viernes, 16 de octubre de 2015

Toda la voz de América en mi piel. La crónica: un género baldío para un cronista adjetivo Pedro Lemebel. Anexo (o lo que las crónicas nos dejaron hacer) 15 arriesgos sobre la crónica: Sin cadáveres ni alambres que demarquen al género (o el agua barrosa del Mar de Ansenuza) 15va. La crónica fue inventada por los modernistas


15va. La crónica fue inventada por los modernistas.

La crónica fue inventada por los modernistas, que como explica Susana Rotker (2005), siguiendo a Julio Ramos (2003) podría decirse que sí. Sin embargo, para referirme a ella utilizaremos la definición de crónica sin separarla de su adjetivo “modernista” en vez de denominarla crónica a secas:

Por lo que la crónica modernista constituye un producto híbrido, un producto marginado y marginal, que no suele ser tomado en serio ni por la institución literaria ni por la periodística, en ambos casos por la misma razón: el hecho de no estar encasillada definitivamente dentro de ninguna de ellas. Paradójicamente, la crónica modernista surge en la misma época en que comienzan a definirse  –y separarse- los espacios propios del discurso periodístico y del discurso literario. La literatura cobra autonomía en la esfera estética, mientras que el periodismo recurre a la premisa de ser el testimonio objetivo de hechos fundamentales del presente. La estrategia de la escritura periodística establece, desde ese entonces, un pacto de lectura, que garantiza la veracidad de los hechos narrados, al que se le opone la verosimilitud de la ficción literaria. Lo que se cuenta puede o no parecer real, pero jamás ocurrió como tal fuera de la imaginación del autor. En la literatura, en cambio, es irrelevante si lo que se cuenta ocurrió en la realidad, importa menos lo que se cuenta que el modo como se lo cuenta, el peso poético de las palabras, el valor autónomo de lo escrito. Y la crónica esta allí, desde el principio, amenazando la claridad de esas fronteras. La crónica se concentra en detalles menores de la vida cotidiana, y en el modo de narrar. Se permite originalidades que violentan las reglas del juego del periodismo, como la irrupción de lo subjetivo [a mayor subjetivación más se confunde el género]. Las crónicas no respetan el orden cronológico, la credibilidad, la estructura narrativa característica de las noticias (2005:225-226).

Los textos de Martí intentaron aclarar el género:

En sus crónicas, retrata los acontecimientos a través de mecanismos –como la analogía, el simbolismo, el impresionismo, el expresionismo, la musicalidad- y de imágenes que son construcciones de su pensamiento y que no existen como tales sino dentro del espacio textual. El resultado es una crónica que no saca al lector de la dimensión de la realidad de los hechos sino que introduce en ese plano un modo de percepción que lo mitologiza y le confiere trascendencia sin perder el equilibrio referencial (Rotker, 2005:226).

Boquita de canela lunar

TE LLEVO A MI CASA, hay un vino y te hago comida. No puedo niño, en Santiago tengo mucho que hacer. Pero… (haciendo un puchero infantil). No puedo, no insistas. Entonces soltó mi mano. Escribiré la historia de nuestro amor, dije con dulzura. No me importa, escupió con desdén. A todos le dice lo mismo usted, don Pedro (ahora ya no me tuteaba). A todos les cuenta el mismo cuento. ¿Cree que no leo el Clinic? Yo soy uno más para usted don Pedro (el don lo mascaba con frío sarcasmo). Yo aposté todo, me jugué las cartas, perdí polola, trabajo, reputación; no ve que Calama es chico y todos lo van a saber. Total, usted se va y yo me quedo. ¿Qué le cuesta, quédese un día más? La gravedad del silencio era un zumbido que flotaba en la colcha del lejano tierral. Lo miré con toda la ternura que cabía en mis ojos miopes. Amor… empecé a decir. No me diga amor, quiere. Sabes que no puedo quedarme. ¿No puede o no quiere? Es inútil que insistas, concluí con acerada frialdad, y me asombre de haber tomado esa decisión. Para decir que no, a veces se necesita mucho valor, dije a modo de disculpa. No, me interrumpió agresivo. Usted es un cobarde… Sabe, usted es pura literatura.

enBésame de nuevo forastero” de Pedro Lemebel.
No me pidas más, estoy roto por dentro. Todo lo que más quiero en la vida me llega tarde… y tú no eres la excepción. Sigo pensando que es un cobarde… pura literatura, fue lo último que escuché de su boca antes de que Parrita saliera con él rumbo al ascensor. Después en Santiago, al llamar al Hotel Sahara me enteré de que ya no trabajaba allí. Pura literatura, me queda campaneando como el eco certero de ese adiós. Y es posible que el chico del Hotel Sahara tenga razón, cuando esa mañana puso en jaque el arrojo de la vida por la cobardía de escribir lo que la letra borró
(2010:59-60).

El mimo de la nariz verde

POR TODA RESPUESTA el mimo alza los hombros inocente. ¿Eres mujer, entonces? Tampoco responde, y sólo me tira un beso rojo, sacando de sus enormes pantalones de clown un ramo de flores de papel que ofrece como toda respuesta. Y allí me deja en la encrucijada, mirando su figura chaplinesca que se va pisando hojas, brincando por el oro viejo del sendero. Al cruzar la calle da vuelta su carita empolvada y hace girar su nariz verde, que cambia de color. Antes de seguir el vagabundeo callejero pienso alegremente en la moda asexuada que colorea el circo santiaguino de estos tiempos. Me atrevo a pensar optimista que la primavera ya está cerca y viene a contagiar los cuerpos con sus arreboles mágicos. A mi lado pasan de la mano dos figuras pendejas comiéndose a besos. Al saludarme caigo en cuenta que son dos chicas góticas arrullando su lesbo en la misma vereda donde se aproxima una pareja de ancianos paseando un perro. Enfrente, una loca de pelo verde va desafiante batiendo sus mechas vegetales.
Dos tipos de terno discuten sobre fútbol, pero en un mínimo instante cruzan un mirar de velado deseo. En la esquina, el pequeño mimo verde hace sus maromas, agradece con aparatosas reverencias y recoge en un sombrero las monedas que dejan caer los automovilistas. Desde lejos, mirando como vieja intrusa, trato de descubrir algún gesto que delate su género: cuando se agacha, cuando se empina en puntas de pie, cuando ladea su cabeza con finura, cuando se percata que observo desde el frente. Y ni siquiera allí abandona su pose ambigua.

                                     en Serenata cafiola de Pedro Lemebel
           (2008:202-203).

Por eso resultó necesario para este ensayo la mención de las crónicas de José Martí, porque obligan a tomar conciencia de lo que conviene dentro de la escritura y de cómo lo continuaron Perlongher primero hasta llegar a Lemebel.
En su “impureza” dentro de las divisiones de los discursos, en su marginalidad con respecto a las categorías establecidas, está lo que ellos aspiraban en la literatura: romper con los clisés, permitir nuevas formas de percepción y de decir, explorando e incorporando al máximo las técnicas de la escritura, en un laboratorio de ensayo permanente como el espacio de difusión y contagio de una sensibilidad y de una forma de entender lo literario que tienen que ver con la belleza, con una política de la lengua literaria, con una territorialidad (latinoamericana), con la búsqueda de un nuevo modo de dar cuenta de una nueva y cambiante realidad. Cuando el recuerdo adjetivo vocea la crónica tatuada en los pies.

Salgo a caminar por….Ahora que se apagó el latido de su voz rescato estos apuntes para evocar la primera vez que la conocí a comienzo de los ochenta… por la cintura cósmica del sur… Entonces, yo era un mochilero buscavidas que cruzaba la cordillera para respirar un poco la recién resucitada democracia en el vecino país… piso en la región… Por acá apestaba la represión y por allá se podía ver y escuchar a Milanés, a Serrat y a Mercedes Sosa, que eran músicas sospechosas para la jauría milica del Chile de entonces… más vegetal del tiempo y de la luz… A ella solamente la escuchábamos en peñas y carreteados casetes que se guardaban como joyas junto a los afiches y panfletos libertarios. Por eso, al enterarme de que Mercedes había regresado de su exilio, me propuse conocerla y partí a Buenos Aires subiendo al bus hasta Mendoza, para luego tomar el tren nocturno que cruza la inmensa pampa… siento al caminar toda la piel de América en mi piel…  Cuando llegué al teatro transpirado y acezando, los porteros me miraron la facha hippona exclamando que no podía ingresar al concierto con esa enorme mochila. Así que, che, correte de aquí. Vamos, andando para otro lado.
Después de tanto incidente quería llorar y con decepción me senté en la mochila a la salida del lugar. Por fortuna, un músico de la cantante había sido testigo de la escena con los guardias y se acercó ofreciéndome guardar la mochila en el camarín. Y cuando venga a buscar la mochila, ¿podré saludar a Mercedes?, me atreví a preguntarle. Yo creo que sí, sobre todo si vienes de Chile y te ha costado tanto llegar… y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal… La sencillez del espectáculo conmovía, solamente dos guitarras, algo de percusión y el metal incomparable de su voz lo llenaba todo. Su voz lo perfumaba todo, como si aquella respiración cantora fuera un escalofrío vertebral que, en un susurro, recorría la historia latinoamericana del desgarro... sol de alto perú, rostro bolivia, estaño y soledad, un verde brasil besa a mi chile cobre y mineral, subo desde el sur hacia la entraña américa y total, pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar… A ratos era la rabia, que entonaba zambera desenterrando raíces de injusticia. La sala repleta respiraba el silencio ritual donde se podía escuchar hasta el ahogo afinado de nuestra Mercedes. Y al llegar a la última estrofa me lo aplaudí todo, y me lo lloré todo, y me lo canté todo, eternamente agradecido de aquella acogida… todas las voces, todas
Terminó el recital que en dos horas había estrujado el corazón del público que no la dejaba irse… todas las manos, todas… Luego de esto me dirigí a los camarines a recoger mi mochila, y allí me recibió ella en persona con una ternura infinita, tan grande como un mundo de cariño, que me hizo tambalear ante su imponente y cálida presencia… toda la sangre puede, ser canción en el viento… ¿Vienes de Chile?, me preguntó con los ojos empañados… ¡canta conmigo canta, hermano americano… Y no te canté la canción dedicada a Víctor. “No puede borrarse el canto con sangre del buen cantar”, murmuró abrazándome, mientras un grueso lagrimón le vidriaba su mejilla. [Pero te canté, Canción con todos de Armando Tejada Gómez y César Isella], la marca llagada en la voz memorial del continente… libera tu esperanza… La poética del canto político que nos dejó un verso trunco, una canción sin cantar, una canción a medio trino en el pentagrama indio de su mochila de pájaros…con un grito en la voz!... Y ahora, ¿a dónde vas?, me preguntó maternal mirando mi mochila. Por acá cerca [en alguna crónica] (Lemebel, 2013:91-94).






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