Desde
su invención, la crónica ha sido el género en que se pone en juego
–principalmente- una nueva forma de escucha, una mirada, una percepción sobre
el mundo. Un género cuyos antecedentes se remontan a los relatos de viajes y Crónicas
de Indias, escritos especialmente para aprehender y representar una realidad
totalmente nueva, ajena, oculta. Un género que se instituye fundamentalmente
como híbrido entre la literatura y el periodismo a fines del siglo XIX y que
permite la profesionalización del escritor y una nueva manera de narrar al
mundo para sacarlo de la mudez en la que vive.
Pedro
Lemebel, procedente de América Latina y de su Chile natal y a su vez miembro de
sus territorios marginales, o mejor dicho, desterritorializados, nos embarca en
este viaje.
No
olvidemos el papel fundamental que tuvieron las crónicas en la conformación del
imaginario del “Nuevo mundo” y a su vez su incidencia en el acto de apropiar y
territorializar una presencia inédita en tales parajes, -la del europeo-, haciendo
suyo el espacio a través del acto de nombrar al “otro”, incluso
sobrenombrándolo. Un “Nuevo mundo” deslumbrante, un viaje exterior / interior y
la incorporación del sujeto-autor-narrador como objeto del discurso,
constituyeron algunos de los pilares en los cuales se fundó este género, junto
al “otro”, momento imaginado por Michel de Certeau:
Américo Vespucio
el Descubridor llega al mar. De pie, y revestido con coraza, como un cruzado,
lleva las armas europeas del sentido y tiene detrás de si los navíos que
traerán al Occidente los tesoros de un paraíso. Frente a él, la india América,
mujer acostada, desnuda, presencia innominada de la diferencia, cuerpo que
despierta en un espacio de vegetaciones y animales exóticos. Escena inaugural.
Después de un momento de estupor en ese umbral flanqueado por una columnata de
árboles, el conquistador va a escribir el cuerpo de la otra y trazar en él su
propia historia. Va a hacer de ella el cuerpo historiado –el blasón- de sus
trabajos y de sus fantasmas. Ella será América Latina. Esta imagen histórica y
guerrera tiene un valor casi mítico, pues representa el comienzo de un nuevo
funcionamiento occidental de la escritura (1993:11).
No
vamos a discutir el papel del “hábil florentino” quien arrebató a Colón y a
otros marinos el título de “descubridor” al que alude De Certeau; para gran
parte de la historiografía el mérito de Vespucio fue sólo indicar que las
tierras a las cuales arribaron entonces no eran las Indias sino un “Nuevo
Mundo”, un mundo desconocido para Occidente; pero esto no hace “descubridor” a
Vespucio [1]
(Maracara Martínez, 2001). Lo que sí importa en lo que señala De Certeau es el
acto inaugural del nombrar que requería la empresa, el “nuevo funcionamiento
occidental de la escritura” según sus palabras, que opera en las llamadas
“Crónicas de Indias” y más allá, la operación de describir, escribir y
reescribir sobre la piel de América y trazar su propia historia pasándola por
el cuerpo hasta alterarle la voz.
La
crónica es así un género articulado a la realidad que enfrenta y a la
ficcionalidad personal; artefacto lingüístico autónomo, en palabras de De
Certeau que tiene capacidad para “transformar las cosas y los cuerpos de los
que ya se han separado” (1993:12).
En
este sentido, pensamos a las crónicas de Pedro Lemebel como aquellas
producciones que nos permiten indagar su condición fronteriza (Reguillo, 2011)
y baldía, como escenario de disputa y contradicción, donde se develan los modos
en que las relaciones de poder (políticas, sexuales y discursivas) crean
espacios jerarquizados de identidad y diferencia al mismo tiempo que habilitan
la configuración de nuevos imaginarios sobre los cuerpos y subjetividades
(Bianchi, 1991), en busca de una sensibilidad diferente a la oficial, donde el
recuerdo de lo que narra se vuelve un instrumento de lucha política, lo que nos
obliga a hacer una revisión en dos sentidos: en cuanto a género literario
(textual); y en cuanto a género sexual.
A
partir del análisis de tres libros: Loco
afán, De Perlas y cicatrices y Serenata cafiola, abordaremos distintas
nociones relevantes para comprender el trabajo de este escritor como cronista,
a partir de tres ejes básicos. En primer lugar, analizaremos las condiciones de
producción de sus crónicas en el contexto histórico en que fueron escritas
entre 1996 y el 2008, y al que se refirieron, desde las últimas y agónicas
expresiones democráticas de la Unidad Popular a la lógica de exclusión del
neoliberalismo, dictadura mediante en Chile, para introducirnos después en la
larga genealogía de la crónica en la historia cultural latinoamericana, como un
género que permite leer la emergencia de la ciudad moderna, sus múltiples
representaciones, los encuentros y desencuentros que le provocó el modernismo,
sus desencantos, conflictos y marginalidades que advirtió, primero Martí, más
tarde Perlongher y continuó Lemebel. En segundo lugar, estudiaremos la relación
al interior de la obra de Pedro Lemebel entre género y poder, a partir de la
hipótesis de que ésta constituye un eje articulador de toda su obra cronística,
como así también exhibe el grado de desprotección que emerge desde la condición
de mujer, de homosexual, de travesti, de pobre, desde la periferia, en
contraposición con las garantías con que cuentan las hegemonías, evidenciando desde
diferentes aristas, la lógica del sistema predominante, cuya maquinaria no hace
más que reproducir infinitamente esas desigualdades. En tercer lugar, nos
abocaremos a pensar desde el lugar adjetivo que escribe Lemebel, melodramatizando
la exclusión, la marginalidad, la muerte, las desapariciones y el sida,
logrando mantener en la frontera a un relato que sobrevive a la intemperie de
los “otros” a través de las alianzas que establece, travistiendo lo que nombra
en un juego barroco-deseante que permite soportarlo todo, desde un idioma menor
como la lengua de las locas, desde lo femenino, desde la ironía, para
escabullir los mecanismos de poder, en primera persona, construyendo un in situ en el que participa, trabajando
el lenguaje, el contrato de lectura, la posición subjetiva y el oído, como si
la realidad solo pudiera ser comunicada en su reelaboración a partir de un
“nosotros” en contraposición con un “ellos” pasando por el “mí”.
En
el marco de este ensayo analizaremos las crónicas de Pedro Lemebel bajo la
premisa del devenir en las múltiples formas que aparece: “devenir crónica”,
“devenir poesía”, “devenir melodrama”, “devenir travesti”, “devenir loca”,
“devenir canción”, “devenir mujer”. Y justamente ese “devenir mujer” es el que
abre las puertas a todos los demás devenires, como mutaciones, como estados que
nos atraviesan, como cosas que nos pasan y entre las cuales se instauran
relaciones de desplazamiento, aproximándose a lo que se está deviniendo y por
las cuales se deviene. En este sentido, como lo explica Deleuze y Guattari
(1975), el devenir es un proceso del deseo. Porque devenir no es transformarse
en otro, sino entrar en alianza con el otro, y es en ese “entre” donde se producen
los intercambios genéricos y donde es posible reconocer la voz de Lemebel en
sus fronteras corridas, que instaura subjetividades y a la vez, posibilita al
escuchar las voces de otros escucharse a sí mismo. Voces marcadas en el cuerpo
y cuyo diálogo gira en torno a la discusión sobre lo femenino, los excluidos,
los marginales, los travestis, los homosexuales, los desaparecidos, el sida, saberes
proscritos o desplazados en el contexto de la modernidad en América Latina.
Pensamos
que la crónica, como género, que se instala en la observación de lo otro, de lo
ajeno y de lo diferente, nos permitirá acercarnos a la concepción adjetiva que
tenemos de nosotros mismos.
[1] Señala Simón Valcárcel
Martínez el papel que tuvo la cultura humanista de Vespucio y su propia
capacidad de promoción de sí mismo, en el dar su nombre a las “nuevas” tierras:
“la clave de todo radica en la autopublicidad que entre los humanistas propagó
Vespucio, y de ello también Las Casas nos proporciona un dato precioso, al
ratificarnos que sabía “bien y por buen estilo relatar y parlar y encarecer
Américo sus cosas y navehación”. Tuvo
la suerte de que dos de sus cartas se imprimieron traducidas al latín entre
1503 y 1506 y que llegaron a las manos del humanista geógrafo Martín
Waldssemüller, quien las introdujo en su Cosmographiae
Introductio (Sant-Dié, Lorena, 1507). En su obra, Waldssemüller solicita
públicamente el nombre de América, en honor de Vespucio, para las nuevas
tierras halladas entre Asia y Europa, que formaban un gran continente
diferenciado de los anteriores, lo cual sí fue su mérito el señalarlo por primera
vez, aunque con titubeos. Rápidamente se difundió entre los círculos cultos y
humanistas el nombre de América propuesto por Waldseemüller y, al cabo, se
impuso al oficial de Indias Occidentales y al renacentista de Nuevo Mundo”
(Valcárcel Martínez, 1997:30).
No hay comentarios:
Publicar un comentario