viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 5ta. La crónica es no ficción


5ta. La crónica es no ficción.

La crónica es (en parte) no ficción, pero no en su totalidad, e incluye y articula: la información, el ensayo, la autobiografía, los cuadernos de notas, los diálogos y las narraciones con recursos tomados de la literatura de ficción, y en ese afán de no dejar las cosas sin nombrar y abarcarlo todo, el nombre que se mantuvo por costumbre y convención fue el de “Relatos de no ficción” (Baigorria, 2010).
Pero tampoco es exactamente “relato documental o testimonial”, como los consideró Ana María Amar Sánchez (2008), para describir textos como los de Rodolfo Walsh; ni “discurso narrativo no ficcional”, como lo definió Elena Poniatowska; ni solo “reportaje”. Pero sí se trata de un género interpretativo, como lo distinguió José Luis Martínez Albertos (2002); y constituye lo que puede ser ofrecido como el “mercado de la experiencia” (propia o trasmitida: autobiografías, memorias o biografías autorizadas y no tanto), como lo llamó María Moreno (2010); y como ya dijimos lo denominó “el espacio biográfico”, Leonor Arfuch (2002). Como así también forma parte de ese corpus difuso donde se confunden testimonio, nuevo periodismo y novela de no ficción.
El nuevo periodismo, entonces, se limitaba a expropiar los recursos retóricos de la narrativa realista, a diferencia de la no ficción que implicaba un cierto modelo judicial de investigación que aspiraba [justicieramente] a una sentencia distinta a la oficial (Moreno, 2010).
La crónica, si bien mantiene un nexo enlazado con el referente (los hechos, los paisajes, los otros) está menos regida por la demanda de pruebas o evidencias y se relaciona, como bien observa Mónica Bernabé (2006) en coincidencia con Baigorria (2010), como ya vimos, con el antiguo arte de la narración oral como lo definió descriptivamente Walter Benjamín: el campesino, el marino mercante son figuras de la narración de boca en boca, artesanos del discurso que manejan las herramientas de la voz y del gesto corporal, que coordinan el ojo con la mano (y el olfato y el oído, y la piel, “por qué no de América”) que trabajan a partir de los materiales de la experiencia de vida (propia o trasmitida) pero que no se agota en los detalles de la novedad y tiende a permanecer en la memoria en alguno de sus múltiples sentidos.
La huella del narrador adherida al relato que ahonda en detalles, la crónica es personal y su antecedente más lejano, como ya dijimos, se remonta a las Crónicas de Indias donde los cronistas tenían la apariencia de un novelista (Baigorria, 2010), porque si bien el relato mantiene fuerte vínculo con sus referentes (los hechos, los paisajes, los otros), estos constituyen un mundo tan lejano, desconocido, novedoso, raro y nuevo, que el lector percibe como ficción, aunque muchas veces no lo sea.
Así, en la relación, relato de Indias, la crónica hispanoamericana crece a partir de un cruce y de una cruza de experiencias y figuras: del narrador medieval al novelista burgués, del informador que armaba catálogos y nomenclaturas de seres y objetos desconocidos al testigo que cuenta su aventura personal y al político o argumentador que denuncia la explotación y masacre de los indígenas, como Bartolomé de las Casas. El testigo cuenta su aventura y su experiencia personal (porque necesitamos contar lo que nos pasa) y hay una “intención de demostrar la autenticidad de lo narrado” (Lejeune, 1991).
La crónica, por tanto, tiene como frontera el ensayo de investigación y colabora en la fundación de los imaginarios nacionales cuando captura en su formato oral las voces y relatos de los llamados “otros”: indios, gauchos, negros, etc (Ramos, 2003). A los qué, como analizamos en este ensayo, con el aporte de cronistas como Perlongher y especialmente, Lemebel, se le sumaron “otros” y “otros tantos”. ¿“Otros” o “ellos”?.

Éramos tantas tontas juntas

La UNCTAD III [1] fue el primer lugar donde los homosexuales progres encontraron un alero para juntarse a joder, loquear y copuchar algunas ideas de organización. Cómo olvidar esos idealistas veinte años. Cómo olvidar la delegación cubana que descargaba la prohibición sodomita tan lejos de la isla. Cómo olvidar esa delegación africana que se encandiló con la chispa mariflor y terminamos borrachas de jungla en el marfil negro de sus brazos. Qué fue de tantas tontas juntas, haciéndonos las guerrilleras en las marchas, en los mitines de izquierda sólo para oler el rezumo acre del sudor obrero. Cómo olvidar la Casa de la Luna Azul, en Villavicencio, donde el maestro Noisvander nos mostró el primer desnudo masculino en la obra Educación seximental. Todas nos enamoramos del chico protagonista con su tulita iluminada por los focos del teatro mimo. Todas queríamos besarlo a la salida de la función que veíamos una y otra vez incansables. Después nos íbamos por la noche riendo, fumando yerba, a lo que fuera; total, el pueblo estaba arriba, ¿qué nos podía pasar?

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel.
Ese verano del ´72 supe lo que era un conchazo cuando aseguré ante todas que nunca iba a invitar a mi casa a un coliza. Nunca va a pisar mi casa un maricón. Se produjo un silencio y la Trolebús dijo, con la mandíbula caída: Y tú entrarás volando, linda. De aquel grupo no supe nunca más después del golpe. Nunca más vi a ninguna, y ahora que atravieso frente al esqueleto chamuscado de la Unctad III en Alameda, siento en el ayer cascabelear sus risas, y un leve viento me trae el recuerdo de mis primeras amigas loquis, cuando éramos tan jóvenes y bellamente tontas en el ingenuo sueño de un trizado adolescer (2008:106-107).

Pisagua en puntas de pie

Y EN ESAS largas tardes de campo de concentración, frente al mar de Pisagua, mientras
los compañeros se juntaban en largas reuniones políticas donde él no era invitado,
mientras el resto de los prisioneros tallaban artesanías o escribían poemas de lucha y resistencia a escondidas de los guardias. Cuando el sol amarillo contrastaba con el azul turquesa de las olas, a la distancia enmarcados por las alambradas de púas, la figura en zunga de Gastón tomando sol en su toalla naranja era casi un comercial de bronceador en ese paisaje de aislamiento y muerte. Sin duda, era una rara contradicción la imagen somnolienta del bailarín doblemente relegado en su metro de arena, exilio, alambradas y torres de vigilancia, donde los guardias se burlaban de su frívolo veraneo en esa cárcel a cielo abierto. Pero en realidad era Gastón el que burlaba la depresión y la gravedad de aquel confinamiento. Era la única manera de huir de allí, aunque fuera bronceándose mariconamente en el mismo territorio que luego se transformaría en las fosas del norte.

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel
           (2008:92-93).




[1] UNCTAD: edificio construido por miles de voluntarios en 1972 durante el gobierno de Salvador Allende, con el fin de albergar la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas (UNCTAD III). Terminada la conferencia que motivó su construcción, el edificio fue renombrado como “Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral”. Después del golpe de estado en 1973 pasó a llamarse “Edificio Diego Portales” y se convirtió en la sede de gobierno entre los años 1973 a 1981, donde operaba el dictador Augusto Pinochet y la Junta de Gobierno. En 1981 la presidencia se trasladó al Palacio de La Moneda y La Junta de Gobierno se mantuvo en el “Edificio Diego Portales” hasta el retorno a la democracia en 1990. Hasta el año 2007, el edificio albergó en una de sus torres el Ministerio de Defensa y sus salones fueron usados como espacios para diversas conferencias. El 5 de Marzo del año 2006 se produjo un gran incendio que destruyó gran parte del inmueble. A partir de ello, se produjo su reconstrucción que finalizó en el año 2010, lo que trajo consigo su renominalización como “Centro Cultural Gabriela Mistral”.

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