenir poesía) en Lemebel, como vimos en la segunda parte del Capítulo 1, continúan con sobresaltos el estilo de los escritores modernistas, por supuesto, con variantes y (pérdidas en la mudanza de unos a otros) que ya analizamos cuando relacionamos a estos autores con el modernismo.
Porque siguiendo a María Moreno (2010), es el chileno Pedro Lemebel quién, por un lado, preserva un fuerte vínculo (y arraigo) con la crónica modernista en sus crónicas neobarrocas sobre la prostitución “coliza y travesti” de Santiago de Chile, al igual que su antecesor Néstor Perlongher con sus relatos de la prostitución en San Pablo, Brasil; y por otro, una  evidente influencia del propio Perlongher en el tratamiento de ciertos temas y en su continuidad argumental. Lemebel es, lo que literariamente es,  porque siguió a Perlongher y ambos son –y fueron lo que son- porque siguieron a Deleuze.
“La reaparición de la crónica, entonces,  –no como género o forma literaria, sino como espacio discursivo secundario. Como espacio de reflexión, de ideas y propuestas”. (Baigorria, 2010) Como acto de justicia (como derecho, “como paseo esquizo” por las calles del olvido para que Deleuze / Perlongher cuenten lo que Kafka vio o escuchó antes, y a todos nos afecta saber y por eso cuesta contarlo, como instancia débil de la literatura”).
Como espacio abierto a la contaminación de discursos que pugnan por imponer su coherencia Y otra vez como “literatura menor” siguiendo a Ramos (2003) que también estudió a Deleuze e incorporó sus ideas, que Deleuze a su vez tomó de Kafka, cuando éste se refería a la literatura judía en Varsovia o en Praga como ejemplo de literatura menor. La crónica como forma fragmentaria, derivada, imprecisa, que posibilita la representación literaria de nuevos emergentes de la cotidianeidad hasta el momento excluidos, resistente a convertirse a un género mayor –como la novela o la noticia- (Ramos, 2003). Por presentar un “contramodelo”, como “contrahegemonía” a la noticia pretendidamente objetiva y la pretensión mentirosa de objetividad periodística. Como forma de escritura lateral, paralela, descentrada, esquiva, abandónica, difícil de encasillar, tanto en relación con el periodismo como con el campo literario, como en los temas que aborda. Ni lo uno ni lo otro (mixta), pero a la vez ambas cosas, que sin embargo, busca (desesperadamente) para Stella Martini (2000), muchas veces el interés de la cotidianidad, y “dice”: “la maravilla en la banalidad” (Caparrós, 2007:10-11), y “decimos”: el agua de Mar de Ansenuza bajo los adoquines (o el cemento que le tiraron encima) para que el barro cubra la arena de playa “artificial” (volcada a camiones a la vista de todos) y nos manche, y agregue a la literatura menor la característica de política que veremos a continuación.

Su ronca risa loca

A TODA LLUVIA, tiritonas de frío, calentando la espera con un cigarro barato; la noche milonga del travesti es un visaje rápido, un giño fortuito que confunde, que a simple vista convence al transeúnte que pasa, que se queda boquiabierto, adherido al tornasol del escote que patina la sobrevivencia del engaño sexual. Pero la atracción de esta mascarada ambulante nunca es tan inocente, porque la mayoría de los hombres, seducidos por este juego, siempre saben, siempre sospechan que esa bomba plateada nunca es tan mujer. Algo en ese montaje exagerado excede el molde. Algo la desborda en su ronca risa loca. Sobrepasa el femenino con su metro ochenta, más tacoaltos. La sobreactúa con su boquita de corazón pidiendo un pucho desde la sombra.

                                     en Loco afán de Pedro Lemebel.
Su pobre mamita, la única que la comprende, que le arregla la peluca y le echa condones en la cartera diciéndole que se cuide, que los hombres son malos, que nunca se suba a un auto con más de uno, que les tome la patente del auto por si acaso, por si la dejan desnuda y toda quemada con cigarros como le pasó a la Wendy la semana pasada. Que no duerme pensando, rezándole a la virgen para que la acompañe en los peligros de la noche. Pero ella le contesta que su trabajo es así, nunca se sabe si mañana, en algún rincón de Santiago, su aleteo trashumante va a terminar en un charco. Nunca se sabe si una bala perdida o un estampido policial le va cortar el resuello de cigüeña moribunda. Acaso esta misma madrugada de viernes, cuando hay tanta clientela, cuando los niños del barrio alto se entretienen tirándoles botellas desde los autos en marcha. Cuando se le quebró el taco corriendo tras el Lada amarillo, y le ganó la Susy, más joven, más atinada (1996:84-86).

Las campanadas del once

PA´ MÁS REMATE siempre hay un lindo día el once de septiembre, una mañana nacarada en el aire primaveral que contradice la nube tenebrosa de su recuerdo. Y si más encima le agregamos que hasta este año la democracia lo canonizó de festivo. Nadie sabe a santo de qué. Porque si era para evitar revueltas callejeras con el relajado ocio dominguero, se equivocó, hizo mal el cálculo al tratar de distraer la memoria de este día con un extraño festivo que deja el ambiente clavado de expectativas. Porque la ciudad desierta climatiza la tensión, previene asustando, y al asustar, saca a flote la mancha menstrual en el trapo del recuerdo. Al asustar, desborda las rabias del ayer con esos informes que entrega el director responsable de la seguridad en la Región Metropolitana. Y a través del altoparlante gangoso, es la misma voz, el mismo tono autoritario, el mismo bando de uniforme repitiendo que todo está controlado. Todo está en calma y hay mil quinientos policías para re-prevenir cualquier desorden.

en De perlas y cicatrices de Pedro Lemebel

    (2010:41-42).

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