8va. La crónica es un macro-género.
La crónica es un macro-género, seguramente; pero en este caso, Maximiliano
Tomas (2007) se está refiriendo solo a la “crónica periodística” y llama
“crónica periodística” a todo texto que utiliza y mezcla en su beneficio a “los
demás géneros periodísticos: el reportaje, la entrevista, el perfil, la
investigación y pretende construir [por su intermedio] y a través de ellos un relato
total”. La “crónica periodística” para los siguientes autores es: para Martín
Sivak: “contar una historia”, para Esteban Scmidt: “ir, mirar, volver y
contar”, para Pablo Plotkin: “relatar un suceso o una experiencia o un
territorio con la mayor precisión e intensidad posibles”, para Guido Bilbao:
“una narración que intenta contarle a la gente … que fue lo que pasó, cómo
pasó, a quienes les pasó, cuándo, dónde y por qué”, para Julián Gorodischer: “un
relato narrativo no ficcional que, en sus versiones más logradas, debería
habilitar en el lector una sensación de traslado al lugar en el que se
desarrolla la acción, para Hernán Brienza: ”una historia que condensa y resume
una historia y un lugar”. (Puede ser). Pero, sin embargo, hay un espacio no
periodístico de la crónica que se emparenta más (y mucho), como vimos, al
discurso literario: al barroco, al neo-barroco, al neo-barroso y el neo-barrocho.[1]
Por lo que la crónica (Baigorria, 2010) bien puede tomarse como
un punto de intersección entre el discurso literario y el discurso del
periodismo de autor. Es decir, que si efectivamente reconocemos que existe un llamado
“periodismo de autor”, éste debería tener en la crónica su equivalente de
autor: la “crónica de autor” (periodística o no). La etiqueta de “crónica”,
entonces, se le asigna a variadas operaciones de escritura que pueden ser
publicadas habitualmente en periódicos (la “crónica periodística”) como sucedía a fines del siglo XIX, como ya vimos, cuando los
escritores modernistas se insertaban en el mercado mediante la publicación de
crónicas en periódicos, o terminaban siendo publicadas en libros como
efectivamente con posterioridad ocurrió y como sucede en la actualidad donde el
principal soporte material y económico sobre el que se despliega la crónica
contemporánea no es ya la publicación periódica sino el libro. “Pero lo que se
juega sobre todo en el adjetivo “periodístico” es también la naturalización de
un proceso vivido a lo largo del siglo XX, en el cual el discurso periodístico ha
colonizado el espacio de la crónica”. Pero a diferencia de la “crónica
periodística” que puede tener o no una fuerte voz autoral, la “crónica literaria” siempre posee una marcada voz
autoral o (de narrador) y está en permanente transformación y apila géneros
hasta volverse macro.
Loco
afán
VADEANDO
LOS GÉNEROS binarios, escurriéndose de la postal sepia de la familia y sobre
todo escamoteando la vigilancia del discurso; más bien aprovechando sus
intervalos y silencios; entremedio y a medias, reciclando una oralidad del
detritus como alquimia excretora que demarca en el goce esfinteral su crónica
rosa. Me atengo a la perturbación de este aroma para comparecer con mi
diferencia. Digo minoritariamente que un me-ollo o ranura se grafía en su
micropolítica costreñida. Estítica por estética, desmontable en su mariconaje
strip-teasero, remontable en su desmariconaje oblicuo, politizante para
maricomprenderse.
en “Loco
afán” de Pedro Lemebel.
Tal
vez lo único que decir como pretensión escritural desde un cuerpo políticamente
no inaugurado en nuestro continente sea el balbuceo de signos y cicatrices
comunes. Quizás el zapato de cristal perdido esté fermentado en la vastedad de
este campo en ruinas, de estrellas y martillos semienterrados en el cuero
indoamericano. Quizás este deseo político pueda zigzaguear rasante estos
escampados. Quizás éste sea el momento en que el punto corrido de la modernidad
sea la falla o el flanco que dejan los grandes discursos para avizorar a través
de su tejido roto una vigencia suramericana en la condición homosexual
revertida del vasallaje [2] (1996:127-128).
Hacer
como que nada, soñar como que nunca
ESTO
OCURRIÓ bajo este cielo que pinta de cochino azul su monserga de hermanos. Esto
ocurrió a los pies de la cordillera tan blanca, tan orgullosamente blanca y
pálida como un muerto. Esto ocurrió, y pareciera que con decirlo no se dice
nada. Pareciera que en este aire renovado, estos testimonios desmembrados por
la evocación se adosaran a un deletreo ficticio que amortigua, blanquea y
despolitiza la costra húmeda de su memoria. Esto ocurrió, fue tan cierto como
lo gritan empañados estos ojos femeninos en el video. Fue cierto, y a quién le
interesa si medio país aún no cree. Medio país prefiere no saber, no recordar
alguna noche que en la casa vecina una garganta de mujer trinaba a parrillazos
los estertores de su desespero. Medio país se resiste a creerlo, y quiere dar
vuelta la página, mirar al futuro, hacer como que nada, soñar como que nunca.
Medio país sabe porque no quiere saber, porque se hace el leso. Y aunque duela
decirlo, la cercanía compinche llamada compatriotas, la complicidad familiar de
una esposa, hermana o madre que oculta a su hijo torturador, la complicidad
cultural extasiada por el arte esos días de trapo negro, la farra incestuosa de
la televisión y la prensa miliquera brindando con la borra fascista; todo eso
tejió la venda de individualismo que le dio visa de ciudadano legal al monstruo
torturador.
en
“Zanjón
de la Aguada” de Pedro Lemebel
Acerca del video La venda, de Gloria Camiroaga
(2003:150).
[1] Neo barrocho: que vincula a Lemebel con
la impronta lezamiana desarrollada por Sarduy y retomada por Néstor Perlongher,
el neologismo “neo-barrocho” haciendo eco desde el santiaguino río Mapocho a la
variante propuesta por Perlongher de “neo-barroco” en alusión al Río de la
Plata. El juego es justo: tiene por término común el barro, que está en el
origen derogativo de “barroco-travesti” (Blanco / Gelpí, 1997).
[2]
Texto leído como
intervención en el encuentro de Félix Guattari con alumnos de la Universidad
Arcis, el 22 de mayo de 1991.
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