2da. La crónica es un freak.
La
crónica es un fenómeno (freak),
extraordinario, fabuloso y es absolutamente sonora. (Baigorria, 2010). (Todo es
cierto). Crónica: término castellano de siete letras, como nirvana, de la cual Borges
decía que le parecía imposible que una palabra tan sonora y tan enigmática como
la crónica no incluyera algo precioso. Y Guerriero (2006), a su vez afirma, como
ya dijimos, en coincidencia con Idez (2011): que nadie sabe bien qué es y que
no es crónica. Pero qué lo que define al género cambie con el paso del tiempo y
los distintos análisis de los diferentes autores no significa que nadie sepa
qué es y qué no es crónica al momento en qué se la analiza y qué textos son
considerados así y cuáles no. Y que sea preciosa y enigmática -para muchos de
nosotros- tampoco la constituyen en género. Lo cierto es que sí, como afirma Juan
Villoro, “la crónica no es otra cosa que un híbrido y una encrucijada entre dos
economías: la ficción y el reportaje” (2005:12), en sus palabras “el
ornitorrinco de la prosa”[1]
(2005:14). Pero no solo entre estas dos economías, sino entre muchas otras
(algunas tentativas, como ya vimos: autobiografía, cartas, cuadernos de notas,
ensayos, testimonios, confesiones, memorias, etc). No siempre es escrita bajo
presión y si fuera escrita de ese modo no la haría menos literatura.
Villoro,
entonces, lo que hizo fue sintetizar poética (tal vez biológicamente, por lo de
ornitorrinco) “al cruce de registros que
propone la crónica, en el que se intersectan registros informativos,
narrativos, descriptivos y argumentativos con préstamos a los géneros
noticioso, novelesco, poético y ensayístico” (2005:14).
A lo que Ariel Idez agrega
al respecto: “se
puede pensar a la crónica [también] en la dialéctica negativa benjaminiana
entre información y narración” (2011:4), (o reportaje y ficción en Villoro), en
la que la crónica recuperaría aquella: “forma similarmente artesanal de la
comunicación que no se propone trasmitir, como lo haría la información [el
“puro” asunto en sí, el parte, sino el aparte] en donde la huella del narrador
queda adherida a la narración, como las del alfarero a la superficie de su
vasija de barro” (Benjamín, 1999:119).
Porque
el valor de la crónica descansa (mayoritariamente) en su voluntad de escritura,
en el estilo de su escritura. Porque su escritura no se apoya (exclusivamente)
en el referente o en la anécdota como hace la información que suministra la
noticia, ni debe ser (fehacientemente) verificada por alguien, ni debe reflejar
alguna “realidad”. Si no que la crónica, en cambio, en tanto narración,
sobrevive a todo, porque no se agota en el acontecimiento y la novedad como le
pasa sí a la información que da la noticia, (ni espera por esto recompensa y
mucho menos al instante), sino que se despliega en el tiempo y hasta mucho
tiempo después (Benjamín, 1999), (“y después...”
como dice la canción).
Por eso se puede pensar la crónica como
un “retorno de lo reprimido” en la noticia convencional (Idez, 2011:5). La
construcción de una mirada –el punto de vista en Caparrós (2007), como ya vimos:
una mezcla en proporciones tornadizas de mirada y escritura, la temporalidad,
el enfoque, la primera persona, el trabajo sobre el lenguaje –el estilo-, la
narración –“la construcción del in situ”
(a través de estrategias qué hacen creer lo que quieren hacer creer), que el
autor (presenció /conozca) los argumentos que narra. Además como advierte Idez:
Como
un tipo de discurso referencial que no se atiene a los criterios de
noticiabilidad que priorizan la novedad, el acontecimiento y la actualidad, si
no que habilita una lectura (una escritura) distinta de los mismos
acontecimientos, que puede sostenerse en el tiempo más allá de la caducidad de
esos hechos en tanto acontecimientos noticiosos (2011:5).
Por eso se puede pensar la crónica en
tanto su valor literario, como un discurso verosímil que pretende dar cuenta de
un referente “real”. Y si atendemos a la particular negociación que entabla la
crónica entre las economías de la información y de la ficción –aunque falten
otras- (y ya la encrucijada reportaje / ficción (Villoro), sufrió
modificaciones y derivó a información / narración (Idez), y ahora volvió a
cambiar a información / ficción (Idez), habrá que pensar, entonces, en un
régimen específico de construcción de la verosimilitud de su discurso.
Para
decirlo en otras palabras: ¿Por qué una crónica será leída como un texto que
trata sobre acontecimientos reales tramados con recursos propios de la ficción
sin que esos recursos se deslicen al referente y éste sea leído [luego] cómo
ficcional? (Idez, 2011:5).
Y la respuesta está en el contrato de
lectura (Idez, 2011). Porque es en el contrato de lectura como bien lo formula
Eliseo Verón (1985): un nexo sostenido en el tiempo entre un soporte mediático (autor) y su receptor (lector), que ésta relación se articula
en el plano de la enunciación, en las modalidades del decir del texto, que si
bien como afirma Kristeva (1972) es sabido que “no es verdadero, sería el
discurso que tenemos, (que al menos) se asemeja a lo real”.
Era como un
Cristo
TOME, le extendí
la cajetilla, pensando que yo conocía dónde iba a terminar la historia, lo
imaginaba. Pero no entendía por qué me lo contaba a mí, y en un lugar tan solo,
tan oscuro, y con ese nerviosismo que a ratos me tenía aterrado. Siga, le pedí.
Le decía que yo
estaba acostado y él se sentó en la cama y se puso a hablar de varias cosas. De
lo difícil que era la vocación. Pero había que confiar en el Señor. De las
tentaciones que nos acechaban siempre. Pero debíamos ser fuertes. De los
problemas de la carne, sobre todo a mi edad. Pero tenía que ser célibe y puro.
Fuerza hijo, me dijo de pronto apretándome el pie. Fuerza y el espíritu en
calma, me repetía mientras su mano subía por mi pierna. Yo estaba tieso, no
podía decir nada. No tiene que contestarme, me decía, y su mano palmoteó mi
rodilla. No diga nada, ni una sola palabra. Solamente tenga fe en su corazón. Y
sentí que me tocaba los genitales. Yo cerré los ojos, Tranquilo, está bien así,
tranquilo, tiene que cegarse a la tentación, me decía. Yo voy a ayudarlo de
esta manera, porque usted es especial para mí. Igual como yo soy de especial
para usted. Será un secreto entre los dos, murmuraba metiendo los dedos bajo
las sábanas hasta tocarme el pene, y lo tomó con sus dos manos y lo puso en
cruz: en su frente, en sus sienes y en su boca, ahí lo besó y empezó a mamarlo
hasta que eyaculé.
en “Háblame
de amores” de Pedro Lemebel.
Ufff, ¿y usted no decía nada?,
pregunté respirando hondo.
Él para mí era
como un Cristo, entiéndame. Qué le iba a decir. Además, eran otros tiempos. Yo
lo acompañaba a los campamentos, movilizábamos a la gente, hacíamos barricadas.
Y él se arriesgaba a todo por nosotros, los jóvenes de izquierda,
los perseguidos.
Como lo iba a denunciar […] ¿No le quedó resentimiento?
No, por nada, yo
también lo pasaba bien. Lo sigo admirando y le tengo cariño. Y entiendo a las
personas como él… y como usted. Sí, pero yo no soy cura, le contesté riendo. Claro
que no, por eso me dio confianza. Me lo dijo de una manera extraña, mirándome
entre seductor y criminal (2013:146-148).
Yo le puse
esmoquin a la noche
AUN ASÍ, negó
con rabia la pregunta sobre su homosexualidad que el periodista insistía en
enrostrarle. Con esa cara, con esa nariz operada como cola de ganso, y con esa
vocecita y gestos de señora pirula, la pregunta estaba de más. Aunque
apareciera con su bella esposa, una ex alumna con quien se había emparejado en
los tristes años de anciana soledad. En la entrevista se notaba en ella un amor
sublimado por la gran admiración al maestro. Tanto amor, que incluso le
permitía al coreógrafo tener la calavera de su madre. Fetiche necrófilo que el
abismante Edipo de Paco había rescatado del cementerio para que lo acompañara
frente a su cama en el sueño final.
Casi en su
último, una tibia tarde agosto, entrando apurado en la gran casona de Radio
Tierra, me crucé con Paco en uno de los pasillos y le pregunté: ¿Aún te gustan
los milicos, niña? Él se descolocó un momento, y con un alivio estilo de gran
duquesa me contestó mirándome hacia abajo: Esas son cosas del ayer, no hay para
que revolver las aguas.
en “Serenata
cafiola” de Pedro Lemebel
(2008:97-98).
[1] Ornitorrinco: es el único mamífero que
pone huevos en lugar de crías vivas, es venenoso: los machos tienen un espolón
en las patas posteriores que libera un veneno capaz de producir un dolor
intenso a los humanos, con hocico en forma de pico de pato, cola de castor y
patas de nutria. Cuando los naturalistas europeos se lo encontraron por primera
vez creyeron que se trataba de una falsificación. Sus características únicas lo
convierten en importante sujeto de estudio en el campo de la biología
evolutiva. Hasta principios del siglo XX se lo cazaba por su piel, pero
actualmente está protegido en todo su hábitat de distribución. A pesar que es
una especie vulnerable a los efectos de la contaminación, no se considera que
se encuentre bajo amenaza inmediata. -Sus
características con la de la crónica se parecen-.
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