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arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género
(o el agua barrosa del Mar de Ansenuza)
“No se ha de pintar cielo de Egipto con
brumas de Londres”, decían los modernistas (Rotker, 2005:109), pero tal vez
las crónicas de algunos cronistas como las de Lemebel puedan hacerlo. Aunque
las “brumas de Londres” no sean otra
cosa que nieblas (a veces brisas), y el “cielo
de Egipto”, un riacho. Un río seco que crece de golpe por la adjetivación
en la metonimia, embarrocado en un devenir crónica que se vuelve género para
perderse en la frontera que cada tanto se corre.
Porque
de lo contrario no pasaría el control de aduana, porque los papeles que dicen
acreditar su identidad de género se encuentran borrosos y no se leen bien; y es
probable que la demoren en migraciones. Por averiguación de antecedentes, ¿por
qué otra cosa si no?, y la dejen dando vueltas, allí, esperando.
Y
como Mar de Ansenuza [1] que nació en el medio del mapa donde no
debía nacer, donde el territorio se desterritorializa, retira sus aguas
(turbias y saladas) para que no la descubran y se refugia en la mezcla (en los
márgenes de alguna ciudad de Latinoamérica) para que el límite se corra de a
poco, y con él los controles, y le dé margen y tiempo para pensar como pasar la
frontera esta vez. Aunque lo haga de contrabando, con el cuerpo cubierto de
sal, manchado de evidencia, de azufre, de barro (de barroco), y ya nadie le
crea que es lo que decía ser, hasta la próxima frontera, mientras que no haya
más controles. Y esperamos que este no haya sido uno.
“Cómo
si” hubiera algo más para decir sobre la crónica que no se haya dicho; “como
si” les pudiéramos hacer creer que lo que plantea este ensayo acerca del género
crónica y el aporte a su forma que le da Pedro Lemebel con sus crónicas bastara.
Porque
son tantas y variadas las hipótesis que se plantean sobre la crónica que tenemos
la sospecha que las fronteras que limitan el género, a menudo se corren con la
aparición y el aporte de cada nuevo cronista, y que las ideas incluso acerca
del género, irán cambiando de acuerdo al momento en que fueron escritas y analizadas
como tales. Porque, como ya dijimos, lo que hoy llamamos crónica, ayer pudo no
haber sido y así.
Porque
son tantas y variadas las hipótesis que se plantean (y se plantearon) acerca de
la crónica que fue Osvaldo Baigorria (2010) quien las calificó de “salvajes”,
acaso por la exageración del adjetivo, acaso por el adjetivo, pero seguramente
por hallarse afuera de todo género, a la intemperie de una literatura que aún
no pudo domarla, ni siquiera alambrar su territorio (“a desalambrar, a desalambrar”, dice la canción, y en eso andamos) y
tiende, como ya vimos, a desterritorializarse (Deleuze / Guattari, 1975;
Perlongher, 2013) primero, en un juego permanente de fuga y encuentro y otra
vez fuga (Idez, 2011).
¿Qué
se dice de la crónica?
Pero, como dijimos, hay diez hipótesis “salvajes” sobre la
crónica que (“me andan dando vueltas”,
como amor de primavera), y cuidadosamente Baigorria (2010) las rescata como
ciertas. Como ciertas ideas, como aportes (no como definiciones) que sumaron
(los propios cronistas, investigadores, editoriales y fundaciones que se
dedican o dedicaron al género), para no pasarse de la “raya”, en lo preciso de
esta ausencia y que no haya más “cadáveres”
(Perlongher, 2012) que enterrar, ni “alambres”[2]
(Perlongher, 2013) que cortar (o contar) que demarquen al género. Y nos
retractemos luego de haber dicho lo que dijimos y solo nos animemos a “arriesgos”[3]
(Perlongher, 2013) a hablar en voz baja, cuchicheando, al oído, “entre nos”, a
los que resumiremos, ejemplificaremos con las crónicas de Lemebel, y
ampliaremos con matices, de ser posible, -y haremos discutir a los autores en
coincidencia o no- (con los aportes precisos –y mezclados- de Susana Rotker,
Julio Ramos, Aníbal Ford, Ana María Amar Sánchez, Leila Guerreiro, Juan
Villoro, la Editorial Planeta / Seix Barral, Julia Kristeva, Leonor Arfuch, Rodolfo
Walsh, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Eliseo Verón, Tom Wolfe,
Elena Poniatowska, José Luis Martínez Albertos, María Moreno, Mónica Bernabé,
Walter Benjamín, Roberto Arlt, Rose Corral, Maximiliano Tomas, Sergio Chefjec,
Martín Sivak, Esteban Schmidt, Pablo Plotkin, Guido Bilbao, Julián Gorodischer,
Hernán Brienza, Frank Kafka, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland Barthes,
Rodrigo Fresán, Stella Martini, Hyden White, Arthur Danto, Verónica Tozzi,
Rossana Reguillo y Ariel Idez, entre otros) y sumaremos otras (once, con el
aporte de Gilles Deleuze y Félix Guattari), (doce, con el aporte de Rossana
Reguillo), (trece, con el aporte de Jesús Martín Barbero), (catorce con el
aporte de Martín Caparrós); y (quince, con el aporte de Susana Rotker) que reconoceremos
haber trabajado en el ensayo y que el propio análisis fue justificando, en
busca de alguna especificidad que nos acerque como balsa flotando en medio de
aguas (turbias y saladas) a las orillas del género.
1ra. La crónica
es una mentira.
La crónica no es una mentira, en respuesta a Leila Guerriero
(2006). El tiempo para producir y escribir el género, el espacio para
publicarse y la urgencia, no definen la crónica. Más bien, todo lo contrario.
La crónica es por lo general breve, es un relato breve que en el siglo XIX
comienza a elaborar las técnicas que aplicadas a hechos reales van a terminar
produciendo un género periodístico de gran importancia “las historias de
interés humano” que fue también un vehículo de traslado para obras de ficción
(Ford, 1985:226).
El rojo amanecer
de Willy Oddo
HABIA UNA
FAMILIA que mantener y por eso estaba trabajando. No tenía tiempo para
conversar del ayer, y menos para escuchar canciones de protesta. Se lo dijo:
Y él pareció no
escucharla.
Y ella amurrada,
tragó saliva.
Y él miraba
afuera como si lloviera.
Y ella insistió
con lo de la plaza.
Y él se río,
pensando que no era por eso.
Y ella quiso
bajarse del auto.
Y él la sujetó
del hombro.
Y ella apretó
algo en su cartera.
Y él solo quería
abrazarla.
Y ella no
entendió el gesto.
Y él estiró el
brazo.
Y ella hundió el
puñal en la axila del Willy.
Porque nunca
quiso matarlo.
en “Loco
afán” de Pedro Lemebel.
Quizás la pendeja, después de
escuchar al QUILAPAYÚN en los cassettes que le prestaron los presos políticos. Luego
de oír por horas “En esa carta me dicen que cayó preso mi hermano…”. Tal vez,
se encontró con un Willy que hubiera deseado conocer en otro momento. A lo mejor,
por eso asumió el sida como una doble condena privada y sentimental, pensando
que la vida era sabia, pero a veces tan injusta, por donde pecas pagas al
degollar un gorrión con la caricia de un filo (1996:114-116).
Compañera Camila
PERO ELLA, en completa
serenidad, reitera una y mil veces los postulados éticos de sus demandas
denunciando el lucro traficante de la educación. Y este discurso suena tan
creíble, porque ella se la cree, la reflexiona, la piensa y la afirma a toda
verdad con su carita de muñeca universitaria. Camila es creíble y todos los
chicos le creen y la multitud respalda su discurso cuando va con ella agitando
las banderas, gritando por las calles coloridas en la marcha pendeja; la marcha
carnaval que exige a todo tarro educación gratis y de calidad para el pobre,
para el volao, para el que sufre, para el que no tiene y sabe que nunca tendrá
lo que tienen los poderosos en sus colegios con nombre inglés. Educación digna,
especialmente para quienes nunca la tuvieron, al menos para tratar de ecualizar
el desmadre cruel del mercado caníbal donde se columpia el presidente
millonario con una araña feliz. El presidente deslenguado que desde las
Naciones Unidas alaba la movilización estudiantil y por debajo soporta que su
alcalde gestapo de Providencia desaloje a punta de metraca los liceos tomados.
El mismo siniestro torturador alcalde que trató a Camila de peligrosa por tener
una belleza satánica.
en “Háblame
de amores” de Pedro Lemebel
(2013:57-58).
Censo
y conquista
UNO
DE LOS PRIMEROS censos de población en América los realizó la Iglesia Católica
en plena Conquista. A medida que la masacre colonizadora arrasaba con los
poblados indígenas, los jesuitas iban recogiendo para la Corona todo antecedente
que pudiera armar un nativo americano ante la rectoría española. Un perfil
descoyuntado por la estadística, rasgos del Nuevo Mundo desmembrados por la
voracidad foránea de agrupar en ordenamientos lógicos y estratificaciones de
poder, el misterio precolombino.
Antes
que la empuñadura europea y la cuadratura de sangre, otros eran los índices de
medición en que rodaba la cosmología prehispánica. Los calendarios de piedra
giraban en ciclos de retorno y centrífugas de expansión, en estrecha analogía
con los períodos de fertilidad, sequía o quietud.
La
noción tiempo dependía de otros parámetros más relacionados con un rotativo
cíclico que con una numerología cuántica. Los indígenas se sorprendían ante las
preguntas clericales revestidas de dominación y de cierta morbosidad blanca. De
qué cuantos coitos semanales. De qué número de masturbaciones al mes. De cómo
vivían tantos en una misma choza. De qué pecados capitales se sumaban en la
cuentas de vidrio de los rosarios. De qué cantidad de oraciones y “padrenuestros”
debían rezar para ser absueltos. De cuántos metros cuadrados de oro pagarían
como tributo.
en
“La
esquina es mi corazón” de Pedro Lemebel
(2001:111-112).
[1] Mar de
Ansenuza: Leyenda,
definición-comparación. Leyenda: Era hermosísima la diosa india del agua,
que habitaba en su palacio de cristal del Mar de Ansenuza (Nombre indígena de
la Mar Chiquita). Pero era una deidad cruel y egoísta, pues la única ofrenda
que la volvía propicia era el primer amor de los mancebos.
Se cuenta que un día vio llegar a la costa del lago, que era entonces de agua dulce a un príncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando el no poder sobrevivir para admirar su hermosura. Ella quedó suspensa, como sacudida por un rayo cósmico, por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación el comprender el destino de su amado. El cristalino espejo de agua se convulsionó. Un trueno, como un largo lamento, estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un día y una noche. Al amanecer, el joven se encontró en la playa. Sus heridas habían cicatrizado y al abrir los ojos, vio la increíble transformación que se había obrado en la naturaleza. La playa era blanca y las aguas se habían vuelto turbias y saladas. Atónito el joven, como en niebla raspada por un tenue rayo de sol, recordó a la hermosa mujer que lo acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos. Ahora se sentía sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo. Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más de la costa, como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua cubrió su cintura comenzó a nadar. ¿A nadar?... No nadaba, flotaba simplemente. Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada, le acariciaban el alma. Y siguió nadando, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el grácil flamenco, guardián eterno del amor de la diosa del mar. Desde entonces las aguas del Mar de Ansenuza son curativas, amorosamente curativas. Definición: La laguna Mar Chiquita o mar de Ansenuza es una enorme laguna endorreica de elevada salinidad, que se encuentra en el noreste de la Provincia de Córdoba, en el centro de Argentina. Su variable superficie —que ronda los 6000 km²— lo torna el lago salado más extenso de los hemisferios sur y occidental, y el 4to del mundo. Además, es la mayor superficie lacustre de la Argentina, el 5to lago salado endorreico más grande del planeta, [ ]y el 5to lago de planicie más extenso del mundo.[] Hasta mediados del siglo XIX fue también conocida como laguna de los Porongos, por una especie de calabacilla (Lagenaria vulgaris) así llamada, aunque esta última denominación ha quedado reservada a una serie de lagunas menores que se encuentran a algunas decenas de kilómetros al noroeste. Comparación: distintos nombres para nombrar lo mismo hasta llegar al de un idioma menor, propio, como la literatura de la crónica; dulce antes, salada hoy, suspensa, convulsionada, híbrida, mezclada, como la crónica; melodramática, como los personajes marginales de las crónicas de Lemebel que la adjetivación y su devenir transformó en flamencos por la caricia sensible del amor rebelde de su gesto crónico. Durante el tramo final del siglo XX y parte del XXI poseyó la halinidad que le permitiría ser encuadrada como un mar interior; la crónica, con sus límites que son los de otros: la novela, la noticia, o el ensayo de investigación, desde sus aguas turbias y saladas le alteraron la voz.
Se cuenta que un día vio llegar a la costa del lago, que era entonces de agua dulce a un príncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando el no poder sobrevivir para admirar su hermosura. Ella quedó suspensa, como sacudida por un rayo cósmico, por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación el comprender el destino de su amado. El cristalino espejo de agua se convulsionó. Un trueno, como un largo lamento, estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un día y una noche. Al amanecer, el joven se encontró en la playa. Sus heridas habían cicatrizado y al abrir los ojos, vio la increíble transformación que se había obrado en la naturaleza. La playa era blanca y las aguas se habían vuelto turbias y saladas. Atónito el joven, como en niebla raspada por un tenue rayo de sol, recordó a la hermosa mujer que lo acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos. Ahora se sentía sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo. Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más de la costa, como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua cubrió su cintura comenzó a nadar. ¿A nadar?... No nadaba, flotaba simplemente. Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada, le acariciaban el alma. Y siguió nadando, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el grácil flamenco, guardián eterno del amor de la diosa del mar. Desde entonces las aguas del Mar de Ansenuza son curativas, amorosamente curativas. Definición: La laguna Mar Chiquita o mar de Ansenuza es una enorme laguna endorreica de elevada salinidad, que se encuentra en el noreste de la Provincia de Córdoba, en el centro de Argentina. Su variable superficie —que ronda los 6000 km²— lo torna el lago salado más extenso de los hemisferios sur y occidental, y el 4to del mundo. Además, es la mayor superficie lacustre de la Argentina, el 5to lago salado endorreico más grande del planeta, [ ]y el 5to lago de planicie más extenso del mundo.[] Hasta mediados del siglo XIX fue también conocida como laguna de los Porongos, por una especie de calabacilla (Lagenaria vulgaris) así llamada, aunque esta última denominación ha quedado reservada a una serie de lagunas menores que se encuentran a algunas decenas de kilómetros al noroeste. Comparación: distintos nombres para nombrar lo mismo hasta llegar al de un idioma menor, propio, como la literatura de la crónica; dulce antes, salada hoy, suspensa, convulsionada, híbrida, mezclada, como la crónica; melodramática, como los personajes marginales de las crónicas de Lemebel que la adjetivación y su devenir transformó en flamencos por la caricia sensible del amor rebelde de su gesto crónico. Durante el tramo final del siglo XX y parte del XXI poseyó la halinidad que le permitiría ser encuadrada como un mar interior; la crónica, con sus límites que son los de otros: la novela, la noticia, o el ensayo de investigación, desde sus aguas turbias y saladas le alteraron la voz.
[2] Alambres:
“¿sobreescribir lo escrito? ¿reír lo reido? ¿criticar (en purgante autocrítica?
Decir que intenté algo es mentiroso. Es lo que me salió, las eses de las heces”
(Pertlongher, 2013:172-173).
[3] Arriesgos:
el concepto está tomado de Perlongher e interpretado como definición de estilo:
“cierto embarrocamiento (no decir nada “como viene” sino complicarlo hasta la
contorsión)” (Perlongher, 2013:20).
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