9na. La crónica es literatura menor.
La crónica es literatura
menor, como ya dijimos en los Trazados
teóricos de este ensayo. Y si damos por cierto esto y entendimos a Deleuze
/ Guattari (1975), nos acercamos a la idea que las crónicas, más del lado del
ensayo (y la poesía) en Perlongher y de la crónica (y el devenir poesía) en Lemebel,
como vimos en la segunda parte del
Capítulo 1, continúan con sobresaltos el estilo de los escritores modernistas, por supuesto, con variantes y (pérdidas en la mudanza de unos a otros)
que ya analizamos cuando relacionamos a estos autores con el modernismo.
Porque siguiendo a María
Moreno (2010), es el chileno Pedro Lemebel quién, por un lado, preserva un
fuerte vínculo (y arraigo) con la crónica modernista en sus crónicas
neobarrocas sobre la prostitución “coliza y travesti” de Santiago de Chile, al
igual que su antecesor Néstor Perlongher con sus relatos de la prostitución en
San Pablo, Brasil; y por otro, una
evidente influencia del propio Perlongher en el tratamiento de ciertos
temas y en su continuidad argumental. Lemebel es, lo que literariamente es, porque siguió a Perlongher y ambos son –y
fueron lo que son- porque siguieron a Deleuze.
“La reaparición de la
crónica, entonces, –no como género o
forma literaria, sino como espacio discursivo secundario. Como espacio de
reflexión, de ideas y propuestas”. (Baigorria, 2010) Como acto de justicia (como derecho, “como paseo esquizo” por las
calles del olvido para que Deleuze / Perlongher cuenten lo que Kafka vio o
escuchó antes, y a todos nos afecta saber y por eso cuesta contarlo, como
instancia débil de la literatura”).
Como espacio abierto a la
contaminación de discursos que pugnan por imponer su coherencia Y otra vez como
“literatura menor” siguiendo a Ramos (2003) que también estudió a Deleuze e
incorporó sus ideas, que Deleuze a su vez tomó de Kafka, cuando éste se refería
a la literatura judía en Varsovia o en Praga como ejemplo de literatura menor.
La crónica como forma fragmentaria, derivada, imprecisa, que posibilita la
representación literaria de nuevos emergentes de la cotidianeidad hasta el
momento excluidos, resistente a convertirse a un género mayor –como la novela o
la noticia- (Ramos, 2003). Por presentar un “contramodelo”, como
“contrahegemonía” a la noticia pretendidamente objetiva y la pretensión mentirosa
de objetividad periodística. Como forma de escritura lateral, paralela, descentrada,
esquiva, abandónica, difícil de encasillar, tanto en relación con el periodismo
como con el campo literario, como en los temas que aborda. Ni lo uno ni lo otro
(mixta), pero a la vez ambas cosas, que sin embargo, busca (desesperadamente)
para Stella Martini (2000), muchas veces el interés de la cotidianidad, y
“dice”: “la maravilla en la banalidad” (Caparrós, 2007:10-11), y “decimos”: el
agua de Mar de Ansenuza bajo los adoquines (o el cemento que le tiraron encima)
para que el barro cubra la arena de playa “artificial” (volcada a camiones a la
vista de todos) y nos manche, y agregue a la literatura menor la característica
de política que veremos a continuación.
Su ronca risa loca
A TODA LLUVIA, tiritonas de frío, calentando la espera con un
cigarro barato; la noche milonga del travesti es un visaje rápido, un giño
fortuito que confunde, que a simple vista convence al transeúnte que pasa, que
se queda boquiabierto, adherido al tornasol del escote que patina la
sobrevivencia del engaño sexual. Pero la atracción de esta mascarada ambulante
nunca es tan inocente, porque la mayoría de los hombres, seducidos por este
juego, siempre saben, siempre sospechan que esa bomba plateada nunca es tan
mujer. Algo en ese montaje exagerado excede el molde. Algo la desborda en su
ronca risa loca. Sobrepasa el femenino con su metro ochenta, más tacoaltos. La
sobreactúa con su boquita de corazón pidiendo un pucho desde la sombra.
en “Loco
afán” de Pedro Lemebel.
Su pobre mamita, la única que la comprende, que le arregla la
peluca y le echa condones en la cartera diciéndole que se cuide, que los
hombres son malos, que nunca se suba a un auto con más de uno, que les tome la
patente del auto por si acaso, por si la dejan desnuda y toda quemada con
cigarros como le pasó a la Wendy la semana pasada. Que no duerme pensando,
rezándole a la virgen para que la acompañe en los peligros de la noche. Pero ella
le contesta que su trabajo es así, nunca se sabe si mañana, en algún rincón de
Santiago, su aleteo trashumante va a terminar en un charco. Nunca se sabe si
una bala perdida o un estampido policial le va cortar el resuello de cigüeña
moribunda. Acaso esta misma madrugada de viernes, cuando hay tanta clientela,
cuando los niños del barrio alto se entretienen tirándoles botellas desde los
autos en marcha. Cuando se le quebró el taco corriendo tras el Lada amarillo, y
le ganó la Susy, más joven, más atinada (1996:84-86).
Las campanadas del once
PA´ MÁS REMATE siempre hay un lindo día el once de septiembre,
una mañana nacarada en el aire primaveral que contradice la nube tenebrosa de
su recuerdo. Y si más encima le agregamos que hasta este año la democracia lo
canonizó de festivo. Nadie sabe a santo de qué. Porque si era para evitar
revueltas callejeras con el relajado ocio dominguero, se equivocó, hizo mal el
cálculo al tratar de distraer la memoria de este día con un extraño festivo que
deja el ambiente clavado de expectativas. Porque la ciudad desierta climatiza
la tensión, previene asustando, y al asustar, saca a flote la mancha menstrual
en el trapo del recuerdo. Al asustar, desborda las rabias del ayer con esos
informes que entrega el director responsable de la seguridad en la Región
Metropolitana. Y a través del altoparlante gangoso, es la misma voz, el mismo
tono autoritario, el mismo bando de uniforme repitiendo que todo está
controlado. Todo está en calma y hay mil quinientos policías para re-prevenir
cualquier desorden.
en
“De
perlas y cicatrices” de Pedro Lemebel
(2010:41-42).
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