5ta. La crónica es no ficción.
La crónica es (en
parte) no ficción, pero no en su
totalidad, e incluye y articula: la información, el ensayo, la autobiografía, los
cuadernos de notas, los diálogos y las narraciones con recursos tomados de la
literatura de ficción, y en ese afán de no dejar las cosas sin nombrar y
abarcarlo todo, el nombre que se mantuvo por costumbre y convención fue el de
“Relatos de no ficción” (Baigorria, 2010).
Pero tampoco es exactamente “relato documental o testimonial”,
como los consideró Ana María Amar Sánchez (2008), para describir textos como
los de Rodolfo Walsh; ni “discurso narrativo no ficcional”, como lo definió
Elena Poniatowska; ni solo “reportaje”. Pero sí se trata de un género
interpretativo, como lo distinguió José Luis Martínez Albertos (2002); y constituye lo que puede ser ofrecido como
el “mercado de la experiencia” (propia
o trasmitida: autobiografías,
memorias o biografías autorizadas y no tanto), como lo llamó María Moreno (2010); y como ya dijimos lo denominó “el espacio biográfico”, Leonor
Arfuch (2002). Como así también forma parte de ese corpus difuso donde se
confunden testimonio, nuevo periodismo y novela de no ficción.
El nuevo periodismo, entonces, se limitaba a expropiar los
recursos retóricos de la narrativa realista, a diferencia de la no ficción que
implicaba un cierto modelo judicial de investigación que aspiraba
[justicieramente] a una sentencia distinta a la oficial (Moreno, 2010).
La crónica, si bien mantiene un nexo enlazado con el referente
(los hechos, los paisajes, los otros) está menos regida por la demanda de pruebas
o evidencias y se relaciona, como bien observa Mónica Bernabé (2006) en
coincidencia con Baigorria (2010), como ya vimos, con el antiguo arte de la
narración oral como lo definió descriptivamente Walter Benjamín: el campesino,
el marino mercante son figuras de la narración de boca en boca, artesanos del
discurso que manejan las herramientas de la voz y del gesto corporal, que
coordinan el ojo con la mano (y el olfato
y el oído, y la piel, “por qué no de América”) que trabajan a partir de los
materiales de la experiencia de vida (propia o trasmitida) pero que no se agota
en los detalles de la novedad y tiende a permanecer en la memoria en alguno de
sus múltiples sentidos.
La huella del narrador adherida al relato que ahonda en detalles,
la crónica es personal y su antecedente más lejano, como ya dijimos, se remonta
a las Crónicas de Indias donde los cronistas tenían la apariencia de un
novelista (Baigorria, 2010), porque si bien el relato mantiene fuerte vínculo
con sus referentes (los hechos, los paisajes, los otros), estos constituyen un mundo tan lejano, desconocido, novedoso, raro
y nuevo, que el lector percibe como ficción, aunque muchas veces no lo sea.
Así, en la relación, relato de Indias, la crónica
hispanoamericana crece a partir de un cruce y de una cruza de experiencias y
figuras: del narrador medieval al novelista burgués, del informador que armaba
catálogos y nomenclaturas de seres y objetos desconocidos al testigo que cuenta
su aventura personal y al político o
argumentador que denuncia la explotación y masacre de los indígenas, como
Bartolomé de las Casas. El testigo
cuenta su aventura y su experiencia personal (porque necesitamos contar lo que nos pasa) y hay una “intención de
demostrar la autenticidad de lo narrado” (Lejeune, 1991).
La crónica, por tanto, tiene como frontera el ensayo de
investigación y colabora en la fundación de los imaginarios nacionales cuando
captura en su formato oral las voces y relatos de los llamados “otros”: indios,
gauchos, negros, etc (Ramos, 2003). A los qué, como analizamos en este ensayo,
con el aporte de cronistas como Perlongher y especialmente, Lemebel, se le
sumaron “otros” y “otros tantos”. ¿“Otros” o “ellos”?.
Éramos
tantas tontas juntas
La
UNCTAD III [1] fue el primer lugar donde
los homosexuales progres encontraron un alero para juntarse a joder, loquear y
copuchar algunas ideas de organización. Cómo olvidar esos idealistas veinte
años. Cómo olvidar la delegación cubana que descargaba la prohibición sodomita tan
lejos de la isla. Cómo olvidar esa delegación africana que se encandiló con la
chispa mariflor y terminamos borrachas de jungla en el marfil negro de sus
brazos. Qué fue de tantas tontas juntas, haciéndonos las guerrilleras en las
marchas, en los mitines de izquierda sólo para oler el rezumo acre del sudor
obrero. Cómo olvidar la Casa de la Luna Azul, en Villavicencio, donde el
maestro Noisvander nos mostró el primer desnudo masculino en la obra Educación seximental. Todas nos
enamoramos del chico protagonista con su tulita iluminada por los focos del
teatro mimo. Todas queríamos besarlo a la salida de la función que veíamos una
y otra vez incansables. Después nos íbamos por la noche riendo, fumando yerba,
a lo que fuera; total, el pueblo estaba arriba, ¿qué nos podía pasar?
en “Serenata
cafiola” de Pedro Lemebel.
Ese verano del
´72 supe lo que era un conchazo cuando aseguré ante todas que nunca iba a
invitar a mi casa a un coliza. Nunca va a pisar mi casa un maricón. Se produjo
un silencio y la Trolebús dijo, con la mandíbula caída: Y tú entrarás volando,
linda. De aquel grupo no supe nunca más después del golpe. Nunca más vi a
ninguna, y ahora que atravieso frente al esqueleto chamuscado de la Unctad III
en Alameda, siento en el ayer cascabelear sus risas, y un leve viento me trae
el recuerdo de mis primeras amigas loquis, cuando éramos tan jóvenes y
bellamente tontas en el ingenuo sueño de un trizado adolescer (2008:106-107).
Pisagua en
puntas de pie
Y EN ESAS largas
tardes de campo de concentración, frente al mar de Pisagua, mientras
los compañeros
se juntaban en largas reuniones políticas donde él no era invitado,
mientras el
resto de los prisioneros tallaban artesanías o escribían poemas de lucha y
resistencia a escondidas de los guardias. Cuando el sol amarillo contrastaba
con el azul turquesa de las olas, a la distancia enmarcados por las alambradas
de púas, la figura en zunga de Gastón tomando sol en su toalla naranja era casi
un comercial de bronceador en ese paisaje de aislamiento y muerte. Sin duda,
era una rara contradicción la imagen somnolienta del bailarín doblemente
relegado en su metro de arena, exilio, alambradas y torres de vigilancia, donde
los guardias se burlaban de su frívolo veraneo en esa cárcel a cielo abierto.
Pero en realidad era Gastón el que burlaba la depresión y la gravedad de aquel
confinamiento. Era la única manera de huir de allí, aunque fuera bronceándose
mariconamente en el mismo territorio que luego se transformaría en las fosas
del norte.
en “Serenata
cafiola” de Pedro Lemebel
(2008:92-93).
[1]
UNCTAD: edificio construido por
miles de voluntarios en 1972 durante el gobierno de Salvador Allende, con el
fin de albergar la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo de las
Naciones Unidas (UNCTAD III). Terminada la conferencia que motivó su construcción,
el edificio fue renombrado como “Centro Cultural Metropolitano Gabriela
Mistral”. Después del golpe de estado en 1973 pasó a llamarse “Edificio Diego
Portales” y se convirtió en la sede de gobierno entre los años 1973 a 1981,
donde operaba el dictador Augusto Pinochet y la Junta de Gobierno. En 1981 la
presidencia se trasladó al Palacio de La Moneda y La Junta de Gobierno se
mantuvo en el “Edificio Diego Portales” hasta el retorno a la democracia en
1990. Hasta el año 2007, el edificio albergó en una de sus torres el Ministerio
de Defensa y sus salones fueron usados como espacios para diversas
conferencias. El 5 de Marzo del año 2006 se produjo un gran incendio que
destruyó gran parte del inmueble. A partir de ello, se produjo su
reconstrucción que finalizó en el año 2010, lo que trajo consigo su
renominalización como “Centro Cultural Gabriela Mistral”.
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